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El último toque

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Blurb

Elizabeth Pierce es una chica que a pesar de su joven edad tiene a cargo a la pequeña Megan Pierce, lleva una vida completamente bajo control con rutinas exactas y limpeza excesiva que en ocasiones suele ser demasiado para ella misma, sin embargo su vida cambiará cuando conoce al egocéntrico y millonario abogado Robert Anderson dueño de la firma de Abogados Anderson quien tiene un interés extraño hacía las manías de Elizabeth.

¿Qué sucederá con está pareja tan inusual?

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Rutinas...
Un abrazo, una caricia, un roce, un toque… El contacto humano es el medio de comunicación quizá más importante que el mismo lenguaje expresivo porque cuando no puedes decir lo que sientes con palabras, puedes expresarlo físicamente. ¿Qué pasa cuando pierdes ese vínculo con los demás? Y no necesariamente porque quieras, en realidad es porque no puedes… * –Llamaste para solicitar la cita antes, y ahora no dirás nada –comentó la psicóloga a su paciente. Una morena que a pesar de su edad lleva consigo demasiadas responsabilidades, camina de un lado a otro en la pequeña oficina buscando el mínimo defecto, un libro descolocado, un cuadro torcido, un adorno empolvado, incluso una pequeña telaraña en alguna esquina de aquel lugar. –¿Cómo está Megan? –preguntó la pelinegra que conocía perfectamente la vida de la chica. –Bien –respondió –. La dejé en la escuela, es la primera en su clase. La chica se sintió complacida al pronunciar esas palabras, pues la pequeña que tenía a cargo, es su más grande orgullo. –Suena muy bien. –Es mejor que yo cuando tenía su edad –murmuró, pero de pronto sintió una presión en el pecho al darse cuenta de algo –. ¿Por qué cambió de lugar los libros? –¿Los libros? –Si, los tenía organizados por autor en orden alfabético y ahora están todos movidos. Sacó de su bolsa unos guantes y caminó a la estantería sacando un libro tras otro organizando nuevamente como a ella le complacía. –Puedes hacer eso, pero tienes que hablar, Elizabeth–mencionó la psicóloga –. Conoces el protocolo. Elizabeth detuvo su ardúa tarea como si su vida dependiera de eso y soltó un suspiro antes de darle su confesión a la mujer en quien confía, por su mente pasaron los recuerdos de las últimas semanas en las que se ha sentido más viva que en los últimos años –Hay un chico –confesó. –¿Un chico? –Bueno, no un chico. –continuó organizando los libros. – Es mayor que yo, tiene una firma de abogados, ¿creo? porque parece que nunca trabaja. ¿Cuánto pueden ganar esos empresarios? Quiero decir, el trabajo debería ser coherente a las horas de trabajo y no solamente ganar sin hacer nada, solo se la pasa dando órdenes y órdenes, además está acostumbrado a que todos hagan lo que quiere, creo que por eso es un idiota. –Un idiota – repitió la psicóloga dando paso a la siguiente conversación. –Si – se detuvo para verla –. Me… Bueno… él me hace hacer cosas. –¿Cosas? ¿Qué clase de cosas? –la psicóloga se preocupó ante la confesión de la morena. –No malas –aclaró –. Solo cosas normales, esas cosas que hacen todos y yo no puedo, usted sabe. –¿Y eso cómo te hace sentir? –Creo que me gusta –confesó en voz alta por primera vez. – ¿Te gusta el chico? –¡No! –alzó la voz –. Me gusta que me haga hacer esas cosas, acaso no me está escuchando, le digo que él es un idiota. –¿Qué clase de cosas son? Elizabeth fijo sus ojos al techo un instante recordando un momento. –Una vez me hizo subir a un elevador de su edificio y el muy idiota dijo que no me preocupara porque era un elevador que solo él utilizaba, incluso mencionó que estaba desinfectado, casi sufro un ataque de pánico cuando entró otro hombre en el tercer piso, sus manos sucias, sus zapatos mugrosos, compartíamos el mismos aire en ese reducido espacio ¡Éramos tres personas ahí! –Y luego qué pasó. –Al llegar a su oficina le grité todas sus verdades y lo único que hizo fue sonreír y decirme: llegaste aquí y no moriste, ahora tienes que bajar de nuevo si quieres alejarte de mí. –¿Y lo hiciste? –No quería verlo más.– La chica encogió los hombros. –Subiste y bajaste un elevador –admiro la psicóloga a Elizabeth. –Lo detesto. –¿Por qué sigues viéndolo, si lo detestas? –Él me busca, ha sido así desde que nos conocimos –mencionó. –¿Quieres contarme? Elizabeth colocó el último libro en el lugar que ella consideraba correcto antes de verla fijamente. –Ha eso he venido, le contaré… Elizabeth Pierce... Desastre, desorden y suciedad es algo que no encontrarás en mi vida. ¿Por qué? Te la voy a poner fácil, hace seis años me diagnosticaron Trastorno Obsesivo - Compulsivo (TOC), la causa… te la diré más adelante porque ahora mismo no me siento preparada para hacerlo y solo te diré que se siente como estar atrapada en una habitación de dónde no puedes escapar aunque quieras. Cómo cuando sales de casa y te preguntas si cerraste la puerta o la llave del gas, lo dudas pero sigues hacia tu destino, a mí me aparece un muro invisible, pero poderoso que me hace regresar a verificar 10 veces, si también cuento las veces que lo hago, cuento los pasos que doy hacia el auto, las veces que verificó que todo esté limpio antes de entrar al mismo y que pueda tener las llaves, la gasolina, el timón y el asiento en el ángulo correcto. Te haría una lista enorme de todo lo que tengo que hacer durante el día repetidas veces y las actividades exactas que tengo en mi calendario, pero las irás viendo conforme la historia avance y no quiero aburrirte, por suerte Megan mi pequeña siempre me ayuda, ahora tiene siete años y es una chiquilla bastante inteligente y astuta para su edad, tiene su cabello rizado y castaño como el mío que por supuesto siempre está bien peinado, tiene una piel morena y sus ojos verde esmeralda. –¿Desconecte la plancha? –le pregunté a Megan por octava vez, ella asintió, pero como es la rutina salí del auto y fui a verificar, lo hice dos veces más antes de conducir al centro comercial. Hoy es sábado y vamos a realizar las compras de la semana, su tía Cloe que es mi amiga de la infancia aprovecha para verme en ese lugar ya que Megan y yo no tenemos una vida muy social. –Llegamos –mencioné soltando un suspiro cuando me estacioné. –No olvides tus guantes –me recordó Megan. –Gracias, bubú. Le digo bubú porque es lo único que decía hasta los tres años y a ella le sigue gustando su apodo. Me coloque los guantes y salí hacia el enorme edificio, este es el centro comercial que tiene todo lo que necesito y menos personas vienen así que puedo tener la seguridad que no han tocado todos los víveres y han dejado sus gérmenes por todo el lugar, además que no tengo que hacer una gran cola para que me atiendan porque la señora Harris me conoce y está aquí todos los sábados. –Mami, ¿puedo tomar unas gomitas? –preguntó Megan –. No he comido hace dos semanas. La observé un instante antes de aceptar, tiene razón y está semana su maestra me llamó para decirme que escribió un poema fascinante, no me sorprendió porque su clase favorita es literatura y tiene muchos libros a pesar de su corta edad aprendió a leer desde los cinco y nunca ha parado de hacerlo. –¡Betty! –escuché la voz de Cloe y efectivamente venía caminando hacia nosotros. –Llegaste tarde –escupí. –Lo lamento, es que ya sabes cómo es el tráfico. –Por eso debes tomarlo en cuenta antes de salir –le recordé –. Estuvimos dieciséis minutos esperándote en la entrada hasta que decidimos comenzar las compras. –Me vas a dejar de regañar –frunció el ceño. –Pues si no quieres que lo haga, llega temprano –seguí caminando buscando todo lo que necesito. –Perdoname, te voy a recompensar –me siguió –. Llevaré a Megan al parque de diversiones para que puedas hacer limpieza profunda en tu casa. –Sabes que no me gustan esos lugares. –Al circo –propuso. –Es muy encerrado y demasiados payasos. –Al cine. –Con aire acondicionado respirando el mismo aire que los demás. –Pues no me dejas muchas opciones –murmuró. –Ya mejor dime para qué querías verme. –No puedo extrañar a mi mejor amiga –se llevó la mano al pecho como toque dramático. –Y tu mejor amiga te conoce y sabe que quieres algo –le recordé. La conozco demasiado bien para saber que está vez quiere algo y solo quiero que lo diga para que pueda continuar con mi rutina, debemos estar en casa antes de las once. –Bueno, como tú sabes me voy a casar con Alberto y la fiesta será en dos semanas… –No iré, Cloe –la interrumpí. –No he terminado de decirte lo que quiero –frunció el ceño. –Son demasiadas personas, no conozco el lugar y sabes que no me gusta nada comer algo que no lo haya preparado yo. –No comerás nada, escogí un lugar enorme al aire libre y solo irá mi familia, por favor Betty, es muy importante que estés ahí para mí –entrelazó los dedos de sus manos haciendo una señal de súplica. –Sabes que iría si pudiera –levanté mis manos mostrándole mis guantes. –Quiero que estés ahí y seas una de mis damas, por favor te necesito –suplicó. –¡¿Damas?! ¡Estás loca! –exclamé. Megan giró hacia nosotros de inmediato al escuchar mi voz y solo le hice una señal para indicarle que todo está bien y que continúe con su parte de la lista de víveres, ella se dió la vuelta y continúo. –Ya hablé con Alex y él puede ser tu caballero, te conoce, es de confianza y sabe toda tu rutina por favor, incluso puede hacerse cargo de Megan y no te preocupes por el vestido y los accesorios que yo te pago todo – aseguró. No me va a dejar en paz hasta que acepte y tenemos que darnos prisa con las compras. –Lo voy a pensar –respondí. Ella dió saltitos de felicidad muy emocionada, aunque no le hubiera dado una confirmación sabe que es un gran paso porque necesito tiempo para adaptarme a la idea, luego ir a lugar para conocerlo y finalmente aceptar. –Hablaré con Alex para que te diga todos los detalles, gracias gracias gracias –me lanzó besos porque sabe que no puede acercarse. –Llegará a cenar así que no tienes que hacerlo –comenté. –Está bien, ¿Quieres que te ayude? –No. –Bien, entonces las dejo con su rutina –comentó –. Y gracias, gracias, gracias, de verdad es muy importante que estés ahí para mí. –Si, pero no te voy a dar mi auto para que huyas –respondí. –Obvio no, me iría en la limusina –sonrió –. Ya mejor te dejo con tus compras, te escribo. –El miércoles después de las ocho treinta –le recordé. Cloe tomó su camino a la salida del centro comercial y yo continúe mi rutina con Megan. La verdad conozco demasiado bien a Cloe desde que íbamos juntas al instituto para saber que me iba a pedir que estuviera en su boda y ya me estaba haciendo a la idea desde antes, tenía que hacerlo aunque no quisiera porque ella es la única que ha estado conmigo desde que me diagnosticaron esta enfermedad, ella y Alex fueron los únicos que se quedaron apoyándome. * A las cinco de la tarde apareció Alex justo como cada sábado a esa hora. Alexander Grey es un chico un año mayor que yo, también iba al instituto un grado adelante, era el capitán el equipo de baloncesto, es atractivo con su cabello n***o, su piel morena bastante alto y delgado, pero su mayor atractivo son sus ojos grises, recuerdo que a las chicas les encantaban esos ojos y la verdad creo que es como mi ángel, se ha adaptado de una forma asombrosa a nuestra vida que incluso le he permitido entrar a la casa y comer con nosotros, fue bastante difícil al principio, pero tiene mucho cuidado con la limpieza y el orden de las cosas que en ocasiones siento que me tranquiliza tenerlo cerca, además a Megan parece agradarle su presencia. –¿Puedo jugar con Alex afuera? –preguntó Megan. –Ya es muy tarde, Bubú –respondí. Son casi las siete de la noche. –Está bien –bajó la mirada a su plato de comida. –Puedo venir otro día más temprano y saldremos a jugar –murmuró Alex esperando que aceptará y Megan levantó la vista hacia mí. –El miércoles después de la escuela –respondí. –¡Si! –chilló Megan. –Te voy a enseñar a lanzar. – Alex le habló a Megan y ella asintió muy feliz, ya le ha contagiado su fanatismo por el baloncesto. –Si, si, si, pero ahora a prepararse para dormir –le indiqué a Megan cuando me levanté para recoger los platos. Ella se levantó y caminó a su habitación a colocarse la ropa para dormir y cepillarse. –¿Quieres que vea que haga todo? –Ella vendrá a mostrarme si está bien –respondí. Me ayudó a llevar los platos al fregadero, Megan apareció mostrándome sus dientes, su pijama de la doctora juguetes que es su caricatura favorita y su cabello suelto, le pidió a Alex que le contará una historia y él accedió en lo que terminé de lavar los platos y colocarlos en su lugar, por suerte no eran muchos así que está vez no me llevó mucho tiempo y cuando terminé Alex está sentado en un sofá viendo un juego de baloncesto en la televisión, así que tomé asiento en el otro sofá. –No tardo nada en dormirse –mencionó. –Estuvo corriendo en el centro comercial –sonreí. –¿Qué pidió está vez? –preguntó –Gomitas, ¿puedes creerlo? –Qué valiente. Alex me sonrió y mire sus ojos grises un instante, quería abrazarlo y decirle lo mucho que agradezco que esté con nosotras, pero ahí está de nuevo, ese muro invisible, pero poderoso que se interpone en mi vida que me hace retroceder y mi cobardía me impide enfrentarlo, así que bajé la mirada a mis manos. –Gracias por venir –comenté –. No tienes que hacerlo. –Son muy divertidas –respondió –. Como una especie de programa de televisión. –Oh por supuesto, uno de Home&Heath –bromeé señalando lo impecable de la casa. –Las mil formas de limpiar tu casa –sonrió. Hace un tiempo comenzamos a hacer bromas sobre lo que me sucede, admito que al principio me molestaba que alguien me lo mencionará, pero lo he aceptado con el tiempo y mucha ayuda de parte de mi psicóloga. –Hoy ví a Cloe y llegó dieciséis minutos tarde –comenté. –Para ella eso es temprano. –También tomé en cuenta el tiempo que se retrasaría en llegar –me sinceré. Es la verdad, le había dicho a Cloe treinta y tres minutos antes de mi llegada original al centro comercial y aún después de ese tiempo se retrasó. –Supongo que ya te lo pregunto. –Sí, además si me lo hubieras dicho podía haber llegado preparada. –Si te lo hubiera dicho, seguro la ignoras un año –rodó los ojos. Tiene razón. Así que solo bajé la mirada derrotada y jugué con mis dedos. –Creo que aceptaré, si tú vas conmigo –murmuré. –Sabes que sí. –Lo pensaré estos días y le preguntaré cuando iremos a ver el lugar. Alex aceptó ir conmigo a ver el lugar y también acompañarme a la boda. * Trabajo en una oficina de bienes raíces como secretaria, Astrid mi jefa me ha ofrecido en varias ocasiones ser agente de ventas dónde tendría un mejor salario y un horario más accesible, pero solo de pensar que debo ir a diferentes lugares e interactuar con personas que en ocasiones quieren un contacto físico, es demasiado, prefiero seguir mi rutina en mi trabajo de escritorio donde ordenó papelerías y envío los contratos a una firma de abogados cercana para realizar los trámites legales, cuando la papelería regresa, me encargo de realizar los procesos y archivarlos, lo mejor es que es de medio tiempo así que me da tiempo de ir por Megan a la escuela, no obtengo un gran salario, pero me alcanza a mantenernos el mes y pagar la renta de la casa. –Mami, recuerda que Alex dijo que vendría hoy –me avisó Megan antes de salir porque es miércoles. –Lo sé y recuerda llevar tu ropa extra. Ella volvió a entrar a su habitación a su bolsa de ropa extra para ir con Alex que le prometió llevarla a un parque cercano donde hay canchas de baloncesto, espero que no se ensucie tanto. Seguí mi rutina diaria llevando a Megan a la escuela, la maestra me avisó que tienen que realizar una maqueta del sistema solar aunque Megan me lo ha dicho desde la semana pasada y ya tengo algunas cosas, luego fui al trabajo y al salir pase por Megan para ir a la dichosa cancha. Alex ya estaba ahí y Megan estaba encantada con la cancha de baloncesto, estuvieron jugando y él le enseño algunos lanzamientos, seguro estará cansada cuando regrese a la casa, Megan me ha pedido unirse al equipo de su escuela, pero aún es muy pequeña y el entrenador dice que la recibirá cuando cumpla nueve años y a mí me dará tiempo para aceptar verla entrar sudada a casa. Noté que una chica se le acercó a Alex y hablaron un poco antes de que ella se alejará, luego Alex se acercó a Megan y chocaron las palmas de sus manos para terminar el juego. –Mami, viste que enceste dos veces. –Megan se acercó levantando los dos dedos de su mano. –Lo ví, mi amor –le aclaré –. Estuvo increíble, pero ahora debemos ir a bañarte. Ella asintió y caminamos al auto, al dejarla entrar me detuve para despedirme de Alex. –Gracias por traerla –mencioné –. Le gusta mucho y se ve muy feliz. –Está bien, necesitaba hacer algo de ejercicio –comentó. Tenía un ligero sudor sobre su piel y algunas manchas oscuras en su camisa y pantaloneta –. ¿Ya pensaste en lo de Cloe? –Sabes que voy a aceptar –sonreí antes de entrar al auto. –Me llamas si necesitas algo –se despidió. –Hasta luego, Alex –me despedí. Ahora necesito prepararme para la dichosa boda de mi amiga Cloe Anderson...

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