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Alma Gemela

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Lucas y Lara se conocieron en Tarifa, su tierra natal, y desde n***s trataron de ocultar, hasta de sí mismos, todo el amor que sentían el uno por el otro detrás de una bonita amistad que a la edad de quince años, casi parecía una hermandad.

José, el padre de Lara era el director del colegio donde Lucas estaba becado, y en determinado momento, todos se mudaron a Londres para ampliar las oportunidades de crecimiento de un padre de familia que volvería a ejercer su afición por la arquitectura al alto nivel, y que decidió llevarse con él a Lucas, para que continuara teniendo oportunidades educativas que le permitieran avanzar en la vida.

Pero en una nueva etapa de crecimiento laboral, José vuelve a mudarse a París con su familia. Esta vez, dejando por el camino a un Lucas ya establecido y valiéndose por si mismo, pero separándolo de Lara.

La vida separaba a Lara y Lucas, pero les deparaba una gran sorpresa que pondría a prueba sus corazones.

¿Cómo se volverán a encontrar Lara y Lucas?

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Capítulo 1
Lucas y Lara pasaban el día juntos. Como la única hija, hasta el momento de José, un gran aficionado de la historia del arte, ella dedicaba mucho tiempo a la lectura y al dibujo y eso tenía completamente fascinado a Lucas, quien por el momento, la veía como una hermana más. O al menos eso quería creer… ¡Y les hacía creer a todos! Compartían todo: el amor por los libros, sus experiencias de vida, sus alegrías, sus tristezas… ¡Absolutamente todo! Eran inseparables. Lucas desde edades muy tempranas daba muestras constantes de ser un estudiante de esos que si se esfuerzan mucho llegan a cumplir todos sus sueños sin importar el entorno en el que hayan crecido, y José, deseando un hijo varón, miraba al pequeño como al hijo que no tenía y le dedicaba mucho tiempo a tratar de ayudarlo y de brindarle oportunidades para potenciar sus habilidades y desarrollarse en condiciones lo más igualitarias posibles a las de sus propios descendientes. Muchas veces, cuando a pesar del esfuerzo de sus padres y hermanos mayores Lucas no tenía para pasar el día, José creaba juegos y le daba premios. ¿Para qué? Para que aprendiera que había que esforzarse para conseguir los objetivos. Para enseñarle que debía dar todo de sí, siempre. Muchas veces fallaba. Sin embargo, a diferencia de otros compañeritos de clase, cuando lo hacía, buscaba la manera de corregir el error. Mientras otros o bien se enojaban con los maestros y con el director, o lloraban y se rendían. Lucas era diferente. Sabía que nada le sería fácil y que dependía de él mismo poder lograr sus objetivos. Al menos las materiales. Así, aprendió a que si quería ir temprano en la tarde a sus tertulias de arte con su amiga Lara, debía prestar muchísima atención a cada una de las clases del día, sin importar si eran de sus materias favoritas o de las que le gustaban poco y nada. Pero también aprendió que el premio era doble: jugaba con su amiga, estudiaba con ella, y además, mejoraba intelectualmente. Porque desde niño mostraba que dibujaba mejor que nadie, y tenía una facilidad extrema por los idiomas y por eso, aunque no le gustaba nada, José le hacía hincapié a que estudiara inglés y francés. Las razones eran muy simples: necesitaba aprovechar el potencial que tenía y las oportunidades que se le estaban presentando, pero además, siempre comentaba lo mucho que le gustaría ser arquitecto, como José, y este sabía muy bien que aprender idiomas le sería de muchísima utilidad a futuro. Conforme pasó el tiempo, los niños crecieron y esa hermandad que sentían y que sus padres promovían, cambiaba aunque ninguno de los dos quería admitirlo. ¿Pero cómo era posible? No. Lucas debía callar para que Lara no se enojara. Lara debía callar para que Lucas no se enojara. Quizás el otro pensara que él o ella eran tan buenos como amigos, que no valía la pena romper esa unión sagrada para que por alguna trampa de la vida llegara a su fin y así dejaran también de hablarse. Además, eran muy pequeños, quizás estaban confundidos… ¿o no? Se contaban todo. Se ayudaban en todo. Lara le ayudaba con los idiomas y Lucas con las matemáticas, área donde también era muy bueno, y en la vida, pues la joven en ese momento padecía de una ingenuidad increíble y él, sabedor de los padecimientos del día a día, se ponía como ejemplo para demostrarle cómo eran las cosas realmente. Lucas le enseñó que no todas las personas son como parecen. Que en la vida puede encontrar gente que le haga creer que es amiga, para darle luego la espalda o peor aún, para traicionarla cuando menos lo imagina. Lara le enseñó que las niñas también pueden desarrollar habilidades deportivas. Mejorarlas, y acompañar a los niños en los ratos en que muchos, desearían tener un amigo. Ella, como sus balones de fútbol y baloncesto, eran capaces de hablar de esos deportes y también de practicarlos como el mejor de los niños. Cuando Lara era pequeña, José había tomado la decisión de hacer una pausa en su gran carrera, que le implicaba muchos viajes, y había decidido dedicarse a la familia. Fue allí que junto a su esposa, diseñó y fundó el Colegio Privado que brindaba becas de distinta índole a niños en situación de vulnerabilidad, como Lucas. Pero un buen día, cuando los chicos tenían quince años, a José le hicieron una propuesta tan inmensa que no pudo rechazar, cambiando sus planes por completo. Le llamaron del estudio de arquitectura más importante de Londres para informarle que cierta oferta que había rechazado hacía unos años, le sería triplicada en salario y además, le darían un importante cargo si aceptaba viajar de inmediato para unirse a la plantilla de asesores. Pero no solamente eso… conocedores de esa afición que siempre había tenido y defendido, por educar en valores y brindar oportunidades a los más desamparados que le había hecho poner freno a su carrera y negarse a aquella oferta inicial, le otorgaban una plaza como coordinador académico del Westminster School, para liderar un proyecto de becas muy similar al que venía desarrollando en su colegio en Tarifa. Fue en ese momento que José se sentó a hablar con Malena y ambos llegaron a un acuerdo: dejar el colegio propio a cargo de su familia y emigrar a Inglaterra, pero no solos sino junto a Lucas, por lo que le pidieron permiso a los padres del muchacho para presentarlo como aspirante a ingresar a College británico, y estos aceptaron. Por esa entonces, Lara tenía una hermanita, Isabela, que contaba ya con dos años y era la alegría del hogar. Sin embargo, a pesar de lo mucho que se esforzaban sus padres y de lo que ella quería a la pequeña, muchas veces se sentía sola y por eso, la mudanza del pequeño Lucas a la capital británica, le sentó de maravilla. Además, podría seguir cerca de su amor, sin problemas. Lo vería todos los días como siempre. Como hasta ahora, y sin decir nada. Como hasta ahora, callando ese latido que su corazón daba cada vez que él aparecía. Quedando muda a veces. Eran muchas las oportunidades en las que fingía sordera y hacía repetir al chico las cosas que le decía, porque estaba concentrada en su hermosa mirada. Aunque poco a poco dejó de hacerlo, porque de tanto mirar su hermosa sonrisa, aprendió a leerle los labios. A Lucas le pasaba lo mismo. La voz de Lara era música para sus oídos. Pero lo disimulaba mejor que ella pues la dureza de su vida en Tarifa le había ayudado a crearle una coraza. Era inmune a transmitir sus sentimientos. Y no solo a eso. En ese momento, era inmune a ver las reacciones de Lara, pues creía que ella lo miraba de esa manera desde su ingenuidad, y no se daba cuenta o no quería hacerlo, de algo que quizás para más de uno era evidente. José tuvo la chance de llevar al joven a vivir a su casa en Londres, sin embargo, una vez más prefirió enseñarle algunas cosas y por eso Lucas fue a vivir a la residencia del Colegio junto al resto de los estudiantes extranjeros. No fue fácil para él estar tan distanciado de su familia, por la unión que siempre habían tenido. Ahora, con suerte hablaban apenas unas dos veces a la semana, y eso lo ponía triste. Pero siempre estaba Lara para acompañarlo en los momentos difíciles, y levantarle el ánimo. También hizo amigos en la residencia, donde se destacó desde el primer día por la manera en que trataba a sus compañeros. Siempre fue solidario, buscaba la manera de que todos tuvieran un lugar. De no saber su edad, nadie daba por sentado que era el más pequeño de todos. Un día llegó un estudiante desde Birmingham. Solo queda a unos 118 kilómetros de Londres, pero el chico era también de origen humilde y no podía costear un viaje a diario como muchos compañeros hacían. Era muy bueno, excelente. No como Lucas, pues le faltaba un poco de preparación en idiomas diferentes al inglés, pero le ponía muchísimo empeño. Sin embargo, no había lugar para él. José se moría de ganas de tenerlo allí permanentemente, pues tenía confianza en su potencial, pero no había lugar físico para que habitara.   Pero Lucas decidió pedir una audiencia con el director de la residencia:   -          LUCAS: Por favor, déjelo. Consígame un colchón y yo duermo en el piso. -          Director: Lucas, por favor, no insistas. Cada uno tiene su cama en función del orden de llegada. Tú has llegado antes y tienes cama, no es justo ni va con las reglas. No hay cama para él y punto. No permitiré que duerma nadie en el piso. -          LUCAS: ¡Entonces juntemos las camas! ¡Dormiremos los tres en dos camas!   ¿Y qué hacer con él? ¿Qué hacer con ese joven que a pesar de su edad tenía un gran sentido de la igualdad y la justicia y daba todo por sus compañeros? ¿Qué hacer con ese joven que a cada problema le encontraba fácilmente una solución? ¡Y el chico de Birmingham se quedó a vivir con ellos en la residencia! Al cabo de seis meses allí, José llamó a Lucas a su oficina… ¿Qué querría, para citarle con tanta formalidad?

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