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El Puro que Aúlla

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Soy Stefan Höller, un sobrenatural, un licántropo de puro linaje, descendiente de una línea de alfas que no se ha quebrantado desde hace diez mil años, cuando mi manada se estableció en La Tierra. También soy el protagonista de la Profecía que compartió con nosotros la Madre Luna, la que nos promete la unificación de los pueblos sobrenaturales, recuperando a los felinos, amistándonos con los vampiros, viendo el retorno de los elfos. Sin embargo, para mí no ha sido fácil ser alguien tan importante para muchos, cuando lo único que quería era que ella aparezca, mi predestinada, y no busque alejarse de mí. Esperarla ha sido un suplicio, ya que, por no sentirme seguro de mí mismo, por no estar completo, he cometido muchos errores, los cuales creí que la harían despreciarme, pero ella siempre ha demostrado que su humanidad no limita por completo su esencia divina, y por libre voluntad, decidió permanecer a mi lado. La amo, para la eternidad y por toda la eternidad, y ahora es el momento de conocer nuestra historia contada por mí.

El Puro que Aúlla, segundo libro de la saga “La Profecía”, cuenta el inicio de la historia de amor de Amelia y Stefan, pero narrada desde la visión masculina. Conoce mejor a Stefan leyendo su relato de los hechos, quizá te llegues a identificar con él.

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Bajo el código 2312276484049

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Preámbulo Parte 1
Varios eones en el pasado. De cómo apareció la humanidad y los pueblos sobrenaturales.  Cuando el Dios Supremo -El Todopoderoso, El Creador, El Padre Celestial-, decidió darle una oportunidad a los espíritus humanos para perfeccionarse, elevar y así ser dignos de pertenecer a uno de los nueve coros angélicos que permanecen cerca de Él y son nutridos por su infinita luz, decidió crear un espacio donde se desarrollara la vida humana, una que nace de la unión de una porción del espíritu con la carne, con la intención de hacerles entrega del libre albedrío para que aprendan a utilizarlo al tomar decisiones según cómo las posibilidades vayan apareciendo durante el corto tiempo que tendrán sus mortales existencias. Así fue cómo decidió crear los planetas, en especial uno, La Tierra, con características que permita la existencia de los que serían encarnados. Había terminado de armar los cimientos de ese nuevo planeta -teniendo el núcleo, el cual era cálido al ser hecho a base de la propia esencia de la divinidad, y una serie de capaz de revestimiento, cada una de materiales que enriquezcan los suelos por donde los humanos caminarán, con miras a que la vida sea posible-, cuando tuvo que detener su creación para hacerse cargo de la revuelta que uno de sus serafines más amados había iniciado, la que desencadenaría la Guerra de los Cielos. Tras haber acabado con la insurrección y despojado de las alas de aquellos que participaron en ella, desterrándolos de los Cielos, lugar al que no volverían más, quitándoles así la gracia de permanecer al lado de El Padre Celestial, los vencidos fueron arrojados hacia ese árido y frío planeta que aún estaba en creación. «Su mayor castigo será ver cómo los humanos se desarrollan y logran elevar sus espíritus, haciéndose dignos de existir eternamente a mi lado, algo que ellos no tendrán más», con esas palabras, El Todopoderoso determinó el futuro de aquellos que serían conocidos como los Caídos mientras veía desaparecer al último celestial que peleó en su contra y fue expulsado de su presencia. Al retomar la creación de La Tierra, la concluyó agregando los demás elementos necesarios para el desarrollo de la existencia mortal. Al ya tener el suelo, el elemento tierra –el cual da su nombre al planeta-, este debía de nutrirse para florecer, de ahí que añadió los elementos agua y aire, necesarios para que surja la vida terrestre. Para mantener la oscuridad alejada de los humanos, el Dios Supremo tomó una porción de su luz y creó el sol, astro rey que iluminaría su creación, entregando ese elemento adicional que necesitaba el suelo para poder florecer. Sin embargo, recordando a aquellos que no volverían a estar cerca de su presencia, hizo que cíclicamente haya luz y oscuridad, creando el día y la noche, para que el hombre sepa qué se siente al existir sin gozar de la luz, que es la presencia de El Creador; aunque luego, por ser infinito amor, agregó el elemento fuego a su creación, para que el hombre pueda tener algo que lo ilumine en medio de la oscuridad. Todo estaba casi listo para que los espíritus humanos encarnen y habiten La Tierra, pero un recuerdo de las duras palabras del amado serafín que decidió ir en contra de sus designios le hizo cambiar de parecer y tomar una decisión: «El hombre puede aprender y elevar su espíritu sin estar lejos de mí. Por ello crearé El Paraíso, un espacio en donde tendrán todo lo que necesitan para que se dé la vida material, una que será inmortal, donde los humanos no sabrán lo que es la enfermedad, la vejez, el dolor, la muerte. Les tomará más tiempo el poder elevar sus espíritus, pero tiempo es lo que me sobra al ser eterno y el creador de todo». Como la vida en La Tierra ya se había dado, una de menor rango al haberla habitado de animales y vegetación, no podía dejar su creación sin que alguien cuide de ella, por lo que preguntó entre Los Celestiales, quién estaría dispuesto a encarnar para encargarse del cuidado de su obra. La idea de alejarse del Dios Supremo no era del agrado de los miembros de ninguna de las nueve órdenes angélicas, pero alguien debía de aceptar el pedido de El Padre Celestial. Tímidamente, un grupo de querubines se ofrecieron para realizar esa labor. «Por ofrecerse, sabiendo lo difícil que les resultará alejarse de mí, los recompensaré. Los querubines serán los guardianes de mis obras, los que se ocupen de cuidar de mi esencia depositada en la creación. Contemplarán mi creación de la misma manera que lo hacen conmigo, de ahí que la amarán y se preocuparán por que se mantenga pura por el transcurso de los tiempos», y así llegaron a La Tierra unos pequeños seres portadores de los elementos que facilitan la vida en el planeta, amantes de la paz y dueños de un poder mágico que les permite controlar la creación, a quienes el Dios Supremo Todopoderoso llamó El Pueblo de las Hadas. Agrupadas por elementos, existen cuatro tipos de hadas: de la tierra, del agua, del aire y de fuego. Cada una tiene determinadas funciones según las propiedades del elemento que controlan, que en conjunto hacen posible que los diferentes ecosistemas se mantengan en equilibrio. Entre sus deberes están el cuidado de la naturaleza, así como el cambio de las estaciones y la reproducción tanto vegetal como animal. Las hadas también son guardianas de los animales: las hadas del aire son las que cuidan de las aves y mamíferos voladores; las hadas del agua se encargan de los peces, mamíferos acuáticos, anfibios e invertebrados marinos; las hadas de la tierra cuidan de los mamíferos, reptiles y el resto de invertebrados. Las hadas de fuego son las únicas que no tienen bajo su responsabilidad ser guardianas de algún animal. Un día, un hada de fuego que estaba calmando la erupción de un volcán decidió ingresar al interior de este para ver qué era lo que estaba provocando que se active y ponga en peligro a la flora y fauna que creció a su alrededor. Sin percatarse del tiempo que anduvo bajando hasta llegar al núcleo del planeta, encontró que, en ese punto tan cálido, imposible de ser habitado por la creación de la superficie, había unos espíritus que nunca había conocido cuando fue un Celestial. Estos seres inmateriales emanaban oscuridad, y una frialdad tan intensa como el calor que había en el centro del planeta. Al seguir observándolos, cuidando de no ser descubierto, pudo ver que eran millones de millones, y detectó que entre esos espíritus oscuros también se encontraban los Caídos. De una construcción enorme, la que reconoció como un intento de réplica de la morada que habita El Todopoderoso en los Cielos, un ser que destacaba entre todos empezó a hablar. El hada reconoció a Luzbel, el serafín que se rebeló contra El Creador. Algo diferente había en Luzbel. El hada notaba que el Líder de Los Caídos había cambiado. Al escuchar cómo lo llamaron, entendió que algo había sucedido con él más allá de perder los tres pares de alas que Los Celestiales de su rango portan. Esos seres oscuros y despreciables lo llamaron «Satanás». El hada quería quedarse por más tiempo en ese lugar al que llamó Inframundo por estar debajo del mundo creado por El Todopoderoso, para averiguar qué era lo que le había hecho cambiar a Luzbel, además de haber adoptado otro nombre, pero no pudo mantenerse por más tiempo escondido porque lo que escuchó hizo que empezara rápidamente su recorrido de retorno. Satanás estaba compartiendo con esos espíritus oscuros, a los que llamó demonios, y los Caídos sus planes para atacar la creación: «Aún el hombre no ha llegado a este mundo, pero podemos ir desvirtuando a los seres inferiores que habitarán junto con él este planeta. Tomen posesión de los animales y destruyan la flora y la fauna». Aunque el hada de fuego llegó a tiempo para alertar a sus hermanos, no pudieron evitar que los animales sean poseídos por los demonios y arremetan unos contra otros con violencia. Las hadas no sabían cómo enfrentar esa situación, encontrar una solución, ya que no eran seres entrenados para la batalla, sino amantes de la paz y la tranquilidad. Usaron su poder mágico, concedido por el Dios Supremo para esconder a las crías y las hembras preñadas, pero no pudieron evitar que los machos poseídos por demonios ataquen a los jóvenes o ancianos de cada grupo animal. Cuando el caos del ataque acabó, no hubo lugar en La Tierra que no estuviera teñido por la sangre de la creación. La situación se agravó cuando Satanás, junto a Los Caídos y demonios, empezó a tomar los cuerpos inertes de los animales para crear caparazones espeluznantes y aberrantes que iban en contra de las reglas naturales que el Dios Supremo determinó para su creación. Los demonios tomaban posesión de esos cuerpos mejorados para causar violencia, destrucción y comenzaron a ir en contra de la creación con más ahínco. No solo buscaban asesinar a los animales, sino también acabar con la vegetación, arrancándola de los suelos para que muera al no poder nutrirse de la tierra. Ante esta situación, El Todopoderoso volvió a recurrir a Los Celestiales para preguntar quiénes estaban dispuestos a encarnar para proteger la creación enfrentando a los demonios y sus abominables orcos, como llamaban a esos seres producto de la mezcla de c*******s. Ese fue el momento en que Las Potestades se levantaron y decidieron aceptar la misión de proteger a la creación. «Ustedes serán los que luchen contra las fuerzas adversas, aquellas que celosas del plan que tengo preparado para la humanidad, buscan dañarla desde antes que La Tierra esté habitada por ellos. Al ser los segundos que acceden a mi pedido, también serán recompensados». Las Potestades fueron dotadas de un cuerpo fuerte y mucho más grande que el de las hadas, y tenían habilidades físicas que les permitían destacar en la batalla. El Dios Supremo los dotó de agudeza en los sentidos, intuición elevada y magia que les permitía sanar y curar. San Miguel Arcángel, el general de los Ejércitos Celestiales, creó una nueva arma que fue entregada para el uso exclusivo de estos nuevos seres que habitarían La Tierra, una que les permitía atacar a sus enemigos sin la necesidad de tener que combatir cuerpo a cuerpo: el arco y la flecha. Con hacerse carne y aparecer en La Tierra, el Dios Supremo creó a la segunda especie sobrenatural: El pueblo de los Elfos. Satanás no se esperaba que el Dios Supremo decidiera crear guerreros llenos de su divina magia para enfrentar con violencia a sus oscuras huestes formadas por demonios, orcos y Caídos. Criaturas poseedoras de una belleza singular, de una gracia única para desplazarse y hasta para pelear, así eran los elfos, quienes guardaban su esencia celestial en la mirada, una que fluctuaba entre las tonalidades azules, grisáceas y verdes. El rasgo llamativo de sus orejas puntiagudas, como las de algunos animales que se caracterizan por tener un agudo oído; sus cabellos de un rubio platinado que recordaban la luz de El Creador, y una grácil figura que plasmaba la belleza de Los Celestiales, eran otras características de los hijos de ese pueblo. Los elfos eran inmortales, al igual que las hadas, pero el estar expuestos a la violencia, la muerte no les era ajena. Y así los hizo El Todopoderoso pensando en que la decisión que tomaron Las Potestades de encarnar para proteger su creación fue muy riesgosa, por lo que se merecían el poder regresar a su presencia prontamente, si por el ímpetu de la batalla eran asesinados. En algún momento, tras analizar que la lucha contra Satanás y sus huestes sería mucho más dura con el paso del tiempo, y que era necesario contar con toda la fuerza necesaria para salir airosos en la última batalla -durante el Fin de los Tiempos, que acabará con el encierro del Líder de los Caídos en el Infierno, su cárcel eterna-, los elfos rogaron al Dios Supremo que la muerte no los afecte, aunque ellos sabían que eso haría que regresar a la presencia de El Creador no sería posible hasta que el embaucador que alguna vez fue un Celestial esté encerrado en su prisión. Al escuchar sus súplicas, El Todopoderoso decidió que para impedir que la muerte toque a los elfos, estos debían pasar mil años de su existencia terrenal en la Tierra Bendecida, una extensión en El Paraíso, donde la magia élfica que dotaba el poder de sanación y curación que se les fue entregado modificaría sus cuerpos para que la esencia divina que permanecía en ellos se convierta en una fuente inagotable de energía vital, de tal manera que no necesitaran regresar a la presencia del Dios Supremo para alimentarse de Su Luz. Así fue como varios millones de años después, los elfos fueron dejando La Tierra, hasta que solo quedara uno. Cuando el hombre llegó a La Tierra tras el fallido intento de que sea el morador de El Paraíso, los enfrentamientos entre Satanás con sus huestes y los elfos junto a las hadas estaba en su más álgido momento. Ante esta situación, El Todopoderoso hizo que la carne a la que el alma –porción del espíritu que encarnaría- se uniría, no posea sentidos ni la intuición tan desarrollada como los miembros de los dos pueblos sobrenaturales, para que no puedan ver a Satanás, a los demonios, ni a los Caídos. Los orcos, al ser un intento de Satanás por jugar a ser dios, provenían de la carne, por lo que sí eran detectados por los sentidos del hombre, de ahí que los elfos y hadas se enfocaron en evitar que estos seres se acerquen a los humanos. Sin embargo, los esfuerzos que hacían para mantener a los encarnados ignorantes de esa abominable creación fueron en vano, ya que no contaron con que el embaucador tenía otros medios para llegar al hombre y corromperlo. Cuando Lilith dejó El Paraíso para habitar La Tierra al lado de Satanás, este conoció lo que era el deseo por la carne. El Líder del Inframundo era el único entre ellos que podía, a libertad, ser espíritu y ser carne, aunque no haya pasado por el proceso de encarnar. Por este poder que consiguió, pudo unirse a la primera mujer y engendrar hijos, que serían demonios con la misma capacidad de ser carne a libertad, como la que él tenía, gracias a la mitad humana heredada por la madre. Al aparecer el hombre sobre La Tierra, y ver que los orcos eran repelidos por los elfos y hadas con éxito, Satanás decidió enviar a sus hijos para que se mezclen con la humanidad y puedan guiarlos hacia la perdición: «Ellos son poseedores del libre albedrío, entonces démosles opciones para elegir: si seguirán los designios de El Creador, que les ofrece vida eterna en los Cielos, o si me seguirán a mí, que les ofrezco conocer los placeres que provee la encarnación», así Satanás inició otro plan para atacar y eliminar a la humanidad. Los hijos de Satanás y Lilith lograron engañar a cientos de miles de humanos. Aunque esos hijos híbridos podían manifestar la esencia demoníaca, también podían ocultarla por completo, aparentando ser simples mortales. Eso hizo que los elfos y las hadas no pudieran detectar la verdad de sus orígenes ni sus intenciones al habitar entre los hombres. El poder que heredaran de Satanás les permitía conocer a la perfección la creación, por lo que empezaron a enseñar a los mortales a utilizarla para conseguir los fines más oscuros y macabros que la mente humana puede imaginar y el corazón de estos almacenar. Así fue que empezaron los humanos a conocer las artes oscuras, el uso de la flora y fauna para fines perversos, como envenenar a sus rivales con el fin de debilitarlos para que enfermen o mueran. Asimismo, les enseñaron a invocar a los seres que habitan el Inframundo, con la finalidad que puedan recibir de ellos ayuda para sus ruines propósitos, con lo que aseguraban que esos humanos tuvieran que entregar algo a cambio por la ayuda que recibían, apoderándose de las almas de los incautos, lo que hacía que el espíritu que aguardaba por el regreso de esa porción que encarnó, se debilite y tenga que recibir ayuda de Los Celestiales para superar la pérdida, a la vez que demoraba su proceso de elevación espiritual.

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