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Condenada a tu amor

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Blurb

Acusada de un crimen grave, Alice Ferri, secretaria del primer ministro, es acusada  por el deceso de este, ella asegura ser inocente aunque haya sido encontrada en la escena del crimen, sin embargo su vida dará un giro total, cuando Leonardo Evans, comandante de la policía, le ofrezca la "libertad" a cambio de que ayude en las investigaciones a encontrar al verdadero culpable, sin mayor opción ella acepta, pero ante esa propuesta hay otra condición. ¿Cuál? Con el riesgo de que pueda escapar, deberá vivir con él hasta hallar al responsable, desatando una serie de acontecimientos y una creciente pasión, donde la cama será testigo todo ello.

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¿Quién es ella?
"Cuan oscuro puede verse el cielo en los días de tormenta, al igual que la vida que no siempre será color de rosa, el gris muchas veces lo nublara, pero siempre al final de todo, la luz prevalecerá". >>>>>>>>>>>>>> Estar en el momento y lugar equivocado puede dar un giro total a la vida, a veces el pequeño aleteo de una mariposa, podría desencadenar un desastre, y eso lo comprobarían ellos en carne propia. Corriendo bajo el manto de la noche, con apenas la luna alumbrando su camino en ese oscuro sitio y los charcos salpicando a sus piernas, su cuerpo frío intentaba proteger a la criatura asustada en sus brazos, que no dejaba de llorar por los truenos y la lluvia. Todo lo que le quedaba en la vida era ella. — Papá… —sollozaba la niña de unos cuatro años—. Tengo miedo —confesó levantando sus ojitos café a su progenitor. Aguantando el dolor de la herida en su hombro, levantó la mano para acariciar los cabellos castaños de su hija. Tenía que mantenerse firme, no podía derrumbarse con una niña que cuidar—. Todo estará bien cariño, todo pasará pronto —dijo con la voz ahogada. — ¡Ahí está! ¡DISPARARLE! —se escuchó a una voz bajando de un auto polarizado. Al darse cuenta de ello, el hombre giró a una esquina, encontrando una casa en ruinas, las paredes yacían caídas, solo eran un montón de ladrillos y maderos esparcidos, sin otra alternativa decidió esconderse con su hija ahí. — ¡Maldición! ¡Se escapó! —gritó con furia el sujeto de traje n***o. — El jefe nos hará pedazos cuando lo sepa —admitió su compañero, quien sostenía el arma en manos. Analizando la situación y al verse perdido, el primero decidió hacer algo que sin querer cambiaría la vida de muchas personas para siempre. — ¿Qué estás diciendo? —preguntó sorprendido, mientras guardaba el arma de fuego en su funda. — Es la única salida, sabes que si "él" se entera, estaremos perdidos. Además, aquel tipejo tiene dos balas alojadas en el cuerpo, es seguro que no resistirá y perecerá desangrado. — ¿Pero y su hija? Ella está viva. — No te compliques la vida "animal", solo es una niña, no durará mucho en la calle y completamente huérfana, solo regresemos con el jefe, demos por eliminado al objetivo. — En fin —suspiró—. Supongo que no tenemos otra opción. Ambos dieron marcha atrás, regresando al vehículo. Las llantas rechinaron en su fuga, dejando atrás un desastre entre balas, vidrios rotos y unas huellas de neumáticos; la escena daba a entender lo grave de la situación. Aquel hombre desangrado debió haber cometido el mayor error de su vida para ser perseguido de esa manera tan cruel, con una niña en brazos. Ahora su alma se iba como el "soplo a una vela" tan tenue y fugaz. Acostado bajo unas tablas que lo cubrían de la lluvia, con su pecho y hombro sangrando por las perforaciones de las balas; sentía que estos estaban haciendo estragos con su cuerpo, apenas podía mantenerse en pie, toda su energía había sido utilizada para protegerla, y ya no podía más, veía el final en sus ojos, la muerte iba por él. — ¡Papá! Al tiempo que un rayo caía, logró abrir los ojos, la mirada brillante de su hija le imploraba por resistir, entre "gotas de lluvia" que brotaban de esos "cristales color café". — ¡Papito! —volvió a llamarlo abrazándose a su brazo—. No quiero que te mueras —suplicó apretando los ojos—. Los malos ya se fueron, vamos a un hospital a que curen tus heridas. — Ah...—exhaló, intentando mostrar una sonrisa a pesar de la desgracia recién ocurrida—. Alice, mi pequeña valiente, no te preocupes por papá, estaré bien. — No te irás como mamá ¿verdad? Dijiste que estarías siempre conmigo. — Y lo estaré —respondió, haciendo un esfuerzo por levantar su otro brazo y acariciar la mejilla de su niña. Ella alzó la cara, encontrándose con un rostro lleno de dolor en el "alma" pero sin dejar de sonreír. — Papá… —susurró. — Ali… ¡Ay! —se quejó apretando los labios. — ¡Papito! —gritó asustada, tocando la cara de su progenitor—. Tu mejilla… está quemando. Sin darle importancia a eso, él sujetó la mano de su hija. — Escúchame, debes irte… no es seguro permanecer aquí. Sé que me entiendes pequeña. — ¡No! No me iré sin ti papá. Abrazando al hombre herido, se negó a alejarse, aún con el vestido mojado por la lluvia prefería mantenerse cerca a él. Tenía tanto miedo de que al cerrar los ojos y los abriera, él hubiera desaparecido. — Alice, mi niña —le habló tomando su carita entre sus dedos—. Ve por ayuda, busca a alguien, yo esperaré aquí. — ¿Lo prometes? — Papá siempre te cuidará —respondió pasando un mechón del cabello de ella detrás de su oreja. — Está bien, lo haré. Con todo su gran valor a su corta edad, Alice se despidió momentáneamente de su padre, sin embargo, antes de salir, este la llamó con los ojos llorosos y una amplia sonrisa. — ¿Qué sucede papito? —preguntó. — Acércate solo un segundo. Confundida, obedeció en silencio la orden de su padre, hasta que él, usando toda su fuerza física, logró sentarse, para finalmente, dejar un beso en la frente de su hija. — Eres mi mayor tesoro. — Papá… —murmuró llevando su pequeña manita a la zona. —Ahora ve. — ¡Sí! Corriendo con toda su energía, ella salió a las calles. Buscando con sus ojos, divisó a alguien que pudiera ayudarlos, pero la lluvia lo hacía difícil, y el ruido de los rayos no dejaba de asustarla, sin embargo, cuando pensaba en su padre, sabía que debía ser valiente; esa gran palabra que él utilizaba muy a menudo con ella. Continuando su búsqueda, dio una vuelta a un callejón. — ¡Ayuda! ¡Puede alguien ayudarme! —exclamó, pero era inútil, era como si el lugar fuera un barrio abandonado —. Mi papito necesita ayuda, por favor —volvió a decir sin obtener respuesta. Al cabo de treinta largos minutos, sus zapatos maltratados por los charcos de lluvia ya no daban para más, no solo era el cansancio, también el miedo de que su papá desapareciera. Arrastrando sus pies bajo el único poste de luz, se aferró, llevándose un dedo a su boca. — Ya no sé a dónde ir…—sollozó—. Mami. Llamando a su difunta madre, lloró asustada, sus ojos cafés derramaban gotas sobre un charco bajo sus pies, las cosas que había tenido que enfrentar en tan solo una semana habían sido demasiado para una niña de cuatro años. Pero aún en los momentos más difíciles, podía existir una luz, un ángel que se apiadó de ese cruel destino. Bajando de un taxi, una mujer mayor de sesenta y cinco años había visto a la infante y sin dudarlo bajó con ayuda de su bastón. Entre pasos lentos, la dama de cabello corto y blanco se acercó hasta la criatura. — Niña… ¿Estás bien? Escuchar esa voz, fue como canto de ángeles para sus oídos, levantando su carita, se dio el primer encuentro con esa señora que significaría su salvación. Con la voz atorada en la garganta, tosió hasta arrancar las palabras en su voz. — Mi papá está mal, necesita ayuda, ayúdelo. Sin dudarlo, la dama de buen corazón asintió. El taxista tocó la bocina, dando a entender que ya era hora de irse, pero con un gesto de que esperara y al notar a la infante llorando, él se apiadó y decidió esperar. — Vamos, llévame a tu padre. Afirmando con rapidez, Alice aceptó la mano de la mujer, llevándola al escondite donde su progenitor la debía estar esperándola. Llegaron al lugar mencionado, la anciana tuvo que cubrir su nariz ante el pestilente olor, pero aun así se armó de fuerza para entrar detrás de la niña. — Papá regresé, ella te ayuda… Luego de pasar sobre las tablas y fierros oxidados, logró alcanzarla, encontrándola de espaldas frente a un piso y maderos viejos cubiertos de un "charco rojo". — ¿Papá? —lo llamó mirando de un lado a otro—. Papito, he vuelto. — Creo que él no está, pequeña. — No, me dijo que estaría aquí, quizá se levantó y está en algún lado, ayúdeme a buscarlo, por favor. — Está bien, lo haremos. No quería romper su frágil y pequeño corazón, la niña al parecer solo tenía al padre en su vida, y decirle que este no volvería sería muy doloroso. Pero la verdad no se podía ocultar. De pronto, se detuvo con una expresión de terror—. Se lo llevaron, los malos se lo llevaron. — ¿Cómo? —dijo intentando entender. — Ellos volvieron y se lo llevaron, debo salir y detenerlo. — ¿De qué estás hablando, niña? — Los malos, ellos le hicieron heridas a papá y querían llevárselo. — Dios, ¿estás segura de lo que dices? Porque de ser… ¡Espera! ¡No te vayas! Para cuando se dio cuenta, ella ya había salido corriendo por la puerta, teniendo cuidado de no tropezar con algo, apresuró el paso para llegar donde la infante. — Papá… papito… —decía corriendo, hasta que resbaló y cayó sobre el lodo. — Niña… —se lamentó por su tristeza. — Dijo que no me dejaría, que me protegería… ¡Papá! —chilló con dolor llamándolo al viento, mientras apretaba los ojos. La dama a un lado solo la miró en silencio, estar solo… Ella sí que lo entendía a la perfección—. Estoy sola, no tengo a mamá ni a papá… — Ya no temas pequeña, no estarás sola —estiró su mano a la niña. Mirándola con dudas, suspiró entre lamentos. — ¿Cómo te llamas? — A-Alice —tartamudeo. — Mucho gusto Alice, yo soy Nina —mostró una gran sonrisa para transmitirle tranquilidad—. ¿Te gustaría venir a casa? — No debería ir con extraños… eso decía mamá. — Por lo pronto, te compraré un vestido y zapatos limpios e iremos a la policía para que nos ayude a buscar a tu padre ¿te parece? — ¡De verdad! —la miró con sus ojos café brillantes. — Sí ¿te gustaría? — ¡Sí! —exclamó, poniéndose de pie. — Entonces, vamos… Mirando la mano avejentada de la mujer, Alice estiró lentamente su mano, hasta sentir la calidez y protección de alguien que significaría todo para su vida. ✥✥✥ Terminando de servir una taza de té, para luego colocarla en la charola con los demás alimentos, la joven de veintidós años miró con una sonrisa en los labios la preparación que le había hecho. Llevó el desayuno a su abuela quitándose el mandil de su impecable ropa, subió las escaleras de esa pequeña pero cómoda casa, hasta llegar a la primera puerta del pasillo. — ¿Puedo pasar, abuela? —preguntó, después de tocar con los nudillos, sin embargo, al no obtener respuesta decidió girar la perilla y entrar de todos modos—. ¿Abuela? La encontró dormida tan cómodamente sobre la cama que le pareció cruel tener que despertarla, pero ya estaba con la hora y el señor ministro era muy exigente con la puntualidad, así que sin mayor remedio la movió de los hombros con suavidad. — Abuela… — Mmm qué… Oh, eres tú, mi "corazón". — Abuela —sonrió con calidez—. Te traje el desayuno, también tus pastillas —agregó, sacando el frasco que la mujer mayor odiaba por su horrible sabor. — ¡Ay no! No me pidas que siga con eso, es asqueroso y no me sirve de nada. — No diga eso abuela, esto es muy importante para que esté sana y fuerte. — Ah… —exhaló la mujer de ochenta y tres años—. Cariño, no hace falta que sigamos con eso, tarde o temprano tendrá que pasar. — No abuela, el Doctor ya dijo que con esto usted… — ¡Alice! —levantó la voz, interrumpiendola—. El Alzheimer es degenerativo, y aunque me duela, sé que no hay solución, deberías considerar la recomendación de... — ¿De Emma? ¡No! —negó con firmeza—. Llevarla a un asilo, eso jamás. — Alice, ya soy una carga, ni siquiera puedo caminar, necesito una silla de ruedas para moverme, estoy impidiendo que puedas formar tu propia familia, querida. — Usted es mi familia, es todo lo que quiero. — Cariño, yo también te adoro, pero no compartimos lazos de sangre. — ¿Y qué hay con eso? Usted me crió, se hizo cargo de mi cuando estaba sola en este mundo. Yo sinceramente, no recuerdo nada antes de eso, pero si a mi querida abuela, usted. La mujer que me dio un apellido, educación, casa, comida… mi familia —sollozó, sintiendo las lágrimas rodar por su mejillas—. Por favor, no me pida que la aparte de mi vida. — Alice… —conmovida, abrió los brazos para recibir a su querida nieta. Al igual que como una niña, Alice se cobijó en el pecho de Nina—. Está bien querida mía, no me gusta verte llorar, no volveré a decirlo —comentó acariciando los cabellos de la joven—. Ahora seca esas lágrimas, que el Señor Guido sacará "chispas" si llegas veinte segundo tarde. — Ja, ja, ja —reía a carcajadas acomodándose la blusa en color rosa—. El señor Ministro es un buen hombre. — No niego que sea bueno, pero hay algo que no me agrada, diría que es "demasiado amable"—dijo remarcando lo último. — Es muy misterioso, pero qué político no lo es, además soy su secretaria y nunca he notado nada "tenebroso" en sus reuniones. — Bueno… — Emma vendrá en dos minutos abuela, si necesitas algo… — Se lo pido a ella —completó la frase—. Ya lo sé querida, ve con cuidado. — Iba a decir que podías llamarme, pero supongo que Emma ya conoce todo lo que debe hacer. — Tendré que soportar a esa "bruja" . — Ja, ja, ja, no sea cruel abuela. De pronto, el timbre de la puerta las alertó—. Debe ser ella —intuyó Alice, acercándose a la ventana, observó a la señora que se encargaba del cuidado de Nina, cuando la joven dama debía salir —. Sí, es Emma, bueno Adiós abuela, la veo en la noche. Dejándole un beso en la frente, salió de la habitación rumbo a la puerta para encontrarse con su vecina. Una mujer solterona de cuarenta y cinco años, que tenía como único amigo a un gato llamado "Toph" que no paraba de maullar en la noches, lamentablemente no podía decirle nada, ya que eso significaba problemas es decir, quedarse sin que alguien cuide de su querida abuela. — Buen día, Emma —saludó con su clásica sonrisa. — Bah… hola —entró sin nada de entusiasmo. — Dejé el desayuno de mi abuela en su dormitorio, cuando termine ¿podrías verificar que se tome las pastillas? Ayer las encontré en la basura. — Yo no tengo la culpa de que ella haga eso, no trates de… — No, no, no lo hago, solo te pido que cuides,por favor. — En fin, ya mejor vete que me distraes. — Eh… sí, adiós —levantó su mano, pero ni siquiera la vio. Salió de casa rumbo a su auto, sacó las llaves de su bolso para dirigirse al trabajo; en un abrir y cerrar de ojos, ya estaba en camino. ✥✥✥ Una ducha fría siempre hacía efecto para que los músculos "despertarán" y nadie más que él lo necesitaba, después de semejante desagrado recibido la noche anterior. Leonardo Evans, jefe de la policía. A sus 30 años era un hombre perfecto en cada aspecto físico con sus ojos azul profundo, el cabello oscuro, rostro masculino con poca vellosidad y un cuerpo de ensueño producto de sus largas rutinas de entrenamiento, arrancaban largos suspiros entre las féminas, él era un verdadero "sabroso bocado", pero dentro de tanta "perfección" había un problema, su terrible carácter. Un aspecto que lo llevó al divorcio luego de cuatro meses de matrimonio. Maya su ex esposa, le había sido infiel con el primo de este, huyendo lejos, donde pudieran disfrutar plenamente de su amor. El arduo trabajo le había vuelto alguien difícil de tratar, contando las pocas horas que tenía para su pareja, hizo que descuidara su vida marital. Ahora llevando más un año divorciado, ella estaba por volver a casarse y había tenido el cinismo de ir a invitarlo, la rabia lo cegó, tomando la invitación para romperlo frente a los ojos de Maya, si un día la había amado, ahora solo sentía un profundo desprecio. Quitando su horroroso recuerdo y tras haber bebido su café y una tostada, salió del departamento con dirección al centro de trabajo. Su automóvil n***o, un todo terreno que le servía para dirigirse a cuantos lugares quisiera. Recordaba que lo había comprado por ella, con el sueño de viajar, pero la "maldita" olvidó todas esas promesas al revolcarse con el otro. — ¡Argh! —gruñó al recibir una llamada, colocando el manos libres, contestó—. ¿Qué es lo que quieres Aurelio? — ¡Wow! ¿Tan mal humor desde temprano? Ja, ja, ja, ese es un nuevo récord. — ¿Solo llamaste para eso? Suficiente tengo con aguantarte en el trabajo, como para que estés llamando. — ¡Ey, eso sí me dolió! ¿Así tratas a tu amigo? ¿A tu "hermano" ? — ¿Vas a decir lo que quieres o te cuelgo? — ¡No! ¡No! Está bien, bueno… ya sabes el auto… — Ah… —exhaló, entendiendo el problema—. ¿Aún estás en tu casa? – Sí, pero te juro que esta será la última vez, lo que pasa es que mi cuñado lo llevó al taller y… — Sí, sí, no te he pedido explicaciones, estaré allí en 10 minutos. — Gracias "hermano". Colgó, girando el timón en otra dirección. Aurelio no solo era su compañero en la policía, era quien más lo conocía, veinte años de amistad; tal vez por eso era el único que aguantaba su carácter "ácido", porque en el fondo sabía que no era realmente así. Ya en la tarde, después de haber revisado los nuevos expedientes sobre las investigaciones en un caso de un criminal que no dejaba huellas, se encontraban todos en la cafetería disfrutando de un pequeño descanso para comer. Cuando de pronto, uno de ellos se levantó de la mesa pidiendo que levantarán el volumen de las noticias. — ¿Ahora de qué está hablando? —dijo uno de los uniformados al ver la conferencia que daba el Primer Ministro. — Pues no lo sabremos si no dejas escuchar —comentó el oficial de rubia cabellera y ojos verdes. — Oh no Aurelio, creo que el mal carácter del jefe te está afectando. — No lo invoque que ahorita se aparece y nos da una buena regañada —se burló otro. — Ja, ja, ja —todos los demás se echaron a reír, incluido Aurelio, sin embargo todas esas muecas alegres quedarían congeladas al escuchar esa profunda voz a sus espaldas. — ¡Qué bien! ¡Disfrutando de una reunión social en hora de trabajo! ¡Es una vergüenza! —exclamó con la mirada fría. Las miradas nerviosas no se hicieron esperar, todos le guardan respeto a Leonardo, una sola palabra era suficiente para que todos se pusieran en fila. — Deberían estar en sus puestos, en lugar de estar perdiendo el tiempo. — Có-comandante solo estábamos comiendo, terminamos y regresamos — explicó uno que había levantado su mano. — ¿Así que la comida se come con risas? ¿Qué interesante? Viendo los problemas que se avecinaba, su amigo decidió intervenir, levantándose y acercándose hasta una prudente distancia. — Leonardo ¿no estás siendo muy duro con ellos? — ¿De qué estás hablando? Soy alguien con mucha paciencia, les di 15 minutos para almorzar y ya han pasado 18 ¿y dices que soy "duro"? — Bueno se nos pasó el tiempo entre la comida, las risas y conferencia del Premier— señaló el televisor. — ¿Una conferencia? Según sé, no tenía ninguna hoy. — A nosotros también nos sorprendió ¿verdad muchachos? —preguntó, animando a los demás a contestar. — Sí —dijeron al unísono. — Ven acércate— lo llevó a un asiento rodeando su hombro con un brazo—. yo creo que esto es muy importante, así que vemos un poco. Mirándolo de reojo como si dijera "saca tu brazo o si no lo quieres perder". Aurelio lo retiró. — Tienen cinco minutos —finalizó, dando tiempo a sus hombres a que terminarán el almuerzo. Esperando cerca a la puerta con los brazos cruzados en su pecho, levantó la mirada cuando escuchó entre murmullos: "Mira a esa preciosura" "Sí, que piernas" "Quisiera tenerla al menos unos minutos" ¿Qué tanto podía alterar a sus hombres una simple conferencia? Mirando el televisor, captó el motivo de la distracción. En la pantalla había una mujer, de cabellos castaños sujetado en un moño, ojos café, labios rosas, de piel blanca, cuello delgado y más abajo ¡Oh! Esa blusa rosa tenía dos botones abiertos, mostrando parte del sujetador blanco que llevaba, pero como si no fuera suficiente, la falda que llevaba se había subido unos centímetros en sus muslos, dejando lucir sus perfectas y delicadas piernas. Para cuando reaccionó, se dio con la sorpresa que la boca se le había resecado, sacudiendo sus pensamientos apartó la vista, acercándose a la encargada de la cafetería para pedir un vaso de agua. — Oye, creo que esa es la secretaria más sexy que he visto en mi vida —escuchó comentar a dos hombres en una mesa. — Sí, realmente está "en su punto" lista para ser "probada". — ¿Sabes como se llama? Es la primera vez que la cámara la capta. — Ah, creo haberlo oído, se llama… ¡Ah sí! Alice, Alice Ferri. — Mmm, hasta su nombre suena interesante, Alice… —susurró con voz lujuriosa. Frunciendo el ceño sin saber la razón, Leonardo aclaró la garganta, llamando la atención de los dos tipos que al verlo, pasaron saliva con temor. — Muy bien todos, ya fue suficiente, los quiero de regreso a su puesto —ordenó. Sin quejas ni comentarios, cada uno salió en orden, quedándose él hasta el final para que ninguno faltará, estando ya a punto de salir volvió su mirada a la televisión, observando solo por unos segundos a la mujer que acompañaba al Ministro. ... Pueden seguirme en ** como lucky_escribe, ahí les compartiré próximos adelantos entre otras curiosidades.

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