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La Sirvienta y el Lord

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Blurb

Lilibeth se muda con su pequeña hija a la mansión en la Campiña Nightingale gracias a que su tía le consigue un trabajo como sirvienta. La mansión necesita de personal extra ya que la boda de Lord Nightingale y Lady Sophia de Chesterfield se llevará a cabo en un par de días ¡Y los invitados están próximos a llegar! ¿Qué pasará cuando Lord Nightingale descubra que su amada novia lo engaña con un compañero de la facultad? ¿Qué pasará cuando descubra que su futura familia política solo lo quiere por el dinero y los títulos? ¿Qué pasará con Lilibeth, cuando el despechado aristócrata le ofrezca matrimonio el mismo día de la boda? ¿Ella aceptará? ¿Le ayudará a humillar a Lady Sophia? ¿Podrá adaptarse a su nueva vida como aristócrata?

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Bienvenida a la Mansión
Primera Parte: Capítulo 1  — Y por aquí están las lavanderías, las sábanas se lavan una vez a la semana y debe de tener especial cuidado con ellas — asentí a las palabras de la señora Irene, una mujer de unos setenta años con los lentes de media luna descansando en la punta de su nariz aguileña — Han estado en la familia por siglos y no pretendo que se arruinen mientras yo siga viva ¿Entendiste?  — Totalmente Contesté, apretando la mano de mi pequeña Rose quien clamaba por un descanso, pues habíamos estado caminando por media hora por toda el área de servicio de la mansión dentro de la Campiña Nightingale. Ese día me iba a mudar a ese hermoso lugar de en sueño donde se respiraba aire puro y se comía mantequilla recién hecha. Me iba a mudar a esa lujosa mansión de campo, a la mansión de la Campiña Nightingale.  — Por aquí, te mostraré los productos que usarás para el correcto lavado de las sábanas  — Sí… Pero no iba a mudarme como huésped o señora, sino como una sirvienta. La vida no siempre les sonríe a todos, a algunos nos llueve sobre mojado y yo estaba más que empapada. Tomé a mi hija en brazos y seguí a la señora Irene hacia un armario repleto de productos de limpieza. Pese a todo, debía de admitir que había tenido suerte de encontrar un trabajo que me iba a proveer de comida, un techo sobre mi cabeza, y los domingos libres. Como dice mi tía Joyce: Cosas buenas siempre les suceden a las personas buenas y según ella yo era una persona buena, así que ya era tiempo de que me ocurriera algo bueno.  — Con esto tendrás que lavar las sábanas de seda — siguió indicándome la señora Irene, acomodando sus gafas — Ten especial cuidado con las sábanas que tengan filamentos de oro, todo está inventariado y si falta aunque sea un hilo, me daré cuenta — me dedicó una mirada amenazadora — Cada sábado se hace un inventario de los productos, te recomiendo que lleves un diario de lo que vas usando para que lo añadas a la lista de compras, que no falte ningún producto de limpieza será netamente tu responsabilidad…  — Sí señora  — Bien, vamos a las cocinas, te enseñaré dónde comen los empleados  — Sí señora… Nuevamente la seguí. La mansión era enorme, típica mansión de campo de los millonarios aristócratas, mini palacios donde han vivido generaciones y generaciones de una misma familia. No he conocido a todos los Nightingale, no he tenido el placer y la campiña no suele estar abierta al público pese a que tienen un pequeño museo en la parte delantera de la casa principal, pero sí recuerdo haber visto al viejo Lord Nightingale unas cuantas veces y las pocas veces que lo vi fuera de su propiedad, podía afirmar que era un hombre muy amable, todo el pueblo dice que él era un hombre muy amable. El viejo Lord Nightingale solía venir a la campiña con su familia, una muy linda familia conformada por su esposa, una mujer de rostro ovalado y sonrisa amable, tía Joyce a veces decía que esa mujer nunca cambiaba de peinado ni de perlas, pues siempre usaba el mismo collar de perlas. Y, por último, Luke Nightingale, el actual propietario del título de Lord de su padre y el actual propietario de la Campiña. Recuerdo haber tenido once años cuando dejé de verle, todo el pueblo decía que sus padres lo habían mandado a un internado en Escocia, algo tan típico de aristócratas. Pero eso no impidió que la feliz pareja se mostrara por el pueblo como todos los años en verano, hasta que llegó este último verano. Cada año los Nightingale llegaban al pueblo en la misma fecha, pero este último verano fue diferente, no aparecieron, no había noticias de ellos y los empleados de la mansión se empezaron a preocupar pues ya habían comenzado con los preparativos para recibirlos. Resulta que Lord Nightingale había sufrido un infarto mientras viajaba junto a su esposa, falleciendo de camino al hospital más cercano. La noticia recorrió el pueblo entero como si de un famoso se tratase y bueno, técnicamente lo era, casi todo el pueblo dependía de la producción de la campiña. Y así fue como todos en el pueblo volvimos a ver a Luke Nightingale, yo lo pude ver desde lejos mientras trabajaba de mesera en una cafetería. La incertidumbre que se vivió en esos días fue catastrófica, jamás había visto a tía Joyce tan preocupada, porque se rumoreaba que la campiña iba a ser vendida para construir un centro comercial, lo cual arruinaría por completo la economía del pueblo que estaba acostumbrado a los negocios locales. Por suerte y para la buena estrella de algunos en el pueblo, el joven Lord tomó las riendas de las industrias de su familia, manteniendo abierta la destiladora de whisky y la fábrica de lácteos. Todos aquellos que dependían laboralmente de los Nightingale se salvaron, incluyendo tía Joyce. Eso estuvo bien, pero como dije, no todos son afortunados y algunos tenemos nubes grises sobre las cabezas.  — Los empleados comen por turnos para no tener desatendidos a la familia Nightingale, ni a sus invitados — asentí a las palabras de la señora Irene — Como tú harás la limpieza, comerás en el primer turno, a la misma hora que se sirve la comida a la familia Nightingale y a sus invitados — volví a asentir, acomodando a mi hija en mis brazos — Cuando termines deberás de lavar tu propio plato y regresar a tus labores lo más pronto posible  — Sí señora  — Bien… — la señora Irene me miró de pies a cabeza — En ese caso, señorita Evans — hizo un gesto con sus arrugados labios, una muy extraña sonrisa — Bienvenida a la Campiña Nightingale, en su habitación encontrará su uniforme y de no ser su talla, deberá de comunicármelo lo más pronto posible  — Sí señora…  — En ese caso… — juntó sus manos, enderezándose y alzando un poco la aguileña nariz — Puede retirarse a sus aposentos, su turno comienza mañana de ocho de la mañana a ocho de la noche  — Sí señora Repetí por enésima vez.  — Si me disculpa… me retiro  — Sí señora… La anciana mujer se dio media vuelta y caminó en línea recta por el pasillo de servicio hasta desaparecer. Solté un suspiro; sabía que no podía quejarme, que había sido muy afortunada de conseguir este trabajo con tantos beneficios teniendo en cuenta mi situación y que debía de agradecer el repentino golpe de suerte ¡Pero estábamos hablando de tener que limpiar una enorme mansión en medio de una campiña! Me iba a tomar una semana entera el tenerla limpia ¡Solo éramos tres las sirvientas encargadas de la limpieza y dos de ellas tenían casi la misma edad de la señora Irene! Pero bueno, de nuevo, no podía quejarme. Realmente había sido una bendición el que necesitaran servidumbre extra con tanto apremio y que, de todas las aspirantes, me hayan elegido a mí, aunque esto se lo debo a tía Joyce y a su insistente acoso sobre la señora Irene para que me elija a mí ¡Es que en serio necesitaba el trabajo! Y ningún lugar me quería contratar por culpa de crímenes que yo no cometí, pero como dicen por ahí: Justos pagan por pecadores y que tu hermano sea acusado y sentenciado de violación s****l y otros cargos de acoso, no ayuda mucho a la buena fama.  — Lili, mi Cielo… — me giré, tía Joyce usaba un delantal con manchas de salsa y una redecilla en el cabello — Oh… mi pequeña Rosebud — tomó a mi hija en brazos, ella sonrió al instante — ¿Qué tal te fue con Doña Gruñidos?  — Bien… supongo… — me encogí de hombros, la verdad es que no sabía qué más decir — Pero bueno… — intenté sonreír — Al menos tengo el trabajo  — Oh… — tía Joyce esbozó un puchero — Ya verás que las cosas van a cambiar, ya sabes lo que siempre digo: Cosas buenas les pasan a las personas buenas y tú eres una persona buena así que…  — Ya es tiempo de que me suceda algo bueno… — asentí con la cabeza — Espero que así sea… — solté un suspiro — Porque en serio he necesitado de un golpe de suerte desde hace mucho…  — Oh… Lili… Tía Joyce extendió su brazo y me intentó dar un abrazo reconfortante.  — Bueno, supongo que iré a mi habitación a desempacar y hacer que Rose duerma un poco… — tomé a mi hija en brazos — Nos vemos más tarde  — Te guardaré unas tartaletas, los patrones no son muy amantes de los postres  — De acuerdo… Sonreí a mi tía, gracias a ella podía tener un techo sobre mi cabeza y ya no tendría que soportar al señor Williams con sus amenazas de desalojo. Caminé por el mismo pasillo por donde la señora Irene había desaparecido, con dirección a los aposentos de la servidumbre. Mañana comenzaría mi nueva vida, una vida como sirvienta en la antigua y maravillosa mansión en la Campiña Nightingale. Me sentía feliz o por lo menos intentaba sentirme de esa forma. Entré en la habitación que me habían designado, no era la gran cosa. Una cama de buen tamaño con gruesas sábanas de cuadros rojos, una cómoda de madera oscura con un espejo encima, el marco tenía flores talladas, amo las flores, y una mesita con un par de sillas. Este iba a ser mi hogar por los próximos años, esperaba que fuesen varios, los suficientes para ahorrar algo de dinero y mudarme a la ciudad para que mi hija tuviera un buen por venir. Dejé a mi pequeña sobre la cama y acaricié su rostro. Mi pequeña, con sus cabellos rojos como los míos, cayendo sobre su rostro y su pecho subiendo y bajando de forma acompasada. Solo esperaba poder resistir lo suficiente, por ella, por ambas. Mis ojos comenzaron a derramar unas cuantas lágrimas. Hacía mucho que la vida no me sonreía y, aunque no era un paraíso ni la lotería, era mejor que nada. Comida, techo y algo de dinero a cambio de limpiar sin descanso, realmente era un sueño para una persona como yo. Cerré mis ojos y esperé a que el sueño me venciera, mañana comenzaría mi primer día como sirvienta en ese magnífico lugar, mañana quizá mi suerte por fin cambiaría. Apagué la alarma tan pronto como comenzó a sonar. El reloj marcaba las seis de la mañana, tía Joyce me había dicho que lo mejor era despertarse lo más pronto posible para poder asearme y desayunar algo contundente antes de comenzar el día. Desperté a Rose, nos metí a ambas en el pequeño baño de la habitación y nos di una ducha con agua caliente, primera vez en muchos años que podía darme una ducha con agua caliente sin previamente haber tenido que hervirla en una olla. Sequé el cuerpo de mi pequeña de dos años y juntas volvimos a la habitación; me preocupaba un poco el tener que dejarla sola mientras limpiaba por todas partes, pero tía Joyce dijo que la podía mantener vigilada en las cocinas, solo esperaba no tener ningún contratiempo porque no podía darme el lujo de quedarme sin trabajo. Amarré mi cabello en una trenza y me coloqué el uniforme. En los últimos meses había bajado demasiado de peso, así que el uniforme me quedaba muy suelto. Solté un suspiro, dándole varias vueltas al lazo del delantal, lo mejor era apresurarme antes de que se hiciera más tarde.  — Vamos mi amor… Dije, tomando a mi bebé en brazos.  — ¿Dónde? Preguntó.  — A comer algo — sonreí, caminando a toda velocidad — Algo rico y con mucha miel  — Rico… Rose sonrió. No tenía ni idea de si íbamos a poder comer algo rico, pero al menos íbamos a tener comida. Sacudí esos pensamientos de mi mente, debía de ser más optimista si quería hacer un buen trabajo, uno nunca sabe cómo el estado de ánimo puede afectar al rendimiento laboral hasta que lo despiden por tercera vez. Saludé a las otras sirvientas mientras caminábamos rápidamente hacia las cocinas, todas me dedicaban una tierna sonrisa, supongo que era la novedad tener a una veinteañera entre sus tropas y más con una bebé en brazos.  — Señoras, comamos rápido Pidió Irene, supervisando cómo las cocineras preparaban a toda velocidad los alimentos.  — Hoy es el día… Dijo una señora de cabellos blancos, sentándose a mi lado, se le veía emocionada.  — Precisamente querida Agatha — la señora Irene se acomodó sus gafas de media luna — Hoy es el día  — ¿Qué día? Me atreví a preguntar a una delgada mujer de rostro arrugado y mirada severa.  — Hoy llega Lord Nightingale con su madre — me informó, untándole jalea a una tostada — Y vendrá con la familia de su prometida  — Lady Sophia de Chesterfield Añadió Agatha.  — Y lo que los señores esperan de nosotras, es que su estadía sea de primera — intervino la señora Irene, pinchando un poco de fruta — Así que ya saben, siempre sonrientes y serviciales — formó una línea con los labios, al parecer esa era su forma de sonreír — En fin, como podrán ver, tenemos al reemplazo de Nancy, ella es Lilibeth Evans, la sobrina de Joyce — todas me saludaron — Ella es Agatha Morris, limpia las habitaciones y pasillos, su esposo se encarga de los establos y su hijo se acaba de graduar de medicina y está en una misión África — asentí con la cabeza, la mujer de cabellos blancos me sonrió — Ella es la señorita Laura Brown, se encarga de limpiar los salones y el comedor  — Y todas las figurillas que hay ahí — añadió la mujer del rostro arrugado con notorio fastidio — Un trabajo muy arduo, mira cómo me han quedado las manos de tanto limpiar a mano cada figurilla  — Ay, no te quejes tanto Laura — bromeó Agatha — Mis hombros crujen cada vez que sacudo esas “Pesadas sábanas con hilos de plata” — todos en la mesa rieron — ¿Me pasas la mermelada, querida?  — Continúo — la señora Irene se aclaró la garganta — Él es Enzo, el jefe de cocina — un robusto hombre con un frondoso bigote alzó su espátula en señal de saludo — Y el de ahí y George, el aprendiz de jardinero — un delgado muchacho de tez morena hizo un gesto con la cabeza — Al resto los irás conociendo de a pocos, cuando tengas tiempo  — Y si te alcanza la vida — agregó Laura — Hay alrededor de mil doscientas personas trabajando en este lugar — soltó una risita — Hay muchos a los que no conozco y trabajo aquí desde hace veinte años  — En fin, señoras, señores, terminemos de comer lo más rápido posible — interrumpió la señora Irene — Debemos de darnos prisa para empezar con buen pie nuestras labores Todos asintieron con la cabeza continuando el desayuno en medio de plática agradable. Al menos las personas con las que iba a trabajar eran agradables, incluso la señorita Laura con su rostro severo. Con algo de suerte no me iban a tener que tocar trabajos tan pesados o desagradables como limpiar baños, puedo soportar que las manos se me deformen de tanto tallar ropa, pero no pienso soportar limpiar lo que salga de los traseros aristócratas de los patrones. El desayuno terminó, Enzo fue muy amable en hacerle unos panqueques en forma de osito a mi hija. Me despedí de tía Joyce, de veras que esperaba que todo fuese a salir bien en ese primer día. Siempre he pensado que las primeras veces son importantes porque pueden determinar el rumbo de los acontecimientos de muchas situaciones. Ya había causado una buena primera impresión a mis compañeros, ahora tenía que causar una buena primera impresión a los patrones y así poder terminar con éxito mi primer día de trabajo en la enorme mansión Nightingale.  — Te encargarás de las habitaciones del ala este — comenzó a indicarme Agatha, saliendo del ascensor de servicio — Todos los lunes se hace el cambio de sábanas  — De acuerdo Asentí con la cabeza, acomodando a mi hija dentro del carrito de ropa sucia.  — Colocas las sábanas sucias en el carrito, tiendes la cama y vas a la siguiente habitación  — De acuerdo  — De faltarte alguna sábana o funda, no te preocupes — me indicó, tocando la puerta de una de las habitaciones — Están en el armario del baño  — De acuerdo  — Y recuerda siempre tocar antes de entrar — asentí con la cabeza — Si no te responden, entras sin ningún problema — asentí con la cabeza — Si te responden, no abras la puerta, te anuncias e indicas que vienes a limpiar la habitación, luego esperas a que te den permiso para entrar  — De acuerdo  — Bien — Agatha sonrió — En ese caso, me iré al ala oeste, cualquier cosa la señora Irene siempre está rondando por la mansión con su agenda y su reloj, no demores mucho en cada habitación  — De acuerdo La mujer de rostro amable me dedicó una última sonrisa y finalmente se fue. Solté un suspiro, sosteniendo con fuerza el carrito donde debía de poner las sábanas sucias y entré en la habitación. Me quedé pasmada pues la habitación era enrome, más que enorme, creo que era del tamaño del departamento en el que solía vivir, es más ¡Esa habitación parecía un departamento! Tenía una pequeña sala con una hermosa alfombra, un pequeño comedor con cuatro sillas. Parecía una de esas habitaciones de hoteles de cinco estrellas, nunca estuve en una, pero podía imaginar que así debían de verse por dentro. Me detuve un par de segundos para seguir apreciando la habitación. Tenía una muy elegante sala con tres sofás y una maravillosa alfombra, una especie de comedor con cuatro sillas y una chimenea. Esto definitivamente reafirmaba mi idea de que algunos nacen con buena estrella y otros hemos nacido para estrellarnos. Caminé hacia la habitación, era casi tan magnífica como el pequeño salón. Era la típica habitación de palacio que se ve en las películas de época. Una enorme cama de dosel, sabanas que se ven muy costosas y suaves, cientos de almohadones y muebles de madera con tallados y ornamentos que de seguro elevaban su precio hasta las nubes, probablemente uno solo de esos muebles podría pagar todo un año de renta del departamento donde solía vivir. Comencé a quitar las sábanas con cuidado, tal y como la señora Irene me había explicado. Es ridículo lo mucho que pesan cada una de esas sábanas, es como si valieran su peso en oro ¡Y ni sé si eso tiene sentido! Debe de ser el oro, se supone que esas sábanas tienen hilos de oro y plata y quien sabe qué más, según la señora Irene cada hilo está inventariado, por lo que sabrían si me llevé, aunque sea una hilacha, quizá una de esas hilachas me serviría para pagarme unas clases de computación o algo que me sirva para la vida… como por ejemplo poder mantener a mi propia hija. Terminé con las sábanas y pasé a la siguiente habitación. Hice todo el procedimiento de tocar la puerta y esperar, luego volví a hacer todo el teatro de tender las camas y aspirar los colchones, ahora podía entender por qué Agatha había dicho que los hombros le dolían, apenas era mi primer día y mis hombros ya rechinaban como bisagras oxidadas. Arreglé otras tres habitaciones, limpié los colchones, quité el polvo de algunos muebles, me tomé fotografías parada al lado de estos y luego pasé a la última del pasillo. Si iba a limpiar habitaciones por quien sabe cuánto tiempo, lo mejor era hacerlo más ameno para mí o no podría resistirlo. Más bien, ahora que sabía que no iba a tener tanta vigilancia como había supuesto, ya estaba pensando en llevar mi teléfono y mis audífonos para oír algo de música mientras limpiaba. No tienen idea lo que la música puede hacer para el alma, más si se está tan jodido.  — Toc-toc… — susurré, tocando la puerta — Bueno, por suerte todas están vacías — abrí la puerta, empujando mi carrito de la limpieza — Así no tendré que lidiar con ningún aristócrata…  — Mami… — Rose alzó los brazos, quería que la sacara del carrito de la ropa sucia — Mami…  — Mi amor… — la tomé en brazo, llenando su bello rostro con besos — Mamá está trabajando, lo lamento…  — No quiero estar ahí… Señaló el carrito.  — Lo sé, mi amor… pero… — miré todo lo que nos rodeaba, no podía darme el lujo de ser despedida si mi hija tomaba algo o rompía algo ¡No podía darme el lujo de tener que pagar alguna de esas figurillas caras! — Está bien… — la deposité en el piso — Pero… — la miré fijamente — Te quedarás ahí sentada — señalé uno de los sofás — Y no te moverás hasta que mamá termine de limpiar ¿De acuerdo?  — Shi… Contestó.  — Bien… — besé su frente — Ya regreso…  — Shi… a-ios Empujé el carrito hacia la enorme cama y comencé a limpiar todo lo más rápido que pude, no quería darle la oportunidad de mi hija de dos años a que me deje sin trabajo o endeudada. Sabía que iba a ser difícil tener que trabajar cuidando a mi hija, pero no iba a ser imposible, así que no podía darme por vencida. Dicen que las cosas suceden por algo y si a mí me había tocado esto, pues tenía que afrontarlo con una sonrisa en el rostro por más duro que fuese, después de todo, yo era una buena persona a la que ya le debía de pasar algo bueno y esperaba que fuese pronto.  — Listo cariño, podemos irnos a las cocinas a que tía Joyce te de una sopa de letras y… ¿Rose? — en ese momento empecé a sentir el verdadero terror — ¿Rose? — miré para todos lados — No me hagas esto bebé — caminé hacia el baño, tampoco estaba ahí — ¡Rose! — grité, saliendo de la habitación — ¡Rose! ¡¿Dónde estás?! ¡Rose! — me llevé las manos a la cabeza — ¡Rose! — bajé las escaleras a la carrera — ¡Rose!  — ¡Mami! Alcé la mirada, mi hija estaba de la mano de un joven de cabellos dorados y ojos caramelo.  — ¡Rose! — corrí hasta ella — ¡Oh! ¡Rose! — me llevé una mano al pecho, con los ojos llenos de lágrimas — Te dije que te quedaras en el sofá… — miré al joven, este seguía sosteniendo a mi hija de la mano — Lo siento… yo… estaba limpiando y…  — Descuide, calme… no ha pasado nada malo  — Sí… yo… — solté un suspiro, abanicándome con una mano — Lo lamento — hice una reverencia — Soy nueva y…  — Descuide… — volvió a decir — Luke… — extendió la mano — Nightingale  — Oh… — recórcholis, era el patrón — Lilibeth… — apreté su mano — Evans…

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