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Mina y el Guerrero

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Los sueños pueden ir incluso más allá de lo que se pretende. Es el caso de Mina, el día menos pensado su camino coincide con el del extraño guerrero que no tiene nombre, no podrá evitar seguir sus pasos...

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Capítulo I / Mina
En las verdes planicies de un valle, en una de las zonas de paso de muchos viajeros, había un pueblo pequeño conocido por tener la mejor cerveza oscura, la taberna más conocida era la de la media luna. Le decían así porque desde tiempos remotos el lugar solía ser frecuentado por brujas y hechiceras. En la taberna de la media luna desde hacía ya varios años Mina trabajaba. No hacía mucho que había cumplido los diecinueve años, y a diferencia de las chicas de su edad, ella no tenía por ideal enamorarse de un hombre adinerado para casarse y tener una vida cómoda. A ella le hacía ilusión dejar la taberna algún día, y por sí misma explorar el ancho mundo y conocer aquellos lugares que tantas veces escuchó relatar a los viajeros, donde había dragones, dioses, hadas, e increíbles sucesos. Al permanecer ya tantos años sirviendo en una taberna, ya estaba muy acostumbrada a mirar un sinfín de hombres desfilar. Nunca había visto algo diferente en ninguno, todos pasaban a beber algo, conversar o comer. Cada uno de los muchos que llegaban a la taberna tenía también el mismo ideal: vivir para poder tener todas las mujeres posibles. No importaba si estaban enamorados, comprometidos o si tenían o no dinero, el fin era el mismo, conocer e involucrarse con muchas damas. También había conocido a muchos guerreros, de diferentes tribus y lugares. Y aunque todos hablaban de honor a la hora de ser hombres, no había diferencia, todos deseaban lo mismo de cualquier mujer. Para Mina, los hombres le parecían casi iguales, quizá diferían unos con otros en sus puntos de vista y carácter, pero con la misma manera de entender y ver la vida.  Por lo mismo, no le hacía ninguna gracia pensar en casarse y tener familia con alguno.  Para la vida de una jovencita que no tenía nada más para sí el cariño de una anciana significaba todo y cualquier esfuerzo. Melina la había rescatado de morir cuando tenía apenas diez años. Mina conscientemente decidió dejar atrás su pasado, por lo que el paso del tiempo hizo su efecto. Nunca volvió a recordar si había tenido padre o madre, ni hermanos. De vez en cuando en la oscuridad de sus pesadillas recordaba un suceso. Un barco inmenso de carga y un naufragio que jamás pudo comprender ni quiso nunca hallar detalles. Pese a sus esfuerzos para ganarse honradamente un pequeño salario, Mina no podía evitar mostrarse enfadada por los cambios que el dueño de la taberna había implementado. Hacía tres años que la verdadera dueña había muerto, por lo que su marido; Don Jeremías, había quedado cargo desde entonces. Jeremías no tenía de su parte un buen porte menos buenos modales o un carácter agradable. Su genio y figura era todo aquello que no se espera encontrar en un solo hombre. Sus derroches cada vez se volvían más absurdos. Unos meses atrás había contratado los servicios de otra clase de mujeres para atender a los viajeros. Lo cual no concordaba con lo que Mina solía hacer para ganar unas cuentas monedas todos los días. Mina evidentemente pensaba que no tendría otra alternativa más que marcharse para buscar otra manera de ganarse la vida, una que no fuera atendiendo un hospedaje o una taberna. Los cambios habían atraído a toda clase de hombres, incluso más peligrosos que los usuales viajeros o peregrinos, por lo que algunas veces, uno que otro ya pasado de tragos intentaba pasarse de lo debido, pero Mina solía ser valiente y no permitía nada más; aunque eso le costará descuentos de su sueldo, porque al defenderse les quebraba en la cabeza tarros, vasijas o platos. Como de costumbre en un día de trabajo, Mina limpiaba con esmero una de las mesas. Uno pasado de tragos había devuelto todo lo que había bebido. Aunque aquello se veía realmente nauseabundo, no tenía opción. Al menos limpiando ganaba algo para comer de manera íntegra y así ayudar a la anciana que tanto quería. La llamaba abuela, aunque no fuera así.  Estaba por terminar sin ponerle atención a nada más que limpiar, pero notó por el rabillo del ojo una figura acercarse a ella. Alzó la mirada sin ánimo y vio aproximarse a un tipo alto, tenía un traje oscuro que nunca antes había visto en ningún otro viajero. Los rasgos de su rostro eran suaves y orientales, con el cabello largo y n***o como la noche con una mirada profunda y gentil. Mina siguió escurriendo el trapo en el cubo de madera, mientras el tipo tomó asiento frente a ella. Le sorprendió darse cuenta que pacientemente la esperó hasta que ella terminó completamente de limpiar el trapo.  Aún pensativa al mirar al frente, se encontró de nuevo con sus ojos, era un tipo con una mirada serena y amable, aunque con una severidad oculta en su trasfondo. Por primera vez en su vida podía apuntar como atractivo a un hombre. Se reprendió en sus propias cavilaciones, después de todo no se puede decir que una persona es buena o mala según su apariencia.  ― ¿Qué le sirvo? ―Preguntó seriamente Mina sin quitarle la vista de encima.  Él la vio fijamente un momento. Antes de que él pudiera pedirle lo que quería, se armó una pelea; la segunda en el día. Solían reñir por la misma mujer de compañía. Mina trató de no ponerle atención a lo que pasaba, se fijó en el hombre que también se había entretenido con los golpes y el escándalo al fondo.   ―Cerveza ¿Tienen? ―Su voz resonó grave y cortés. Mina asintió con la cabeza sin parpadear. Se dio la vuelta y fue hasta la parte donde estaban los barriles, sacó un poco, lo sirvió y cuando iba hacia donde él para entregárselo, uno de otros hombres que bebían se puso de pie interrumpiéndole el paso. Mina trató de ignorarlo y seguir, pero el hombre la sujetó de la cintura asiendo de ella con fuerza. Mina agarró el recipiente donde llevaba la cerveza y se lo lanzó a la cara con verdadero arrojo e ímpetu.  De pronto, sonaron estrepitosamente carcajadas, el lugar tenía mucha gente. Mina alzó la vista hacia el frente y observó al tipo que le había pedido la cerveza, él reía complacido ante su actitud; a ella le pareció que esa sonrisa no se parecía a ninguna otra que hubiera visto. Sin embargo, el hombre con la cara empapada de cerveza hizo de nuevo por sujetarla. Mina se lo impidió de la mejor forma que pudo, forcejeando contra él. Pero de pronto el hombre recibió un empellón, fue tal modo que la soltó irremediablemente.  ―No entendiste. No quiere.  Ya bastante pasado de tragos el tipo no pudo más que mirar de mala gana a Mina, de quien cuyos gestos aseveraban enfado. Jeremías se plantó ante los tres, fulminando a Mina con la mirada completamente iracundo. ― ¡Esa cerveza se descontará de tu sueldo, niña! ¡Cuántas veces te he dicho que no hagas eso! Mina inclinó la mirada irritada. ―No se preocupe, tenga. No tiene nada que descontarle.  Mina absorta, alzó la mirada ante la amabilidad y bondad de aquel viajero. Entregó varias piezas de oro a Jeremías. Mina jamás había visto tanto oro junto en un solo lado. Abrió los ojos a más no poder sumamente impresionada.  ―Ahora sí, sírvame la cerveza que le pedí. Al amable caballero a grandes pasos regresó a la mesa. Mina seguía estupefacta sin poder mencionar palabra alguna. Simplemente al cabo de un momento obedeció. En instantes fue a la mesa a servirle lo que le había pedido. Dejó el tarro sin dejar de pensar en lo que acababa de ocurrir. No podía comprender la bondad y generosidad de un desconocido. No sabía cómo agradecérselo sin que él lo mal interpretara. ― ¿Es siempre así? ― Preguntó él con voz amable. Mina se volvió a él atónita. ―Me refiero a usted, a su actitud― Agregó con una sonrisa cordial. ―Bueno, sí. La mayoría de veces, no me gusta hablar con extraños. Él la veía fijamente. Mina notó que tenía una mirada muy distinta a todos los hombres que pasaban por aquella taberna, todos la veían con apetencia, otros con desprecio, pero los ojos de aquel hombre eran amables, no notaba en él lo evidente, lo de siempre.  ―Pero de corazón le agradezco mucho lo que hizo…  Hasta ella misma se sorprendió al notar la espontaneidad de sus palabras. Temía que él le pidiera algo a cambio. ―Descuide, no me cobraré de la forma que piensa. Parece una mujer honrada y trabajadora. Pocas veces se puede ver eso en una taberna. Aunque se asombró aún más, no pudo ocultar una sonrisa. Él desvió la mirada tomándose la cerveza de un solo trago. Sacó unas monedas de un bolso que llevaba sujeto a su pecho en una cinta de cuero. ―Gracias. ¿Puedo saber cómo se llama? Hechizada en sus palabras contestó sin pensar: ―Mina. ―Gracias Mina.  Se puso de pie, luego de agradecerle. Se dio la vuelta, pero Mina no fue capaz de verlo marchar sin saber quién era o cómo se llamaba.   ―Hey… Él se dio la vuelta de inmediato. ―Puedo saber… ¿Cuál es su nombre? Él sonrió. ―No tengo nombre. Ella frunció el ceño sin comprender. ―Muchos son los que no tienen nombre, Mina.  Se dio la vuelta mostrando un gesto amable. Caminó a grandes pasos a la entrada. Por primera vez en toda su vida, un hombre le parecía interesante, distinto. En su corazón sabía que debía agradecerle su ayuda. Además, se sintió enteramente atraída a él, tanto que no le importunó considerar la idea de servirle como lo que era, una mujer, si él se lo pedía. Nunca antes ningún hombre le pareció tan atrayente. Se deshizo del mandil, y no le importó quedarse sin empleo, tan sólo se dejó llevar por todo eso que le suscitó al verle, yendo casi como hechizada tras él. Escuchó la voz del dueño de la taberna llamarla, pero ni siquiera se tomó la molestia de volverse para verlo, su deseo, su corazón le gritaba que siguiera al sin nombre.

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