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Porque Te Amo

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Blurb

Han pasado seis años desde que Amanda y Rodrigo se reencontraron, y descubrieron que estaban destinados a estar juntos. Lo que fue una reconciliación plagada de incertidumbre e incluso peligro, concluyó con el inicio de una nueva vida para los dos.

Ahora son padres, tienen a dos hermosos niños, Amara y Darien, que son su mayor motivo de felicidad.

Sin embargo, comienzan a notar que hay un vacío entre los dos, provocado por sus diferentes estilos de vida.

Amanda es periodista de investigación, una carrera que suele implicar algunos riesgos inesperados.

Rodrigo por su parte siempre está atareado gobernando su imperio, y enfrentando amenazas e intrigas.

Sienten que esto ha mellado las expresiones de pasión en la pareja. Por lo tanto, emprenderán un camino audaz para mantener encendida la llama que siempre los unió.

Sumado a esto, desde las sombras, el intempestivo Gabriel Martínez Rochester, amenaza con vengar hechos del pasado que lo lastimaron. Ha jurado derribar el reinado López Williams y apoderarse de todo.

Al mismo tiempo, desea tener a Amanda, quien lo hechizó desde el momento en el que posó sus ojos en ella. Su increíble sensualidad y el desprecio que esta le manifestó desde el inicio, sólo provocan que desee tenerla cada vez más.

Sumérgete en la continuación apasionante de Debes Olvidarme, el inicio de la relación volcánica entre una periodista y un magnate heredero capaz de hacer todo para protegerla y hacerla feliz.

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Capítulo 1: En peligro
Aníbal Ortegosi estaba nervioso, a pesar de todos los esfuerzos que se hicieron para que esa reunión se llevara a cabo de forma segura. Se encontraba sentado al borde de la cama, con más intenciones de salir corriendo que de permanecer en la habitación. — ¿Quieres un trago? — le preguntó Amanda con gran gentileza, mientras abría una pequeña heladera ubicada en un rincón y sostenía una botellita de whisky. — ¡Vamos! ¡Te invito! — No, gracias. — repuso el hombre con una expresión rotunda. — Hay coñac, ginebra, gin-tonic, incluso mojito… aunque todas vienen en pequeñas dosis, como para entrar en calor. — Te dije que no, gracias. — De acuerdo — le respondió mientras retornaba la bebida al refrigerador — Haz un esfuerzo por relajarte, entonces. Aquí estamos seguros. Nos encontramos en este motel, cerca de tu trabajo, para que pudieras escaparte durante el break, como lo pediste. Nos mezclamos entre mucha gente, sin llamar la atención. Dudo que alguien sospeche que nos encontramos aquí, para hacer algo diferente a lo que parece que vinimos a hacer… — Lo sé. Les agradezco que respetaran mis condiciones, pero igual, no funcionará… No sabes de lo que son capaces. Amanda Peña se observó en la pared espejada de la derecha. Era inevitable, ya que esa habitación era un homenaje a las superficies perfectamente reflejantes. Incluso había un enorme espejo en el techo, sobre la cama redonda y exótica, sin dudas una opción ambiental muy sexy. No estaba vestida como de costumbre. Lucía un top cuya longitud era suficiente como para ocultar sus senos, pero que dejaba al descubierto su abdomen. Lo acompañaba con una faldita corta acampanada, que dejaba muy poco a la imaginación, y unos tacones estilizados, muy sensuales. Decidió tomarse la situación como un chiste, sólo una locura más que era capaz de hacer cuando investigaba algo. Incluso se confortó en el hecho de que tenía una figura atractiva a sus treinta y tres años, después de haber gestado dos niños… ¡y al mismo tiempo! “Vaya, ¡pareciera que he dejado salir a mi zorra interior!” pensó con ironía. Se sentó junto al sujeto y apoyó una mano en su hombro, tratando de generar confianza. — Sólo para que quede claro, Aníbal, fuiste tú el que nos buscó. ¿Lo recuerdas? — Si, no lo he olvidado. Y ustedes me recibieron porque es lo que necesitan para completar su investigación. — ¡Claro, por eso nos interesa! Y, sin embargo, no viniste hasta aquí para hacernos un favor, ¿verdad? Tengo la impresión de que estás motivado por tu conciencia, o alguna clase de pensamiento que te dice que no te puedes quedar callado. ¡Dime si me equivoco! — lo desafió, sin dejar de sonreír, ni de ser muy agradable. El hombre no dijo nada, sólo miró hacia un lado con incomodidad. — De acuerdo, ya estoy aquí… ¡Hagámoslo! — soltó finalmente. Amanda le señaló el diván, junto al cual había una mesita de café. — ¡Claro! — exclamó — Tomemos asiento. Aníbal se puso un poco más cómodo en el sofá y suspiró profundamente. Alcanzó cierta relajación, pero sus instintos lo mantenían en alerta. Era algo mayor a su voluntad. Ella se sentó en un sillón de un cuerpo y activó una aplicación en su teléfono móvil, que grabaría la conversación. Juntó sus rodillas y entrecruzó los dedos de ambas manos. — Para empezar, te reiteraré lo que es importante. Tu testimonio no sólo proveerá información relevante para el reportaje. Antes de su publicación, será presentado ante la ley en una denuncia que hará el periódico contra los responsables. Esto también te protegerá, en el caso de una posible represalia. — ¡Por Dios! No quiero ni pensar en esa posibilidad. — Descuida, es una contingencia remota. Cualquier amenaza es inútil, una vez que interviene la ley. Además, el juez aseguró que no serás imputado, gracias a tu colaboración. Recuerda que, en circunstancias normales, también te responsabilizarían. Después de todo eres el jefe de personal de la empresa. ¿Te queda claro? — Como el agua. Esa es otra poderosa razón por la que hago esto. — Pues bien, — dijo Amanda después de una pausa. — dime, ¿de dónde provienen esas personas, que mantienen en condiciones de esclavitud? — De zonas pobres, la mayoría, de países aledaños. Los traen con falsas promesas de trabajo, y cuando llegan se quedan con sus documentos personales. De este modo, si no pueden dar cuenta de quienes son, se vuelve difícil que vayan con las autoridades. — ¿Desde cuándo sabías de esto? — Desafortunadamente, desde el principio. Soy un hombre educado, tengo un título en administración de empresas. He buscado trabajo sin descanso desde que egresé de la universidad. Acepté este por un pago miserable, muy por debajo de mi calificación. Y para cuando noté las condiciones, me dijeron que me inculparían a mí también. — ¿Qué te hizo decidirte a contar lo que sabes? — Es que ahora usan niños… ¿Entiendes? ¡Niños! — Tenemos mucho material, pero ¿qué evidencias puedes presentar? — Poseo copia de documentos comprometedores. Los he guardado en un lugar muy seguro para protegerme. Amanda Peña frunció el ceño con una profunda desconfianza. — ¡Un minuto! ¿Por qué no los has traído? Sabes perfectamente que debemos apoyar de alguna forma cada una de tus palabras. — La gente del diario y tú, los tendrán a su debido tiempo. De hecho, en realidad prefiero presentarlos personalmente ante el juez, cuando me demuestre que me protegerán. La periodista resopló molesta. — Esto es un grave incumplimiento a lo que pactamos. — Pues… ¡Cambié de opinión! No quiero que me tomen el pelo. En este momento no confío en nadie. — Creí que nuestra reputación nos respaldaba. El Informante es el medio líder en esta clase de revelaciones. ¡Lo sabes muy bien! — Si, también conozco tu fama como periodista estrella. Sin embargo, eso no significa que les de todo lo que tengo, porque sí. — Es un mal momento para ponerse necio, esto en realidad nos pone palos en la rueda. — Tengo mis razones para eso. Son capaces de lo que sea, han hecho desaparecer personas. Al escuchar esto, Amanda se inquietó. — ¿De qué estás hablando? ¿Cómo que han hecho desaparecer gente? ¿A quién? — Trabajadores. Concretamente a los que se atrevieron a protestar por el trato inhumano. — ¿Estás seguro? — preguntó ella. — Bastante. Sencillamente no los he vuelto a ver, y en estas circunstancias eso puede significar sólo una cosa. Lo que escuchó era grave, pero pensándolo bien, era de esperarse. Si se les daba tan fácilmente esa clase de engaño, era creíble que no les temblara el pulso para llegar hasta las últimas consecuencias. — Entiendo lo que me dices, — repuso preocupada — y te creo. Es por eso que no podemos dudar, Aníbal. Si confiamos en ti, debes confiar en nosotros, o de lo contrario, esto no funcionará… Tenía listo un discurso persuasivo, con el que estaba segura de que lo convencería. Había aprendido mucho de su marido, que era un maestro en esta área. No obstante, en ese momento golpearon a la puerta. — ¿Quién es? — preguntó en voz alta. — Servicio al cuarto. — dijo un hombre del otro lado. — Nosotros no pedimos nada. — Lo sé, es que estamos entregando un pequeño menú para el almuerzo, como cortesía. Es por el aniversario del hotel. La sola mención de la comida, le hizo notar a Amanda que tenía hambre. Por eso, se le ocurrió que sería una buena idea aceptar el inesperado ofrecimiento. Avanzó dos pasos hacia la puerta, cuando su acompañante murmuró alarmado. — ¡No le abras! — ¿Por qué? — le preguntó ella. — ¿Menú de cortesía? — repuso rápidamente — ¿Cuántas veces has escuchado que un hotelucho alojamiento ofrezca semejante cosa? Se percató de que tenía razón, y se sintió un poco tonta por no reparar en eso de inmediato. ¡No podían darse el lujo de bajar la guardia! Se asomó por la mirilla de la puerta y en ese instante una oleada eléctrica recorrió su espina dorsal, poniéndole los pelos de punta. Lo que descubrió distaba de ser un camarero. Se trataba de un individuo ataviado en una campera de cuero que sostenía un arma. — ¡Santo Dios, tienes razón! — susurró con vehemencia. Aníbal palideció en un instante. — ¡Te lo dije! ¡Son capaces de cualquier cosa! Amanda se colocó cerca de la puerta y dijo en voz alta. — Disculpe, pero vamos a declinar su ofrecimiento. Mi amorcito y yo, no tenemos hambre. — ¿Están seguros? — repuso el maleante del otro lado. — Porque lo que preparamos es una muestra gourmet. — Si, lo estamos. — le respondió. — Me retiro, entonces. Se asomó una vez más por el ojo de buey, comprobando que el desconocido aún permanecía allí. Sólo se volvió unos pasos, pensativo. Posiblemente cavilaba sobre como ingresar sin llamar la atención. Era evidente que no se marcharía. ¡Qué horror! ¿Qué hacer? Subrepticiamente, la sagaz periodista tomó su cartera y guardó allí el móvil. No perdería la grabación por nada del mundo. Después escaneó rápidamente la habitación, y dio con un cenicero de pie, de metal cromado. Al alzarlo comprobó que era bastante pesado, que le serviría. Entonces, sucedió lo que esperaba. Repentinamente sintió golpes contra la puerta. El temible desconocido la pateaba salvajemente, decidido a irrumpir de forma implacable. — ¡Va a entrar! — chilló Aníbal horrorizado. Amanda Peña le hizo una señal para que se colocara detrás de ella, y ambos se apostaron a un lado de la entrada. Súbitamente la puerta se abrió y el matón ingresó. Recorrió el cuarto con la vista, desconcertado, porque no veía a nadie por ningún lado. Antes de que pudiera notar que estaban detrás de él, ella le asestó un golpe firme en la cabeza, que lo aturdió profundamente, perdiendo la coordinación. Como resultado soltó el arma. Se tambaleó, mareado y al girar hacia ellos, volvió a recibir otro porrazo de izquierda a derecha que lo dejó fuera de combate. El atacante cayó sobre la mesita de café de vidrio, haciéndola añicos. — ¡Es hora de correr! ¡Vamos! — le gruñó al testigo. Ambos abandonaron raudamente el dormitorio y en segundos cruzaron el pasillo. Llegaron al zaguán y alcanzaron la calle. — ¡Yo me voy! ¡Buena suerte! — anunció el hombre asustado. Inesperadamente, ella lo tomó de la mano y le sonrió. Se esforzó en dar la impresión general de que eran una pareja que acababa de hacer el amor de forma clandestina. — ¡Ni se te ocurra irte! — dijo entre dientes — ¿Acaso crees que estaba solo? Te apuesto lo que quieras a que tiene amiguitos que nos estarán buscando. Ahora nos vamos hasta el periódico y de allí a la policía. Mientras tanto, ¡sonríe y disimula! Aníbal estaba muy aterrado y no se le ocurrió ninguna razón para contradecirla. Lo que propuso, sonaba bastante seguro. Sin soltarse de las manos, transitaron la peatonal repleta de personas. Caminaron entre el gentío durante un buen rato. Amanda sabía que los seguían, pero no tenía ninguna certeza, sólo una corazonada. Con la intención de comprobarlo se detuvieron en el cruce con la otra peatonal. Entonces ella aprovechó para aproximarse a él y sonreírle nuevamente de forma insinuante. Estaban frente a las vidrieras de una elegante casa de lencería. Sostuvo a su acompañante de un brazo y se acercaron al escaparate fingiendo que miraban las mercancías. Al girar, vio un individuo que se detuvo a unos metros de forma sospechosa y que miró hacia otro lado, tratando de no parecer evidente. — Detrás nuestro, el sujeto de azul… creo que nos sigue desde que abandonamos el albergue. — ¡Tenemos que salir de aquí, ahora! — musitó el testigo, azorado. Giraron sobre sus pies para alejarse, cuando algo insospechado ocurrió. Repentinamente otro individuo, del que no se habían percatado, se cernió sobre ellos. Se colocó junto a Amanda, haciéndole sentir el frío metal de un arma contra sus costillas. El delincuente que habían visto antes, hizo lo mismo con Aníbal. — ¡Quietitos los dos! — amenazó uno de ellos. — ¡No se les ocurra hacer nada raro, que se nos puede escapar un disparo! — reafirmó el otro. En ese momento, Amanda tuvo mucho miedo. A pesar de que podía hacer acopio de mucho coraje, se sintió apabullada ante la posibilidad de morir. A su mente llegaron imágenes de sus angelitos, Amara y Darien, y de Rodrigo, el amor de su vida. Palideció de inmediato al pensar que podría no volver a verlos. — ¡Por favor, no nos lastimen! — escuchó que decía Aníbal mientras eran arrastrados a un callejón desierto. Ella, en cambio, no dijo nada. En lugar de rogar, su mente comenzó a buscar cualquier posibilidad de escape. Recordó lo más importante de sus clases de defensa personal. No tenía que trabarse en una lucha imposible, lo único que necesitaba era una oportunidad para huir a toda velocidad. Uno de los matones sostuvo al testigo del cuello, mientras le acercaba el arma a la cara. — ¡Qué fue lo que le dijiste, imbécil! — ¡Nada! ¡Nada! Juro por lo que más quieran, que no le dije nada. — ¿Así que estabas fornicando, casualmente con una periodista? ¿Crees que el jefe es idiota? — ¡Les juro que yo no dije nada! ¡No me maten! — Lamento decirlo, pero ya es tarde. ¡No tienes escapatoria! El matón que amenazaba a Amanda, parecía bastante divertido con los ruegos desesperados de su víctima principal. Tanto que durante unos segundos alejó la vista de su prisionera. En aquel momento, sabiendo que tenía que hacer algo, Amanda elevó súbitamente su rodilla derecha y con esta impactó con fuerza en la hombría de su captor. El infeliz delincuente inmediatamente se dobló en dos, congelado por el dolor, mientras abría los ojos, muy asombrado, ante la maniobra repentina. El otro maleante giró hacia su compañero durante una fracción de segundos, en los que Aníbal también se arriesgó y le propinó un golpe desde abajo, en el mentón, derribándolo. Otra vez, era hora de escapar. Ambos se precipitaron hasta la peatonal, pero no tardaron en notar que los dos sujetos los estaban persiguiendo. Eso los motivó a correr entre la gente, buscando una oportunidad para perderse. No obstante, los individuos les pisaban los talones a gran velocidad. — ¡Por aquí! — exclamó Amanda señalando un centro comercial. Se metieron entre las galerías, y buscaron desesperadamente un lugar en dónde ocultarse. Entonces arribaron a un depósito, sitio en el que dieron con un recoveco en la oscuridad, entre unas cajas enormes. Allí se agazaparon, con la esperanza de no ser encontrados. Desafortunadamente, los acechadores, después de analizar sus reducidas opciones, optaron por ingresar en el lugar. Amanda logró asomarse momentáneamente y a través de la penumbra, comprobó que avanzaban revisando los rincones. ¡Pronto los encontrarían! Por momentos se miraron con Aníbal, como preguntándose en silencio ¿qué hacer? Ella miró hacia todos lados, pero no se le ocurrió nada. Vio la sombra de los matones hacerse cada vez más grande. ¡Todo estaba perdido! Su instinto de supervivencia la compelió a luchar hasta las últimas consecuencias, por lo que tomó una varilla de hierro que vio a un costado. Al menos tendría algo con lo que propinarles un golpe. La sujetó con fuerza, esperando lo peor. No obstante, descubrió que su vida aún tenía lugar para lo inesperado… Súbitamente, la sombra de los delincuentes, se vio entremezclada con otras. Esto fue seguido por el rumor ininteligible de un forcejeo, golpes, e incluso del bramido de los sujetos al ser aporreados en el abdomen. Durante una fracción de segundo, Amanda se paralizó, incluso se quedó sin aire. Aníbal parecía estar pasando por lo mismo. Entonces, lo que siguió fue el retumbar de unos pasos que corrían, alejándose a toda velocidad. Sin embargo, permanecían un par de sombras que eran diferentes. Los siguientes segundos sólo reinó un gélido silencio. — Señora López Williams, está fuera de peligro. Ya puede salir. — dijo de repente una voz masculina, firme y segura. — Los hombres que la amenazaban han huido. — aseguró otro a su lado. Amanda decidió que era un buen momento para ponerse de pie y descubrir que rayos estaba pasando. Al hacerlo, se encontró con dos hombres trajeados, altos y fuertes, quienes se le arrimaron al divisarla. — ¿Se encuentra bien? ¿La han herido? — le preguntaron. — Estoy bien. — respondió, desorientada — ¿Quiénes son ustedes? — Somos integrantes de Security Up, el servicio de protección personal. — Detectamos en nuestro sistema que se encontraba en peligro. — ¿Detectaron? ¿Cómo? — les inquirió Amanda. — A través de la señal de su móvil, por supuesto. Usamos un sistema de telemetría avanzada, que nos permite ubicarla de inmediato. — ¿De qué móvil hablan? — Del suyo, señora. Seguimos su señal las veinticuatro horas del día, es como se desarrolla nuestro protocolo de vigilancia. — ¿Qué? — repreguntó, más descolocada que antes — ¿Cómo es que siguen la señal de mi smartphone? ¿Por qué? Vio que uno de estos sujetos se alejó unos pasos, y con la mano en su oído, en dónde tenía un pequeño comunicador, reportó de inmediato que la operación había sido exitosa, que ella estaba a salvo. En cambio, el otro se le acercó respetuosamente y le explicó: — Señora, nuestro servicio fue contratado por su esposo y es parte de una cobertura de protección para toda su familia, que procura su seguridad todo el tiempo. Sabemos que no estaba enterada, pero no estamos autorizados a especificar nada más sobre nuestro trabajo. Cualquier duda que tenga la responderá su marido, quien ya ha sido informado del incidente… El custodio fue interrumpido inmediatamente por el sonido de una llamada entrante en el móvil de la señora López Williams. Observó la pantalla del dispositivo, era Rodrigo. La atendió rápidamente, y escuchó de inmediato su voz. — Amanda, ¿estás bien? — Si, sí. Estoy bien. — logró responder. — ¿Estás lastimada? — No. Como te acabo de decir, estoy bien. La voz de su esposa se escuchaba apagada y fría, como incapacitada de transmitir emoción alguna. Imaginó que estaba traumatizada. — Si necesitas algo, los hombres que están junto a ti te proveerán lo que sea. — Lo entiendo… Gracias. — Amanda seguía descolocada, aún trataba de decidir cómo se sentía con todo eso. Por supuesto, estaba agradecida. Después de todo había sido rescatada de una situación realmente peligrosa. Empero, ese pensamiento estaba siendo reemplazado por otro bastante diferente. — Rodrigo, ¿quiénes son estos hombres? — Custodios de seguridad, de un servicio exclusivo de elite, contratado para cuidarte. A todos, de hecho. — Si, me doy cuenta. — comentó ella con cierto fastidio — Me dijeron que me siguen por la señal de mi teléfono, que así me encontraron. — ¡Claro! Emplean lo último en inteligencia artificial de vigilancia, muy efectiva y discreta. Ella se llevó una mano a la frente, tratando de comprender. — ¿Significa eso que alguien sabe dónde estoy cada segundo del día? ¿Estás loco, Rodrigo? ¿Cómo te atreves a invadir de esa forma mi privacidad? —Del otro lado, escuchó un resoplido de resignación. Sabía que tenía mucho que explicar. — Además, ¿no se te ocurrió que tenía derecho a saberlo? — agregó ella disgustada. — Escucha, — repuso él, haciendo gala de una calma encomiable. — lo que importa ahora es que estás bien. Comprendo tu enojo, pero no es el momento de hablar sobre esto. Lo discutiremos esta noche en casa… Ahora tengo una reunión importante. — ¿Una reunión? — gruñó ella furiosa — ¡No te atrevas a regresar a tus asuntos y dejarme así, después de esta… — balbució durante unos segundos tratando de encontrar en su cabeza una palabra que definiera la situación— …novedad! — dijo finalmente— ¡Hablaremos de esto, ahora! ¿Entiendes? — no obtuvo ninguna respuesta. La comunicación se cortó. — ¡Mierda! — maldijo finalmente. Era una pésima costumbre que tenía, esa de terminar una llamada, cuando él lo decidía. ¡La sacaba de quicio que hiciera eso! Al volver hacia los demás, encontró a Aníbal listo para huir. — ¡Esto fue todo, querida! Se cancela nuestro trato. Ahora me voy, ¡debo desaparecer! — anunció, tras lo cual se alejó prácticamente corriendo. — ¡No, espera! — le rogó ella. Pero fue inútil, Aníbal abandonó el depósito y se perdió entre la gente. Eso le bastó para que supiera que no lo volvería a ver…

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