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El amante mestizo

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Akira, hijo mestizo de un matrimonio germano-japonés, al conocer a la mujer que sería su hogar, a quien le entregaría su corazón y amaría para siempre, estuvo a punto de vivir una pesadilla cuando se percató que esa maravillosa y única chica llamada Mika era la hija del primer amor de su madre; una relación que causó mucho sufrimiento a quienes estuvieron involucrada en ella. Sin embargo, la atracción que había entre ellos, una que hacía que sus almas quisieran permanecer juntas, hizo que iniciaran una relación a las pocas horas de haberse conocido, debiendo mantenerla oculta de aquellos a quienes amaban, pero sospechaban que no estarían de acuerdo con ella porque lo que estaban manteniendo era un déjà vu de lo que sus padres vivieron y no pudieron conservar.

El amor, al ser puro y verdadero, es algo que no se puede mantener en la oscuridad de lo secreto, por lo que un día serían descubiertos, y sin imaginarlo, él renegaría de esa parte que lo hace japonés y ella despertaría la capacidad que mantenía dormida. ¿Podrá este amor sobrevivir al miedo y prejuicios de sus familias? ¿Bastará con superar el ser descubiertos por quienes sufrieron por amor para que su relación siga en el tiempo? ¿O el destino les tiene preparado alguna sorpresa?

El amante joven, cuarta novela de la serie narrativa “Historias con un amante japonés”, muestra más que una historia de amor al enseñarnos el lado difícil que vive un mestizo que lucha porque reconozcan su identidad cultural en una nación cuya unión nace de la homogeneidad racial, donde los hijos mestizos son considerados extranjeros, aunque las leyes digan lo contrario.

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Prólogo Parte 1
Terminar una relación de diez años no es fácil, pero cuando ambas partes comienzan a sentir amor por alguien más, el decir «hasta aquí no más» no se hace complicado. Tras hablar por última vez con Kenji Sato, quien fuera su pareja por diez años, la Dra. Yuriko Inoue dejó el lujoso dúplex en donde había vivido los últimos tres, desde que regresara de hacer su residencia en la especialidad de Neurocirugía en los Estados Unidos. Bastian Müller -traumatólogo alemán que por el intercambio profesional con la Universidad Tecnológica de Múnich se sumó al grupo de especialistas del Hospital de la Universidad de Tokio donde la médica trabajaba como neurocirujana-, quien era su nuevo amor, la ayudaba con las maletas, ya que en ese preciso instante en que comunicó su decisión de no continuar con esa relación -una que nunca tuvo futuro por haber nacido y crecido a la sombra de la promesa de matrimonio que dos adultos hicieran por sus menores hijos-, se mudaba al apartamento de su nuevo compañero. Y es que Kenji siempre estuvo prohibido para Yuriko. Él nunca pudo ser completamente de ella porque su padre, el poderoso Kiyoshi Sato, lo comprometió en matrimonio con la hija de la Familia Nagata, por lo que la relación que iniciaron siempre tuvo fecha de caducidad: el día de la boda del heredero de Los Sato con la hija de Los Nagata. Y así fue, ya que ver a Kenji ingresar a la gran carpa de estilo arabesco que habían construido es los jardines de la Mansión Sato para la recepción de la boda, tomado de la mano de su ahora esposa, marcó el final de lo que hubo entre la médica y el empresario. Bastian cargó las maletas y las llevó hasta el elevador. Cuando las puertas se cerraron tras pulsar el botón para bajar hacia el estacionamiento del edificio, Yuriko se abrazó al cuerpo de su gigante de buen corazón, como ella llamaba cariñosamente al alemán. La mezcla de sentimientos abrumaba a la médica. Por un lado, estaba feliz porque iniciaba un nuevo capítulo en su vida, uno en el que Bastian era coestrella de la historia de amor que ambos protagonizaban, en la que serían muy felices, pero por otro, se sentía triste porque dejaba atrás a quien fue parte importante de su existencia por diez años, tiempo que no incluía el último vivido, donde ella pasó a ser la amante de un hombre casado cuando Kenji contrajo nupcias por el compromiso que tenía con Natsuki Nagata. Ese detalle, hacía que la tristeza pasara a segundo lugar y la alegría por dejar atrás una relación para nada sana tomara el lugar primordial en su humor. Yuriko era una buena mujer, una profesional dedicada y servicial, una ciudadana modelo y una hija ejemplar, por lo que se merecía un amor verdadero y libre que la pudiera amar sin limitaciones ni condiciones, un amor que fuera solo para ella y que pudiera notar en cada gesto y en el tono de voz de aquel hombre que decía amarla. Todo eso se lo daba Bastian, así que se podía decir que la llegada del alemán a su vida fue justa y oportuna porque ella se había ganado el derecho de ser admirada y mostrada al mundo como la musa compañera de un buen hombre, y porque apareció en su camino en el preciso momento cuando la fantasía del amor juvenil por Kenji empezaba a desvanecerse. Así fue como Yuriko y Bastian empezaron una vida juntos. Ella llegó al apartamento del alemán a fines del mes de julio, a mediados de setiembre se casaron, a finales de octubre se enteraron del embarazo de su primer bebé y a comienzos de diciembre se mudarían, dejando el apartamento de una sola alcoba por una casa de dos pisos más azotea, una vivienda de cuatro alcobas y demás habitaciones requeridas que hicieron su hogar. Ambos vieron a bien vivir en un espacio mucho más amplio, en donde pudieran recibir cómodamente al hijo que era producto del amor que se tenían. El amor que el alemán tenía para entregarle a la japonesa era tanto que se pasó todo el embarazo colmándola de atenciones. Aunque hubo sus inconvenientes por los típicos síntomas que se experimentan al alterarse las hormonas en el cuerpo femenino que lleva un feto en desarrollo, el primer embarazo de Yuriko se podía catalogar de placentero, ya que la médica casi no sufrió de incontrolables arcadas que la hacían abrazar el inodoro por las mañanas, sino más bien se la pasó durmiendo profundamente en donde se pudiera sentar y cerrar los ojos. Los antojos no fueron muchos, pero los que se presentaron estuvieron protagonizados por las ansias de volver a degustar las frutas tropicales que probó mientras vivió en San Francisco por el desarrollo de su residencia en Neurocirugía, por lo que Bastian se la pasaba recorriendo los mercados para encontrar a los importadores de estos productos, a quienes compraba kilos de kilos de delicioso mango, piña, plátano, papaya y maracuyá que la médica se comía ni bien cortaba las frutas, o preparándolas en jugos, postres y hasta helados. Cuando llegó la hora del alumbramiento no se presentaron mayores problemas, y nació un hermoso y enorme niño. La ginecóloga que atendió el parto, así como el pediatra que evaluó al recién nacido y el equipo de enfermeros que los apoyaban no pudieron evitar notar que ese pequeño era digno hijo de Bastian Müller al ser tan grande, ya que pesó casi 5 kg y midió más de 60 cm. El alemán se sentía orgulloso de que su primogénito haya nacido con tales cifras de peso y talla, pero lo que más le inflaba el pecho era que su esposa, una japonesa de apenas 1.68 m –para los japoneses la mujer de esta estatura se considera alta, por los bajos promedios que tiene la población en este aspecto, pero para Bastian, que medía 1.94 m, Yuriko era pequeña- haya podido parir de manera natural a un bebé tan grande. Un par de horas después de que la médica fuera llevada a la habitación donde pasaría la noche en la zona de hospitalización para asegurarse que ella y el bebé estaban completamente bien, la enfermera llevó al pequeño para que los padres lo conocieran. Bastian recibió a su hijo, y no pudo evitar sonreír completamente emocionado al sentir el calor de ese pequeño cuerpo abrazándolo. Caminó perdido entre los gestos que su hijo hacía al reaccionar ante lo que ese nuevo y desconocido espacio le producía, y se dirigió hacia la cama donde esperaba impaciente Yuriko para ver a su bebé. Al colocarlo en los brazos de su amada esposa, esta empezó a soltar lágrimas de alegría al comprobar lo pesado que era el recién nacido, señal de que gozaba de buena salud. Tras liberar uno de sus brazos, la médica apoyó al bebé en su regazo y empezó a abrir la ligera manta con la que lo habían envuelto. Ver sus brazos, manitas, piernas y pequeños pies hizo que la nueva madre agradeciera a lo más sagrado por haber escuchado sus oraciones, unas que ofrecía pidiendo que su hijo se desarrollara bien en su vientre y pudiera nacer sin ninguna anomalía física que dificultara su crecimiento y desenvolvimiento en esta vida. Para Yuriko y Bastian, él era perfecto, pero los demás sí notarían lo que lo hacía diferente. Minutos después llegaron los padres de Yuriko, quienes habían coordinado su viaje a Tokio cuando el alemán les comunicó que había empezado el trabajo de parto, y al estar de vacaciones, los abuelos japoneses del pequeño pudieron tomar el primer vuelo que encontraron para llegar prontamente a conocer a su primer nieto. Yuriko sonreía feliz mientras abrazaba a su hijo cuando sus padres llegaron a la habitación. La alegría de la médica contagió a sus progenitores, quienes de inmediato se acercaron al pequeño para conocerlo. Sus caras fueron marcadas por el desconcierto, pero casi de inmediato cambiaron esa adusta expresión por una de alegría. Tanto la madre como el padre se dieron cuenta del gesto que hicieron los abuelos, y de inmediato preguntaron por este. La pareja recién llegada no sabía cómo decirles lo que causó la reacción que tuvieron, pero al final decidieron ser directos, ya que era lo mejor. - El bebé no tiene ningún problema, quizás hemos exagerado en sorprendernos al verlo, pero era de esperarse por la mezcla de razas –dijo la madre de Yuriko. - Es que nos llamó mucho la atención de que fuera tan diferente al recuerdo que tenemos de ti cuando eras una recién nacida –completó el padre de la médica. - ¿Lo dicen por su color de piel? –preguntó Yuriko con la voz quebrada. El bebé había nacido con un ligero tono bronceado, algo que difería al color de la piel de sus padres. - Y por el de su cabello y la forma de sus ojos –completó la madre de la médica con un notorio gesto de pena. - En mi familia no hay mezcla con otras sangres que no sean europeas –mencionó Bastian mientras comparaba el color de la piel de su mano con la de la pequeña extremidad de su hijo al acariciarla. - Mi abuelo materno era de la zona de Hokkaido, y en él prevalecía la sangre jomon, los primeros pobladores de j***n. Recuerdo que la piel de mi abuelo era un poco más oscura, no solo porque el sol la hubiera quemado más al ser un pescador, sino porque de por sí había heredado esa característica genética de esa e***a. Creo que nuestro hermoso bebé ha heredado ese detalle de mi familia –decía la abuela mientras acariciaba la frente del bebé que dormía sobre el pecho de su madre tras haberse alimentado hasta saciarse. - Bueno, si es así, ahí tenemos la explicación de su color de piel, ligeramente bronceado. El resto viene de mi herencia genética –dijo Bastian queriendo poner fin a la discusión sobre lo distinto que era su hijo si se comparaba con algún niño de ambos padres japoneses. - Querido Bastian, sabes que te apreciamos mucho y amamos a nuestro nieto, pero no podemos negar que él no es un japonés tradicional –mencionó el padre de Yuriko con un tono de voz que buscaba la reflexión sobre ese tema-. Nuestro pequeño siempre va a ser señalado en este país porque no es como los otros niños. - Eso lo entiendo, igual sería si viviéramos en Alemania, pero eso no significa que tendrá una mala vida aquí –dijo Bastian y miró impaciente a sus suegros, esperando que pudieran agregar algo más a la conversación, pero ellos se mantuvieron en silencio. En un país como j***n, donde la idea de nación está anexada a la de homogeneidad racial -a la cual se llegó para diferenciarse de otras razas del continente a******o, marcando superioridad sobre estas-, ser mestizo contrae sus dificultades. A inicios del siglo XX, un konketsuji o “niño de sangre mixta” era considerado por el propio gobierno japonés como un ciudadano de valor inferior. En ese período, el mestizaje entre japoneses y extranjeros más que nada se daba con personas que provenían de China, Corea u otro país a******o, por lo que las diferencias físicas no eran tan marcadas, pero aun así era fácil señalar la distancia que había con un mestizo, discriminándolo. Después de la Segunda Guerra Mundial y la apertura de j***n al mundo occidental, se cambió el término konketsuji –el cual se había cargado de una inmensa negatividad- por el de hafu, que viene del inglés “half”, que significa “mitad”. Los hijos de los soldados estadounidenses y mujeres japoneses eran catalogados como hafu, y tratados mejor que los mestizos en décadas anteriores, pero al igual que aquellos que denominaron konketsuji, los hafu no eran considerados por la población como japoneses, aunque hubieran nacido, crecido y vivido en j***n toda su existencia, aunque contaran con la documentación que los señalaba como ciudadanos y tuvieran las mismas obligaciones que un “sangre pura”. Y esto es entendible cuando analizamos el punto de la supremacía japonesa. Durante la Era Meiji (1868-1912), j***n formó su identidad nacional basándose en la idea de una sola r**a superior a la de los otros países que se encontraban en el continente a******o. Si a tus niños les enseñas que ellos son mejores que el resto porque su sangre no ha sido manchada con los genes de otras razas, es lógico que aquel niño que proviene de la unión de dos personas de diferentes razas será reducido y discriminado por los que se sienten sangre pura. A esto se sumó que el propio gobierno hiciera sus diferencias entre los ciudadanos netamente japoneses y aquellos que nacieron de la unión de japoneses con ciudadanos de las colonias que el país del sol naciente tenía en China, Taiwan y Corea. Asimismo, se debe tener en cuenta el trasfondo social, ya que en la mayoría de casos en que se daba una unión interracial, no se fundamentaba dentro de las reglas de un matrimonio, sino que un gran porcentaje eran producto de amoríos casuales o violaciones sexuales que terminaron con la procreación de un indefenso que era abandonado por uno o por ambos de sus progenitores. Así fue que en j***n ser un mestizo no era considerado un alago ni una ventaja. Sin embargo, esta idea ha ido variando con el paso de los años, y ahora, en el siglo XXI ya no resulta tan despreciable ser un hafu, aunque aún persisten algunas limitaciones para aquel japonés que no es de sangre pura. Aún para una gran parte de la población, un mestizo es considerado como un extranjero, y le darán el trato como a uno de ellos, lo cual puede ser positivo o negativo, según la experiencia que los ciudadanos puros hayan tenido con algún visitante de otro país. Por ejemplo, hay ciudadanos que no gustan rentar sus viviendas a extranjeros por los malos momentos que han podido padecer al tener un inquilino foráneo ruidoso, que no cuidaba el inmueble o se retrasaba en los pagos, y bajo ese concepto incluirán a los mestizos, ya que consideran que, al no ser por completo japonés, las malas costumbres de la otra r**a harán que su comportamiento sea tan malo o peor de lo que ya conocen. Bajo estas circunstancias, lo abuelos Inoue temían que su pequeño nieto se vea afectado por algún comentario racista o xenofóbico con el que se pudiera encontrar durante el camino de su vida. Bastian quiso dejar bien en claro a Yuriko –quien empezaba a preocuparse por ese tema, algo que no era conveniente porque nada debía perturbar su descanso y recuperación del parto- que todo ese asunto de ser hafu no iba a dañar a su hijo, ya que no iba a permitir que nadie lo menosprecie. «Si tengo que comprar las almas de todos los que estén a su alrededor para que no lo lastimen con esas ideas tontas de ser mitad japonés, mitad alemán, lo haré. El orgullo siempre se dobla ante el dinero, y eso es algo que tenemos de sobra», decía Bastian con la mirada fija a la de su esposa, algo que hizo que la nueva madre se sintiera aliviada porque sabía que su amado esposo nunca hablaba de más, que siempre cumplía sus promesas y que era un hombre de acción, por lo que la vida de su hijo no estaría marcada por la tristeza de no ser aceptado por los demás. A la hora de nombrar al pequeño pudieron elegir uno que vaya más acorde al apellido paterno, pero ambos quisieron dejar en claro que su hijo era un japonés por donde se le mire, aunque la apariencia no le ayudara mucho, de ahí que eligieron para él el nombre de Akira. El significado de este es “brillante”, y ambos padres estaban completamente seguros que su hijo brillaría siempre, que por más que quisieran no apagarían su luz y saldría airoso de toda dificultad que se le presente en la vida. Akira Müller era un japonés que no era japonés a la vez. Más allá del tono de su piel, el cual poseen otros personajes oriundos del archipiélago, su cabello, sus ojos y su cuerpo no correspondía a la genética de los hijos del país del sol naciente. Akira tenía un cabello castaño mediano que resaltaba entre las cabezas azabaches de sus compañeros de clase del nido. Sus ojos no eran verdes ni negros, ni grandes ni rasgados, eran un intermedio, al ser de forma ligeramente almendrada y con un toque del color de la azúcar cuando se quema y se hace caramelo, que dependiendo de su humor podía oscurecer hasta llegar a ser del color de la avellana o aclarar hasta rozar el perfecto ámbar. Akira siempre fue más alto y fuerte que sus compañeros desde los primeros años de la escuela, característica heredada de su padre, por lo que al llegar a la adolescencia y practicar varios deportes, como el fútbol y el béisbol, llegaría a superar por un par de centímetros la estatura de Bastian, y lucir un cuerpo musculoso y bien esculpido como el de su progenitor. Durante los primeros cinco años de vida, Akira no se había dado cuenta que era, de alguna manera, diferente a los niños cuyos ambos progenitores eran japoneses, hasta que en la escuela un compañero se lo hiciera saber. En los niños no hay maldad, pero sí que pueden expresar la contenida en sus padres al comentar con la misma mala sangre lo que escucharon decir en la intimidad de su hogar a uno de ellos. En este caso, el hijo de un médico traumatólogo que envidiaba las habilidades de Bastian había hecho un comentario para nada atinado sobre el pequeño Akira, quien no tenía la culpa de que su padre se ganara enemigos simplemente por mostrar lo que podía hacer con sus manos en una sala de operaciones. El resentido galeno había dicho al hablar con su mujer que todo lo perfecto que era el Dr. Müller, su hijo no lo había heredado al ser un mestizo, una persona que no sería completamente acogida ni en j***n ni en Alemania por la mezcla de su sangre. Akira, a quienes sus padres le enseñaron desde pequeño a amar las costumbres y tradiciones de la cultura japonesa, siempre se sintió japonés, sin percatarse que era distinto físicamente a sus compañeros. Sin embargo, las palabras que le lanzara ese niño, impregnadas con el resentimiento y odio con el que las manifestó su progenitor, abrieron los ojos del pequeño ante una realidad que ni sus maestros y otros compañeros resaltaron por amor a él, que era un niño amable, cariñoso y muy servicial. Al romper en llanto tras ser llamado hafu, pero con notorio sentido despectivo, la maestra del salón de niños de cinco años no dudó en comunicarse con los padres del pequeño Akira. Bastian fue quien se presentó a la escuela ante el llamado de la maestra de su hijo, ya que Yuriko estaba ocupada al empezar una cirugía complicada que no podía posponer por la vital importancia que tenía para el paciente.

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