bc

Santiago y yo.

book_age16+
32
FOLLOW
1K
READ
independent
decisive
drama
tragedy
mystery
detective
city
secrets
crime
lecturer
like
intro-logo
Blurb

La historia inicia desde la noche que Ámbar logra escapar de las llamaradas de su casa y en una estación de autobuses conoce a un extraño, misterioso y tierno hombre que la lleva a un centro hermoso y diferente a recuperarse, es él quien se encarga de sanar y ordenar la vida de la protagonista.

chap-preview
Free preview
Vísceras Mojadas.
Arañaba la ventana de una habitación ya vacía mientras caía al suelo para revolcarme de un dolor horrendo que venía desde mis adentros y que ya se había reflejado en mi cuerpo. Tenía trece kilos menos, pero supe que los había perdido mucho tiempo después. Quería escapar y salvarme. Morir, que palabra más desgraciada esa, y, aunque no me mataron, puede decir que una muerte ajena me hizo vivir. Pero que dolor más horrible para entenderlo así más tarde. No había entendido nada hasta el día final, o al menos Aquiles creía que ese había sido mi final y que ahora ya muerta, nada lo ataba para seguir a Karsuy, que nombre tan horroroso por cierto, igual que el alma de ella. La verdad todos los recuerdos de ellos me parecen asquerosos, miserables y bajos.   No me culpe usted por escribir tan mal, o por soltar virutas de rabia y desprecio, porque aunque aún estoy comprendiendo que todo sirvió para bien, es inevitable no escribir con la emoción de aquellos tiempos. No me culpe usted si no me explico bien, si le cuesta agarrar la historia, entienda que esto es mío,  que tengo y necesito soltar lo vivido. No me culpe si aborrece mi escritura, que yo no lo culpo si suelta y cierra esta historia antes que empiece a contarla, porque en mis letras todos caben y no es culpa suya si no puede admirarlas.   La noche que ellos se fueron de la casa fue una noche de esas negras sabaneras donde no hay luna ni estrellas, pero, si recuerdo que era lluviosa aunque sin truenos ni tormentas, ya tenía bastante con la mía como para sentarme a detallar como carajo llovía esa noche. Solo sé que llovía, y de eso me enteré cuando pude salir de la casa y medio correr del fuego que esos bastardos habían dejado con la intención de hacerme arder y matarme. Me ardía tanto el estómago hasta sentir que me quemaba, caminé tanto como pude porque correr ya no podía, me dolía el cuerpo, las piernas las sentía livianas y la espalda pesada, aunque ningún tipo de carga llevaba, los brazos me temblaban, el pecho lo sentía apretado y respirar me costaba. Ya había perdido la cuenta de los días que llevaba sin comer, y no porque me tuviesen privada de alimentos es que de verdad nada me pasaba de la garganta, nada me apetecía, dormía poco o prácticamente no dormía, lloraba seguido por la incertidumbre de no entender, y sí, lo acepto, también lo esperaba a él. Quería que me eligiera, que se quedara que por favor no se fuera con ella, que a mi lado haría todo por hacerlo feliz aunque eso implicará dejar mi obsesión por aquella desgraciada investigación, que sin querer lo involucre también. Pero fui una dama, no le podía suplicar que no se fuera tras ella, o insistirle desesperada gritándole lo mucho que lo amaba, no lo hice aunque quise. Aunque lo quise con toda mi alma. Esta era la razón por la que seguía en esa casa, porque la verdad nadie me pidió que me quedara, era libre, pero me até a la decisión de quedarme desde el día que me decidí amarle. Me aferraba al primer beso con la ilusión de volver a ser esos, lo extrañaba tanto, a mi Aquiles de los primeros años. Muchos proverbios rezan que el pasado vuelve y nos encuentra, pero no, yo tuve que aferrarme a buscar la verdad, tenía que enloquecer por justicia y por buscar los culpables de la muerte de Alan, tenía que revolver mis amores y dañar lo bonito  que me daba la vida con la oportunidad de volver amar. Aquí concluí que había sido mi culpa, y que había sido yo quien dejo en el camino migas de pan para que el pasado me encontrara y se llevara por delante todo lo que había construido sin haberme dado cuenta. Yo traje el monstruo a casa; yo traje a Karsuy. Me invadió esta idea mientras caminaba sin rumbo y escapaba del fuego de la casa, yo olía a humo, a sucio, a desgracia y a muerte. Mi mal estado era evidente, pero era de noche y llovía, así que fue como un baño necesario que el cielo me estaba dando. Ahorita si puedo decir que era del cielo, porque antes de conocer la casa del Sr. Crucis y la Señorita Vargas todo, en serio, todo era un infierno. Quería llegar a la casa de Daniel. Él y su esposa eran mis únicos amigos en esa ciudad, que no era la mía, y que Aquiles en su intento de que yo olvidará la investigación de la muerte de Alan me había invitado a vivir con él, por supuesto, porque en esa ciudad yo solo vivía con él. Mencionaré que su intento de hacerme olvidar aquello no funcionó, me empeñé porque sabía que ahí habían propiedades que eran de la familia de Alan, saber eso me hizo apegarme más a la idea de justicia y verdad, bueno, así sentía que lo mantenía vivo y aliviaba en mi lo mucho que lo extrañaba. Una noche de juegos en casa de Daniel, le comenté cómo inicio la historia de amor entre Aquiles y yo, su opinión final me dejó tan blanca como él, pero sin barba, este hombre sí que adoraba su barba. -Mira Ámbar, creo que has llegado lejos, y antes que cruces la línea que limita la justicia de la venganza debes soltar un poco el tema de Alan, Aquiles está aquí, ahí para ti, es torpe, pero lo intenta, no puede hacer más nada con una investigación que no es suya, pero la hizo suya por ti. Aclaremos algo, ¿si Alan viviera estuvieses con Aquiles? -un silencio sepulcral fue la respuesta más coherente que encontré para todo aquel resumen de Daniel-   Yo te lo responderé: NO. Sabes que no, y Aquiles también. Puntualizó él, antes de levantarse de la mesita donde acabamos de terminar una partida de dominó, en la que Aquiles  y Carola habían sido equipo; un equipo muy malo, lo suficiente para que Daniel y yo ganáramos unas diez veces seguidas. Éramos buenos amigos, nos gustaba salir los cuatro, por alguna razón nos incluían en sus eventos y salidas dominicales, "Como la gente sana" decía Carola, y era tradición que Daniel contestara "como los monjes que tenemos que ser". El humor de Daniel era apaciguador de furias, creo que eso conquistó a Carola, admiraba su matrimonio, la fluidez con la que conversaban y la complicidad en sus silencios. Así que mi plan era llegar a su casa, para llorar, gritar, comer algo y quizá bañarme, esperando que Daniel hiciera un chiste y todo acabara. Pero nunca llegue. Tres manzanas pude caminar con mi dolor y malestar, vi un farol a lo lejos junto a una parada de buses y me convencí de llegar y esperar que tan siquiera escampara el aguacero, esconderme ahí mientras llegaba a casa de Daniel. Esto sí logré. La parada de bus estaba cálida, pude sentarme y recostar la cabeza al vidrio, no recuerdo la hora, era domingo, así que prácticamente nadie estaba esperando un bus, por eso llamó mi total atención un hombre bien vestido, completamente seco y que con un paraguas morado en mano caminaba a la misma parada en la que me había sentado a esperar el fin de la lluvia para seguir a casa a Daniel. Aunque pude sentir miedo por la idea de ser un ladrón, también pensé que nadie querría robar a una moribunda mojada sin un bolívar en los bolsillos. Como pude sequé mis lentes y detalle otro poco a mi compañero de parada de bus. Sí, era alto, tenía un traje de etiqueta blanco, unos zapatos de esos que al lustrar parecen hechos de espejos, un reloj muy sencillo y un paraguas morado. La luz tenue del farol empapado lo alumbraba lo necesario, se veía de señor de revista que con su traje elegante te dice que todo estará bien.  No se sentó, solo se quedó del otro lado de pie; nunca se sentó, y con la cara en alto veía  como caía la lluvia a las callejuelas de la ciudad. O al menos eso creía yo que veía. Un poco temprano para esperar el bus y llegar a su cita señor -fue lo que se me ocurrió con mi básico humor desgastado pronunciar, pues tenía una ansiedad extraña y me sentí impulsada hablarle, decirle algo, cualquier cosa; que se yo-. -Yo no tengo una cita con nadie a menos que yo así lo elija, y vaya a su casa para invitarle, si me acepta, cenamos juntos, sino... ¿tú obligarías a alguien? En qué momento empezamos a conversar, -pensé-. No tenía aliento para hablar, pero su autoridad al hablar me obligó a tener fuerzas y seguir la extraña conversación. - Es usted un caballero señor, claro que yo tampoco obligaría a alguien, pero por estos días nadie invita a nadie a cenar, quizá algunos. - Por estos días pocos están atentos a la comida. -¿Sabe? Muchos por estos días hemos perdido el apetito. -Ay muchacha, ¿pero qué te han hecho? -Que últimamente nadie me invita a comer.   Reí un poco al escucharme hablar de comida y citas, cuando quería era como morirme de verdad. Pues yo te invito –dijo el súbitamente-. Quede tan extrañada con su propuesta. Yo no dejaba de verlo y él seguía de pie, con la cara en alto mientras veía la lluvia caer, pero su voz era tierna también, y me invadió una nostalgia inmensa, que sin responder rompí a llorar. Creo que escucharme llorar lo hizo sentir pena por mi dolor, y en seguida soltó el paraguas, se arrodilló justo frente a mí, tomó mis lentes y con un pañuelo rojo fino que sacó del bolsillo interno de su saco los secó y limpió para él mismo colocármelos. Tuvo un gesto muy noble al limpiarme las lágrimas con el mismo pañuelo y con su otra mano sostuvo las mías en mis piernas. -Llora mi niña, ahora que te veo de cerca , es poco lo que has cambiado, pero te recuerdo, tus padres te llevaban a una casa a la que solía ir yo también y te recuerdo porque no parabas de hablar. -Usted debe estar confundido, yo no soy de esta ciudad. -No, claro que no eres de aquí, y tampoco me he confundido, Ámbar, escúchame, si quieres vamos a cenar, te cambias de ropa, descansas y ya después si quieres te vas. -¿Entonces si me conoce? -Yo te he estado buscando Ámbar, escogí buscarte, no hubiese querido encontrarte así, pero creo que ahora más que nunca necesitas ayuda o al menos comida y ropa. Seguí llorando, y no me contuve las ganas de abrazarlo, saber que me conocía, que conoció a mis padres, que me había estado buscando, fue lo que me convenció de aceptar cualquier cosa de él, y a fin de cuentas no tenía muchas opciones para dónde ir. Por un lado estaba lejos de la casa de Daniel, cansada, con una lluvia torrencial, y, por otro el temor que Aquiles y Karsuy me encontraran dándose cuenta así que seguía viva. ¿Cómo se llama usted? -le pregunte cuando fui capaz de dejarlo de abrazar-. También me soltó y estiró su mano en señal de presentarse tardíamente. -Sí, que pena, todo me conocen por mi apellido: Crucis. -Bueno, un placer Sr. Crucis, disculpe usted mis fachas, pero estoy huyendo de unos asesinos. -Horrible, horrible eso, lo entiendo, créeme. Pero no hay que huir, porque aunque te maten, se resucita de la muerte también. -Usted habla tan extraño Sr. Crucis. -Lo mismo dice un viejo amigo, mi amigo Saúl. -Pues me agrada su locura, yo quiero estar así de loca entonces. -Tienes tan buen sentido del humor que nos llevaremos bien Ámbar, aunque te costará... Cierra tus ojos un momento.   Eso no me costó mucho hacerlo, ya de por si estaba agotada y mis ojos no daban para más, los cerré inmediatamente sentí su mano cubriendo mis ojos y recostándome a su hombro, de esto no recuerdo mucho, no sé si me cargó en su brazos o si tenía un auto en la esquina esperando por él, o si nos tele transportamos como en el anime que veía de niña y de adulta a veces. Lo cierto es que desperté por la potencia de los rayos del sol que me dieron directo a los ojos, no veía más que luz y era evidente que ya no llovía, me senté de golpe notando que estaba en una cama, pero muy cómoda para ser de un hospital, comprendí entonces que estaba en casa se alguien.   -¡Ay! No quería despertarte mi niña. -¿Cuánto tiempo llevo dormida? -Toda la vida.   Rió la chica de cabellos extravagantemente rizados y estrafalariamente ordenado, con una voz aguda y tierna   -¿Me morí? -No, no mí niña, solo dormiste lo suficiente, llegaste deshidratada.   Decía esto mientras señalaba mis venas, y con la vía tomada ajustaba el gotero, de lo que sea que me estaban suministrando por la vena. No pregunté que era, porque me sentía mejor en verdad.   -Momento, hola, soy Ámbar, me alegra estar viva, pero no entiendo cómo llegué, ni dónde estoy, explícame por favor. ¿Dónde está el Sr. Crucis? -Mi querido Crucis, está ahí afuera, estamos en su casa mi niña, él está en el jardín conversando con los que ya están de alta y pasan cada día a saludar, o a lo que sea que quieran, pero vienen.   Rascando mi cuello traté de abrir los ojos y enfocar a la chica de rizos, le pregunté que cuál hospital era exactamente, y que quería ubicar a unos amigos. -Mi niña, aún no vas a entender nada bien, pero hagamos algo, yo te cuento todo, en los ratos que el Sr. Crucis no esté aquí contigo. -¿Creer qué? ¿Contarme qué cosa? –Pregunté con autoridad y desespero- Y cambiando su ternura a una profunda seriedad dijo: -Con calma Ámbar, te dije que te contaré y te ayudaré a comprender todo poco a poco, también voy y estoy aquí para cuidarte. -Tu vestido amarillo, no me deja claro que seas enfermera –respondí esto rindiéndome a preguntar más, pero complacida por su compañía-.   Trate de reír pero me dolía el pecho aún, y colocando por inercia la mano en mi pecho mientras trataba de respirar profundo ella comprendió que me dolía.   -Si aún te duele el pecho, es porque el tratamiento es lento, vamos por partecitas. Primero era darte aliento mi niña, estabas muy deshidratada, necesitabas alimentarte, por esto la vía que tienes tomada y que te acabo de ajustar. Luego tus piernas, tu pancita, tu espalda, por último tu pecho, pero con calma. -¿Siempre hablas así de tierno tiernito? -Tú eres una ternurita, como un bebé que hay que cuidar, mimar, y leerle cuentos para dormir. -Soy cualquier cosa menos una niña. Me agrada tu voz...   En mi silencio ella notó que desconocía su nombre. -Dime Srta. Vargas, mi niña. -¿Todos aquí sólo tienen apellido, o es que no se les permite decir el nombre? -Cuanta exageración hay en ti de veras. No, son sólo modismos de Crucis, y bueno, aun le debo tanto que obedecer es lo mínimo que quiero hacer. Pero llámame Moni, soy Mónica, pero con Moni, para mí está bien. Me guiñó el ojo, se dio la vuelta y camino hacia la puerta, se detuvo, volteó y señaló dónde estaba el baño, abrió la puerta y volvió a dirigirse a mí -Ámbar, no estás aquí por casualidad, no sé qué te pasó para que llegaras, pero aquí estarás segura, aun cuando debas salir-. Volteo, y volvió hablarme para ya concluir: -Cree, cree todo mi niña. Ya Crucis viene, el mismo te cuidará. Yo también, pero el médico aquí es él. -Gracias Mónica...   No alcance a decir "Moni", cuando ya había cerrado la puerta y se escucharon sus taconcitos alejarse en el pasillo. Ella no era muy alta, pero si de una figura esbelta, cabellera riza, alborotada y castaña, ojitos achinados y nariz perfilada. Parecía una niña, pero sus manos delataban que al menos de unos 35 años no pasaba. Moverme tanto no podía, así que me senté y por la ventana que Mónica había abierto cuando desperté podía ver al jardín, era muy verde, y todos estaban despiertos, el cielo estaba azul  y muchos niños jugaban alrededor de un árbol frondoso y hermoso; muy verde también. Me pareció tan extraño que fuese de ese color tan primaveral, si la noche anterior estaba un aguacero de pleno invierno.   Pensé en lo que Mónica había dicho acerca de "estar segura aun cuando me tocase salir" pero yo no quería salir. En la mesa a mi derecha de la cama, había una libreta con páginas blancas, una pluma, tinta de la antigua, una bandeja con algo que parecía comida y una nota en papel amarillo que decía:   "Pan suave para despertar, y leche para la niña Ámbar. Att: Crucis." Me sorprendió que hubiera sido el mismo Sr. Crucis quien escribiese aquella nota. Tenía tantas dudas en mi cabeza, pero hacia tanto que no me sentía tan en paz y en calma que decidí esperar y contemplar lo bonito por la ventana. Quería entender todo, pero quería esa paz, que aunque no la comprendía, no quería acelerar nada para aclarar mis dudas, supe entonces que ese momento llegaría; el momento de entender todo Estaba en un lugar tan diferente, había tanta luz, estaba tan seca que ya olvidaba lo mojada que había estado horas atrás, pero a mi izquierda en un sofá estaba tendida mi ropa sucia, desde la cama olía su humedad, esto me recordó a Aquiles, mi investigación, mis amigos y a la familia de Karsuy.  Recordar esa mujer y su madre me revolvió la entrañas de nuevo, pues cada vez estaba más convencida que habían sido ellas quienes habían mandado acabar con la vida de Alan. Lo extrañé tanto estar en mi casa de infancia en ese momento, quería llorar, pero no podía, tenía más hambre de lo que se me había hecho normal en los últimos días, así que preferí comer. Pan y leche, con eso empecé a volver a la vida, mi estómago agradecía aquella comida, ya no estaba mojada y mis vísceras tampoco, pues alguien había suturado la herida que tenía en el abdomen, deduje que la había hecho cuando rompí el vidrio de la ventana por donde salí cuando huí de la casa. Era profunda y tenía trece puntos, por eso digo, que mis vísceras agradecían ya no estar mojadas. Mientras comía tome la libreta y cargué la pluma de tinta, sentí un impulso de escribir, -al final del día soy periodista- me lo dije en voz alta y escribí:   Qué curioso esto que vivo, tanto tiempo buscando la paz y me la vino a dar un desconocido. No sé dónde estás, no sé a dónde querías llegar, pero aun te extraño, eso no lo puedo negar. ...Aún te extraño, aún.

editor-pick
Dreame-Editor's pick

bc

Navidad con mi ex

read
9.0K
bc

Traicionada desde el nacimiento - La hija no valorada del Alfa

read
68.3K
bc

Prisionera Entre tus brazos

read
86.9K
bc

Mi Sexy Vecino [+18]

read
52.0K
bc

La esposa rechazada del ceo

read
169.1K
bc

Bajo acuerdo

read
10.1K
bc

Tras Mi Divorcio

read
511.6K

Scan code to download app

download_iosApp Store
google icon
Google Play
Facebook