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Bella y el Nerd

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Bella García Redrado acaba de regresar a Valle de los Santos, buscando apoyo ante su tambaleante carrera en el modelaje, que está en crisis a sus veintinueve años. Además su corazón fue roto por Jean Baptiste Martineaux, un playboy francés que la ha dejado para casarse con otra mujer, con el objetivo de preservar la posición de su familia.

Se reencuentra con sus seres queridos, sus amigos y compañeros del instituto, incluyendo a Julio De León, un chico Nerd que había sido su amigo en la infancia y por el cual se siente intrigada.

Desafortunadamente su familia está al borde de la quiebra. Su padre le dice que pronto lo perderán todo a menos que ella conquiste el corazón de Julio De León y contraiga matrimonio con él. Su posición acaudalada podría ser fundamental para evitar la bancarrota.

Bella rechaza la idea de casarse por interés e ilusionar a un hombre bueno y gentil. Además no se siente atraída por él lo suficiente como para establecer ese tipo de relación. Pero temerosa de no hacer suficiente por su familia decide reconsiderarlo.

Pronto se convertirán en Bella y el Nerd, una pareja que deberá superar algunas diferencias para entender la verdadera magia del amor verdadero.

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Capítulo 1: Regreso a Valle de los Santos
La fiesta estaba muy animada en el Club de Campo de Valle de los Santos. Como todos los años se llevaba a cabo una cena multitudinaria por el aniversario de su fundación. Y este año la institución cumplía cien dorados años, algo que era motivo para celebrar. Desde sus inicios la tierra de Valle de los Santos había sido bendecida con una fertilidad proverbial. Esto permitió que los colonos que se habían instalado en el pasado prosperaran con la ganadería y la agricultura. Así surgieron familias muy prósperas que llegaron a hacer una gran fortuna. Con el paso del tiempo, la región también se modernizó y se convirtió en el hogar preferido por acaudalados de diversas actividades como las financieras e incluso la política. Se podía decir que las mayores familias se conocían entre sí, y que mantenían lazos muy estrechos. Y era tradicional que trataran y forjaran sus negocios encontrándose en diversos sitios, incluyendo ese club. Era un lugar realmente hermoso, un poco antiguo pero bien conservado. Se componía de un predio enorme que contaba con una casa principal, pero que al mismo tiempo disponía de zonas para la equitación, tenis y bridge. A esto se sumaba un área más moderna con gimnasios para la práctica de actividades como musculación, aerobics, spinning e incluso yoga. También había un predio con piscinas olímpicas entre las que se encontraba una más bien familiar e informal. No obstante la joya de ese lugar eran sus jardines centrales, con características grandilocuentes. Habían venido de diversas partes del mundo para tomarle fotografías. Además sus mejores sitios fueron plasmados en pintura por artistas tanto profesionales como principiantes. Tenía un lago hermoso en el que habitaban peces Koi, y sobre el cual había un camino de lozas que permitían observarlos de cerca. Sobre este también se elevaba un pequeño puente que descubría el sublime panorama. De la misma forma disponían de rosales, azaleas y de una innumerable cantidad de flores, distribuidas en canteros. También había variantes salvajes que le daban al lugar un toque único. Con semejantes virtudes embellecedoras, no era de extrañar que fuese el lugar preferido para el encuentro de amantes enamorados. Todos sabían que había sido el escenario en dónde se gestaron romances y aventuras secretos, de los que por supuesto todo el mundo hablaba. No obstante, ahora lo realmente interesante estaba sucediendo en el salón de eventos en la enorme mansión que era el centro de todo. Los numerosos invitados incluían las familias tradicionales que prácticamente habían fundado el lugar. También estaban presentes aquellas que se habían incorporado en los últimos años. La fiesta recién estaba comenzando, pero ya habían arribado bastantes personas al enorme recinto. Las mesas se organizaron e instalaron, en función de los invitados que habían confirmado su presencia. Y en ese momento se escuchaba la música de una elegante orquesta de jazz que infundía mucha clase al ambiente. También había una pista central para que los más jóvenes bailaran y se divirtieran más tarde disfrutando de música moderna de moda. En ese momento en una de las mesas había un hombre joven que deseaba estar a miles de kilómetros de ahí. Julio no era nada adepto a la reunión de tantas personas y mucho menos si incluían a muchos de los que ya conocía y que sabía que lo miraban de reojo. Pero estaba ahí para satisfacer el pedido de su padre, que esperaba que ampliara su vida social. Sin embargo, ni bien tuviera la oportunidad de irse, lo haría sin pensarlo. Prefería la soledad de su departamento, sus libros de medicina, filosofía y ciencia, y escuchar sus podcasts favoritos en streaming. Le resultaba difícil tratar con personas y lidiar con el ruido de una fiesta. Además en ese lugar, lo quisiera o no, estaba bajo la sombra de su padre. Una mujer que recientemente había llegado se le acercó. La razón de esto fue el cartel que se elevaba en el centro de mesa, elegante y vistoso. Se podía leer: “Dr. De León Losada y Familia”, lo que llamó su atención. — Disculpa, ¿tú eres el doctor De León? Julio sonrió tímidamente. — Sí, soy doctor. Pero no creo que sea quien busca. — ¿Eres el médico cirujano, el que tiene la famosa clínica estética? — Sí y no. — respondió él. — ¿Sí y no? — Dijo la mujer perpleja. — No te comprendo. — Soy médico pero no de ese tipo. El hombre al que busca es mi padre, Gonzalo de León Losada. Él es la estrella de las cirugías estéticas. La mujer pareció desilusionada, pero insistió en saber más. — Y tú, ¿eres cirujano estético también? — ¡Oh, no, no!— respondió negando con la cabeza— Lo mío es la pediatría, algo totalmente diferente. — ¡Vaya! ¡Qué pena! — Repuso desanimada. – Y tu padre, ¿ha venido hoy a la fiesta? — Si, si, está por aquí. — Le dijo Julio siempre muy amable— Si regresa más tarde seguramente va a encontrarlo. — De acuerdo, — dijo la mujer sonriente — Supongo que me daré una vuelta dentro de un rato. — Agregó, tras lo cual regresó a su mesa. Julio había tenido numerosas conversaciones como esa y peores aún. Una mujer insistió una vez en preguntarle qué cirugía era la adecuada para destacar sus labios. Le habló de eso durante largo rato, incluso cuando él le había dicho que su especialidad médica era otra. No era su culpa, ni la de su padre. Gonzalo de León Losada era una autoridad en cirugías plásticas. Hace veinticinco años había instalado una clínica especializada en Valle de los Santos que había ganado fama internacional, gracias a su talento. Personas de todo el mundo, sobre todo mujeres, venían a practicarse procedimientos avanzados que redujeran las señales del paso del tiempo y que prolongaran un aspecto joven, tanto como se pudiera. Así había forjado una gran fortuna y un estilo de vida realmente muy próspero. Julio de León Benítez, su hijo, también se había interesado en la medicina. Pero lejos de especializarse en procedimientos cosméticos, prefirió convertirse en pediatra. De hecho eso era algo que aún estaba en proceso, ya que por el momento ejercía su período de residencia en un hospital local. Lo suyo era trabajar para salvar niños, algo en lo que buscaba perfeccionarse día a día. A lo lejos vio venir a su progenitor. Gonzalo de León Losada era un hombre carismático y encantador. Tenía cincuenta y seis años y era una especie de adonis plateado. Hacía gala de un porte atlético ya que le gustaba practicar deportes. Era adepto a la natación, wakeboarding y al ciclismo intenso. Desde siempre había ostentado un rostro muy atractivo y a su edad madura lucía un cabello gris con mucha clase que destacaba sus ojos verdes muy hermosos. Era dueño de una personalidad agradable y muy sociable. Y aunque no fuese su intención, despertaba los suspiros de numerosas mujeres a su alrededor, que estaban enteradas de que además era viudo, por lo que era un gran partido. Exudaba un estado de perfecta maduración, que es cómo lo definían sus más fervientes admiradoras. En ese momento llevaba dos tragos que había pedido en la barra y le entregó uno a su hijo. — Te traje una bebida. Es deliciosa. ¡Disfrútala! Julio la tomó y bebió un poco a través del sorbete. Era bastante fuerte para su gusto. De alguna forma combinaba esencias frutales con ron. Le pareció que tenía un excesivo estilo caribeño para esa fiesta. Personalmente prefería una buena cerveza artesanal. Pero no expresó objeciones, ya que le había prometido a su padre que se relajaría y que disfrutaría del evento. — Está buena. — dijo y trató de sonreír con un poco más de ánimo. — Me alegra que te guste. Si alguien hubiera observado a ese dúo no hubiera imaginado que eran parientes. A primera vista lucían como una representación humana del día y la noche. Si Gonzalo era como un dios que irradiaba luz, su hijo era lo opuesto. Julio era un joven al que no le gustaba llamar la atención. Tenía una figura fuerte y en forma, pero no demasiado notoria. Lo único que practicaba era la carrera aeróbica ya que como médico conocía la importancia de ejercitarse para mantener una buena salud. Su cabello era caoba y sus ojos eran color miel con vetas verdes. Lucía una melena corta, un look que conservaba desde que se cortara el cabello al iniciar la universidad. Durante gran parte de su adolescencia lo había usado largo hasta los hombros. Ahora le llegaba apenas hasta la mandíbula. Además usaba anteojos recetados, porque tenía algunas dificultades visuales. Hacía gala de un aire geek que no era demasiado popular, no al menos con las mujeres más jóvenes. Su rostro era proporcionado, pero la genética le había dado una nariz grande, un poco llamativa para lo que se suponía que era atractivo. Sumado a su personalidad retraída, eso no le había dado demasiado éxito con el sexo opuesto. Sin embargo, se había negado a hacerse una rinoplastia. Rechazaba cualquier convención de lo que se suponía que fuese una belleza hegemónica. Había decidido aceptarse como era, y si a alguien no le gustaba, no tenía derecho a participar de su mundo. — Y, ¿qué te parece la fiesta, hijo? Buscó en su cabeza algún calificativo que no fuese demasiado complaciente, porque no hubiese sido creíble. Tampoco muy negativo, para no provocar una controversia con su padre. — ¡Interesante! — dijo. — ¿Has visto a algún amigo del instituto por aquí? — No, aún no. Pero en un rato viene Gustavo y va a acompañarnos. — ¡Claro, tu amigo de toda la vida! Oí que ya está trabajando como abogado. — Si, acaba de abrir su propia oficina. — ¡Qué bueno oír eso! Y ya que los dos están solteros, tal vez esta fiesta les sirva para conocer chicas. Julio se rió honestamente tentado. — ¡Si, claro! ¡El gordo y yo, haciéndonos los galanes en el club! Gustavo Hernández Campos, era su mejor amigo. Desde la primaria habían encontrado mutuo apoyo ante los complicados avatares de la vida social. Si Julio tenía problemas para relacionarse con otras personas por ser tímido, Gustavo lidiaba con dificultades debido a su sobrepeso, algo que lo había orillado a ser poco sociable también. Ambos deseaban tener éxito en el amor, pero no les resultaba fácil. Julio había tenido una relación que había terminado mal, y de la que prefería no hablar. Por su parte Gustavo acabó con el corazón roto debido a una mujer que le había sido infiel. Se consideraban “afortunados en la vida profesional, desafortunados en el amor”. Ambos habían crecido en Valle de los Santos. Sabían que esperar de ese lugar poblado de lo que se podía considerar como gente bonita. Y habían aprendido a refugiarse en su amistad para confortarse y seguir adelante a pesar de las adversidades. En ese momento Julio trataba de no tomarse en serio la situación. Sabía que en esa fiesta ambos iban a pasar desapercibidos. Su padre, preocupado por la soledad de su hijo, se esforzaba para que tuviera un punto de vista diferente. — Hijo, no debes hacerte con una novia ahora, en esta fiesta. Pero no te vendría mal que trataras de hablar con algunas muchachas, dejarte ver, conversar. ¡Nunca se sabe! ¡Podrías obtener algo bueno de eso! — Si, supongo que sí, — respondió Julio levantando levemente los hombros —… pero yo no soy tú. — ¡Claro que no! ¡Eres mucho mejor! — Repuso su padre, tras lo cual Julio se rió— Eres joven, apuesto e interesante. ¡Sólo tienes que dejar que ellas te vean! — No te ofendas, pero eso es difícil cuando te miran a ti. — Julio, por favor. ¡Ten un poco más de confianza! — ¡Eso intento! — A pesar de lo que creas, no pretendo que seas un playboy. Pero estás en una edad de merecer. Tienes mucho que ofrecer a una buena mujer. Date la oportunidad de entablar una relación. ¡Ya han pasado dos años desde tu ruptura con Verónica! ¡Es hora de pasar la página! Julio buscó argumentos en contra de lo que escuchaba, pero no se le ocurrió ninguno. Tenía que admitir que su padre tenía razón. Notando su silencio Gonzalo aprovechó para pedirle que se comprometiera con el momento presente. — Necesito que hagas algo por mí, hijo. — Si, por supuesto papá. ¿Qué necesitas? — Quiero que te quedes hasta el final de la fiesta y que trates de conversar con al menos una mujer. Julio odiaba la idea, algo que se transparentó en su expresión. No pudo evitar entrecerrar los ojos y llevar la cabeza hacia atrás en señal de profundo fastidio. ¡Adiós a la excusa que tenía pensada para marcharse pronto! Su padre se dio cuenta pero no estaba dispuesto a hacérselo fácil. — Mañana tienes día libre, por lo que puedes dormir hasta tarde. ¿Qué es lo que tienes que perder? —Pero, ¡papaaaaá! Su padre le chistó: — ¡Prométemelo! Su hijo resopló resignado. — ¡Bueno, está bien! Gonzalo sonrió y le palmeó la espalda: — ¡Así me gusta, hijo! ¡Ya verás que no te arrepentirás! Por su parte Julio solo pudo acomodarse sus anteojos con cierta ansiedad. “Será una larga noche”, pensó. Afortunadamente en ese momento llegó Gustavo, su amigo. Le habían reservado un lugar junto a ellos ya que su mesa era para cuatro personas, y ellos eran solamente dos. También esperaban a Berenice, la novia de Gonzalo. Su amigo se destacaba por ser un poco más desenvuelto que él en lo que respecta a lo social. Tenía una cabellera negra corta y unos ojos marrones expresivos. Desplegaba en todo momento una personalidad graciosa, siempre lista para reírse de sus circunstancias. Sin embargo nunca había sido adepto al ejercicio, por lo que tenía un poco de sobrepeso, algo con lo que siempre había lidiado. Lo compensaba con un muy buen humor. — ¡Ya llegó el rey de la fiesta, baby! — dijo levantando las manos en forma triunfal como si todos lo estuviesen viendo. De hecho, algunos lo miraban por lo payaso que podía ser. Hizo un leve barullo, como si los presentes lo estuviesen vitoreando. Después elevando una mano en forma de saludo se dirigió a una multitud imaginaria. — ¡Gracias, gracias, no me merecen! — ¡Muchacho loco!— exclamó Gonzalo, divertido. — ¡Ya, gordo! ¡Siéntate!— le dijo Julio. — Seré gordito, pero ¡soy un galán! — repuso Gustavo— Caballeros, ¡sujeten a sus novias, esposas, hijas y amantes…! Porque, ¡ya llegué! Gonzalo se rió aún más de las ocurrencias del amigo de su hijo que extendió la mano para saludarlo. — Doctor De León, ¡Qué bueno verlo!— le dijo — Gustavo, ¡bienvenido!— le respondió con entusiasmo — Tienes una maravillosa actitud. ¿Qué tal si le contagias un poco al señor gruñón sentado aquí a mi lado? Julio giró los ojos con fastidio. ¡Ahora sería el centro de las bromas! — Ya escuchaste a tu padre, Julio. Borra esa cara agria, hombre, ¡Hay una fiesta que disfrutar! En ese momento llego a la mesa una bellísima mujer morena, de cabello largo y lacio, al que le habían dado una forma ensortijada y que caía sobre su espalda descubierta. Lucía un vestido de noche azul con pedrería, que se ceñía a su cuerpo atlético. Se acercó a Gonzalo quien se puso de pie para darle un beso leve en los labios. Se trataba de Berenice Andino, su novia. Era una modelo de pasarela retirada de treinta y cinco años, que se había instalado en Valle de los Santos en dónde creó una empresa de modas. Estaban juntos desde hacía dos años. — ¡Cariño! ¡Qué bueno que llegaste! — dijo él. Ella se acercó para saludar con un beso en la mejilla a Julio y a Gustavo. — ¡Hola, chicos!— repuso con mucha simpatía. — ¡Hola, Berenice!— le respondieron casi a coro. — Si, se me hizo un poco tarde, amor… perdóname. — Ni lo digas. Lo bueno es que llegaste. Toma asiento— respondió Gonzalo mientras le corría la silla de la mesa con caballerosidad. — Después, amor. Antes de sentarme quisiera que conocieras a unos amigos. — comentó ella, mientras le señalaba a un grupo de personas a un lado del salón, que recién habían llegado. — ¡Enseguida regresamos!— le anunció a los jóvenes. Por momentos Gustavo siguió con los ojos a la hermosa mujer mientras se alejaba con el progenitor de su amigo. — ¡Qué hombre con suerte es tu padre! ¡Nunca lo he visto con una mujer que no fuese espectacular! Julio se encogió de hombros. — Si, así es él. Ya lo conoces. — ¿Podremos alguna vez tener su suerte? — Nunca me he imaginado como un coleccionista de mujeres. Creo que una relación tiene que darse naturalmente. O mejor que no suceda. — Si, pero no tiene nada de malo tratar de conocer gente. Siempre estoy abierto a hacer amigos. — Amigas, querrás decir. — Si, por supuesto. ¿Por qué negarlo? — Igual, aquí están todos los que conocemos de siempre. Los que nos han dejado de lado desde la escuela. No creo que tengamos suerte. — Las estadísticas indican que las mejores relaciones románticas se dan en ambientes con personas conocidas. — ¿Estadísticas? De cuánto estamos hablando. — Del ochenta por ciento al menos. — ¡No inventes, gordo! — Repuso Julio — ¿De dónde sacaste esa cifra? La única persona a la que Gustavo permitía que lo llamara así era a Julio, su mejor amigo, el único que se lo decía con cariño. — Después te envío el dato, flaco. Lo que importa es que veamos esto como una mina de oportunidades. Sobre todo, si tenemos en cuenta las novedades. — ¿Qué novedades? — ¿No lo sabes? Salió en el boletín electrónico del club y también en las r************* . — Julio hizo un gesto cargado de incredulidad. Gustavo se resignó ante la falta de interés de su amigo en la vida social. A continuación le explicó— Bella García Redrado regresa a Valle de los Santos. ¡Todo el mundo habla de eso! — ¿Te refieres a Anabella? — No, amigo. Es Bella. — Respondió haciendo hincapié en la palabra — Así la llaman desde que es una top model famosa. Supongo que es porque suena más glamoroso. — Ok, Bella. Creí que estaba en Europa. — Ahora no. ¡Ha regresado! Y está hecha una belleza. — Supongo que lo de ser naturalmente flacucha la ayudó a trabajar como modelo. Cuesta creerlo. Cuando éramos niños vivía conflictuada por no tener senos, no al menos como ella lo hubiese preferido. Me alegra que le haya ido bien. — Recuerdo que ustedes eran amigos desde niños. — Si, desde el kínder y al principio de la primaria. ¿Lo recuerdas? Tú también estabas con nosotros. Pero las cosas cambiaron cuando comenzó a hacer otros amigos. Siguió buscándome en secreto para que la ayudara con los estudios e incluso le hiciera las tareas. Cuando me cansé de sus abusos me negué y no volvió a dirigirme la palabra hasta la preparatoria. Pero entonces incluso, no dejaba que la vieran demasiado conmigo. Se cuidaba muy bien de no perjudicar su popularidad. Cuando terminamos los estudios, yo me fui a la universidad de medicina y no volví a saber demasiado sobre ella. — Pues bueno, quizá puedas saludarla ahora. — Nah, no lo creo. Algunas jóvenes comenzaron a reunirse cerca de la entrada, mientras miraban sus teléfonos móviles y cuchicheaban entre ellas. Gustavo notó esto de inmediato. — ¡Mira! Algo se traen las muchachas. Puedo apostar que es ella, que ya viene. — ¿Quién viene? — ¿Quién va a ser, flaco? ¡Bella! — ¿Enserio? ¡Ni que fuese la reina de Inglaterra! — Para ellas es más grande que la reina. ¡Es una celebridad! El misterio no se reveló de inmediato. Muchas personas miraban hacia la puerta, pero los únicos que ingresaron fueron un hombre elegante, junto a una mujer, posiblemente su esposa y una muchacha de unos veinte años. Julio reconoció a Benicio el padre de Bella y a Rosario, su madre. La jovencita era seguramente su hermanita Noelí. Aunque eso era un eufemismo porque en realidad era una chica muy hermosa. Se sorprendió por el paso del tiempo, ya que la última imagen que tenía de ella era la de una niña de unos cinco años. Saludaron a algunos de los presentes y se dirigieron a su mesa. Y cuando todo parecía haber vuelto a la normalidad, fue entonces cuando sucedió. Ella ingresó en el lugar. Bella García Redrado apareció en la entrada y de inmediato extendió los brazos para saludar a sus amigas. Un grupo de unas cinco mujeres jóvenes se acercaron a ella para abrazarla cálidamente. Incluso se le aproximaron algunos jóvenes que la estaban esperando. Julio no pudo evitar seguirla con la mirada fascinado, como si se tratara de una aparición. Su rostro era el mismo, pero curiosamente había cambiado. Se veía muy hermosa y confiada, con una evidente evolución que sólo confiere el paso del tiempo. Siempre había sido delgada, pero tras años de entrenamiento en el gimnasio había desarrollado una complexión atlética y ágil. Su rostro era angelical y muy bonito, tenía una distribución triangular armónica y una nariz respingada envidiable. Poseía unos hermosos ojos celestes, y como si fuese poco su cabellera rubia, larga hasta la cintura resplandecía como la de un ángel. Todo esto se coronaba con una boca perfecta cuyos labios lucían tentadores y muy atractivos. No cabían dudas de que era una mujer muy bella. Por algo triunfó en el modelaje y en el mundo publicitario. Pero lo más hermoso en ella no era su aspecto, sino su personalidad. Avanzó por el salón haciendo gala de una sonrisa cándida con la cual podía derretir al mismo sol. Julio se sintió eclipsado por su presencia y no podía dejar de mirarla. Era ella, la misma que había sido su amiga en la niñez. Pero ahora había vuelto, hermosa, transformada en una mujer impresionante. Gustavo se dio cuenta de que la estaba mirando muy embobado. Y no lo culpaba, la chica era una enorme tentación incluso a la distancia. — ¡Hey! Me parece que te han pescado, pececito. Julio no lo escuchó, no le estaba prestando atención. Gustavo pasó los dedos de una mano frente a sus ojos para que reaccionara. — ¿Te ha flechado cupido, o me equivoco? — ¿A qué te refieres? — A que la estás mirando sin pestañar, tonto. Creo que es hora de que vayamos a saludarla, después de todo es nuestra compañerita de la escuela. — ¡De ninguna manera! No voy a caer al pie de la abeja reina. Si quiere, que venga ella saludar. — ¡No seas ridículo! ¡Tú lo has dicho! Es una reina, no va a venir hasta dónde están los plebeyos. — No, no. No pienso ir. En el rostro de su amigo se dibujó una expresión un poco hosca. Tamborileó la mesa con los dedos de una mano y después le dijo. — Hombre, no me hagas esto. Hace años juramos que nos apoyaríamos en esto de tratar con chicas. ¡No me dejes sólo! ¡Me diste tu palabra! Julio odiaba que se lo recordara en circunstancias como esa. Pero un amigo es un amigo y tenía el deber moral de acompañarlo. Sobre todo a Gustavo, quien siempre había estado allí para él. Rezongó levemente con un gruñido. — Bueno, está bien. — ¡Bravo!— contestó Gustavo mientras le palmeaba la espalda— ¡Hombros en alto y la vista al frente! ¡A impresionar a las damas! Ambos se pusieron de pie y se dirigieron hasta dónde se encontraba Bella, que estaba charlando con sus amigas. No notó su presencia, hasta que Gustavo se le acercó, le dio un beso en la mejilla y la saludó cordialmente. — ¡Bienvenida, Bella! Es un gusto tenerte una vez más en el hogar. Supimos de tu regreso y quisimos saludarte. — Dijo, tras lo cual le señaló a su amigo— ¿Te acuerdas de nosotros? — ¡A ti sí!! — exclamo ella con simpatía. — Eres Gustavo, íbamos a la misma clase en el instituto. También es un placer verte. ¡Vaya! Te ves igual que desde entonces. Jamás podría olvidarme del gracioso de la clase. — Respondió, irradiando todo como siempre con su hermosa sonrisa. Después miró al sujeto a su lado. — Mmm… tu cara se me hace familiar. Pero no te ubico, perdóname— comentó con sinceridad. “¡Genial, no me recuerda! ¡Soy totalmente invisible!” pensó él. — Soy Julio De León. Estudiamos juntos desde el kínder. De hecho, éramos amigos de pequeños… Bella se quedó callada unos segundos, mientras su mente buscaba en el enorme arcón de eras pasadas. Trataba con muchas personas, no le resultaba fácil recordar a todos. De repente abrió los ojos, sorprendida. — Pero, ¡claro! ¡Julio! ¿En verdad eres tú? Él se rió un poco nervioso. — ¡El mismo! — ¡Perdona que no te reconociera! Es que, ¡has cambiado! La última vez que te vi tenías el cabello hasta los hombros. — dijo, mientras se acercaba para darle un beso en la mejilla— Además, ¡mírate así vestido! ¿Tú, con traje? Me parece que fue ayer cuando andabas con jeans desgastados, borceguíes, camisetas rockeras y camisas a cuadros. ¡Cielos! Si hasta te delineabas los ojos de n***o. “¡Genial, ahora recuerda mi fase freak!” pensó otra vez. Después hizo un gesto con sus manos señalando su propia figura de arriba abajo. — Pues bien, como verás tuve que madurar. ¡Aquí me ves!—repuso, tras lo cual se rió levemente— En cambio tú estás igual. — ¿Para bien o para mal? — ¡Para bien, por supuesto! — ¿Cómo está tu papá? ¿Aún tiene la clínica? — Si, como siempre. — Y, ¿Qué es lo que haces tú? — Estudié medicina, pero soy pediatra. — ¡Vaya, qué interesante! — Les presento a las chicas. — Dijo y después agregó— Ella es Giselle, mi mejor amiga— comentó mientras señalaba a la joven a su derecha. — Y después agregó —...y ellas son Jeannette, Miranda y Matilde, el resto de la banda. — concluyó mientras ellas sonreían y los saludaban con la mano. Todas eran muy bonitas. Pero una en particular, Giselle, le resultó especialmente atractiva a Gustavo. Por eso se tomó la libertad de besar el dorso de su mano derecha: — ¡Enchantée, Mademoisele! — Dijo y después aclaró— Encantado, preciosa. Giselle sonrió un poco extrañada. — Igualmente— le contestó. En el escenario la banda de jazz dejó de tocar, y un presentador tomó el micrófono ya que iba a dar comienzo una pequeña ceremonia de conmemoración. Llegó el momento en que había que volver a las mesas. — Seguimos charlando después — comentó Bella, y todos fueron a sus respectivos lugares. Cuando regresaron a la mesa se sumaron a Gonzalo y Berenice que habían regresado. Su padre lo miraba sorprendido mientras se restregaba los ojos. — Creo que algo pasa con mi vista. Hijo, ¿es una alucinación mía o estaban platicando no con una, sino con cinco mujeres bellas? — Su vista está perfecta, doctor De León. — se adelantó en responder Gustavo— Hemos impresionado a un conjunto de hermosas damas. Sobre todo su hijo, quien hizo contacto con (cito sus propias palabras) LA ABEJA REINA. Julio hizo un gesto de fastidio ante la pomposidad de su amigo y desestimó la situación. — Es sólo Anabella, papá. ¿La recuerdas? Éramos amigos de pequeños. — ¡Ah, claro! Sí la recuerdo. ¿Es la misma que ingresó en el modelaje? Creí que estaba viviendo en Europa. — Si, pero regresó. — repuso. — Parece una buena oportunidad para ti, hijo. — ¡Qué dices, papá! Si es solo ella, una amiga de la infancia. — Bueno, nunca se sabe. Las cosas suceden por algo. Debido a la desazón que le provocaba el pasado no podía imaginarse teniendo nada con ella. Pero dirigió su mirada hacia dónde estaba y la observó por momentos. No podía dejar de prestar atención a la gracia y belleza natural que había desarrollado. ¡Algo tenía que no podía quitarle los ojos de encima! Y por momentos pensó, que si existía la posibilidad de que ella lo viera como algo más que un amigo de la infancia, tendría ante sí un camino que no se negaría a transitar.

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