El Conde
El Conde esa noche no quiso cenar.
Tenía motivos suficientes para ello...Hacia mucho tiempo que había trazado el plan para ejecutar la venganza.
Los nervios se estaban apoderando de él y no lo podía permitir. Si cometía un fallo, por pequeño que fuera, lo descubrirían y terminaría encerrado el resto de sus días en prisión...
Miró el cuchillo sobre la mesa, reluciente, afilado.
Le pasó suavemente los dedos y un hilo de sangre comenzó a caer gota a gota sobre la alfombra.
Sintió un escalofrío.
La última vez que lo hizo se prometió que ya no volvería a hacerlo nunca más, pero siempre había una próxima vez.
Incumplía su propia palabra.
Nunca se lo perdonaba.
Y vivía con ese cargo de conciencia día tras día. Era el peor castigo que podía tener.
Se levantó de la silla.
Cogió el cuchillo y lo envolvió en una servilleta.
Le vino a la mente la víctima: la vecina del quinto.
Se puso a temblar.
Abrió la puerta de casa y se dirigió al ascensor.
Presionó el botón del desgastado número cinco.
La puerta se cerró.
Quedó el conde atrapado en un claustrofóbico espacio.
Las manos temblorosas le impedían coger el cuchillo con firmeza.
El ascensor se detuvo.
Había llegado a la quinta planta.
Esperó a que la puerta se abriera.
Cuando se dispuso a salir, se encontró de frente con una pared.
No había ninguna salida, había sido tapiada.
No entendía que estaba sucediendo.
En la pared leyó unas letras escritas a mano:
Has llegado a tu propia tumba
Y un poco más abajo, a la derecha:
La vecina del quinto
Miró el botón.
Seguía iluminado el número cinco.
No se había equivocado.
Debía haber algún error.
Comenzó a presionarlo una y otra vez pero no respondía.
Gritó fuerte.
No obtuvo respuesta.
Miró el móvil y comprobó que no tenía cobertura.
El sudor comenzaba a empaparle la ropa.
Volvió a gritar.
Y tampoco obtuvo respuesta.
Presionó lleno de ira todos los botones del ascensor.
Ninguno respondía.
Cayó al suelo angustiado.
Comenzó a llorar.
No podría soportar más tiempo estar ahí.
El oxigeno empezaba a faltarle.
Se asfixiaba.
Sacó el cuchillo envuelto en la servilleta.
Lo miró.
Y se lo clavó.