Hijos del Caos - Saga Geam Heart

Hijos del Caos - Saga Geam Heart

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Blurb

Cuando los planetas se alinearon, los dioses libraron cruentas batallas por dominar el universo. En medio de todo ese caos, la vida floreció en un recóndito lugar del cosmos. Aquel lugar vivió en paz por largos siglos hasta que la guerra nuevamente partió aquel mundo.

Un reino prosperó bajo el cuidado de su diosa y la vida renació una vez más a todo lo largo y ancho de aquel mundo. Pero el odio y la envidia que se movían entre las sombras de aquel reino serían la combinación para su debacle. Y fue así como ante la mirada de un ambicioso rey, la reina dejó la vida de su reino en manos de sus dos mejores guerreros. Ahora ambos buscan rehacer un camino hacia aquel mundo donde sus almas vieron la luz por primera vez.

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Liberación
La brisa tibia de la tarde cruzaba los ventanales coloridos de la torre norte del castillo, agitando las cortinas blancas de la habitación de la reina. Su lacio cabello pareció cobrar vida haciendo cosquillas en la piel desnuda de sus hombros. Sentada frente al espejo, Allatani, oía con curiosidad el suave golpeteo de unos pies que resonaban en el pasillo. Afuera, una joven guerrera, aceleraba sus pasos hacia la habitación de la reina. Su largo vestido se arrastraba en el suelo de mármol, movía sus labios sin emitir sonido alguno, como si repitiera algo esperando no olvidarse. Se detuvo ante las grandes puertas de roble talladas cuyas enredaderas se movían como si estuvieran vivas. Tocó dos veces, la voz de su reina le indicó pasar, las enredaderas se replegaron del medio y dejaron abrirse las puertas. —Mi reina Murmuró la joven haciendo una reverencia ante la imponente figura aleonada que la observaba a través del espejo, Allatani; dirigió sus ojos felinos a la guerrera. Recibir interrupciones en las tardes no era muy común, el hecho de que su guerrera real esté frente a ella indicaba algo más serio. —¿A qué debo esta interrupción de mis horas de descanso? La voz fuerte y amable de la reina tranquilizo un poco a su guerrera. La joven mantenía la mirada fija en ella, aunque no la miraba. Aclaró su garganta antes de hablar. —El rey Selwyn de Coresis exige habar con usted, se encuentra en el salón real, dice… tener una propuesta. La mención de aquel nombre la tomó por sorpresa, hacía ya muchos años que Selwyn había huido, aquel nombre no le daba muy buen augurio, aun así, dejó su peineta plateada a un costado y se levantó dispuesta a reunirse con él. En el salón real, se encontraba el Rey Selwyn de Coresis, vestía un traje grueso de piel de dragón, que cubría su moreno torso, sus piernas de toro se movían por el salón haciendo un ruido estridente a cada paso, las damas y caballeros de la corte lo miraban caminar de un lado a otro. Ya habían escuchado de aquel rey y su sola presencia generaba gran nerviosismo. La reina ingresó al salón, seguida por la joven que volvió a tomar su lugar entre las damas. Allatani fue recibida con una reverencia por parte de su corte. Tomó asiento en su trono y bajó la mirada sobre el rey. —Rey Selwyn, sea bienvenido a Etrabur ¿puedo saber el motivo de su visita sin antelación? El rostro grotesco del rey se contrajo en un vago intento de sonreír, pero el que tuviera el rostro de un cerdo no ayudaba, se hincó de rodillas mientras con gran dramatismo hablaba. —Hermosa Allatani, reina y diosa de Etrabur, eh venido con el fin de acabar la rivalidad entre Coresis y vuestra tierra – la reina arqueó una ceja bastante extrañada por la palabrería de aquella criatura – Después de mucho pensar, recaí en la idea de que lo mejor para unir a nuestros pueblos es una alianza…una boda mi reina…entre usted y yo. El silencio en la sala fue uniforme, la reina no se inmutó ante la propuesta, más el rostro de los de su corte evidenciaba la sorpresa; bien era sabido que los de Coresis, buscaban la destrucción de Etrabur, y ya bien conocida era la maldad de su rey. La joven guerrera que había buscado a la reina se mantenía impasible, su mirada firme denotaba su calma, al instante de la propuesta del rey sus ojos habían buscado, al otro lado del salón, otro guerrero cuyo rostro inexpresivo le devolvió la mirada. Una conversación secreta pareció llevarse a cabo entre ellos. Ambos guerreros pertenecían a una larga línea familiar de los mejores combatientes del reino, tenían un rango privilegiado dentro del castillo, ambos estaban a cargo de la protección de la reina. La joven guerrera movió una mano hacia su costado, las damas se movieron despacio hasta formar una fila al costado de ella, momento después el joven hizo lo mismo, en este caso los caballeros fueron los que tomaron su lugar. La reina observó una vez más al rey, veía la malicia en sus ojos, se podía oler el aroma de la ambición y necesidad de poder que emanaba de él. Allatani, poniéndose de pie, agradeció la propuesta y rechazó su petición, a pesar de las razones que exponía el rey, no consiguió convencerla. —Mi reina, debe pensar en su pueblo, deberá darles un gobernante algún día. Volvió a replicar, la reina le aseguró que ese tema ya estaba solucionado y no debía preocuparse. Molesto y humillado el rey se retiró mirando con odio a la corte que formaban filas listos a defender a su reina de ser necesario. —Descansen, es una linda tarde y ustedes lucen muy serios. Sus ojos recorrieron ambas filas de su corte, Allatani, luciendo siempre esplendida regaló una sonrisa a su gente. Su vestido color del olivo se enredaba en sus piernas igual que las olas del mar. Su imagen era imponente, en sus ojos encerraba la fiereza de una guerrera y el amor a su pueblo. Después de un leve gesto con las manos, indicando a súbditos descansar, se retiró del salón. Aquel comentario había relajado bastante a su guardia, que después de reverenciarse como despedida, cada uno tomo su camino fuera del salón del trono. La joven guerrera miró a su fila dispersarse y desaparecer por los pasillos, se acercó en silencio a su compañero que designaba ciertos sectores a su fila. —¿Aún no aprenden sus sectores? Los dos últimos caballeros asintieron y salieron raudos del salón, su mirada entonces se posó en ella. —Si lo saben, pero cada cierto tiempo los hago rotar para que no sean predecibles, así en caso de un ataque pues… tengo el factor sorpresa. Ella escuchaba con atención sus palabras, mantenía sus manos unidas en su espalda, pensar en un ataque solía tensarla mucho, ya alguna vez estuvo en un motín cuando era joven y sabía que en segundos podías perder a toda tu gente. —Es un buen plan, deberé implementarlo en mis filas. —No es necesario, con oponentes tan…bonitas, creo es suficiente distracción para cualquiera. —¿Por eso siempre perdías contra mi equipo en la academia? Su risa fue su única respuesta, ambos solían bromear, se conocían casi desde que nacieron, el espíritu competitivo de ambos solía chocar muchas veces pero hacían un gran equipo. —Eikya, deja el pasado en su lugar mejor vayamos a nuestros puestos, quizá un cerdito esté arrancando las flores del jardín Broma tras broma, así afrontaba las cosas, ella en cambio seguía pensativa, desde que había visto llegar al rey, un mal presentimiento se había adueñado de su pecho; aún así, aceptó la propuesta. Salieron del salón recorriendo el gran pasillo, sus altos ventanales dejaban pasar la luz de la tarde tiñendo todo de dorado. —Selwyn no es nada de bromear Atius, ¿no recuerdas lo que nos enseñaron de él en la academia? —Si lo recuerdo, pero también debes recordar que fue el guerrero más admirable que existió, es toda una leyenda. Era imposible ignorar el tono de admiración que había en las palabras del guerrero hacia el Rey. Podría ser algo preocupante, murmuro una pequeña voz dentro de la mente de la joven. Miró a su compañero, lo conocía desde hace mucho y no quería dudar de él. —Toda una leyenda que quiso robar la gema de la reina Agregó mirándolo de reojo. Silencio, ninguno dijo más, no había forma de quitarle esa culpa al rey, así como tampoco se le podía quitar sus grandes hazañas. Eikya posó la mano en su muslo donde sentía su daga pegada a la piel, aquella sensación la tranquilizaba. —Todos tenemos oscuridad en nosotros, que en ocasiones toma el control. Miró a la joven esperando una respuesta, pero ella solo asintió, chasqueo los dedos cerca de su rostro logrando llamar la atención. —Si te escuché, es solo que en muy raros momentos dices cosas tan ciertas que me dejas pensando, es bueno saber que no solo eres un rastreador. Las orejas lobunas se levantaron al instante, detuvo su paso pasando su dedos entre su cabello. —¿Acaso me estas llamando animal o algo por el estilo? Eikya se detuvo unos pasos más adelante que él, giro sobre sus talones con sus labios curveados y negó como una niña inocente. —Claro que no cachorrito, no te enojes te daré una ramita para que juegues. Los ojos de Atius se entrecerraron y sus labios mostraron sus dos colmillos en un grave gruñido, Eikya sin miedo soltó una carcajada y separando un poco sus piernas tomó su posición de ataque. No era la primera vez que ambos tenían un pequeño enfrentamiento, era ya parte de una rutina semanal que parecía unirlos más. Ambos se analizaban buscando un punto para atacar, cada paso y respiración parecía controlada, Eikya estaba lista para dar el primer golpe, hasta que una voz los distrajo. —Dejen ya de hacer eso y muévanse. La voz burlona de una joven de figura felina logró calmarlos, ambos volcaron toda su atención en ella, los ojos azules de la guerrera los miraba como un show de bufones. Luego de unas burlas y una amenaza bien hecha por Eikya, informó el motivo de su interrupción, todos los guardias habían sido llamados a la Academia para el designio de puestos para la noche. Los tres abandonaron el castillo y se reunieron frente a las grandes puertas plateadas de la construcción que era la academia de guerreros, una institución tan antigua como el mismo reino. Sus muros rocosos tapaban al sol sumiendo el jardín frontal en una penumbra azulada. Una gran quimera con cabeza de toro formaba las filas mientras agitaba un pergamino en sus peludas y grandes manos. —¡Silencio! Ya saben, los nombres que mencione, entraran al salón, sacarán sus armas y tomaran su ubicación. Tienen totalmente prohibido abandonar su puesto, salvo que gusten colgar en el acantilado por todo un día. Un gran golpe de patas contra el suelo terroso fue la única respuesta ante sus palabras, el pergamino se desplegó golpeando el suelo con su extremo final. Muchos desviaron la mirada hacia el gran acantilado que yacía bajo el castillo, ahí en sus paredes colgaban solitarios unos grilletes que eran una constante y silenciosa advertencia. Los nombres comenzaron a resonar, uno a uno los llamados fueron entrando al lugar y cogiendo sus armas para correr al instante de regreso al castillo. El sol ya había tocado el horizonte cuando el pergamino se cerró, los demás que no habían sido llamados, tenían la noche para descansar. Eikya se puso de pie al ver salir a la joven que hace un rato había interrumpido la sesión de golpes con Atius, ella cargaba su espada a un costado de su cadera y su escudo en la espalda. —Eleonor, espera – corrió al encuentro de la joven – Te acompaño. La joven esperó a que se uniera a su marcha para continuar. Eleonor y Eikya se conocían desde el primer año de academia, desde el inicio sus personalidades congeniaron y su amistad se reforzó al pasar los años. Eleonor tenía mucho afecto por su amiga, y formar parte de su escuadrón había sido la mejor noticia cuando acabaron su formación como guerreras. Eleonor ya no traía el vestido de dama de la corte, a comparación de Eikya; ahora portaba su uniforme de guerrera, sus pantalones de piel y la armadura metálica que cubría hombros pecho y abdomen, a pesar de su delgada figura gatuna, no parecía incomoda por el peso de su vestimenta. —¿Terminaste de golpear al pobre de Atius? – Bromeó mirando de reojo a su amiga. —No pude, gracias a ti su luna protectora se pudo salvar. —No soy su luna protectora, pero es divertido verlos luchar, a sus padres le agradas. —Si y a su hermana también – Un silencio algo tenso se instauró entre ambas, aquel tema siempre era complicado y se sintió un poco culpable por haber contado aquello a su amiga. No era un tema que la incluyera, era cuestión de Atius y su familia. —Ella… Eleonor no sabía cómo preguntar, moría de ganas por saber más del tema, desde el día que su amiga le confió el secreto, ella había observado más seguido a Atius. —No, ella no entrará a la Academia, dice no es lo suyo, aún su familia no sabe que harán. Hablar de ello para una familia de guerreros era complicado, puesto que se esperaba que los hijos de ellos siguieran con la tradición familiar, era una gran desilusión cuando los hijos se negaban a seguir el camino de sus padres. A pesar de ello, no se los forzaba a seguirla, la reina les había enseñado que la función de cada uno dentro del reino era muy importante. —¿Y sus padres? Es decir, vamos, tienen a Atius y él es pues…grandioso hay que admitirlo. Eikya ocultó su risa, la tarde ya había caído y las estrellas comenzaban a brillar mientras subían la escalinata hacia el castillo. El aroma de las flores del jardín se extendía por los alrededores, bañándolo todo con ayuda del viento. —Su madre está feliz la verdad, siempre presume los diseños de ella, su padre a pesar de no estar muy feliz la apoya, y su hermano…Atius la presume por todos lados. Ambas rieron, el viento despeinaba su cabellera suelta y enredaba su vestido entre sus piernas, había una energía extraña esa tarde, como un mal augurio, una sensación que odiaba sentir en su pecho. Eikya acompañó a su amiga hasta su puesto en la portada oeste, se despidió y siguió su camino hasta el segundo nivel del castillo, donde se encontraban las habitaciones de las damas. Después de que todos se dispersaron, Atius tomó un pequeño desvío antes de ir al castillo. Conforme avanzaba por las calles muchos infantes y algunos ex guerreros retirados lo saludaban, como no conocer al gran Atius, un gran peso familiar iba sobre los hombros del joven guerrero. Pasó por la dulcería de madame Kims, La mejor dulcería del pueblo. Ella había sido parte del pueblo pero se había casado con un guerrero, por ello dejo el pueblo y trasladó su negocio a la ciudad. Al entrar, el aroma de los panes recién horneados y la canela de los dulces, hizo gruñir su estómago. Compró unos bollos de kez, que eran los favoritos de su hermana y su madre, antes de salir del lugar, se acercó al pequeño que lo había mirado desde que ingresó a comprar. —Blake, deja de ver así a los clientes – Resondró su madre mientras guardaba el dinero de una nueva compra, Atius sonrió y se agachó hasta el pequeño. El niño abrió mucho sus ojos de cocodrilo y sus patitas de gacela repiquetearon en el suelo de madera, sujetaba una pequeña espada plateada. —Hola Blake – saludó Atius, el niñito no respondió, solo lo miraba fijamente.- Linda espada, solo que… – tomó el brazo del niño, lo levantó un poco y asintió — Esa es la posición que debe tener. Sonriendo y despidiéndose de la señora con una mano, abandonó el lugar. La vida de un guerrero, agotadora, dura y llena de muerte. Pensó mientras seguía su camino. Ser un guerrero era un gran honor, no muchos lograban entrar a la academia y aún menos lograban terminarla. Dobló en una esquina mirando al final de la calle el gran hogar de los Xentil. La casa era la más grande de la cuadra, había pasado de generación en generación, en sus paredes había toda la historia de un legado familiar. La roca pulida brillaba en dorado bajo el sol de la tarde, limpió sus patas en la entrada antes de abrir la puerta, sabía que si manchaba el piso seguramente sus orejas lo pagarían. El interior lo recibió con la suave tonada de una melodía guerrera que se cantaba en los tiempos de las guerras con los boskairas. Siguió el sonido hasta el salón donde su madre tocaba una flauta de dos cuernos, no quería interrumpirla, le gustaba mirarla. Veía como los músculos de sus brazos se tensaban en cada nota, su cola de zorro barría con pereza el piso, sus orejas de venado inclinadas hacia atrás se ocultaban en su espeso cabello. Se fijó que traía un largo vestido blanquecino que cubría sus piernas de lagarto, ella siempre las había odiado . Pero su padre siempre le había dicho que esas piernas eran de temer, no por su aspecto, sino por la fuerza que tenían. Atius sabía que su padre amaba todo de su madre, le gustaba como se complementaban. En su distracción al escucharla no se percató que su hermana ya lo había reconocido, la joven emocionada salto encima del guerrero quien gruñó por la sorpresa y una nota disonante fue el indicativo de que su madre los miraba. —Glenda, baja de tu hermano. La joven reía despeinando el lacio y oscuro cabello de su hermano, bajó dando saltos con sus largas piernas aleonadas, las plumas de sus brazos se habían erizado al verlo. —Gracias Glend, me encanta oler a pájaro – Dijo con sarcasmo sabiendo que su hermana odiaba eso —No soy un simple pájaro, soy un cuarto águila una muy majestuosa por cierto. Algo ofendida se alejó directo hacia su madre, su pequeño rostro, cuya nariz de venado resaltaba, estaba manchado de pintura. Atius ignoro todo ello y entregó los dulces a las dos mujeres. Inmediatamente vio el cambio en ambas, sus sonrisas se dibujaron y el ceño fruncido desapareció. —Siempre es un placer verte cariño – Dijo su madre dando un mordisco al pequeño panecillo – Estas tan grande y fuerte, se nota que te hacen entrenar mucho ¿Hoy no tienes guardia? Su madre siempre estaba al tanto de todo lo que sucedía en la academia y el castillo. —No, hoy podré descansar, algo me dice que necesitare hacerlo Jaló una silla tallada hasta estar frente a ellas. —¿Por qué dices eso? – Esta vez pregunto su hermana, su madre levanto la mano para callarla y volvió la mirada a su hijo. —Solo es un decir Glen, ya sabes, la vida de un guerrero es agitada, podrían enviarme a un viaje de exploración o algún límite del reino donde se lleve a cabo algún problema – Se encogió de hombros, Atius estaba acostumbrado a ese tipo de cosas, los guerreros hacían mucho más que guardias. Recordaba aún su primera misión siendo solo un principiante, lo habían enviado a las zonas de Magma, donde los pobladores se habían enfrascado en una guerra territorial con los Muchiks. Ahí Atius había recibido su primera cicatriz a manos de una espada al rojo vivo de un Magma. —Hubo una visita importante – Dijo su madre más como una afirmación – Vi que era el rey de Coresis, ese hombre no me agrada para nada. Recordó al instante a Eikya, habían hablado sobre ello en el castillo, obviamente antes que lo llamara mascota. Dejó su mirada vagar hasta la gran pintura donde su padre vestía su uniforme de guerrero. —Si, a nadie en el castillo – Tenía terminante prohibido hablar sobre lo que sucedía en el castillo, su madre supo que no obtendría nada de información así que no dijo más —¿Padre? Creí que estaría aquí. —Salió con unos amigos, supongo está bebiendo, sabes que es tradición con sus ex compañeros Su padre, un hombre de tradiciones, sabía que ahora no solo bebía por tradición con sus amigos, también por la decisión que había tomado su hermana. El adoraba a su hermana y sin importar lo que decidiera él la apoyaría, su madre también lo hacía, en cambio su padre era un caso difícil. La mayor dicha del hombre había sido saber que tendría una hija y que seguramente sería una gran guerrera igual que su primogénito. Atius en cambio, desde el primer momento que había visto a su hermana, supo que sus delicadas manos no estaban hechas para sujetar armas. Eso se confirmó ese año, a sus trece, cuando dijo que no entraría a la Academia, ella prefería diseñar el vestuario de la reina y los guerreros, afirmaba que estos últimos carecían del total sentido de vestir bien. —¿Qué hay de ti Glen? Planes para tus estudios. —La enviaremos a Tormendi, unos conocidos que tengo me enviaron una carta donde dicen que hay un internado que será una gran opción para ella. Miró a su hermana y luego a su madre, seguro se notaba su preocupación, Atius cuidaba siempre de su hermana, estando ella lejos no podría hacer nada. Estuvo a punto de reclamar y oponerse, pero veía el rostro ilusionado de su hermana así que calló todas sus quejas y la felicitó. La tarde fue corta, se despidió de su hermana y su madre antes de volver al castillo. Mientras los últimos rayos del sol abandonaban las paredes del castillo, y las antorchas teñían de dorado la calles; un grupo de sombras se movían por los alrededores ocultas en la oscuridad, sus pasos silenciosos y sus rápidos movimientos los hacían pasar desapercibidos a los guardias. Las criaturas cargaban unas bolsas, de las cuales sacaban semillas que eran enterradas al instante en la tierra que rodeaba al castillo, una vez acabado su trabajo se retiraron sin dejar rastros. Los guardias seguían atentos en su vigilancia, todo parecía en calma, las horas avanzaron y el silenció rodeo a la ciudad. Atius miraba las pinturas en el techo de su habitación cuando escuchó el primer ruido que lo descolocó, se levantó de inmediato y asomo la cabeza por el ventanal que daba al jardín trasero, todo parecía en orden, agudizó su vista intentando ver algo entre las sombras, podría jurar que había oído el choque de armas contra una roca. Pasaron los minutos y el sonido no volvió a repetirse; volvió a su cama para intentar dormir pero un nuevo ruido, este sí más alarmante, lo sacó de la cama. De un momento a otro, la calma que rodeaba al reino fue arrebatada por rugidos furiosos de un grupo de bestias que sobrevolaban el castillo, todos los guardias se pusieron en alerta tomando sus armaduras y espadas para defender la ciudad; desde el castillo se podía ver los grandes barcos que habían llegado al muelle y arrasaban con el pueblo que se fundía en llamas y rayos ambarinos, el pueblo abajo del castillo estaba lleno de guerreros armados y algo adormilados que corrían tomando posiciones defensivas, las tropas enemigas llegaban por el camino abriéndose paso entre gritos y soltando sus bestias furiosas que de un zarpazo desgarraban las armaduras. Eikya corría hacia la habitación de la reina cargando una daga en mano y el resto de sus armas ocultas, la servidumbre del castillo corría despavorida mientras las ventanas volaban en pedazos obligándola a cubrirse, no le importaba si ella se lastimaba ahora su única preocupación era la reina, tal y como su deber mandaba, el miedo que amenazaba con dominarla, luchaba por salir de su pecho. Sudorosa y con la respiración a cuestas, subió los escalones tomando el pasillo que llevaba a la habitación real. Algunas paredes habían caído y los breves rayos de luz que brillaban afuera le permitía ver los charcos de sangre que teñían el piso, el estómago se le encogió ante la imagen, volteo a su espalda temiendo que algo saltara de la oscuridad y la atacara, pero nada pasó. Con la mirada al frente fue hacia la puerta, saltando la sangre y los cuerpos inertes, el repentino sonido de unos pasos a su espalda la hicieron temblar, giro con la daga empuñada directo al pecho de su oponente que se detuvo frente al filo de su arma, los ojos de Atius buscaron los de ella, podían oír sus respiraciones, y ninguno parecía lo suficientemente estable como para hablar, ella bajó el arma y volvieron a avanzar a la puerta. Los goznes habían cedido con las explosiones logrando trabarla, Atius corrió arremetiendo contra la puerta con su hombro, sintió sus huesos vibrar con el choque, una y otra vez, su hombro ya le dolía, Eikya por su lado miraba la puerta buscando un punto débil, detuvo a su compañero antes de un nuevo golpe y lo ubico a un costado donde una fisura casi borrosa cubría una de las alas de la puerta, el peso de Atius junto al impacto, lograron atravesarla. La habitación seguía intacta, las mantas de la cama tiradas por el piso los guiaban hacia el balcón donde la reina mantenía sus manos extendidas al cielo , apretaba con fuerza los dientes mientras intentaba crear un escudo para proteger a la gente, algo parecía bloquearla, su cabeza le golpeteaba por el esfuerzo y la desesperación la desconcentraba. “Funciona…Funciona” repetía como un mantra, la voz la tenía casi quebrada. —Mi reina – Su voz profunda pareció romper un hechizo, los ojos de la reina se enfocaron en ambos guerreros, tenía lagrimas que habían bañado su rostro, un lleve rubor rodeaba sus ojos – Debemos irnos —No, debo protegerlos, ellos cuentan conmigo…Atius, Eikya las tropas necesitan ayuda El tono suplicante y casi infante de la reina los sorprendió, jamás la habían oído de esa manera, temblorosa, con el miedo y los nervios dominándola. —Mi reina, es nuestro deber cuidarla por el bien del reino, si la perdemos el reino entero estará perdido, debe entender — replicó Atius casi de forma imperativa. —Quieren mi gema, protejan mi gema y yo protejo a mi pueblo — La reina estaba dispuesta a quedarse, se llevó las manos a la cabeza donde se lucía su corona con una gran gema central. —Nadie más que usted puede usar la gema - Eikya miraba a la puerta de la habitación atenta a que no les sorprendieran Los ojos rojizos se enfocaron en a guerrera, la reina volvió a posar su mirada en ambos guerreros mientras los gritos a su espalda la torturaban, Atius perdiendo la paciencia de dos zancada se acercó a la reina y sujetándola del brazo la jalo, Eikya a pesar de no considerar eso correcto, lo siguió y tomo el otro brazo de la reina para sacarla y poner en marcha su protocolo de seguridad. Al principio la reina se opuso pero estaba débil y muy dentro de sí sabía que ellos hacían lo correcto, en lugar de dificultarles la tarea, cedió ante sus mandatos, en silencio avanzaba mientras sus manos se movían aun intentando expandir el escudo en su pueblo. Parte de la escalera había sido destruida, la reina cruzó sin problemas los obstáculos dejando ver un poco de su sangre guerrera que había dejado de lado hace ya unos siglos, dejaron atrás las escalinatas para tomar el pasillo a la biblioteca, mas cuerpos de la servidumbre y guerreros heridos, tapizaban los pasillos. La puerta de la biblioteca era inexistente, el sonido de pasos corriendo hacia ellos los obligo a correr, Atius y Eikya comenzaron a tirar todos los libros de sus estantes esperando encontrar el indicado que abriría la ruta de escape real. Cuando iniciaron como protección de la reina les habían indicado que libro mover, pero ahí, en el momento, con los gritos a sus espaldas y los nervios jugando en contra ninguno recordaba la información. La puerta se abrió justo a tiempo, empujaron a la reina dentro pero una flecha impactó en el hombro de Eikya quien prefirió callar su quejido de dolor, la punta había atravesado la cota de malla y la sangre bajaba ya por su cuerpo, pero no se detuvo, las antorchas del estrecho pasillo se encendieron al sentirlos, avanzaban a trompicones retirando con las manos las telarañas que se habían formado en el techo y paredes, un golpe seco se oyó en todo el vacío y pequeño pedazos de roca cayeron sobre sus cabezas junto con polvo. —Intentan tirar abajo la puerta…debemos avanzar. La reina iba al medio de ambos, Atius cuidaba su espalda, el pasillo desembocaba en un salón circular de altas bóvedas, dentro solo había un lago circular un poco grande de aguas turquesas que brillaban tranquilo, los golpes se oían en el pasillo pero no perturbaba la calma del agua, el sonido de rocas cayendo hechas añicos les indico que ya el enemigo estaba en el pasillo. —Hora de entrar… cuidaremos del pueblo, siempre fieles a la diosa reina protegiendo con la magia de las tres lunas guerreras Ambos repitieron al unísono el juramento que todo guerrero hacia al final de sus estudios, los pasos se acercaban gruñendo y gritando. La reina miró a los dos y tomó su corona donde su gema resplandecía, ambos gurreros avanzaron para ayudarla a entrar al agua, ella aprovechando su cercanía giró y clavó sus garras en el pecho de ambos, vio al enemigo aparecer en el fondo del pasillo encabezados por el rey Selwyn, la reina arrancó las gemas de sus guerreros, quienes cayeron de rodillas ante ella, besó su propia gema y la dejó caer al agua junto a las otras dos, el grito de ambos guerreros desgarró el alma de su reina, miró la sangre de ambos manchando sus manos recordándose que todo era por el bien de su gente, Selwyn se lanzó hacia ellos, pero la reina empujó el cuerpo de ambos al agua. Lo último que ambos vieron, mientras se hundían en las frías aguas del mellom verdens, fue un rayo ambarino golpeando el cuerpo de la reina y los ojos furiosos de un ambicioso rey.

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