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Su Rechazo, Su Remordimiento

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Blurb

Isla está decidida a dejar la manada después de ser rechazada y humillada por el próximo alfa, Miller. Después de finalmente aceptar el rechazo y mudarse a la Manada de la Luna del Eclipse, Isla es llamada repentinamente de vuelta a su antigua manada debido a que su madre se enferma.

Secretos y mentiras están a punto de ser revelados en el camino, pero ¿cómo reaccionará Isla al repentino arrepentimiento de su ex pareja al rechazarla hace cinco años? ¿Podrá él reconquistarla o Isla se dará cuenta de su valor sin él?

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—Yo, Alfa Miller, por la presente te rechazo a ti, Isla Higgins, como mi pareja y Luna de la manada de Pembroke —dijo con una sonrisa socarrona mientras su beta me acorralaba contra la pared. Mi corazón se rompió en mil pedazos y sentí un dolor físico en mi cuerpo mientras el dolor me penetraba.  —Aquí no hay competencia —Mora interrumpió mientras la amargura se envolvía alrededor de mí, ella es su pareja destinada. Eso dolía. Mucho. Me dolió aún más cuando él atrajo a Mora Evans hacia su pecho y la besó con tanta pasión y lujuria. ¿Cómo podía hacerme esto a mí? Se suponía que yo era su pareja destinada. No esa chica asquerosa que todos parecían amar y adorar. La miré con frustración. Quería golpearla hasta quitarle la vida a su imagen falsa. Esta era la chica que me lo había quitado todo, y había hecho mi vida un infierno desde que tengo memoria. —No mereces cosas buenas en tu vida patética. Incluso tu propia hermana te desprecia y tu hermano ni siquiera está aquí —agregó el Alfa Miller con una risa. —Vamos, cariño. Salgamos de aquí. Huele tan mal que podría vomitar —dijo Mora, fingiendo estar enferma. La odiaba más que cualquier otra cosa en este mundo. Ella sabía lo que estaba haciendo, y sabía que había ganado. Sonrió burlonamente mientras se alejaba tomada de la mano del Alfa que me había rechazado. Su beta me soltó y caí al suelo sin emociones. No les daría a ellos ni a nadie la satisfacción de verme llorar. Oh no. Sabía que tenía que ser más fuerte que esto. —La diosa de la luna debió estar loca al emparejarte con alguien tan gorda como tú —se rio el beta mientras se alejaba a las sombras de su Alfa. Les lancé una mirada de desprecio mientras se alejaban cada vez más.  —Lamentarás todo lo que me hiciste —murmuré. Me prometí a mí misma que ellos pagarían por esto algún día.  Una pequeña figura se acercó corriendo hacia mí y se arrodilló frente a mí. —¿Estás bien? —Miré para ver que era Aly, una de las omegas. Nos habíamos hecho buenas amigas a lo largo de los años. Yo no era una omega, pero era tratada peor que ellas por las personas que se suponía que me importaban. Hoy era mi cumpleaños número dieciocho, y estaba tan emocionada por encontrar a mi pareja. Así que puedes imaginar lo decepcionada que me sentí cuando descubrí que el delicioso aroma a caramelo era el nuevo Alfa de nuestra manada. Miller, de veinte años, era guapo, alto, con cabello oscuro y una sonrisa que hacía que cualquiera se arrodillara. Tenía la apariencia, pero tenía un corazón que se preocupaba por nada más que sus deseos y necesidades egoístas. No tenía idea de cómo la diosa de la luna podría emparejarme con un pareja así. Me odiaba, y nunca sería lo suficientemente buena para alguien tan poderoso como él. No soy fea, pero tampoco soy Mora Evans. A diferencia de su figura delgada y su hermoso cabello castaño, tengo una figura más curvilínea con el cabello n***o rizado hasta los hombros. Mis ojos son de un color verde oscuro que nadie en nuestra manada tiene. Soy como un paria por mi apariencia. No era nada como mi madre ni como mi padre. A menudo bromeaban que me encontraron debajo de un árbol. Sabía que mi madre me amaba sin importar qué. Nunca me trató de manera diferente a mis hermanos. Cora y Daniel me han defendido muchas veces, pero supongo que incluso ellos se cansaron de proteger a la hermanita que nunca llegaría a ningún lado en la vida. Cora era un año mayor que yo, y Daniel tres años mayor. Con los años, Cora se ha vuelto cada vez más distante conmigo. Apenas me hablaba, ni siquiera me reconocía. Si no fuéramos de la misma familia de sangre, sería mucho más feliz. Ahora era una malcriada. Daniel y yo siempre hemos sido cercanos. Siempre me defendía. Lo extrañaba mucho. Noté que mi hermana, Cora, pasó junto a mí y fingió no verme, mientras que Daniel había estado fuera por unas semanas entrenando en un curso. Sabía que las cosas serían diferentes si él estuviera aquí. Miller había sido nombrado Alfa cuando nuestro anterior Alfa cayó gravemente enfermo. Había sido un buen líder para nuestra manada. Nadie me molestaba a su alrededor, y me sentía segura, pero ahora que Miller era el Alfa, era evidente que tomaría a Mora como su pareja elegida y Luna. Sabía que nunca me aceptaría como su pareja. No estaba ni cerca de ser tan perfecta como Mora. Aunque aprendí temprano a pelear y entrenar con mi hermano, él me enseñó todo lo que sabía, y por eso nunca fui vencida, solo constantemente molestada. Aly estaba convencida de que me temían desde que mi hermano era uno de nuestros mejores luchadores en la manada. Mis padres no querían dejarme ir a entrenar como luchadora, y sentían que estaría mejor en casa. Daniel me dijo que simplemente estaban preocupados de que fuera mejor que él. Aly me dio un pellizco para volver a la realidad. Sacudí la cabeza y sonreí para hacerle saber que estaba bien. Aunque por dentro, era un desastre ardiente de emociones y dolor. Estúpido idiota. ¿Por qué tenía que ser mi pareja? Durante años, había soñado con encontrar a mi pareja y ser feliz lejos de esta pobre excusa de una manada. —Isla, ¿estás bien? —Repitió por millonésima vez. —Gracias, Aly, pero estoy bien —Ella me ayudó a levantarme y sacudirme. —Bien, si estás segura. Debo volver al trabajo ahora —dijo tristemente antes de apresurarse a cargar más platos en el vasto comedor. Miller estaba organizando una gran fiesta en celebración del cumpleaños del beta. Compartíamos el cumpleaños, pero el mío nunca fue tan importante como el suyo. A mí no me importaba de todos modos, vestirse elegantemente y las fiestas elegantes me aburrían. Éramos una de las manadas más grandes de América y las manadas vecinas también vendrían, así que estaría muy concurrido. Mi hermana estaba emocionada por vestirse y no tenía tiempo para mí, así que no la molesté. Me dirigí a mi habitación y cerré la puerta con llave. Sentada en mi cama, pensé en lo mucho mejor que sería la vida sin mí en esta manada. ¿Para qué servía yo cuando había sido rechazada y pronto sería aún más motivo de burla? La palabra se correría rápidamente: el bondadoso alfa Miller rechazó a la gorda Isla. Odiaba que fuera tan guapo y no podía evitar sentirme un poco triste. Tomé un baño y me miré en el espejo. Deseaba ser tan bonita como la otra loba. Estaba destinada a ser una loba soltera sin nada que ofrecer. —Isla, nuestra pareja es un idiota —mi loba, Cleo, apareció en mi mente. Sonreí para mí misma y estuve de acuerdo. Conseguí a mi loba a los dieciséis años y generalmente nos reunimos y encontramos a nuestra pareja a partir de los dieciocho años, aunque algunos no las encuentran hasta un poco más tarde. Desafortunadamente para mí, mi pareja era un completo idiota. Incluso el lobo de Miller era tan egoísta como él. El golpe en la puerta me hizo saltar; mi hermana Cora estaba al otro lado. —Isla, déjame entrar ahora —sonaba molesta, así que abrí la puerta y la dejé entrar. Estaba vestida con un ajustado vestido azul. Su largo cabello estaba rizado y recogido a un lado de su cabeza. Se veía hermosa, pero el ceño fruncido en su bonita cara hizo que mi corazón se hundiera un poco. —¿Es cierto que el alfa Miller es tu pareja? —me confrontó, lo que me hizo rodar los ojos y cerrar la puerta tras de nosotros. Las palabras parecían correr rápido. —Bien —golpeó impacientemente su pie en mi piso de madera. —No, no lo es. Me rechazó. Eso es todo —le dije. Su rostro se suavizó un poco. —¿Por qué no viniste y me lo contaste? Somos hermanas, ¿no? —Me sorprendieron sus palabras, porque generalmente no le importaba mucho lo que me pasaba en mi vida. Cora no tenía los problemas que yo tenía mientras crecía. Era famosa, delgada y hermosa. Yo no era famosa, delgada ni hermosa. —Cora, no es gran cosa —le dije—. No te preocupes por mí, estoy bien. —Bueno, creo que es mejor que no bajes a la fiesta esta noche. Quiero decir, sé que es tu cumpleaños y eso, pero no quiero sonar mala, pero todos están hablando de ti y bueno... —No tenía planeado ir de todos modos —la interrumpí, preguntándome de repente por qué se preocupaba tanto por mí. No quería que le quitaran la atención. Por supuesto, mi amable hermana nunca se había preocupado por mí. Ella sonrió y se volvió para salir por la puerta. Suspiré y deseé que mi vida no fuera tan miserable. Estaría mejor fuera de esta manada. Pensé por un momento y decidí ir a hablar con mi madre. Mi padre estaría demasiado ocupado en otro lugar como para hablar conmigo. La encontré en el salón, ocupada tejiendo y tarareando para sí misma. —Madre, estaba pensando en quedarme en casa de tío Ed por un tiempo. Me vendrá bien ahora que he terminado la escuela —le dije. Ella simplemente asintió y ni siquiera me miró. Eso confirmó mi decisión. De todos modos, no me echarían de menos. Regresé a mi habitación y empaqué mis maletas. Agarré mi tarjeta de dinero y decidí que ya no necesitaría mi teléfono. Eché un último vistazo a mi habitación y cerré la puerta antes de comenzar mi viaje desde aquí. El mejor regalo de cumpleaños que podía darme era irme de aquí para siempre. Metí mis cosas en mi pequeño coche desvencijado que mi hermano me había regalado. Siempre le había encantado la mecánica y había construido este coche para mí. Cuando pasé mi examen de conducir el año pasado, significó mucho para mí. A los demás les alegraba conducir en sus jeeps y coches caros, pero yo estaba feliz en mi pequeño coche. No me importaba lo que dijeran de él. Me acomodé en el asiento del conductor y miré a mi alrededor. Nadie pestañeaba ante mí como si fuera invisible. Encendí el coche y salí de la manada. No había forma de que volviera aquí. —Isla. Espera. ¡No te vayas! —Aly agitaba los brazos frente a mi coche, lo que me hizo frenar bruscamente. —¡Aly! —exclamé, bajando la ventana. Ella se acercó a mí. —¿Qué estás haciendo? No puedes dejarme —dijo jadeando, mirando mi equipaje en el asiento trasero. —Tengo que hacerlo. Lo siento, Aly. No puedo quedarme aquí y verlo estar con ella. Ya no hay nada para mí aquí —le dije tristemente. Pude ver el dolor en sus ojos, pero tenía que hacer lo que era mejor para mí. —Regresa pronto y buena suerte —dijo, alejándose de mí. Me sentí enferma y mi estómago dolía sin razón. Supuse que eran sólo los nervios o algo así. ¡Se iban a arrepentir de tratarme como basura! Cinco años después —Hey Isla, ven a ver esto —gritó mi mejor amiga, Zara, desde las escaleras. Acababa de terminar de preparar la barbacoa que habíamos planeado semanas atrás. Todos nuestros amigos iban a venir, y era emocionante porque, por primera vez en cinco años, finalmente iba a ver a mi hermano mayor, Daniel. No podía esperar a verlo. Hablábamos por teléfono y nos enviábamos mensajes con frecuencia, pero al estar tan lejos y tener Daniel su propia vida, nunca fue fácil organizar las cosas. La principal razón era que no había regresado a la casa de la manada desde que me fui hace cinco años. En aquel entonces, estaba hecha un desastre, acosada y luego rechazada por mi supuesta pareja. La diosa de la luna tuvo que estar loca al emparejarme con un idiota egoísta. Cada vez que hablaba con mi hermano, nunca mencionaba nada sobre Miller y yo lo prefería así. Por supuesto, él había elegido a Mora como su pareja elegida y Luna. Se sentía tan bien poder mantener la cabeza en alto y no molestarme más por eso. Ya no estaba en mi mente. Mi loba y yo éramos mucho más felices y fuertes ahora. Entrenar todos los días y asistir a la universidad para convertirme en enfermera me había convertido en una loba segura y saludable. Conocer a Zara fue lo mejor que me ha pasado y ella es como una hermana. Bueno, apenas tengo noticias de mi hermana de verdad. Supongo que se ha olvidado completamente de mi existencia. —¡Isla! —gritó Zara por segunda vez. Sonreí y me miré por última vez en el espejo. Había elegido unas mallas con un top n***o. Mi largo cabello estaba tejido en dos trenzas francesas. Me veía bien. Estaba bajando las escaleras. Zara silbó dramáticamente. —Maldita chica, te ves bien —dijo, haciendo que diera un giro y posara como una celebridad en la alfombra roja. Sonreía como el gato de Cheshire cuando mis ojos se posaron en una figura en la esquina. Casi me caigo al verlo. Se veía igual pero más viejo. Su sonrisa me hizo querer llorar. Daniel. —Oh Dios mío, eres tú. ¡Viniste! —grité, corriendo hacia él y rompiendo a llorar. Lo extrañaba tanto; extrañaba a toda mi familia si soy honesta, pero a Daniel sobre todo porque éramos muy cercanos. —Hola, hermanita —sonrió, haciéndome girar como solía hacer cuando éramos pequeños. —Estoy tan feliz de que estés aquí —le dije. —Yo también, hermana. Pero necesito hablar contigo —su cara se puso seria y me callé. Tenía un mal presentimiento de que no iba a ser buenas noticias. —Bueno, resulta que tienes que volver a casa —dijo. Estallé en risas; mi hermano siempre era un bromista. Me volteé hacia mi mejor amiga y me detuve al ver que ella no sonreía ni reía. —¿Qué está pasando? —fruncí el ceño hacia los dos. Daniel se frotó la frente y suspiró como si llevara el peso del mundo sobre sus hombros. —Daniel, ¿por qué estás diciendo esto? Han pasado cinco años desde que dejé ese lugar. Sabes que no puedo simplemente volver —dije entre dientes, tratando de mantener la calma. No tenía idea de por qué mi hermano querría que regresara allí después de todo el abuso y acoso que tuve que soportar de todos. Puede que ahora sea más grande y fuerte, pero eso no significa que quiera enfrentar mi pasado. Estaba en un buen lugar ahora, mental y físicamente. ¿Por qué debería arriesgarlo todo para volver a algo que casi me mata? —No voy a volver allí —le dije. Parecía una niña mimada y malcriada, pero era el último lugar en el que quería estar. Se veía ligeramente irritado por mi falta de voluntad. ¿Quién podría culparme honestamente? Esa casa de la manada era el último lugar en el que quería estar. Busqué el apoyo de Zara, pero ella encogió los hombros impotente. Ella sabía todo sobre mi pasado, cómo me habían tratado como una mierda, cómo me habían rechazado y me hicieron sentir como una marginada por mi hermana. —No tienes opción; lo siento, sis. Recoge tus cosas ahora —me ordenó mi hermano, haciendo que lo mirara boquiabierta. Mi hermano nunca me había hablado así antes. —¡¿Qué?! —le grité, tratando de apartarlo de mí. Si pensaba que iba a permitirle hablarme así, entonces estaba muy equivocado. Había cambiado mucho en los últimos cinco años y nada ni nadie me haría sentir tan pequeña de nuevo. —Es mamá. Está enferma —las palabras resonaron en mi cabeza y cambiaron todo. Mis ojos se abrieron incrédulos. ¿De qué estaba hablando? —¿Qué dijiste? —mi voz era inestable mientras me giraba para mirar a mi hermano a los ojos. Podía ver la incomodidad y la tristeza en su rostro. No estaba mintiendo, no mentiría sobre algo tan serio como esto. Zara trató de consolarme, pero la aparté. —Tengo que recoger mis cosas —Subí las escaleras rápidamente, pero las lágrimas ya brotaban en mis ojos. Tomando mi vieja maleta de debajo de la cama, empujé todas mis ropas y pertenencias en ella. Sin preocuparme por organizarlo como solía hacer. Mi visión comenzaba a emborrarse por mis estúpidas lágrimas. No sabía si mi madre iba a estar bien o no. ¿Por qué no me habían dicho esto antes? Tenía tantas preguntas. Mi mente estaba en hiperactividad. Hubo un golpe en la puerta, pero lo ignoré. —Isla, ¡por favor! Solo detente un momento y déjame ayudarte. Puedo ir contigo —escuché a Zara decir mientras entraba a la habitación y me agarraba. —No —dije firmemente, apartándola. No tenía ninguna posibilidad de dejar que mi mejor amiga se acerque a mi antigua manada. No sería responsable de mis acciones si alguien lastima a mi mejor amiga. No confiaba en ninguno de ellos, eran unos idiotas que no merecían nada. —Está bien —Zara frunció el ceño por mi brusquedad. Podía decir que estaba ofendida por mi falta de entusiasmo. —Lo siento, Zara. No quería sonar tan dura. Es lo mejor. Regresaré lo más pronto posible —le di una pequeña sonrisa mientras asentía pero evitaba mi mirada. La iba a extrañar mucho. Diez minutos después, tenía mis maletas y mi equipaje todo cargado en la camioneta negra de mi hermano. Me permitió despedirme rápidamente de todos, pero podía decir que él estaba ansioso por irse ya que tomaría un tiempo regresar a la casa de la manada. —Más vale que me llames cuando llegues —Zara sonrió entre lágrimas y me abrazó fuertemente. Quería mucho a esta chica, ella siempre estuvo ahí para mí cuando no tenía a nadie. Siempre sería mi hermana elegida. —Claro que lo haré —le dije mientras ella me soltaba a regañadientes. Limpiando sus ojos con la manga de su suéter, asintió y soltó una risa que sonó como el gruñido de un cerdo. Le sonreí y traté de contener las lágrimas que amenazaban con inundar mis mejillas. —Vamos, hermana —Daniel asintió hacia el auto y le di un último abrazo a mi mejor amiga antes de subir a la camioneta. Daniel se subió y la encendió. No dijo ni una palabra hasta que estábamos a unos minutos de la carretera. —Isla, lo siento. Sé que regresar a casa es el último lugar al que quieres ir, pero todos necesitamos estar allí por mamá. Ella está en mal estado —Daniel suspiró y mantuvo sus manos en el volante mientras procesaba en silencio sus palabras. Mi madre estaba enferma y necesitaba que todos sus hijos estuvieran cerca. Estoy segura de que se alegrará de verme. Nunca fuimos cercanas, pero aún me preocupaba por ella y no quería que estuviera enferma. Quería que mi familia sea feliz; en el fondo, esa es otra razón por la que me fui cuando lo hice. Para evitar que la humillación de mi rechazo arruinara el orgullo de mi familia. Después de conducir durante un par de horas, Daniel se detuvo en un estacionamiento y mi estómago gruñó al ver la cafetería frente a nosotros. —¿Tienes hambre? —Mi hermano me miró con una sonrisa divertida. Asentí ansiosamente. Él abrió la puerta de la camioneta, saltó y vino a abrir la puerta del pasajero para que yo también pudiera salir. Mi hermano era un verdadero caballero. Sería un gran pareja para alguien algún día. Empujando la puerta de la cafetería, sentí todas las miradas puestas en nosotros, lo que me causó ansiedad. —¿Qué te puedo ofrecer? —preguntó una mujer vestida con blusa azul y falda con delantal blanco. Tenía en su mano una libreta y un bolígrafo, supongo que era para tomar nota de los pedidos. —Lo siento, cambio de plan —escuché a mi hermano decir mientras echaba un vistazo a todos los pasteles y postres. —¿Qué? Llegamos hace un momento. Déjame comer. ¡Tengo hambre! —me quejé, pero el color había desaparecido de su rostro y seguí su mirada hacia una mesa en la esquina donde un grupo de hombres corpulentos nos miraba amenazadoramente. Sabía que eran hombres lobo, como nosotros. Olían como hombres lobo. —¿Qué está pasando? —susurré a mi hermano. —Isla, tenemos que irnos —me murmuró. Fruncí el ceño confundida y hambrienta. Daniel agarró mi mano y me llevó fuera de la cafetería de vuelta a la camioneta. Estaba prácticamente corriendo para alcanzarlo. Se detuvo por un segundo para buscar las llaves en los bolsillos de su chaqueta. —¡¿Qué estás haciendo?! —le grité. ¿Qué demonios? —Isla, tenemos que largarnos de aquí. Ahora —Encontró las llaves y no perdió tiempo en levantarme; luego me arrojó sobre su hombro y me metió en la camioneta. Luego noté a tres tipos grandes y corpulentos, alrededor de los cuarenta años, parados en la entrada de la cafetería, mirándonos como si quisieran causar daño y dolor. ¿Cuál era su problema? —Daniel, ¿quiénes son? —comencé a preguntar, pero él estaba demasiado ocupado poniendo la camioneta en reversa para responderme. Grité de miedo cuando uno de ellos golpeó la ventana, casi rompiéndola, y nos enseñó los dientes. Bloqueé las puertas para evitar que se abrieran. —¡Agáchate! —me gritó Daniel, señalando el suelo del auto. Hice lo que dijo. Mi corazón latía como loco. ¿Qué estaba pasando? Lloraba, abrazando mis rodillas, asustada de que fuéramos a morir, pero mi hermano me aseguró que estábamos bien. Estábamos en tierra de humanos y nada nos podía hacer daño allí. No sabía si sentirme aliviada o no. —Isla, lo siento tanto —dijo Daniel, extendiendo la mano hacia mí, pero simplemente le di una bofetada, enojada de que me hubiera puesto en una situación tan peligrosa en primer lugar. Él debe estar loco. Quería dar la vuelta y regresar a casa, a mi seguridad, a mi mejor amiga y a los amigos que se habían convertido en mi familia. Pero el saber que mi madre me necesitaba era lo único que me detenía. —Isla, por favor déjame explicarte —suspiró. No tenía interés en lo que él quería decirme. Pronto estábamos en tierra firme, y una vez que mi hermano se aseguró de que estábamos a salvo, decidió pasar por el McDonald's, donde ordenó suficiente comida para alimentar a un orfanato por una semana. Estaba desesperada por ir al baño, y a regañadientes me dejó entrar en los baños del McDonald's. Advertido de que me diera prisa, me observó salir del jeep. Mis rodillas temblaban como gelatina mientras las forzaba a soportar mi peso. Estaba hecha un manojo de nervios, asustada de que en cualquier segundo, esos hombres locos y fornidos saltaran y me atacaran. Respirando profundamente, empujé la puerta y la cerré con llave. Una vez terminado, me lavé y sequé las manos. Regresé rápidamente con mi hermano, quien se mostró aliviado cuando me vio. —Creo que tienes algunas explicaciones serias que dar —le dije en cuanto volví al jeep. Él asintió masticando, y levanté las cejas. Me debía una explicación. —Sí, Isla. Lo sé —miró hacia su regazo, evitando mi mirada interrogante. —Dime que no estábamos en territorio ajeno —mis ojos se abrieron de par en par mientras empezaba a juntar dos y dos. Su rostro lo decía todo. —¡Daniel! —grité, empujándolo y haciendo que se derramara su bebida sobre su chándal. No me importaba. Era su culpa.

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