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Debes Olvidarme

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Blurb

Amanda Peña es una joven periodista de 27 años que desea terminar lo antes posible su matrimonio con el heredero de 35 años Rodrigo López Williams. Habían terminado hace un año debido a una infidelidad por parte del acaudalado empresario.

Amanda es una mujer muy segura que sabe lo que quiere. Desde que se separaron había conseguido el trabajo de sus sueños. Ahora que se prepara para hacer realidad sus sueños como periodista y escritora, lo único que quiere es dejar atrás esta historia de amor fallida, que le causó una profunda desilusión. Está segura que puede hacerle frente a lo que sea, aunque su única debilidad sea la atracción que aún siente por su ex marido.

Rodrigo López Williams es un empresario muy capaz y seguro de sí mismo. A diferencia de su padre se caracteriza por ser profundamente carismático y elocuente. Es famoso por ser un sujeto apuesto, pero por encima de todo, encantador. Había logrado la felicidad completa cuando Amanda estuvo a su lado. Siempre supo que era la mujer perfecta para él. Lamentaba profundamente haberla perdido, sobre todo por circunstancia increíbles que escaparon a su control.

Amanda dejó claro a través de su abogado que quería termina la relación de forma pacífica. Aunque tampoco quería nada de él. Solamente la firma del divorcio.

Rodrigo estableció que firmaría los papeles solamente si ella los llevaba hasta la hacienda La Ensoñación, el lugar en dónde habían sido más felices. La única condición que tenía, era hacerla suya una vez más.

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Capítulo 1: La añorada firma del divorcio
El camino estaba bastante anegado, pero confiaba en que llegaría en poco tiempo. No es que no supiera por dónde ir. De hecho, tenía bien claro cómo llegar a la hacienda. Pero es posible que su coche no estuviera en las mejores condiciones para el viaje que estaba realizando. Sus pensamientos estaban divididos. Por un lado se decía, "¡Pero qué ideas tienes, Amanda Peña! ¡Hacer un viaje tan largo después de una lluvia y sin un neumático de repuesto!" Pero por el otro se apoyaba diciéndose: "¡Vale la pena el esfuerzo, Amanda! ¡Ya es hora de terminar con todo esto! ¡Sólo tienes que hacer que firme los papeles y serás libre!". Una cosa que lamentaría era no volver a ver con frecuencia ese hermoso paisaje campestre. Adoraba tantos kilómetros de llanuras verdes, con sus manadas de ganado alternadas con rebaños de ovejas. El campo prácticamente se había convertido en su lugar de escape favorito en el mundo, en dónde podía encontrar la paz. Se conocía, sabía que era fuerte, que seguiría con su vida y que esto sería tan sólo un recuerdo, una experiencia desafortunada que de alguna forma le permitió crecer. Mantenía una velocidad promedio al desplazarse por los caminos de tierra. Realmente no quería forzar el motor de su vehículo. Por suerte pronto vio el cartel que anunciaba que había llegado a su destino. Era grande y se leía claramente: BIENVENIDOS A LA ENSOÑACIÓN. Otra vez sus sentimientos eran conflictivos. La mitad de su corazón se entusiasmó por terminar con este asunto de una vez, pero la mitad restante tenía miedo. ¿Qué haría cuando lo viera? ¿Lo odiaría otra vez o desearía prenderse de sus labios y no dejarlo ir nunca más? Aplacó esta tormenta interna, era buena para tomar el control de sí misma. Tenía buenos recuerdos, pero no dejaría que la desvíen de su objetivo. Dobló hacia la derecha para ingresar en el camino principal y fue entonces cuando el motor de su coche se detuvo. ¡Odiaba tanto cuando sucedía eso! Giró la llave del encendido, y por momentos pareció que volvería a funcionar. Pero... ¡no! Volvió a girarla varias veces para obtener exactamente lo mismo... ¡nada! En ese momento desató su frustración contra el volante golpeándolo varias veces con sus manos, pero finalmente sólo le sirvió para sucumbir apoyando la cabeza en este, lo que activó por momentos la bocina. — ¡Esta bien, está bien!— murmuró para sí misma— ¡A caminar! Faltan sólo...— no lo sabía bien—tal vez diez mil metros— exageraba, era una larga distancia, molesta para desplazarse a pie en el barro, pero no era tanto. Tomó su cartera, y un pequeño maletín con algo vital, que no podía perder por nada del mundo... ¡Los benditos papeles! Sabía que podía pedirle a don Remigio, el capataz que remolcara su coche. Pero ahora tenía que llegar hasta la casa. Abrió la puerta y comprobó lo peor: el terreno estaba muy embarrado. Pudo sentir cómo sus pies se hundían en el lodo, ensuciando profundamente sus zapatos. — ¡Genial!— exclamó. Entonces, cerró la puerta y comenzó su caminata. Trató de ir por las partes de la superficie que estaban un poco más asentadas. Por momentos, pudo continuar con bastante estabilidad. Quiso sacarle lo mejor a la situación y dedicó unos instantes a dirigir su mirada hacia ese hermoso firmamento, para grabarlo en su memoria. Lo malo es que eso distrajo sus pasos y se tropezó de frente, cayendo plenamente en el barro. ¡Qué desastre! Tuvo que quitarse el lodo de los ojos y de la cara, para comprobar que estaba en toda su ropa. ¡Qué día! ¿Acaso estaba condenada a que todo saliera mal? Respiró profundamente y continuó: no tenía otra opción. Por suerte, sintió un retumbar en el suelo. Un caballo, montado por alguien que conocía. — ¿Señora Amanda?— dijo un joven arriero al que le costó reconocerla. Ella levantó la mano derecha en señal de saludo. — Es un gusto verte, Leonel— respondió tratando de sonreír. — Pero, ¿qué le pasó? — ¡Nada grave! Estaba probando hacerme una terapia de barro, cómo en ese spa en Montecarlo en mi luna de miel, pero no estoy segura de que resulte igual, ¿tú qué opinas? El muchacho se rió ante su ocurrencia. Y de inmediato descendió de su corcel. —Mi coche se descompuso en la entrada, ¿me puedes ayudar? — ¡Claro!— repuso siempre solícito— Siga usted en el Manchado, yo me encargo de su vehículo. — ¡Gracias! ¡Eres un amor! Había aprendido a montar en La Ensoñación. Ese era de hecho uno de los mejores recuerdos de su vida. Amaba a los animales, y le gustaba la libertad que sentía al cabalgar. Se aseguró de llevar bien la cartera y el maletín y continuó su viaje. Pronto llegó a la entrada de la construcción más encantadora que alguna vez haya conocido. Era la casa de la hacienda, un edificio enorme y antiguo, de unos cien años. Estaba conservado a la perfección, e incluso algunas partes habían sido modernizadas. Tenía unas veinte habitaciones y el lugar ostentaba los jardines más bonitos y encantadores. Al arribar salió a recibirla don Remigio, el capataz. Era un hombre de campo, maduro, tradicional y sobre todo confiable. — ¡Qué sorpresa, muchacha!—Creí que llegarías mañana— expresó mientas le daba un abrazo. —Eso creí también, pero tengo que irme de viaje y por eso decidí venir lo antes posible. Tuve algunos contratiempos...— —Sí, ya me lo dijo Leonel por el radio— la interrumpió don Remigio— Usted pase, y póngase cómoda que nosotros nos encargamos. — ¡Gracias!— dijo ella ya más tranquila. Cuando el hombre se alejó, Amanda se dirigió a la entrada y no tardó mucho en encontrarse con doña Eulalia, quien era la esposa de don Remigio y el ama de llaves de La Ensoñación. También la abrazó con mucho afecto, como quien recibe a una hija. — ¡Niña! ¡Qué alegría verte! Pero, ¡si pareces un pequeño cerdito con tanto lodo! Ya tengo lista tu habitación para que te bañes y te pongas cómoda. — Lo malo es que no traje ropa porque no planeaba quedarme— —No te preocupes por eso, muchacha. Encontré algunas cosas tuyas que habías dejado en la habitación grande. Seguro que te servirán. Más tarde pasaré para recoger tus prendas sucias. — ¿Rodrigo está aquí? Es que me urge tratar un asunto con él. — Está en la oficina en el pueblo, pero asumo que ya estará por llegar. Otra vez sintió ansiedad al pensar en que se aproximaba el momento de volver a verlo. Había pasado prácticamente un año desde la última vez que lo había visto. Tenía la sensación de que su estómago era una cuerda elástica que tambaleaba cada vez que pensaba en él. Sentía un poco de vergüenza de sentirse así de vulnerable como una adolescente. Sin embargo hizo nuevamente un esfuerzo y se recordó por qué estaba allí. Ya era hora de cerrar un capítulo triste, de un amor que se terminó, que no tenía futuro y que le causó una profunda decepción. Hizo una sonrisa que intentó lucir optimista, pero que en realidad se vio forzada. — ¡Bien, muy bien!— dijo. —La habitación de invitados está lista—agregó doña Eulalia Estaba al tanto de a qué cuarto se refería, conocía la casona a la perfección. Era un dormitorio agradable y cómodo. Sabía que estaría bien. Una vez allí aprovechó para relajarse y tomar fuerzas. Necesitaría entereza para dejar todo ese asunto atrás. Más tarde cuando ya estaba cómoda en una bata, el ama de llaves le llevó un bolso con su ropa. Había cosas básicas que le servirían. Eran prendas de uso diario que no impresionaban pero con las que estaría cómoda. —Gracias, Eulalia. ¡Qué bueno que tenía todo esto aquí! —Sí, lo mismo pensé— después hizo una pausa, y llevó una mano hasta una de sus mejillas. Era un gesto cálido y maternal que hacía con aquellos a los que les tenía mucho cariño. —Te extrañamos aquí, niña. Es una pena que todo haya terminado entre ustedes. Siempre pensé que eras la única que lo salvaría de vivir alocadamente, cambiando esposas continuamente como hace su padre. Amanda le devolvió el gesto presionando levemente la misma mano, en señal de apego. —También los extrañé a todos. Pero las cosas son como son, y hay que seguir adelante. — ¿Estás segura de que no hay nada que puedan hacer? ¡Son jóvenes, pueden reconciliarse! —Se terminó, ya está todo dicho. —Pero, ¡lo has pensado bien! Yo he peleado con mi Remigio millones de veces, pero siempre lo solucionamos. — ¡Estoy muy segura!— repuso ella levantando un poco la voz, algo que la hizo sentir mal en el instante. Respiró profundamente una vez más— Avísame cuando llegue el señor, quisiera terminar este asunto antes de que baje el sol. Las horas comenzaron a pasar en La Ensoñación, como lo hacen siempre. Pero a Amanda le parecían interminables. Quiso distraerse pero no había mucho más que hacer. Era inútil revisar sus r************* para pasar el rato. Como de costumbre en ese lugar no había suficiente señal, no al menos con el servicio que ella tenía. Así que se fue a la sala central en dónde estaba la biblioteca. Allí encontró el diario y se dedicó a leer noticias por un buen rato. El sillón apoltronado en el que estaba la ayudó a relajarse y sin darse cuenta se quedó dormida. Entonces su mente se sumergió en un sueño muy extraño. Caminaba por un sendero de la llanura en el que se desplegaba un maizal enorme y dorado. Era una visión gloriosa en la que se sentía increíblemente feliz y libre. Miraba hacia el cielo que era de un azul profundo e hipnótico, que invitaba a convertirse en pájaro para adueñarse de él. Comenzó a saltar como si tratara de despegar sus pies del piso por siempre. Cuando casi lo había logrado sintió que unas manos la tomaban de la cintura y la mantenían en el suelo. Unos brazos fuertes la abrazaban y algo la inclinaba en el suelo. Entonces sintió caricias, y cosas muy íntimas sobre su cuerpo. No podía ver quien era, pero no le importaba porque no deseaba ir a ningún otro lugar. Se sentía prácticamente real, como si alguien le estuviera haciendo el amor. Todo comenzó a aflojarse en ella y percibió la lógica humedad buscando su camino entre sus piernas. Justo en el momento en que estaba por llegar a la máxima felicidad, despertó sobresaltada y honestamente bastante acalorada. Miró el reloj sobre la chimenea, habían pasado al menos dos horas y en la casa no había más que paz y silencio. Eso quería decir que él aún no había llegado. Conocía el murmullo y el revuelo que causaba su presencia. De pronto algo cambió el ambiente. El sonido de un motor deteniéndose en la entrada y el ladrido de un perro. Escuchó el murmullo de la voz de doña Eulalia durante unos minutos. Después sintió unos pasos firmes que cruzaban la estancia y se dirigían directamente al despacho, tras lo cual se cerraba una puerta. Se asomó al pasillo intrigada, cuando recibió un feroz ataque. Algo saltó de la nada y la tiró al piso, sólo para lamber frenéticamente su cara. No había peligro en realidad, se trataba de Bingo. Era un perro maravilloso de unos intimidantes sesenta kilos, pero que en realidad eran de pura bondad y amor. El ama de llaves notó el caos y corrió a de inmediato a auxiliarla. — ¡Grandísimo tonto, quítate de encima de Amanda! ¡Fuera! ¡Sal de aquí! Pero el perro no respondía bien a los retos. En realidad todo le parecía un juego. Amanda río ante la sorpresa y el recibimiento del que también había sido su perro. —Sí, Bingo, mi bebé, también te extrañé. Tomó un tiempo que el perro se calmara y le permitiera levantarse del piso. Eulalia lo tomo de su collar y se lo llevó hasta la puerta. —Ya, vete a jugar un rato afuera. Después se dirigió a la joven. —Cómo te habrás dado cuenta, ya llegó. Te espera en el despacho. Tras una rápida incursión para ir por el maletín que había dejado en su cuarto, golpeó la puerta del estudio. De inmediato escuchó una voz segura y encantadora, que le decía que podía pasar. Era la de Rodrigo López Williams, heredero, empresario y posiblemente una de las desilusiones más grandes en sus 27 años de vida. Lucía tan apuesto y seductor cómo la última vez que lo había visto. Durante una fracción de segundo observó a ese hombre soñado, que alguna vez había sido suyo. No fue su primer amante, pero sin dudas era uno del que le costaría olvidarse. Tenía treinta y cinco años, medía un metro con ochenta centímetros y poseía una gran complexión atlética. Acostumbraba a ejercitarse diariamente ya fuera en su gimnasio personal o al aire libre. Lucía músculos marcados y tenía un rostro armonioso y muy varonil. Pero si hay algo que podía hacer que las piernas de Amanda se aflojasen eran sus ojos azules, profundos y vivaces. Proyectaban una mirada directa que parecía sondear hasta el fondo de su alma para arrebatarle todos sus secretos. Sonrió de esa forma fascinante, que sólo él tenía. — ¡Amanda, bienvenida!— dijo, tras lo cual se aproximó a ella para besar su mejilla. — ¡Hola!— repuso ella. —Supe de tus infortunios con tu coche, me tomé la libertad de llamar al mecánico para que lo revise. La gente de la hacienda no tuvo suerte en hacerlo arrancar. — ¡Vaya! ¿No funciona?— dijo ella preocupada. —Descuida, encontraremos la solución. —Sí, yo sé que sí. — respondió, para luego seguir con lo que era su prioridad— Pues bien, vamos a lo nuestro. Tal como lo solicitaste a través del abogado, he traído los papeles. Ya tienen mi firma. Sólo falta la tuya— le explicó mientras se los extendía. Rodrigo los tomó y comenzó a recorrer las hojas rápidamente. —Cómo podrás ver todo está cómo lo convenimos a través de los abogados y de mutuo acuerdo. Así que…—hizo una pausa esperando que tomara un bolígrafo y firmara. Pero seguía leyendo— ¿Tienes alguna duda?— preguntó preocupada. —Sí, varias de hecho— repuso él con seriedad— Quisiera asegurarme de que tenemos todo cubierto por aquí. — ¿A qué te refieres?— preguntó Amanda un poco molesta. — ¿Recuerdas que firmaste un contrato prenupcial? —Como si fuera ayer. —En este se establecía que en el caso de divorciarnos tendrías una remuneración generosa en dinero y al menos una propiedad. ¿Estás segura de que quieres renunciar a eso? —Muy segura. — ¿Qué tanto? — ¡En un doscientos por ciento!— exclamó ella y después agregó— Por enésima vez, esto ya se lo dije a tu abogado. ¿Qué parte no has entendido? ¡No quiero nada que sea tuyo!— La voz usualmente tranquila de Amanda ya había ganado algo de tensión. Respiro profundamente y dijo— Espero que no me hayas hecho venir hasta aquí para tratar tonterías. Tengo una vida Rodrigo, ya no estoy a tu disposición. ¿Entiendes? —Perfectamente, Amanda. Pero a pesar de que hemos terminado, quiero que sepas que me preocupo por ti. No quisiera que estés desamparada, puedo ayudarte. —Te lo agradezco, pero no lo necesito. Estoy bien. Tengo el empleo de mis sueños y poseo el apartamento que heredé de mi madre. Puedo cuidar perfectamente de mí. — ¡Bien! ¿Puedo saber cuál es ese empleo? —Soy la nueva redactora de policiales en el diario El Informante. Ya tengo una posición sólida y prometedora para mi carrera como periodista. Rodrigo hizo una pausa pensativo. El Informante era el periódico que competía contra El Ejemplar, que formaba parte de los negocios que poseía su familia y eso era algo de lo que Amanda estaba al tanto. — ¡Felicitaciones! Espero que la competencia te esté pagando bien. Ella sabía cuándo decía algo con sarcasmo por lo que le respondió con mucha seguridad. — ¡Gracias! Sí, así es. Tengo una excelente remuneración y estoy orgullosa de lo que he logrado hasta ahora. —Al menos deberías aceptar el dinero. Bien podrías comprarte un coche nuevo, ¿hasta qué punto piensas que se puede reparar esa carcacha en la que vas de un lado a otro? —Haré todo lo que pueda, dentro de mis posibilidades. Así lo hacemos las personas comunes que vivimos de nuestros ingresos mensuales. —Aún no puedo creer que me odies tanto como para no aceptar nada de mí. Creí que querías divorciarte en buenos términos. Eso era cierto. Los padres de Amanda se habían separado cuando era niña. Y si bien con el tiempo reconoció que fue necesario, porque tenían una pésima relación, siempre odió que no pudieran congeniar ni un poco. Peleaban miserablemente cada vez que tenían que verse por asuntos relacionados con ella. Por eso se juró que de pasar por algo similar lo haría pacíficamente y sin resentimientos. —No te odio Rodrigo. Sólo me has desilusionado y lo que alguna vez tuvimos ya se terminó. Puedo valerme por mí misma. Es así de simple. Si pensabas que iba a interponer una demanda como las muñecas de adorno de tu padre, significa que nunca me has conocido bien. Rodrigo hizo otra pausa de esas que hacía cuando quería calcular cuidadosamente lo que iba a decir. Si tenía una virtud es que podía ser muy persuasivo cuando se lo proponía. —A una parte de mí le cuesta creer que seas capaz de dejarlo todo atrás, como si lo que vivimos no hubiese significado nada. — ¿Me estás diciendo que yo no luché para salvar lo nuestro?— le preguntó sorprendida— ¡Viajé al otro lado del mundo para buscarte! Y cuando te encontré estabas en brazos de otra mujer. Si hay alguien que desechó toda nuestra historia ese fuiste tú. —Te dije que eso no fue importante, que te amaba. Que tenías que esperar a que pudiera explicártelo. — ¿Te das cuenta de lo que me dices? Te vas con otra, pero eso no significó nada. ¡Eres increíble!— al decir esto Amanda recordó cómo se sentía en esos momentos en que lo odiaba. —Si me hubieses dado la oportunidad, sabrías exactamente lo que pasó. Yo no te engañé, pero estaban sucediendo cosas de las que no podía hablar. — ¿Dices que tienes una explicación? ¡Excelente! Te escucho. Dime Rodrigo, ¿por qué estabas esa noche abrazado y a los besos con una jovencita rubia y despampanante? ¿Acaso le estabas haciendo respiración boca a boca? ¿O te tropezaste y caíste sobre sus labios? Una parte de él quería contarle todo. Pero la otra dudó, es que no sabía por dónde comenzar. Necesitaba que escuchara y ahora no lo estaba haciendo. Ella entendió su silencio como una completa falta de fundamentos. En cualquier circunstancia siendo un sujeto carismático y elocuente habría encontrado un argumento a su favor. Pero ahora no tenía nada que decir, lo que significaba que era culpable. —Ahórrate tu discurso, querido. No insultes mi inteligencia tratando de justificar lo inexplicable —dijo ella— Tienes que admitirlo, ¡te aburriste de mí! Eres un niño mimado y caprichoso que adora la novedad y por eso fuiste a buscarla muy lejos de aquí. — ¡Amanda! ¿Cómo puedes pensar eso de mí? —Ya no quiero seguir hablando de esto— repuso ella— Firma el divorcio, por favor. Así todo estará en orden. Podremos vernos alguna vez para almorzar y recordar los buenos tiempos. En ese momento se dio por vencido. Sabía que ya no tenía credibilidad ante sus ojos. Y a pesar de que era un hombre seguro que podría hacer cambiar de opinión al mismo diablo, se dio cuenta de que esta vez no tendría éxito. Era el momento de soltar, para poder encontrar la paz. Así que a pesar de la pena que eso le provocaba, tomó una lapicera y firmó los papeles del divorcio. En contra de todo lo que esperaba Amanda sintió el alivio propio de quitarse una pesada carga del corazón. Desde ahora podía mirarlo de otra forma, como si fuesen buenos amigos. Guardó los documentos en el maletín y tomó su mano derecha con afecto. — ¡Gracias!— Le dijo— Y después le dio un abrazo. Cuando se apartaron el repuso con un poco más de ánimo. —Pensé que al menos tratarías de compartir la custodia de nuestro niño de cuatro patas. Estoy seguro de que te extraña. —Y yo a él— respondió ella— Pero tengo un departamento pequeño y estoy muchas horas fuera de casa. No podría llevármelo, sería cruel. Pertenece aquí, a esta enorme hacienda. Sé que lo cuidarás bien. En ese momento ingresó el capataz que tenía malas noticias para Amanda. Ya había venido el mecánico quien no pudo hacer que el vehículo funcionara. Lo remolcó hasta su taller en el pueblo. Estaría reparado para el día siguiente. — ¡Genial! Ahora, ¿cómo voy a regresar? —Ya es tarde, y el pronóstico del clima indica que viene una tormenta. Incluso si tu coche funcionase bien no te permitiría salir en estas condiciones. Quédate esta noche, mañana por la mañana vamos por tu vehículo y podrás continuar con tus planes. Amanda no tenía nada que argumentar en contra de eso. Lo más lógico era quedarse ahí. Después de todo, lo importante ya estaba hecho. — ¡Claro! ¿Por qué no?

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