CAPÍTULO 1: INEVITABLE
—¿Esa no es la esposa del Dr. Montenegro? —se oyó decir a una voz que Marina no conocía, pero sí sabía de quién estaban hablando.
La esposa del Dr. Montenegro era… su hermana mayor, Giselle, la persona que Marina más amaba en el mundo. La persona que llevaba horas intentando encontrar con la mirada entre toda la multitud de gente que llenaba esa elegante y opulenta fiesta de gala, fiesta que habían escogido realizar en el techo de tan exclusivo edificio en el que se encontraban.
—¿Qué está haciendo ahí arriba? ¿No es muy peligroso subirse ahí? —preguntó otra voz desconocida, por fin alertándola de que algo estaba mal.
Muy, muy mal…
Volteó hacia atrás bruscamente y siguió las miradas de quienes la rodeaban, fijándose en la parte superior de una de las terrazas. Su visión aguda le permitió notar lo que estaba sucediendo y dejó caer la copa de vino que llevaba en sus manos, mientras la sonrisa que había tenido segundos antes se desvanecía.
La copa se estrelló contra el suelo, derramando el líquido rojizo en la alfombra dorada, con los fragmentos volando en todas direcciones, siendo una representación casi perfecta de cómo se sintió Marina en ese momento, porque su mundo se hizo trizas por completo ante lo que vio.
—¡Seguridad! —oyó gritar a alguien a lo lejos, pero después de eso ya no escuchaba nada más.
Era como si todos los sonidos se hubieran desvanecido mientras ella corría desesperada hacia el borde del edificio, en donde su hermana estaba parada en uno de los muros mirando hacia donde ella estaba.
La joven, una rubia de más de 30 años, estaba ahí como si no tuviera ningún tipo de temor de caer al vacío.
Su expresión era tranquila, resignada, la expresión de alguien que ya no tenía nada por qué vivir…
Marina corrió con todas sus fuerzas, sabiendo que no podía perderla, no después de que era en parte responsable de lo que estaba sucediéndole.
Sintió como la cinta que llevaba en su cabello se soltaba y todo ese cabello rubio quedaba ondeando al viento, mientras se dirigía hacia donde se encontraba su hermana mayor.
Era una idiota, minutos atrás la había visto tan demacrada y no había querido pensar al respecto, se había tragado sus excusas baratas de que estaba cansada, y ni siquiera se le había pasado mínimamente por la cabeza que ella estaba pensando en hacer algo así. Pero ella no iba a perderla… no podía perderla.
No después de no haber hecho nada para acercarse a ella incluso cuando vio a su idiota esposo ignorarla toda la velada, humillándola frente a todos los invitados con su indiferencia, y lo peor era que ni siquiera tuvo la valentía de confrontar a ese hombre cuando se chocaron minutos atrás.
Ella había estado buscando a Giselle con la mirada, pero acabó chocándose con el idiota de Caspian, su cuñado, que se limpió el hombro como si ella le diera asco y la miró con indiferencia, como si se tratara de la peor escoria del planeta y no de la que se suponía que era su cuñada.
—Fíjate por donde caminas, estúpida —dijo con frialdad, luego miró al esposo de Marina, Charles—. Controla a tu mujer, ¿quieres?
—Vamos, Caspian… no le hables así, es tu cuñada. —Charles hizo intento de defenderla, ofendido, pero sin querer faltarle el respeto a Caspian porque eran amigos desde hace muchos años, además de que tenían varios negocios juntos.
—Por eso debería saber que no me gusta que nadie me estorbe —dijo Caspian con completa frialdad, repasando a Marina de arriba abajo con la mirada, como si estuviera viendo a alguien inferior, a un insecto desagradable que se metía en su camino—. Aprende a ser como tu hermana, invisible e irrelevante, porque para esposas trofeo como ustedes esa es la única buena calidad que les queda, y tú ni siquiera sabes hacer eso bien. —Dicho aquello, Caspian empezó a retirarse.
En ese momento, Marina se había tensado con indignación, sintiendo ganas de detenerlo, de jalar del cuello de su estúpidamente cara camisa y arrojarle su copa llena de vino en la cara y de gritarle que se fijará en su propia esposa, que la cuidará, que la ayudara a sentirse mejor y descansar para no tener que asistir a una fiesta estando tan débil, pálida y ojerosa, pero… no lo hizo. No le dijo nada.
Lo dejó irse a regodearse con sus amigos millonarios que no hacían más que halagarlo y lamerle las suelas por ser un adicto al trabajo, todo mientras Giselle estaba sola y desaparecida entre esa multitud de personas, sin que le importara ni un poco a él que debería haber sido el encargado de cuidarla… la persona que había escogido su padre para la despampanante rubia, la mayor de las hermanas Darling, Giselle.
Pero en ese momento ya no le importaba que Caspian le hubiera faltado el respeto de esa forma, lo único de lo que estaba segura era de que nunca podría perdonarlo por el destrato hacia su hermana y, más importante, nunca podría perdonarse por no haber hecho nada al respecto para corregir eso.
“Esa maldita escoria” —pensó, pero en ningún momento se detuvo, sino que mantuvo sus ojos azules fijos en el objetivo.
Lo peor era que Marina había tenido la oportunidad y las ganas de reclamarle a ese hombre que dejara de ser un patán y que cuidará a su hermana, pero no lo hizo… y ahora su hermana estaba en el borde de la pared que resguardaba el balcón, mirándola como si quisiera despedirse solo con sus ojos.
Era obvio lo que quería hacer, y era obvio por qué quería hacerlo.
Quería librarse de la horrible vida que tenía junto a Caspian Montenegro, una vida fría y solitaria donde nadie la apoyó… ni siquiera ella, su propia hermana.
—¡GISELLE! —chilló con todas sus fuerzas la más joven, corriendo como si su vida dependiera de ello, mientras apartaba a todas las personas que estaban en el camino.
Una sonrisa nostálgica se formó en el rostro de la mayor, mientras las lágrimas que hacían brillar sus ojos también azules como si los estuvieran empañando, caían también por sus mejillas como un mensaje implícito de libertad.
—Marina… lo siento mucho —dijo su dulce hermana, su dulce Giselle, en forma de despedida, justamente antes de lanzarse de espaldas, con una sonrisa llena de felicidad, como si por fin pudiera ser feliz después de tanto tiempo, como si le transmitiera con la mirada que por fin tendría un respiro, que por fin “descansaría en paz”.
—¡NO!
Marina saltó tras ella, completamente decidida a salvar a su hermana. Había pasado muchos años como atleta, su velocidad y elasticidad podían permitírselo, ¿cierto?
¡Debía llegar! ¡Tenía que llegar!
Eso pensó, pero en realidad no hubo nada más lejano de la realidad, porque era evidente que Marina nunca habría imaginado que se le escaparía de las manos y terminaría cayendo junto a su hermana, juntas al vacío… juntas a esa muerte inminentes después de caer de treinta pisos.
“Debí suponerlo” —pensó antes de tomar la mano de su hermana, en medio de la caída, indispuesta a soltarla, porque si no pudo ser su apoyo en vida, al menos lo sería en la muerte.
Su hermana la miró horrorizada cuando ella la abrazó.
—¡Estaremos juntas hasta el final, Giselle! —gritó Marina con lágrimas en los ojos y una sonrisa temblorosa, sabiendo que no se arrepentía de esta decisión, pero si se arrepentía de haberla dejado sola todos esos años.
Pero no ahora, esta vez… iban a estar juntas, al menos en el final.
La historia de ambas había llegado a su fin… ¿cierto?