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El secreto de Matteo

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Toda mi vida he luchado contra el amor y el odio de mi madre. ¿Como una madre puede ser tan cruel con su unica hija? Desde que tengo uso de razón, mi madre siempre me había gritado que era una perra no deseada y con el paso del tiempo llegué a acostumbrarme a ello.

A los dieciocho años estaba lista para irme a la universidad, pero mi plan se vino abajo. una vez mas, me vi atrapada con la mujer malvada a la que llamaba mamá.

Mi vida era un infierno hasta que llegó Matteo Bonetti. El guapo Italiano foráneo y misterioso que no miraba como los demás... El me hacia sentir feliz, segura y especial.

Pero su repentina llegada al pueblo es un misterio, ¿ Qué esconde este hombre guapo y misterioso? ¿cuál será el motivo real por el que estaba en mi pequeño pueblo?

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1. Mamá
Pasé la toallita tibia por el rígido brazo de mi madre. Los temblores fueron peores hoy, los noté mientras lavaba el jabón de la piel de mi madre. La toallita descendió hasta las puntas de sus dedos, y noté por millonésima vez que mi madre todavía tenía dedos delgados y bien formados. Moje el paño en el recipiente de plástico rosa que me había llegado desde…algún lugar. Tal vez del hospital en la última visita de mi madre, allí fue donde lo conseguimos. Me aparté los mechones de cabello de mi rostro naturalmente bronceado con el dorso de la mano y aparté la mirada de mi madre. Había demasiado calor para trabajar así, pero no podía permitirme el lujo de que nadie más me ayudara. Una lágrima se deslizó por mi rostro, pero me la sequé con enojo. La autocompasión no era algo en lo que me permitía hundirme a menudo, pero a veces me resultaba difícil no hacerlo. Mi madre había perdido toda capacidad de cuidar de sí misma y ahora me correspondía hacerlo por ella. —Ali…— llegó la voz confusa de mi madre. A veces la mujer apenas podía hablar, y otra veces su voz era más clara. Le aparté el pelo corto y blanco del rostro. Un rostro que alguna vez había aparecido en carteles de películas, con brillante cabello castaño oscuro y ojos atrevidos, ahora era poco más que una cascara de lo que solía ser. Toda esa herencia francesa y española se había fundido en el tiempo en el rostro de una mujer anciana antes de su tiempo. —Lo se mamá, estoy tratando de darme prisa— me moví al otro lado de la cama de hospital que mi madre estaba usando, me aseguré de que los protectores de plástico azul con un centro absorbente protegieran las sábanas y comencé a lavar el otro lado de mi madre. Luego trabajaría en el medio, la espalda, y finalmente, sus piernas y pies. Era un proceso que había aprendido de la agencia de atención médica domiciliaria que me pagaba el salario. Como asistente de cuidado personal de mi madre, me pagaban por realizar las tareas que Rose Beaufort no habría permitido que hiciera otra persona. Eso me permitía tener ingresos, cuidar de mi madre y mantenernos a ambas alimentadas. Todo lo pagaba una agencia estatal, un programa en el que había inscrito a mi madre hacía mucho tiempo. Eso fue cuando por primera vez tuvo que usar una silla de ruedas y podía levantarse de la cama, cuando iba camino a la Universidad Estatal de Lousiana con sueños en la cabeza y esperanza en el corazón, ahora era la esclava de mi madre, la misma de siempre. Al menos ahora ya no era abusada verbalmente. Mi madre apenas podía hablar, incluso cuando estaba lucida, y eso mantenía su lengua afilada bajo control Me sentí terrible al pensar eso e hice una mueca cuando prometí que haría penitencia más tarde. Por ahora tenía que lavar el torso de mi madre y luego el resto de su cuerpo. Siempre intentaba pensar en otra cosa mientras realizaba la tarea para la que había sido entrenada. Pensaba en la playa a la que quería ir o en los restaurantes no muy lejanos en los que me gustaría comer. Pensaba en lo que pediría del menú y en lo que haría una vez que tuviera los dedos de los pies en la arena. Salí de la pequeña habitación con las ventanas oscurecidas. Lo habían hecho para proteger la vista de mi madre. Ella había afirmado que la luz le hacía daño, pero me había preguntado a menudo si era para mantener al mundo a raya. Si ella no podía ver hacia afuera, nadie podía ver hacia adentro. Siempre había sido así. Toda su vida. Rose, nos ocultó a ambas del mundo, de los forasteros, como ella los llamaba. Una vez que terminé con el torso de mi madre, entré al baño justo enfrente del dormitorio que mi madre había reclamado como suyo y enjuague la bañera. Mientras lo llenaba con agua limpia y tibia, tarareaba para mí una canción que había escuchado en la radio. Me encantaba escuchar música y a menudo dejaba la radio encendida, incluso cuando me iba a dormir. —No dese…— gimió mi madre cuando entré. Suspiré, pero lo deje pasar. “Perra no deseada” eso es lo que mi madre intentaba decir. incluso ahora, cuando hacia todo lo posible para mantenerla limpia, libre de ulceras y con ropa limpia, mi madre era cruel. Aunque ella siempre lo había sido. Yo siempre había sabido que no me querían. Recordaba que mi madre lo decía cuando tenía dos años, luego tres y luego todos los años. Incluso cuando tenía dieciocho años y estaba lista para dejar a mi madre, por fin me lo había dicho. Lo escupió ese día, pero le había añadido un nuevo giro. Me dijo que era una desagradecida, que fui una ingrata por la vida larga y miserable que le di. Así es como ella anunció la noticia de que ella estaba enferma, me había llamado perra ingrata y no deseada que ni siquiera me quedaría para cuidar a su madre enferma. Yo solo había querido escapar del tormento, pero me había derrumbado y me había quedado. El Parkinson de mi madre había avanzado lo suficiente como para que los médicos finalmente dejaran de culpar al accidente automovilístico que había matado a mi padre y que casi acababa con la vida de mi madre. Hicieron unas series de pruebas y finalmente concluyeron que los temblores, la perdida de equilibrio y la rigidez en el brazo izquierdo de mi madre se debían a la enfermedad de Parkinson. Para ese entonces ya estaba en una etapa avanzada y yo estaba tan condenada como mi madre. Condenada a estar siempre ahí para ella. Me sentí culpable por mi silenciosa ira y mi resentimiento hacia mi madre. Sabía que debería haber sido una mejor hija, que debería esforzarme más por mi madre, pero algunos días, como hoy, el resentimiento se apoderaba de mí. Hacia un calor pegajoso y las moscas zumbaban por ahí. Los mosquitos llegarían más tarde, atravesarían los mosquiteros y me dejarían ronchas en mi cuerpo. Quería salir de este lugar, estar en algún lugar donde pudiera permitirme el lujo de tener aire acondicionado y donde alguien más cuidara de mi madre. Donde no fuera esclava de una mujer que me había odiado por mi existencia. Se suponía que te iba a abortar, eso es lo que quería tu padre. Pero tuvimos el accidente, y aquí estas, toda mal agradecida y egoísta” Recordaba que mi madre me decía eso cuando tenía solo cinco años y necesitaba zapatos nuevos porque los viejos ya me quedaban pequeños. Había aprendido a conformarme con lo que tenía hasta que mi madre notaba que mi ropa no me quedaba, o la escuela la llamaba para amenazarla con denunciarla si no cuidaba mejor a su pequeña. Esos días habían sido los peores porque, cuando llegaba a casa y me encontraba con una madre furiosa y odiosa que tiraba de mis brazos hasta dejarme moretones mientras me arrastraba hasta su auto, hacia una tienda y me tiraba al suelo para probarme ropa o zapatos. O sujetadores. Me estremecí al recordar la primera vez que mi madre me llevo a comprar sujetadores. Había oído quejas acerca de que su hija no se convertiría en una pequeña zorra y no, yo no podía tener los sujetadores suaves de encaje que eran cómodos; Usaría este sencillo artilugio de algodón que era tan ajustado que dejaba líneas alrededor de mi caja torácica. Mi madre no era el ángel dulce y cariñoso que tenían otros niños a su alrededor. Para nada. Frote la espalda de mi madre, revisé su piel mientras la secaba en busca de signos de que pudiera estar teniendo ulceras por decúbito y la humedecí. Cogí otra toallita, una limpia, y luego abordé las partes íntimas, un trabajo que odiaba hacer. Me sentía como si estuviera haciendo algo mal. Sabía que era necesario hacerlo, que mi madre tenía que estar limpia en todas partes, pero maldita sea si no se sentía como una invasión. Tararee una canción mientras deslizaba el paño alrededor de las partes necesarias, con mi cerebro congelado, ningún pensamiento entró en absoluto, mientras sacaba el paño, lo enjuagaba y luego enjuagaba el jabón. Con más agua limpia. Tendría que lavar la ropa hoy, colgarla en una cuerda y luego traerla de regreso. Cuando regresara del supermercado, la bajaría toda y la doblaría. Ya casi había terminado, solo faltaban sus piernas y pies. Inspeccioné los talones de mi madre, la parte posterior de sus pantorrillas y muslos, cualquier punto de presión y decidí ponerle las botas especiales que me dió el médico para proteger los pies de mi madre. Mantuve los talones fuera de la cama y los suspendí para que no hubiera presión y, por lo tanto, no hubiera llagas. Comprobé los codos de mi madre una vez más y finalmente retiré la bañera. Limpié la tina azul con agua caliente y la puse sobre una rejilla para que se secara. Lo necesitaría de nuevo por la noche. O si mi madre tuviera un accidente. Sucedía a veces, y yo tendría que lavarla de nuevo si sucedía. Mi madre no se había ido mentalmente, solo era físico el problema. A veces ella alucinaba o mostraba signos de demencia, pero no era frecuente. No todavía, de todos modos, sabía lo que me deparaba el futuro a medida que avanzaba la enfermedad de mi madre ya estaba preparada para eso. Eso esperaba. Fui a la cocina y me senté a la mesa a descansar. Estaba cubierta de plástico barato y de los bordes salían partículas de madera. Probablemente era mayor que mi propia madre, pero era todo lo que podíamos permitirnos ahora. Lo sabía cuándo la casa dejó de tener tan mal aspecto. Mi madre había ganado un poco de dinero con la película que hizo y, de vez en cuando, todavía recibía un cheque de regalías. No muy seguido, pero sí de vez en cuando. En aquel entonces había bastado con comprar la casa de cinco habitaciones con dos baños y dos plantas. La mayoría de las habitaciones estaban ahora vacías y las puertas permanecían cerradas. En invierno era demasiado difícil calentar habitaciones que, de todos modos, nunca se utilizaban. Había vendido los artículos que había dentro de las habitaciones para pagar el cuidado de mi madre y pagar las facturas. Ahora, mi madre tenía un cheque por discapacidad y un seguro médico del gobierno, pero no lo pagaba todo. Al menos a mí me pagaban por cuidarla. Si hubiera tenido que hacerlo sin recibir pago, podría haber perdido la cabeza mientras luchaba por pagar las cuentas. O morir de hambre, porque no habría manera de que pudiera hacer ambas cosas. Otro programa estatal pagaba para que una enfermera viniera una vez al día y controlara los signos vitales de mi madre y su salud general. La enfermera se quedaba una hora, y ese era el único descanso real que tenía de mi casa. Era entonces cuando, me dirigía hacer mandados, hacer las compras y escapar. A veces iba a la biblioteca, cogía algunos libros, algo que leía por la noche, en la cama, para ayudarme a conciliar el sueño. Algunos días no podía relajarme lo suficiente como para conciliar el sueño y la lectura siempre me ayudaba. —Ali…— El fuerte sonido interrumpió mi momento de paz, y me puse de pie. Me pase la mano por los jeans todavía húmedos y respiré hondo. Sabía lo que significaba ese sonido. Mi madre se había hecho del baño. Cogí una caja de guantes, las toallas de papel que guardaba para momentos como estos y recogí algunas bolsas de plástico del mercado. El olor me golpeo mientras caminaba por el pasillo, un olor que confirmó mis sospechas. Tendría que limpiar a mi madre, lavarla de nuevo y tal vez incluso cambiarle la cama. Le ponía toallas absorbentes debajo de mi madre cuando terminaba de lavarla, pero no siempre eran suficientes. Hice una parada, en el baño encontré un frasco de ungüento mentolado y me pasé un par de gotas por la nariz, luego fui al dormitorio de mi madre. La mirada sádica en el rostro de mi madre me dijo que esto no fue un accidente. A veces mi madre era simplemente una perra cruel y sin corazón. Yo había intentado con todas mis fuerzas de ser una buena chica, pensé, trate de no ser mala, de no ceder ante la maldad de mi madre, pero a veces me odiaba a mí misma por ello, pero a veces esperaba con ansias el día en que todo esto termine. Fruncí los labios e ignoré la risa confusa que hizo mi madre mientras bajaba la sabana de sus piernas. Ni siquiera el ungüento mentolado pudo evitar que eso entrara en mi nariz, pero me recordé a mí misma que no debía de respirar por la nariz y continue con la tarea que tenía entre manos. Una hora más tarde, justo cuando escuché un golpe en la puerta trasera, había terminado. Limpié lo peor, lave a mi madre, cambie las sábanas y la ropa de dormir de mi madre y le había puesto toallas sanitarias nuevas. Sali de la habitación decidida a no llorar. Pero quería, quería hacerlo y muchísimo, pero no lo hice. Recordé la forma en que mi madre había intentado usar su brazo bueno, su brazo derecho, para empujar mi cara hacia el desastre que había hecho y sentí que se me llenaban los ojos de lágrimas. ¿Cómo es posible que haber nacido merezca tanta crueldad? Sabía que mi madre había dicho que mi padre quería que me abortara, pero la odiosa mujer nunca dijo lo que quería antes del accidente. Solo había dicho que era demasiado tarde cuando se despertó y todo el mundo supo de su embarazo. Que ningún médico lo haría en ese estado tan avanzado. Yo sospechaba que mi madre había querido quedarse conmigo, pero cambio de opinión una vez que murió mi padre. Me consideraba una mujer inteligente, siempre me había ido bien en la escuela y había sacado buenas calificaciones. Pude deducir, por lo que mi madre me había dicho a lo largo de los años, a veces después de unas copas de vino barato, que mi madre había quedado embarazada a propósito, para atrapar al hombre al que había querido obligar a casarse con ella. Pero él había estado casado con otra mujer y luego había muerto. Su plan, su trampa habían fracasado. No era el tipo de pasado del que la gente estaría orgullosa, ni para mi ni para mi madre, ella bebía mucho cuando yo era una niña. Ella probablemente había dicho cosas que no recordaba haber dicho. Yo nunca mencione esas cosas ni pregunte sobre ellas, por miedo al enojo de mi madre. Me había abofeteado demasiadas veces como para tentar mi suerte. Ahora tengo 26 años y he pasado ocho años de mi vida en este miserable infierno. Al principio no había sido tan malo. Había podido llevar a mi madre conmigo o salir sola. Sin embargo, al cabo de un año, ella se había acostado en su cama y se negaba a abandonarla. Por supuesto, su pierna y brazo izquierdo no se movían, y los efectos en su columna y caderas dificultaban el movimiento, por lo que realmente no podía culparla, pero me preguntaba ¿cuántos de los problemas de mi madre eran exagerados? En momentos de tranquilidad, como ahora, cuando me dirigía a la ciudad a hacer la compra en el viejo y destartalado coche que apenas andaba, pero lo intentaba, se entrometían más pensamientos. Mi madre siempre había sido cruel. Podría estar empeorando las cosas para más de lo que tenía que ser. De todos modos, estaba dentro del ámbito de lo posible. En esos momentos, pensaba que tal vez podría ser una mejor hija. Pero Rose también podría haber sido una mejor madre.

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