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Pecado

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detective
small town
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intro-logo
Blurb

Manuel es un joven cura que acaba de terminar el sacerdocio. Llega a Del Viso, un pequeño pueblito súmamente religioso, allí será el reemplazante del cura que está próximo a la jubilación. Cuando conoce a Gabriel, un joven estudiante de teología, las cosas se tornan distíntas, la fé de ambos comienza a tambalear.

Nota de la autora: esta historia trata de una pareja homosexual, si no es de tu agrado, por favor no insultes ni denigres mi trabajo. No adaptar sin permiso.

Yaoi-Hands-Mio.

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1
Manuel El remisero me despertó cuando llegamos, me sentí un poco desorientado, pero la insistencia del chofer por su dinero me hizo despabilar rápido. Le pagué y bajé con el bolso en mano. Crucé la reja que dividía el patio de la vereda. Después de un viaje largo desde Bahía Blanca, por fin estaba en Villa del Carmen. Estaba un poco nervioso, me temblaban las piernas y me transpiraban las manos. Hacía unos meses terminé el sacerdocio y acá iba a terminar mi formación, como una especie de residencia. Cuando el cura a cargo considerara que estaba listo, se jubilaría y me cedería su puesto. La parroquia estaba un poco deslucida, el techo había perdido algunas tejas y el campanario, una torrecita en forma de jaula con una cruz en la punta, tenía las marcas del granizo en las paredes. Tenía un patio en la entrada, donde, en la esquina de la izquierda, se erguía la Virgen hecha de cemento iluminada por unas luces celestes, estaba sobre un pedestal lleno de ramos de flores y velas derretidas. Devolvía una mirada serena, extendiendo los brazos a modo de bienvenida. En la parte inferior, bajo la sombra de los ramos, pude ver una placa de bronce en la que apenas pude ver la inscripción "Nuestra Señora del Carmen, ruega por nosotros". Volví a detenerme en su rostro blanco y celeste, los ojos blancos parecían vivos cuando se los miraba demasiado. Era como si escrutara mi interior intentando encontrar mis secretos mejor guardados. De chico me daba miedo aquella sensación. Recordaba intentar pasar por atrás de la estatua de la casa de mi abuela, hasta que ella empezó a leerme la Biblia, así dejé el miedo de lado y llegué al sacerdocio. Volví a agarrar mi bolso, entré a la parroquia atiborrada de gente y me acomodé en una esquina atrás de todo. Era más luminosa de lo que parecía desde afuera, en las paredes había imágenes de santos y, atrás del Padre, estatuas similares a la de afuera, una Virgen en el lado derecho y un Jesús crucificado en el medio, justo encima del altar. Esperé pacientemente a que la misa terminara. Mientras la parroquia se vaciaba poco a poco, pude ver al Padre salir por una puerta lateral mientras los monaguillos se ocupaban de guardar todo. Me acerqué una vez que todos ya se habían ido, mis pasos resonaron en el templo, pero los chicos no se detuvieron en mí. Me senté en el primer banco y los observé ir de un lado a otro guardando y limpiando cosas. En el silencio del templo, apenas se los podía escuchar caminar. Me recordaban a mí cuando empecé a asistir a la iglesia y al catecismo. Una voz grave emergió desde la puerta lateral disipando el silencio en la parroquia, poco después, apareció el Padre, un hombre de unos setenta años, bajito y corpulento. Le pidió a los monaguillos que se apuraran antes de dirigirme la mirada junto con una sonrisa. —¡Manuel! Pensé que llegabas la semana que viene. Mi nombre es Basilio, no sé si Damián te lo dijo. Me extendió la mano para que la estrechara. —Conseguí un pasaje antes. Me olvidé de avisar. —No pasa nada, hijo, el cuarto ya está preparado, la Hermana Blanca la alistó ayer. Cuando los chicos se vayan, te llevo. Me hizo un gesto con la mano para que me sentara en uno de los bancos. Los chicos salieron por la puerta lateral y poco después, se fueron. Acompañé a Basilio hasta la reja principal para cerrarla. Después cerramos las puertas del templo antes de guiarme hasta la que iba a ser mi habitación a partir de ahora. Era modesta y parecía que hacía años que no se utilizaba. En una de las paredes, justo encima de la cama, había una imagen del sagrado corazón, el marco que lo encerraba perdía la pintura como las paredes. Al lado, había un crucifijo de madera y, pegado a los pies de la cama, un placar. En la otra pared, un reloj viejo que en otra época fue blanco, pero ahora se veía amarillento. Al lado de la cama había un escritorio viejo también. Una puerta del mismo lado me llamó la atención. ¿Podía ser otro placar? Me acerqué y abrí, era un baño propio. No tenía uno desde antes de entrar al sacerdocio. Me senté en la cama, abrí el bolso y saqué un porta retrato que contenía una foto de mi mamá, mi abuela, mi hermana y yo cuando no tenía más que siete años. Lo puse arriba de un escritorio que funcionaba también como mesa de luz. De repente tocaron la puerta, hice un esfuerzo para levantarme y abrir, era una novicia. —Buenas noches, Padre Manuel —sus labios finos se curvaron en una sonrisa—. La cena está lista, lo llevo al comedor. Le agradecí saliendo y cerrando a mis espaldas, mientras caminábamos por el pasillo se presentó como María. La seguí hasta el comedor, una habitación rectangular con dos pares de mesas largas. El Padre Basilio me llamó con la mano para que me sentara con él. Nos acompañaban seis monjas más y la novicia que me había traído. Él nos presentó mientras otro par nos servían la comida. Después, me comentó que el resto de las Hermanas y algunas novicias estaban enclaustradas. Una de las monjas, Nieves, era quien más hablaba además de Basilio. Contaba sobre su labor como catequista para los chicos del jardín de infantes y encargada del coro del colegio parroquial que estaba a una cuadra. Cuando terminamos de comer, me levanté y volví a mi habitación. Me cambié la ropa por el pijama y busqué mi celular antes de desplomarme en la cama. Le envié un mensaje a mi hermana para que avisara a nuestra madre y abuela que ya estaba en la parroquia. Le conté rápida y escuetamente cómo había sido el viaje hasta retiro, del resto del viaje hasta Pilar y Villa del Carmen no pude decirle mucho, había estado toda el camino dormitando, no pude ver demasiado por culpa del cansancio. Poco después, me despedí de ella y me dispuse a descansar por fin. La cama no era la más cómoda del mundo, pero estaba seguro de que no tendría ningún problema en conciliar el sueño, era mejor que dormir en un micro o un auto. Al otro día, durante el desayuno, el Padre Basilio me dio una hoja con un cronograma, era el que regía la parroquia desde hacía años. Lo miré un par de veces mientras tomaba el café que Blanca me había servido. Tenía los horarios de las comidas, las misas y las actividades. El resto del día se trató de seguir el cronograma y a Basilio en la parroquia. Era obligatorio que viese cómo se organizaban desde el principio para que no hubiera ninguna modificación, pero sabía que, probablemente, cambiaría algo cuando me hiciera cargo. A las cuatro inició la última actividad del día. Se trataba de una reunión de misioneros, donde el Padre les daba consejos, leía pasaje de la Biblia y se los explicaba. Me senté en un costado, desde ahí podía ver a los asistentes, eran chicos y jóvenes, todos con su pañuelo amarillo y blanco enganchado al cuello con un pin de la Virgen, menos uno de ellos que estaba sentado entre las novicias al fondo. Era un chico joven, probablemente no pasaba de los veinte años, no llevaba el pañuelo y tenía un cuaderno en el que anotaba. Me llamó la atención. Los demás chicos no llevaban nada para anotar, incluso me acordaba de los años que había estado en los misioneros durante mi adolescencia, nosotros tampoco anotábamos nada. Cuando la reunión terminó, la mayoría salió a excepción del chico del cuaderno, que se acercó a Basilio mientras las novicias y yo acomodábamos las sillas. —¡Gabriel! Escuché exclamar al Padre antes de que sus voces se apagaran con el ruido de las sillas. Lo miré antes de salir al pasillo, estaba con el cuaderno abierto, imaginaba que le estaría preguntando algo. —María —sus ojos celestes se posaron en mí—. ¿Por qué ese chico traía un cuaderno? Que recuerde, nunca se anotan cosas en las reuniones. Abrió la boca para contestarme, pero Nieves la llamó desde la cocina. María sedisculpó con la promesa de que me contaría después y se fue dejándome solo enel pasillo. Decidí volver a mi cuarto y ducharme antes de la hora que teníamos que pasar en el oratorio, la última misa del día y la cena. Esperaba que Maríano se olvidara de contarme sobre ese chico, sabía que mientras comíamos, Basilio iba a seguir poniéndome al corriente del barrio y la parroquia, por loque tendría que esperar hasta que estuviéramos desocupados para poder hablar.

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