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Amantes prófugos

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Blurb

Antonio Cevallos, es un joven de 24 años, hijo una familia aristócrata de Guayaquil, es un casanova empedernido, ni siquiera las mujeres casadas las deja escapar creándole miles de problemas a sus progenitores, pero todo cambia tras su regreso de Paris después del último escándalo que propicio, conoce Sara Quinde, una muchacha rebelde, independiente que siempre busca ser tratada con igualdad, que busca cambiar la forma de pensar de la época, hija del terrateniente de San Miguel del Morro, aunque los caminos de ellos se cruzan en un momento difícil para ambas familias, ¿Su amor será más fuerte? ¿Podrán superar sus miedos y prejuicios? Descúbrelo conmigo.

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Lío de faldas
Mayo de 1936 Guayaquil, Ecuador Antonio ¿Será que soy el mayor imbécil de la ciudad? Yo no lo creo, porque solo me divierto con las mujeres, ellas son las que me tientan a cometer locuras, como ahora que estoy en la casa del candidato a la gobernación, no había forma de evitar sucumbir a esos labios carnosos, esa figura de diosa, además que me fascina escuchar hablar en francés a Carmen Fonseca, la esposa del cornudo de Luis Méndez, lástima que no pueda quedarme a dormir con ella porque haría maravillas en esta cama, en fin, me toca conformarme con unas horas de su castigo, así en este instante me divierto perdiéndome en cada parte de su cuerpo hasta que soy sacado de mi labor por su voz. –¡Antonio! ¡Detente!, Escuché una voz, lo más seguro es que haya llegado Luis, debes marcharte ahora mismo– me pide nerviosa mientras se separa un poco de mí. –¡Carmen! No escuche nada, relájate y disfrutemos el momento, además mi padre me aseguró que el idiota de tu marido estaría en Quito por una semana con la gente del gobierno, sigamos– le repito besando su cuello. –¡De nuevo escuché voces! Es la voz de Luis, debes marcharte ahora, agarra tu ropa y sal por la ventana, ¡Muévete Antonio! –me repite desesperada desenredándose de mí. –¡Carmen! ¿Quieras que salga por la ventana? ¡Estás loca! Prefiero recibir un par de golpes de tu marido, no le tengo miedo a ese idiota– le afirmo sentándome en el borde de la cama estando desnudo. –¡Antonio vete! Porque Luis no se conformará con un par de golpes para limpiar su honor, te meterá una bala en las sienes, y sería una desgracia para todas las mujeres de la ciudad quedarnos sin ti– me asegura. –Carmen me convenciste, pero me tendrás que compensar cuando el cornudo de tu esposo se largue de la ciudad, tienes una deuda conmigo, solo espero no romperme una pierna al huir, recuerda que estamos en el segundo piso– le explico caminando a la ventana envuelto en una sábana. –Baja por la enredadera, ¡Rápido! Antes que entre por esa puerta Luis. –Déjame vestirme porque no puedo salir desnudo por la calle, me pueden arrestar, además que sería una vergüenza para mi familia– le explico poniéndome como puedo la ropa. –¡Carmen! ¡Reinita! ¡Llegó tu príncipe! –escucho los gritos del cornudo. –¡¿Príncipe?! Más bien es un sapo, un ogro, el idiota de tu marido, ni siquiera entiendo porque estás con ese viejo, ¿Qué le viste? –repito burlándome. –¡Antonio! No quiero tener problemas con Luis, ¡Vete de una vez…! –¡Ya va!, ¡Ya va!, Tú no eres la que tiene que huir peor que ladrón, bueno espero no matarme en el intento. Respiro tomando valor mientras cruzo mi pierna por la ventana no sin antes darle un último beso a mi doncella, así bajo con cautela la enredadera esperando que soporte mi peso, hasta que vuelvo a escuchar los gritos del cavernícola del marido, ¿Dónde tienes escondido a tu amante? ¡Lo voy a matar! Tan solo me apresuro escapando cuando me falta dar un pequeño salto para llegar al piso, miro dos veces hasta que me ánimo, aunque piso mal, lastimándome el pie. ¡Diablos! Esto obtengo por andar de donjuán, ¿Quién me manda a involucrarme con una mujer casada? Tendré que poner reglas para no volver a pasar por una situación como está, además se suponía que debería estar en la casa a esta hora, solo espero que Leonor haya hecho lo que prometió sino mis padres me matarán me repite mi interior. Un rato después Tras caminar unos minutos por la calle nueve de octubre estoy parado en la entrada principal de mi casa dudando si ingresar hasta que tomo valor, sabiendo que escucharé un sermón de mi padre, giro la perilla escuchando unas voces de fondo, hasta que abro la puerta viendo a todos los lados del jardín para colarme a la escalera, pero cuando estoy a unos metros escucho la voz de mi madre que me detiene. –¡Antukito! ¿Dónde estabas metido? Tu padre está furioso– tan solo suelto los hombros mientras pienso que voy a matar a mi hermana por no cubrirme las espaldas. –¡Hola mamá! Estaba en la iglesia, ayudando al padre Alfonso, disculpa por llegar tarde, pero perdí la noción del tiempo– le miento. –¡Antonio Cevallos! Soy tu madre y no puedes engañarme, espero que está vez no te hayas enredado con alguna mujer casada, porque tu padre te advirtió, otra más y te regresas a Paris– me reprende molesta. –¡Madre! Te juro que estaba en la iglesia, incluso me lastimé la pierna ayudando a pintar la sacristía, incluso daté cuenta como me cuesta caminar. –¡Mira hijo!, Ese cuento se lo dirás a alguien que no te conoce, espero que no hayas hecho una de las tuyas, porque la carrera política de tu padre pende de un hilo, recuerda que está disputando la gobernación de la ciudad con Luis Méndez. –¡Madre! Yo no sé porque crees todas las habladurías de las viejas chismosas de la ciudad, yo soy un hombre correcto, jamás me involucraría con una mujer casada– le soy cínico haciéndome el santo. –¡Victoria! ¡Victoria! Aquí estás y parece que llegó nuestro querido hijo– repite mi papá mirándome molesto. –¡Hola padre! Lamento haber llegado tarde al almuerzo, pero dame dos minutos para cambiarme de ropa y los acompaño. –Antonio ve a cambiarte de ropa, te espero en la sala, porque tú y yo tenemos una conversación pendiente que no puede esperar más. ¡Maldición! No me gusta para nada la actitud de mi padre, solo pueden ser dos cosas de las que quiere hablar, alguna vieja chismosa le contó sobre mi relación con Carmen Fonseca, o falta que insista en la idea loca de comprometerme, en cualquiera de los dos casos soy hombre muerto. San Miguel del Morro, Guayas Sara A pesar de tan solo tener 18 años de edad, me gusta tener libertad de pensamiento, para mí la vida es más que vivir em este pueblo, no me conformo con rendirme ante las ideas machistas de mi padre, Don Ezequiel Quinde, que cree que como terrateniente debe controlar cada decisión de este lugar, más si quieren ir en contra de sus pensamientos, como yo, que estoy harta de limitarme a ocuparme de la hacienda de mis padres, claro que lo único bueno de ser una Quinde es tener el respeto de todos los habitantes, incluso tengo unas ideas para cambiar San Miguel del Morro. Aunque termino de arreglarme en mi habitación hasta que soy sacada de mi mundo por la voz de mi hermana. –¡Sara! ¿A dónde vas a estas horas? –pregunta con dudas. –¡Dolores! Voy al pueblo, a la oficina de correos, necesito saber si me aceptaron en la universidad de Guayaquil, pero por favor cúbreme las espaldas. –Hermana no entiendo porque tu necedad de estudiar en Guayaquil, además sería un milagro si nuestro padre lo permite, ya que para él las mujeres deben dedicarse a sus maridos, no necesitan instruirse más, basta que hayan terminado la escuela. –¡Dolores! Hablaré con nuestra madre si él insiste en sus negativas, pero yo me voy a Guayaquil con o sin su aprobación, si Ezequiel Quinde quiere perder una hija la perderá, yo no voy a permitir que me gobierne como lo hace con el pueblo. –Suerte con eso Sara, pero yo prefiero seguir en el pueblo, porque aquí sé que terreno piso con los hombres, ninguno se atrevería a jugar conmigo sabiendo que soy una Quinde, en cambio en Guayaquil hay un montón de sinvergüenzas, aunque sé que me dirás que no vas a buscar marido, no está demás repetírtelo, si logras irte del pueblo. –Hermana tú lo has dicho, yo voy a estudiar, además de escaparme de Miguel Mite, no quiero quedarme en el pueblo para terminar siendo su esposa, yo quiero convertirme en profesora, poder ser mucho más que la hija de un terrateniente.

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