«Oh … por fin ha llegado esa niña del convento por qué me piden su protección…» Observó indiferente Madame Adelle. Desde la ventana de la primer planta podía ver la calle con lujo de detalles, en especial, vigilar quien llegaba a su puerta. Como había ocurrido en el momento en que vio a una joven señorita que se detenía enfrente de la entrada de su pequeña y humilde mansión. «… ¿Se creerán que yo puedo dar caridad a manos llenas?... que fastidio... Pero… pensándolo bien, puede que esa mocosa me sirva para algo…» Así era ella, siempre buscaba el beneficio en sus actos caritativos. Esta oportunidad, no sería la excepción. Miró con más atención a la joven que seguía en la entrada. De esta forma pudo constatar que era una muchachita de aspecto inocente, brillante cabellera castaña y de piel inmaculada. Al juzgar por las curvas que se dejaban entre ver a través de la ropa, su apariencia era perfecta, aunque de pecho plano, se podía notar un buen par de caderas con una curvatura deliciosamente pronunciada. Adelle sonrió con satisfacción. — Ella será una de mis niñas en el burdel…— anunció complacida. —No lo creo… salta a la vista que es una niña muy inocente, Madame— observó Mateo, un inquilino que nunca llegaba a pagar la totalidad del alquiler. Adelle lo fulminó con la mirada. Él era un escritor frustrado. Uno de esos tipos que ella odiaba con toda su alma. Debía deshacerse de él de alguna manera. Quizás, esa era la oportunidad para eso. —Bien, encárgate de que pierda la inocencia, entonces… —¿Y si no lo consigo?— sugirió dándole a entender que no acataría la orden. Eso la molestó. Nadie se atrevía a cuestionarla de aquella manera. —Vete buscando donde estar… — sentenció finalizando la conversación.
Al cabo de un par de meses, Emanuel, volvió a ver a la mujer que tanto odiaba en su vida. Su esposa. O, mejor dicho, su exesposa. Comprobó así que, ella ya no era la misma que él había corrido de su casa. Ella se había cortado el pelo y hecho esas cosas que solían hacerse las mujeres en las uñas. Se veía distinta, más bonita y más... Feliz. Si, aquella mujer se veía feliz. Lo que era peor: era feliz SIN ÉL. Ese detalle, la hizo odiarla aun más. Porque él odiaba la felicidad. Sobre todo, si esta provenía del insignificante hecho de que era gracias a estar lejos de él. Esa sonrisa en su rostro, no se la pensaba perdonar.
Para Cristal y su "Inestabilidad", la "Soledad" representaba la única compañía a la que podría aspirar. Libre de responsabilidades y apegos, sabía que no podría responder.Sin embargo, Break y su "Sordera" no compartían la misma opinión. Para ella, nada resultaba más doloroso que la Soledad.Aun así ¿cuándo fue la última vez que a la Realidad le importó la opinión de los simples mortales que danzamos a su son?"
Después de varios años en la cárcel, Jonás, consigue salir en libertad bajo fianza, con una pequeña misión por cumplir: debe cuidar del escritor Francesco Antonelli.Francesco parece un hombre como cualquier otro, de aburrido aspecto ratonil y asustadizo. Pero, tiene un pequeño secreto que lo pone en peligro: Francesco, prefiere usar faldas y llamarse Francesca, por eso, él tiene que ayudarlo.
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