Una Niñera para el Príncipe

Una Niñera para el Príncipe

book_age16+
887
FOLLOW
6.4K
READ
HE
powerful
king
bxg
kicking
assistant
like
intro-logo
Blurb

El rey Edmond necesita una niñera para su hijo con urgencia. El problema es que ninguna sobrevive más de tres días a las travesuras del rebelde príncipe. Sin embargo, su asistente asegura haber encontrado la indicada.

Odette se siente desdichada por haber perdido su empleo, pero la suerte le volverá a sonreír cuando menos lo espera. No obstante, convertirse en la niñera del príncipe parece la tarea más difícil a la que se ha enfrentado jamás. No solo por las jugarretas del pequeño, sino también por la atracción repentina que siente hacia su padre... el rey.

chap-preview
Free preview
1. ESTOY EN PROBLEMAS
Capítulo uno: Estoy en Problemas Me acomodo en el sofá dejando escapar un aliviado resoplido. Adoro cuidar a los niños, pero es agotador. Los pequeños de siete años sí que tienen energía. Son pasadas las diez de la noche y apenas acabo de lograr acostarlos. Bueno, al menos el día ha acabado y ya puedo irme a casa. Necesito un baño relajante y una taza de leche con miel antes de caer rendida en la cama para mañana repetir el mismo ciclo. Un repentino ruido me saca de mis cavilaciones y me dirijo con premura hacia la fuente del mismo. Entonces, llego a la habitación de los mellizos solo para encontrarme con el caos desatado. —¡Se supone que debíais estar dormidos! —les reprendo con voz firme al par de revoltosos—. ¿Qué está pasando aquí, Claud y Alain Durand? —Nos íbamos a la cama… —responde el primero con la mirada esquiva—, pero luego… —Encontré mi soldado del rey debajo de su cama —le acusa su hermano. —¡Solo quería jugar con él! —salta Claud a la defensiva—. Yo… yo… Las lágrimas comienzan a brotar de sus ojos, pero su mellizo no se deja conmover por el llanto. Al parecer, Alain se encuentra muy enojado. —Llorar no te servirá de nada, Claud —Bueno, creo que es suficiente —decido intervenir—. Debéis resolver esto como los hermanos que soy. Claud, cariño —me acerco a él calmando sus sollozos—, ¿por qué tomaste el juguete de tu hermano? ¿No teníais un soldado para cada uno? —Yo… —el niño vacila— rompí el mío. —¡Vaya! —intercede el otro todavía enfadado—. Mamá estará muy molesta. —¡No fue a propósito! Un niño me empujó en la fiesta de Jean y… se rompió. —¿Por qué siempre dejas que los otros niños te molesten? —cuestiona Alain con fastidio antes de acercarse a su mellizo. La imagen me causa un poco de risa, pues parece todo un hombrecito treintañero—. Está bien —resopla—. Podemos… compartir a mi soldado. —Bien —les dedico una media sonrisa—, así me gusta. No os quiero ver peleando por tonterías y ahora —señalo con mi dedo índice— a la cama. Lidiar con peleas infantiles es algo que ya se me ha hecho costumbre. Desvío la mirada hacia la puerta y entonces me encuentro con mi jefa, la madre de los renacuajos. Ella me hace una seña para indicarme salir de la habitación. —Eres increíble con ellos, ¿lo sabías? —cuestiona complacida. —Bueno… —me sonrojo un poco avergonzada—, la comunicación siempre es la clave. Debo irme —añado observando de reojo mi reloj de pulsera—. Ya son más de las diez y… —De hecho —me interrumpe la mujer—, es por eso que he venido. Mi localizador acaba de sonar. —¿Una emergencia en el hospital? —indago preocupada. —¡Como siempre! —exclama en respuesta. Si mi trabajo es agotador, el de la señora Durand queda a otro nivel—. Me ha salido una cesárea de urgencia. —¿El señor Durand no está en casa? —inquiero, deduciendo por dónde van los tejos. —Sabes que duerme como los muertos. No escuchará nada al menos que algo se rompa —agrega con mofa—. ¿Puedes quedarte, por favor, Odette? Sé que es algo de último minuto —insiste al notar mi reticencia. La verdad es que el día de hoy ha sido extenuante—, así que te pagaré horas extras. No puedo negarme, pues siendo honesta, necesito el dinero. —Por supuesto —accedo—. Vaya tranquila, señora Durand. —Eres un cielo, Odette —me regala una sonrisa llena de gratitud antes de salir corriendo. Me dirijo hacia la cocina por un vaso de agua y de paso, decido revisar la despensa para planificar el desayuno de mañana. No es algo que me corresponda hacer, pero me gusta ayudar y además, mimar a los mellizos de vez en cuando es uno de mis pasatiempos favoritos. —Veo que se te ha hecho de noche para irte de nuevo —una voz masculina irrumpe en el local—, ¿no es así? —Oh —me giro hacia el dueño de la casa—, esta vez ha sido por petición de su esposa, señor. Le ha surgido algo… —Me siento terrible por tenerte aquí hasta tan tarde —no me deja terminar. —No hay problema —le resto importancia—. Es mi trabajo y vosotros sois muy buenos conmigo. —Ellis te dijo lo profundo que es mi sueño, ¿cierto? —Sí —no puedo evitar reír—. Literalmente, declaró que dormía como los muertos. —Muy apropiado —alude él antes de suspirar—. Me siento como un zombi al final del día. Aun así, no es justo para ti… —En serio —insisto—, no hay problema. El pago de las horas extras me viene de perlas. —Le prometí a los chicos que tendrían toda mi atención el próximo fin de semana —cambia de tema de buenas a primeras—. Los llevaré a navegar. —Eso suena increíble —opino—. Necesitáis una escapada familiar. Contrario a lo que esperaba, el señor Durand desvía la mirada con el entrecejo fruncido—. Yo… no estoy seguro sobre Ellis. Ella siempre está tan ocupada, que sin duda surgirá otra emergencia. Percibo la tristeza en su expresión y como de costumbre, siento la necesidad de ayudar. —¡Vosotros necesitáis una noche de citas! —pronuncio entusiasmada—. Yo estaré más que feliz de cuidar a los niños. —Eres tan amable, Odette —deja ver una cálida sonrisa—. Siempre estás… a la orden. —Me gusta trabajar para vosotros —me encojo de hombros para quitarle hierro al asunto. —Te preocupas tanto por nosotros —se va acercando hasta quedar a unos pocos centímetros de distancia—, en especial por mí… No sé por qué, pero de repente me siento incómoda por la extraña cercanía. ¿Acaso mi jefe tiene algún problema? Por lo general no es tan comunicativo. —¿Escuchó eso? —pregunto de pronto con nerviosismo, buscando tomar distancia—. Será mejor que vaya a revisar… De un momento a otro, su fornido cuerpo me boquea el paso. Su mano toca mi hombro y oficialmente, he pasado del nerviosismo al terror. «¿Pero qué…?» «¿Se le ha ido la olla?» Estoy tan desconcertada que no logro pensar con claridad. —Ellis está lejos —su tono de voz baja unos cuantos decibeles hasta convertirse en un ronco susurro— y los niños está durmiendo… —Usted también debería ir a la cama —trato de escaquearme—. Por lo tanto… —Vamos, Odette —me corta con una brusquedad que me pone los pelos de punta—. ¿No te sientes sola? Ellis me dijo que no tenías a nadie. —Eso es algo personal —expreso cortante—, ¿no lo cree, señor? —¿Lo es? —rebate sin retroceder un solo paso—. ¿No nos conocemos lo suficiente? —Señor —una repentina sensación de ahogo me invade y comienzo a hiperventilar, mientras el pulso me late a cien kilómetros por hora. Está demasiado cerca—, esto no está bie… Sus labios rozan los míos sin previo aviso y estupefacta, le aparto con un brusco manotazo. —¿Qué? —se aleja con una extraña sonrisa, provocándome temblores—. ¿Te pones difícil para envolverme más? No es necesario, ya me tienes, preciosa. Ven aquí… —¡¿Se ha vuelto loco?! —profiero aterrada—. ¡Usted está casado! —Oh, supéralo, preciosa —hace un extraño gesto con las manos, como si el anillo en su dedo anular no existiera—. Ellis y yo no somos nada. En cambio, nosotros podríamos ser… algo. «¿Desde cuándo mi taciturno jefe se ha convertido en un acosador despreciable?>» Asqueada, rodeo su cuerpo y salgo de la cocina a toda prisa para llegar al salón principal. Sin pensármelo dos veces y sintiéndolo por los angelitos que duermen a unos metros, tomo mi bolso antes de marcharme. El aire me golpea en el exterior y decido caminar un poco, buscando serenarme. El miedo me ha abandonado para ser sustituido por la rabia en un dos por tres. Ese cretino… ¡Es repugnante! ¡Pobre señora Durand! La mujer vive trabajando y preocupada por él… No puedo regresar a esa casa, no podría resistirlo. ¿Debería decirle a mi jefa? ¿Me creería? «Por supuesto que no», responde mi subconsciente al instante. Lo mejor será alejarme… Solo espero que Ellis algún día sepa la verdad. Llego a mi pequeño departamento y entonces, caigo en cuenta de que he perdido mi empleo y por consiguiente, mi única fuente real de ingresos. —De vuelta al mundo de los desempleados, Odette Dupont —murmuro en la soledad de mi habitación—. ¿Y ahora qué? ¡Cielos! Estoy en problemas. Despierto más ansiosa de lo normal y todavía incrédula respecto a los sucesos de la noche anterior. ¿Cómo no lo vi antes? Con la cabeza llena de confusión, decido pasear por el parque y tomarme un café en la cafetería de la esquina. Necesito despejar la mente para decidir qué hacer. Mientras me acomodo en mi banco favorito para disfrutar del café y la tranquilidad del lugar a esta hora de la mañana, un anciano que luce bastante amable se detiene cerca y me sonríe. —Buenos días —saluda con cordialidad—, todos los bancos están ocupados. ¿Le molestaría si me siento junto a usted? —No, para nada —le devuelvo el gesto—. Adelante. —¡Gracias! Es un día maravilloso, ¿no lo cree? —Sí que lo es —coincido tras un suspiro—. Justo lo que necesitaba. «Un bonito día que contrarreste el enorme problema que me acarrea», añado mentalmente. —Yo… —el anciano parece dudar— también he notado que viene aquí a menudo y se sienta en el mismo banco. —¿Yo? —me quedo un poco atónita—. Oh, yo… ¿Me creería si le dijera que es mi sitio favorito en todo Mónaco? —Comprendo… —vuelve a sonreír—. A mi difunta esposa también le encantaba este parque.  —Y a mi madre —agrego gratamente sorprendida y a la vez nostálgica. —Puedo ver por su expresión que no la tiene cerca. —Ella falleció hace ya hace un par de años —confieso con tristeza mirando en derredor—. Solíamos venir a este parque con frecuencia. —Lo lamento mucho. Me preparo para darle unas generosas palabras, pero un agudo chillido desvía nuestra atención. —¡Nia, para! —grita una mujer algo desesperada cargando a un bebé en brazos al mismo tiempo que sujeta la mano de una niña de unos cinco años con el otro—. ¡No hagas eso, Nia! La pequeña consigue zafarse del agarre de la que supongo es su madre y le saca la lengua con chulería. «Vaya, los niños de hoy en día» —Esa pobre mujer —comenta mi acompañante—. Manejar a dos niños no debe ser una tarea fácil. «¡Y que lo diga!» En mi caso particular he tenido que lidiar con unos… Por puro instinto, me levanto de un salto para ir hacia ellos. —Déjeme ayudarle, señora —me ofrezco en el preciso instante en que Nia lanza su cono de helado furiosa contra el piso y trata de escapar corriendo. Sin embargo, antes de que pueda llegar muy lejos, me interpongo en su camino—. Vamos, Nia —me agacho para quedar a su altura—, se buena con tu mami y te compramos otro helado, ¿quieres? —¿En serio? —cuestiona la pequeña de cabellos dorados con demasiado entusiasmo para luego encogerse de hombros como si nada cuando asiento—. ¡Vale! La alzo en brazos sin pensarlo mucho y la llevo hasta su madre, quien ahora se ve más aliviada. —Muchas gracias —me observa como si yo fuera alguna clase de superheroína—. La detuvo antes de que yo pudiera pensar en algo. —Bueno —como siempre que alguien me hace un cumplido, me sonrojo e intento quitarle hierro al asunto—, da la casualidad de que trabajo con niños. Así que no me cuesta mucho lidiar con situaciones como esta. Me alegra haber podido ayudar. —Soy Cara, por cierto —la señora me extiende un brazo hacia adelante—. Es un placer conocerte. —Yo Odette —correspondo al saludo— y tengo algo que podría ayudarle ahora mismo… Saco un paquete de toallitas húmedas de mi bolso y me agacho una vez más para limpiar el rostro de Nia cubierto de helado. Ella por su parte, ríe divertida por la acción. La niña intrépida ha pasado a ser una dulce princesa en cuestión de minutos. —Oh, me queda claro que eres un regalo del cielo, Odette —expresa la mujer. —No ha sido nada. Terminamos por despedirnos y como cosa rara, noto a un trotador con la vista fija en mí. Camino y el sujeto me sigue sin mucho disimulo hasta ponerme los pelos de punta. Apenas anoche lidié con un acosador, no quiero otro. Es demasiada mala suerte. «¡Ya he tenido suficiente de estos tíos, j***r!» Envalentonada y con el fastidio en nivel máximo, me dirijo hacia él. —¿Se puede saber por qué me miras tanto? —profiero indignada. —Vaya —le veo adoptar una cara de circunstancias—, lo… lo siento. No era mi intención incomodarla. Es solo que… ¡estuvo genial con esa niña! —Sí, bueno —dudo en tanto la molestia va en declive—, pero eso no significa que puedes simplemente quedarte mirándome de esa forma. —Señorita… —Dupont —aclaro sin saber por qué motivo le he dado mi apellido a un desconocido. —Señorita Dupont, ¿le gustaría conseguir un buen empleo? —¿Perdona? —por las sensaciones encontradas que me invaden de repente, puedo deducir que mi rostro se encuentra de todos los colores. —Hablo muy en serio. ¿Le gustaría? Por lo que parece una eternidad, me quedo en medio del parque, desconcertada por completo. ¿Quién leches le ofrece un trabajo a alguien que no conoce de nada? No obstante, la curiosidad o la necesidad debido a mi actual estado —no sé definirlo a ciencia cierta—, me anima a indagar en la propuesta. —¿Qué… clase de trabajo? —Tranquila —hace un gesto con las palmas de sus manos—, no es nada raro. Lo que sucede es que mi Jefe necesita una niñera. «¡No puede ser!» Sería una increíble coincidencia y por supuesto, demasiado bueno para ser verdad. —Sí sabes que existen agencias para esas cosas, ¿cierto? —cuestiono desconfiada—. ¿Por qué no te has acercado a una? —Creo que hemos empezado con el pie izquierdo, señorita Dupont —el individuo ignora mi pregunta a propósito—. Mi nombre es Felix y la persona de la que hablo… —se detiene para mirar a nuestro alrededor, como si fuera a contarme un alto secreto de Estado— es uno de los hombres más importantes del país. Por unos segundos, le examino de pies a cabeza en silencio mientras él no muestra rastro alguno de incomodidad en ningún momento. ¿Y si la suerte me sonriera por primera vez y esto fuera real? —Espera… —vacilo—, ¿es en serio? —Sí —reafirma—. Es un padre soltero, viudo con un hijo de nueve años… y necesita una niñera con urgencia. En caso de que sus palabras sean ciertas, podría trabajar para un hombre importante y obtener un buen sueldo. Sería mi oportunidad de oro. —¿Debo añadir que dicho cliente también es muy rico? —inquiere el tal Felix—. Sus servicios serían generosamente compensados. —Yo… no lo sé —dudo—. Todo esto parece tan repentino e irreal… —Yo acabo de verla manejar a esa pequeña rebelde sin mucho esfuerzo —alude—. Le garantizo que es la persona perfecta para el trabajo. «Bueno, supongo que tengo nada más que perder», cavilo. Después de todo, ¿qué sería lo peor que podría pasar? Desempleada ya estoy. —Está bien —respondo decidida—. Procedamos con ello. Puedo ir a ver a tu cliente mañana. ¿Podríamos hablarlo mejor entonces? —¿Mañana? —su complacida expresión se transforma en una acongojada—. No, no, eso es demasiado tarde. ¿Podemos ir a verlo ahora mismo? —¿Ahora? —echo un ojo a mi aspecto desaliñado con el sencillo vestido veraniego. No estoy segura de encontrarme en condiciones muy apropiadas para acudir a una entrevista. —No te preocupes —interviene el desconocido ya no tan desconocido—, luces perfecta. ¿Por favor? —agrega al percibir mi reserva. —Vale —suelto un largo resoplido—. Hagamos la mañana de locos más rara todavía. Pretendo negarme de inmediato al deducir sus intenciones de subirme a su auto, pero al identificar a dos hombres más y una mujer trajeados, suspiro aliviada. A menos que me haya perseguido una banda de psicópatas para raptarme, el trotador extraño debe ser igual de importante que su incógnito jefe. Con la ayuda de uno de los guarudas me bajo del coche y apenas alzo la vista, un fuerte jadeo escapa de mi boca. Conozco este sitio, lo he visto en la tele y en los medios. Estoy en… el Palacio Real de Mónaco. —¡Oh Dios Mío! —me llevo las manos a la cara sin creer lo que ven mis ojos. «Puede que el cliente sea algún oficial o funcionario de alto rango», me convenzo a mí misma a medida que cruzamos el enorme vestíbulo. Me dejo conducir hasta una especie de oficina, la cual triplica todo mi departamento. —Él estará con nosotros en unos minutos —me informa Felix. Siendo honesta, estoy muy nerviosa y no sé por qué tanto misterio con “el cliente”. Ni siquiera me ha dicho su nombre. Lo cual me lleva a la pregunta ¿cuán importante es? —¡Felix! —escucho una profunda voz a mis espaldas—. ¡Dime que tienes la solución a mi problema, por favor! Giro sobre mis pies hacia la fuente del sonido y una vez le veo, abro la boca de par en par. «¡Por la madre del cordero!» Doy unos cuantos pasos hacia atrás al mismo tiempo que me llevo una mano al pecho, creyendo que el corazón puede salírseme por ahí en cualquier momento. Es Edmond de Cambridge, no uno de los hombres más importantes del país, sino el más importante. ¡El jodido Rey de Mónaco! «¿Pero qué leches estás haciendo conmigo, señor Destino? ¡¿Acaso quieres matarme de un infarto?»

editor-pick
Dreame-Editor's pick

bc

Prisionera Entre tus brazos

read
98.8K
bc

Quiero huir del diablo

read
82.2K
bc

Mi Sexy Vecino [+18]

read
77.8K
bc

Enamorada de mi CEO

read
13.3K
bc

Profesor Roberts

read
1.6M
bc

Salvada por el CEO

read
9.3K
bc

La esposa rechazada del ceo

read
207.8K

Scan code to download app

download_iosApp Store
google icon
Google Play
Facebook