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APÓDAME AMOR

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Blurb

Sahara es una chica acomplejada por su físico, pero su perspectiva hacia sí misma da un giro inesperado cuando descubre por accidente que a su jefe le gusta el b**m. Santiago Miramontes, dueño de una editorial prestigiosa, le pide a Sahara que sea su ama para remplazar a la mujer que perdió en un trágico accidente. Poco a poco descubren sensaciones que nunca antes habían experimentado, convirtiendo su aburrido mundo en un amor poco convencional.

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SOBORNO
SAHARA Llevo tres años trabajando para la editorial Miracle, haciendo reportajes de belleza para la revista Chik's. No es la gran cosa, pero gano lo suficiente para vivir con comodidad. Este mes es el aniversario número quince de la revista y me han exigido un apartado espectacular. Ya agoté mis mejores ideas, ya he probado cientos de mascarillas milagrosas que me encuentro en internet, fármacos que prometen la eterna juventud, liposucciones, etc. No se me ocurre nada para sorprender al público lector. Encontré en f******k una faja que te hace lucir esbelta sin importar el peso que tengas, no le fío mucho a este tipo de cosas. No sé si solo soy yo o de verdad no sirven. Cada vez que pruebo una faja nueva, resulta ser que luzco más gorda de lo que ya estoy. Eso me hace sentir mal y es por eso que nunca he hecho una nota acerca de fajas reductoras. —Sahara, trajeron un paquete para ti —comenta Graciela, la chica que se encarga de los mandados en la oficina. —Gracias, chica, déjalo en mi escritorio. Dejo la fotocopiadora y me voy directo a mi escritorio. Abro discretamente el paquete y saco la faja para después ir al baño a ver qué tal funciona. Desgraciadamente al llegar al baño me encuentro a Lucero y a Karla, ambas están vomitando pestes de las muchachas de la oficina. —¿Ya viste a Sahara? Ese pantalón ajustado le sienta horrible —dice Lucero mientras se retoca los labios con su lipstick barato. —Es imposibles no notar lo enorme que se ve su trasero, alguien debería exigirle que baje de peso. —Exacto, es ridículo que una mujer así escriba tips de belleza para una revista tan popular. Las dejó que sigan destilando veneno y me voy a la sala de descanso. No me afectan mucho sus comentarios, estoy acostumbrada a que la gente se burle de mi fisionomía. No tengo caderas pequeñas ni un trasero normal, pero qué le voy a hacer. Dios así me hizo y me siento en paz conmigo misma. La sala de descanso se encuentra vacía, entro y le pongo seguro. Saco la faja de su bolsa y la tomo por los tirantes. Es demasiado pequeña, ni de chiste entro ahí. Todo sea por mantener mi trabajo. Mi jefe es un hijo de puta, es amargado y demasiado exigente. Grita a todas horas y en todos lados. Me asusta un poco no acertar en el aniversario. Me quito la ropa hasta quedar en bragas para tratar de entrar en la diminuta prenda ajustada. —¡Maldición! —grito frustrada intentando que la porquería me suba. La sangre se me hiela cuando escucho ruido dentro del armario. —¿Q-q-quién está ahí? —inquiero asustada y abochornada. Ni siquiera me puedo vestir, la maldita faja se me ha atorado en los muslos. Tomo una bocanada de aire y abro la puerta de golpe. —¿S-s-señor Miramontes? He pillado a mi jefe dentro del armario. No puedo evitar mirar sus manos empapadas de un líquido blanquecino y espeso. ¿Se estaba masturbando en el armario? Eso es obvio, pero ¿por qué? Ni de broma me quiero imaginar que terminó mientras me miraba pelearme con la estúpida faja. Un silencio incómodo prevalece entre ambos. De pronto, una voz proveniente de su teléfono celular se escucha con nitidez. Es la voz de una mujer diciendo insultos y maldiciones. —¡Carajo! —grita mientras intenta desbloquear la pantalla para finalizar la llamada. Me doy cuenta de que todavía estoy en bragas y corro hacia donde mi ropa para vestirme. Me pongo la blusa y el saco, pero la maldita faja no quiere ceder ni por arriba ni por abajo. Me paralizo cuando siento en la nuca el cálido aliento del señor Miramontes resoplando con fuerza. —Permite que te ayude. Volteo de inmediato y lo miro sacar del interior de su saco una navaja. —¡No me mate! Juro que no voy a decir nada. Se agacha y comienza a cortar la faja con cuidado. Logra desprenderla de mi cuerpo y se limpia los fluidos de su mano con ella. No pierdo más el tiempo y me pongo el pantalón y las zapatillas. —Lo siento —dice con voz temblorosa. —No se preocupe —salgo corriendo de la sala y voy directo al baño para echarme agua fría en el rostro. Después de refrescarme un poco vuelvo a mi escritorio. Todo respeto que sentía por ese hombre se ha ido por el caño. Lo más intrigante de todo este bochornoso asunto es el por qué. Es un hombre jóven, atractivo y posee un cuerpo atlético. Alguien cómo él no tiene necesidad de autocomplacerse escondido en un armario. Todas las chicas solteras de la oficina le tiran las bragas cada vez que pasa recorriendo la oficina. Yo misma he visto salir de su oficina modelos muy guapas. Además, ¿por qué en la sala de descanso de los empleados? Tiene su propia oficina, ahí corre menos peligro de ser descubierto. —Sahara, el jefe te busca —me informa Martha, su secretaria. —¿A mí? —pregunto nerviosa. —No hay ninguna otra Sahara en el departamento. Asiento y me levanto para ir a su oficina. Las piernas me tiemblan, y no es por el dolor que me provocó la falta circulación de la faja asfixiando mis muslos. Toco la puerta y entro a la oficina. El señor Miramontes se encuentra sentado en su silla alta de piel color vino. —Tome asiento, por favor. Trago saliva y me siento en una de las sillas que están frente a su escritorio. Abre una carpeta y saca un par de documentos. —¿Me va a despedir? Ya le dije que no pienso decir nada al respecto. —Lea los documentos, por favor —arrastra hacia mí la carpeta con su mano izquierda. Tomo la carpeta y comienzo a leer. —¿Qué es esto, señor? —Si quieres seguir trabajando aquí tienes que firmar. —Ya le dije que no pienso decir nada. Esto es demasiado, no soy una oportunista. —No lo veas como un soborno, sino como un incentivo a tu arduo trabajo. —Esto es claramente un soborno, me está ofreciendo una cantidad considerable a cambio de mi silencio. Lo dice claramente. —Entonces firma tu renuncia. Martha entra muy acelerada y sin tocar la puerta. —Señor, la señora Cecilia viene para acá. —¿Por qué no me avisaste antes? —Lo iba a hacer, pero no pensé que viniera tan temprano. —¡Maldición! Firma y vete —me ordena. Me pongo de nervios y firmo sin pensar. La señora Cecilia da más miedo que Santiago Miramontes. Salgo despavorida de su oficina. Es inevitable encontrarme con ella de camino hacia mi escritorio. La saludo con respeto y sigo mi camino. —La jefa está aquí —les digo a todos para que dejen de estar perdiendo el tiempo y se pongan a trabajar. Cecilia Miramontes parece el mismísimo diablo, ella no teme gritarle a su hijo frente a nosotros. No lo baja de inútil incompetente. A pesar de que es vieja, sigue siendo una mujer muy atractiva. El botox bien aplicado hace maravillas. Ya hice un artículo acerca de ello.

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