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¿Y mi final feliz? Los hilos de nuestro destino

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Cuatro años han pasado desde que Stella y Massimo se convirtieron en padres, llevando una vida de amor junto a sus mellizos Franco y Chiara, todo parecía ir perfecto, pero los finales felices solo ocurren en los cuentos de hadas. La noche del cumpleaños de los mellizos la tragedia los perseguirá, convirtiendo un día feliz en el peor de sus vidas… ¿Conseguirán su final feliz? Acompáñame a averiguarlo.

1ra parte ¿Y mi final feliz?

2da parte ¿Y mi final feliz? Los hilos de nuestro destino.

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Todo iba tan bien
" El hilo que se extiende desde el meñique hasta conectar con ese alguien especial. Los caminos de dos personas destinadas a conocerse y formar un maravilloso vínculo que será irrompible en lo terrenal. Ojalá la vida fuera larga y que el pacto en la tierra se extendiera hasta la eternidad". ^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^^ Las campanas de boda sonaban en medio de una algarabía. Todos nos miraban a Massimo y a mí con unas sonrisas llenas de felicidad. En verdad no puedo describir todo lo que mi pecho quiere expresar, las personas más importantes en mi vida están aquí, acompañándome en este momento tan importante. Llevándome una mano al pecho toqué la medallita que mis padres me obsequiaron cuando era una niña, y en silencio agradecí por todo lo que ellos me enseñaron durante el tiempo que los tuve. Los finales felices, sí existían. Entonces, Massimo y yo nos miramos, sus bellos ojos color cielo brillaban de felicidad; creo que nunca olvidaría ese fascinante color, porque fue lo primero que mi mente guardó en mi corazón. La sonrisa ancha en sus labios varoniles parecían llamarme a gritos para ser besados, y llevado por el impulso, él me tomó de los hombros, pegando su boca a la mía, sin importar cuánto espectador nos veía. … — ¡Gua! ¡Gua! ¡Gua! Como si mi cerebro se activara por sí solo. Abrí un ojo, levantando mi cara de la almohada para asegurarme de que había oído bien, hasta que volví a escucharlos. — ¡Mis bebes! —dije alarmada, saltando de la cama con la sábana enredada a mi cuerpo, para mi mala suerte esto me trajo una caída con un golpe en el brazo—. ¡Ay! —exclamé, frotando la zona lastimada, mientras me ponía de pie para ver a mis hijos. Mas al llegar a la habitación, me llevé la sorpresa de ver que mi querido esposo ya estaba con mis dos tesoros. Él se encontraba cargando a Chiara en su hombro, la menor de nuestros mellizos, con el fin de hacerla dormir, por otro lado, Franco, el mayor solo por unos minutos de diferencia, dormía ya plácidamente en su cuna. No tenía ni la menor idea de cómo lo hacía, pero mi esposo tenía magia en sus brazos para hacer dormir a nuestros retoños. Llevándose un dedo a los labios, me pidió silencio, caminando con Chiara en brazos a la cuna. Era tan delicado a la hora de cargarlos, como si fueran pequeños cristales frágiles. Nuestros mellizos tenían ya dieciséis meses de haber llegado al mundo y yo no podía pedir nada más en esta vida. La vida finalmente me entregó lo que tanto anhelaba desde que era una niña. Una familia. Salí de la habitación de mis hijos, caminando al cuarto de baño con la intención de lavarme la pequeña herida que me hice en el codo al caer estrepitosamente al suelo. Todavía llevaba las mantas envolviendo mi cuerpo, pues debajo no llevaba nada de ropa, y no era porqué me gustara dormir desnuda, al contrario, yo siempre me acostaba con un pijama de camisilla corta sin mangas y un short, pero por alguna razón Antonella me regaló en mi último cumpleaños, un camisón de seda blanco super corto con encajes, que prácticamente era como dormir con un «tapa nada» por lo revelador que era, pero el tema no acababa ahí, ella también se había comprado uno, aunque, en color rojo, diciendo que era una sorpresa para Marco. Y creo que ahí supe que comprar lencería sexy no era lo mío, pues por donde mirara el traje me sonrojaba de pies a cabeza. Por curiosidad me lo había probado ayer en la noche, pésima decisión, pues mientras me contemplaba en el espejo, podía ver como este dejaba al descubierto casi toda mi piel ¿Qué pensaría Massimo si me viera así? Ahora estábamos casados, seguramente lo desaprobaba, sin embargo, cuando estaba por cambiarme, él entró a la habitación ¿Cómo era posible? Ni siquiera había oído el auto estacionarse fuera de nuestra casa. Seguro los nervios hicieron que omitiera cualquier sonido fuera de casa. — Ma-Massimo —susurré, girándome del espejo a él, al mismo tiempo que intentaba cubrir mis atributos con mis manos—. No te oí llegar, lo-lo siento —agregué con la voz temblando. Pero muy contrario a mi expresión, Massimo arqueó una ceja con una sonrisa de lado, sus manos subieron a aflojarse la corbata para después sacarla por encima de su cabeza, y tirarla por algún lugar de la habitación. Yo retrocedí hasta chocar mis glúteos con el tocador, terminando inevitablemente sentada sobre este. Cuando me disponía a ponerme de pie, Massimo apareció tan veloz, tomando mi rostro entre sus manos para besarme con la misma fuerza y pasión que tenía desde que nos casamos, él separó mis muslos, metiéndose al centro para tener mis piernas rodeandole las caderas, una de sus manos bajo de mi mejilla ha frotar mis pecho sobre la tela. — Ma-Massimo… espera… nuestros hijos… —logré decir cuando él abandonó mi boca, para bajar a mi cuello. — ¿Ya están durmiendo? —me preguntó entre besos en mi piel. — Sí, lo están, pero… — Entonces tenemos toda la noche para nosotros. Massimo no me dejó hacer ninguna réplica, de hecho ni siquiera yo podía pensar en otra cosa que no fueran los besos de mi esposo devorando mi cuerpo, estando sentada él se inclinó besando mis pies y tobillos, mientras subía por mis mis muslos internos hasta detenerse en mi centro femenino. Entonces, él se levantó, me sujetó de los hombros para tomar las tiras del camisón y jalarlo de los lados, de modo que terminó roto. Su boca inmediatamente atrapó mis pechos. El deseo en sus ojos azules como el cielo habían estado totalmente oscurecidos, era muy obvio que esa sería una noche muy larga. Y bueno, aquí estaba yo, mirando en el espejo del baño, todas las marcas que mi esposo me dejó en el cuello y clavícula, es más si seguía bajando podía encontrar más, pero decidí primero atender la herida en mi codo. Me lavé y desinfecte la zona, hasta asegurarme de que no haya algún riesgo de infección, y al cabo de dos minutos salí a la habitación, encontrándome con Massimo estirando los brazos detrás de su nuca, yo sonreí, me acerqué con cuidado para sorprenderlo con un abrazo de espaldas. — ¿Desde qué hora estuviste despierto? El pasó sus manos sobre mis brazos, acariciándome con delicadeza, al igual que cuando estábamos en la cama. — No quería despertarte, y menos después de lo ocurrido anoche. Terminaste exhausta, cayendo sobre mi pecho, y te veías tan hermosa, que quise dejarte descansar. La sinceridad en las palabras de Massimo, me llevaron a abrazarlo con mayor ímpetu. Definitivamente amo a este hombre, no me equivoqué al aceptarlo como esposo, los dos éramos almas gemelas unidas por un mismo destino. Recordaba todo lo que pasé desde niña, y en verdad, ya nada de eso podría opacar la maravillosa vida que llevo con mi esposo, era tan feliz que podría volver a casarme con él, estaba segura de que si mi cerebro lo olvidara, mi corazón jamás lo haría. … Los años transcurrieron de manera perfecta, como la pluma que volaba en el viento, transmitiendo paz y tranquilidad, hasta llegar al cumpleaños número cuatro de los mellizos Franco y Chiara. El aroma a flores inundaba la casa de campo, la brisa del viento ingresaba por la ventana de la habitación de los mellizos y el tiempo primaveral era perfecto. — Arriba mis amores —dijo Stella caminando a la cama de Franco, para despertarlo primero, mas una sonrisa se expandió por sus labios. Debía suponerlo, en la casa de la ciudad nunca podían separarse. Los mellizos eran prácticamente inseparables, lo que uno hacía el otro lo sentía, y en esos días de vacaciones habían llenado la casa con todas sus risas. Ella se sentó a un lado, acariciando las mejillas de cada uno, Franco; el mayor de cabellera negra y ojos verdes, muy parecido en carácter a Massimo, y Chiara, su dulce niña de melena castaña y ojos azules como los de su padre. Miró las manitos de ambos, se sujetaban de sus dedos para lograr dormir; esto era algo que hacían desde bebés; lo que despertaba la ternura de los adultos. Dos hermanitos unidos por mucho más que la sangre. — ¿Ya están despiertos, hija? —preguntó una voz femenina desde la puerta, pero al ver la escena maternal que la esposa de su hijo compartía con los pequeños, se llenó de ternura. Se acercó hasta posar una de sus delicadas manos sobre el hombro de Stella—. Son preciosos —comentó en voz baja. — Realmente lo son, señora Bianca. Stella entrecerró los ojos, desapareciendo su sonrisa al tiempo que unas lágrimas rodaban por sus mejillas. — ¿Estás bien hija ? —preguntó la mujer que le hacía compañía, al notar un sollozo de Stella. — Ni siquiera yo sé que me pasa, inevitablemente mi corazón está sintiendo una profunda tristeza, que no logro comprender. — Debe ser la emoción por ver a tus retoños crecer. Tranquila hija, eso es normal. Stella suspiró, liberando el nudo en su garganta. «La brisa fría que entraba por la ventana hizo refrescar su mente», cambiando su expresión a una sonrisa, pero que aún guardaba tensión en su alma. — Massimo te está buscando, descuida yo me encargaré de los pequeños. — Gracias señora Bianca —diciendo esto, se levantó caminando a la salida, deteniéndose solo unos segundos para observar a su mellizos, y luego ir donde su esposo. Mientras caminaba por el largo pasillo, el celular en su bolsillo, la despertó de sus pensamientos, tomó el móvil y contestó. — Buenos días, señora Stella —saludó un hombre desde la otra línea. — Igualmente, dígame, ¿todo está yendo bien en la constructora? — Perfectamente, señora, todo está yendo en completo orden. Más bien, mi llamada era para informarle que ha llegado un mensaje a la oficina del señor Massimo, ¿desea que se lo envíe? —preguntó. — Eh… no creo que sea tan necesario, déjalo en el escritorio de mi marido, supongo que por esta vez puede desatenderse de los asuntos de la empresa. — De acuerdo, señora, como usted diga. El hombre colgó, y solo segundos después unos brazos la rodearon de la cintura, elevándola en círculos. — ¡Oh Massimo! —se sorprendió, pero no pudo evitar las carcajadas—. Me voy a caer, espera. — Eso no pasará, nunca te dejaría ir de mis brazos —respondió con decisión—. Ahora dime ¿Con quién hablabas? —la preguntó dejándola en el piso, pero sin apartar sus manos de la cintura de su esposa. — Era el encargado que dejamos en la constructora, me informó de un mensaje llegado a tu oficina. — Seguro no es nada importante, lo único valioso en este momento es disfrutar de mi familia —afirmó, enterrando la cabeza en el cuello de su mujer. — ¡Ma-Massimo, aquí no! Pero él continuó aspirando el aroma que desprendía su mujer, acariciando en círculos el vientre de Stella. — Sabes… estuve pensando en algo importante. — ¿Ah sí? ¿Y de qué se trata? — Que tal vez… podríamos tener otro bebé—susurró en la oreja de la ojiverde. — ¿O-otro? —cuestionó nerviosa—. Pero los mellizos aún son pequeños. — Stella… —le dio la vuelta con suavidad para tomarle las mejillas con ambas manos—. Amo a nuestros hijos, pero en mi tengo una espina que no me deja en paz, y esa es que… no pude estar contigo durante los primeros meses de tu embarazo —se recriminó así mismo por ese tiempo oscuro—. Esta vez, no deseo perderme ni un solo momento de ti. Ella lo miró con ternura, llevando una de sus manos al pecho de su esposo. — Me hace ilusión la idea de otro bebé. De acuerdo —sonrió—. Tengamos otro, pero… hay que tomarlo con calma, primero vayamos donde un especialista a que nos atienda. Ya sé, podemos decirle a Marco. — ¿Marco? Pero si su especialidad es otra, él no tiene nada que ver aquí —argumentó cruzando los brazos—. Además él está de viaje con tu amiga chillona. — ¡Hey! No es ninguna chillona, se llama Antonella. — Da igual, cada vez que está de visita su voz chillona hace eco en toda la casa. — ¡Qué exagerado! Los niños la adoran. Además… En ese momento, el timbre de la puerta los sorprendió. A Massimo se le escarapelo el cuerpo, como si supiera quien acababa de llegar, su oído casi podía oír esos gritos alborotados de la amiga de su esposa. Stella corrió por el pasillo hasta llegar a la sala y finalmente a la puerta. Un grito al que nunca terminaría de acostumbrarse le dio el aviso de quien acababa de llegar. — Demonios… —susurró por lo bajo, caminando a recibir a las vistas. Antonella y Marco saludaban a Stella, siendo la amiga de ésta la que no dejaba de abrazarla con fuerza. — E-espera Antonella… me falta el aire —dijo Stella sintiendo el dolor en sus costillas. — Ay perdón, me emocione —respondió la mujer de ojos azules, soltando a su amiga —. Te extrañé tanto Stella, deberíamos ir de viaje las dos, la próxima vez. — No creo que eso sea posible. Donde vaya mi mujer, también iré yo. Cuando Antonella vio a Massimo, su expresión cambió a la de una mirada estudiosa. — Se ha portado bien contigo ¿verdad? —quiso saber la ojiazul. — ¡No soy un niño para que digas que me porto bien! —exclamó algo ofendido Massimo. Stella sabía que ambos se llevaban bien, pero cuando se trataba de ella, ambos competían para llamar su atención. Marco sonrió conteniendo una carcajada al ver aquella escena que le causaba gracia. De pronto, unas pequeñas voces salieron corriendo hasta llegar a la sala. — ¡Tía Nella! —gritó Chiara siendo recibida en los brazos de Antonella. — ¡Tío Marco! —chilló Franco. Ambos fueron recibidos con un abrazo. La madre de los pequeños sonrió, al ver la alegría de sus hijos. — Tío Marco, ¿viniste por nuestro cumpleaños? — Sí, tu Mami nos avisó que estarían por aquí un tiempo, así que llegamos a tiempo. —¡Qué alegría! Todos están aquí, la abuela y el abuelo también están aquí, aunque ellos llegaron ayer, y en unas hora llegarán nuestros amigos. — Lo sé, pequeño. — Tía estoy feliz de verte —dijo Chiara quién no era soltada por los brazos de Antonella. — Yo también mi preciosa niña. ¿Verdad que me quieres más a mi que a tu papá? — ¡No! ¡Papi es mi persona favorita! Massimo sonrió con orgullo al oír la respuesta de su hija. Evitando otro enfrentamiento, Stella decidió intervenir. — Eh...mejor vayamos al patio los meseros ya están acomodando los bocaditos y todo lo necesario para la fiesta de hoy. — ¡Siii! —gritaron con emoción los mellizos, bajándose de los brazos de sus tíos, para ir corriendo tomados de la mano al patio. — ¡Con cuidado, podrían lastimarse! —avisó Stella yendo tras sus hijos. — Veo que aún tiene esa costumbre de tomarse de las manos, es muy tierno —comentó Antonella. — Desde que eran bebés, han conservado esa costumbre —agregó Massimo recordando con felicidad. Desde la ventana que daba vista al patio, Stella los llamó haciendo señas con sus manos, mientras sus hijos jugaban dando vuelta alrededor suyo. — Vengan, es por aquí —indicó Massimo, invitando a las dos personas que aunque no lo dijera les tenía confianza. … Cubierto por la oscuridad en la que él mismo se había metido, descansaba sus manos sobre sus piernas inmóviles. La silla de ruedas se había convertido en su única opción a movilizarse durante esos años en la prisión, y así como su vida se hundía, las ganas de vengarse aumentaban. — ¡Costa! ¡Angelo Costa! —lo llamaron—. Tienes vista. El tipo, metió la llave en el cerrojo, abriendo la puerta para que saliera de la celda. — Vamos acércate, que no tengo todo el tiempo del mundo. Entonces el castaño de cabellos rizados levantó el rostro,acercándose a la salida. — Sígueme —dijo el hombre. Angelo afirmó, dirigiéndose en su silla, mientras en su mente se repetía la palabra que durante los últimos cuatro años había resonado en su cabeza. — No hay nada más motivador, que la venganza. Tenía muy claro el deseo de ver sufrir a quienes culpaba de su desgracia. Sin posibilidad a levantarse de ese objeto de ruedas al que lo condenó Massimo, pero sobre todo el rechazo de la mujer que debía ser solo de él y de nadie más. Ahora su sangre quemaba como las mismas brasas del infierno, ensombreciendo el rostro que una vez sonreía para ella. «¿Cómo se atrevía a vivir un cuento de hadas? Cuando yo tenía que ver mi vida pasar muy lentamente en esta jaula oscura. Pero nada era eterno, y muy pronto lo sabrás, querida mía». Llegado a la sala de visitas, esperó a que la reja fuera abierta y ver a la única mujer que lo había acompañado en esos años. Mostrandose con altivez, entró una mujer regordeta con una ceja arqueada de superioridad. Ella no había cambiado en nada. — Mamá —la saludó. — Hijo mío ¿Cómo has estado? —dijo Lorenza, tomando asiento frente a él. — Pudriendome en vida, pero eso ya no es nada nuevo, lo sabes. — Me duele tanto verte así, sé que algún día saldrás de este horrible lugar. El abogado dice que hay probabilidades de que te reduzcan la pena. — ¡Probabilidades! —se burló—. Lleva poco más de cuatro años con esa estupidez. — Lo sé hijo, lo sé, pero tienes que tener paciencia. Ya verás como tú saldrás triunfando al final. Angelo cambió su mirada a una de interés, apoyando su cabeza sobre sus brazos. — Sobre eso, hiciste el encargo. Lorenza sonrió ampliamente con sus mejillas regordetas. — Ya todo está listo, esa estúpida familia no durará mucho tiempo. Pagarán el haberte dejado así. En los ojos de Lorenza había un odio tan grande, que solo podía compararse con la inmensidad del océano.

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