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Love Is Dead

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Blurb

¿Son acaso el destino y las casualidades lo mismo? Iniciar desde cero nuevamente es el desafío al que Hailey Miller deberá enfrentarse, tras la mudanza con su familia a Bakersfield California, nuevas metas deberá alcanzar. La casualidad cruzará en su camino a Tom Kaulitz, un chico de su misma edad que poco a poco se irá escabullendo dentro de su mundo cambiando su destino. Tom se encargará de que Hailey pueda ver hasta dónde es capaz de llegar cuándo lo tiene a su lado, él se convertirá en su protector y más aún cuando Sandie Miller pierde la cabeza por completo tratando de evitar que su hija mantenga un vínculo con él. Una odisea difícil de atravesar embarcará a los personajes en un viaje dónde deberán aprender a confiar en el otro y dejarse guiar por sus instintos, deberán ser fuertes para evitar que los obstáculos y tragedias les arrebaten sus sueños. ¿Podrán lograrlo?Todos los derechos reservados.Prohibida su copia y/o adaptación.

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¿Casualidad o destino?
Cuántas veces hay que empezar de cero en la vida? Es la tercera vez en este año que nos mudaremos a otra ciudad, para ustedes es un cliché imagínense lo que es para mi que casi todos los años es el mismo cuento: "Es la última vez lo prometemos" "Hailey, entiende, es por el bien de la familia" "Esta vez si es la última, nos quedaremos aqui" "Es que a tu padre lo traslada la empresa y a donde va un Miller vamos todos" "Es que allí hay una mejor propuesta de trabajo" y miles, de miles de mentiras y excusas más. Ya me las sé de memoria. La última vez que duramos tanto tiempo en un mismo lugar fue cuando nos mudamos aquí, a Denver, durante estos últimos tres años he logrado casi terminar la prepa, hacer amigos, tener citas, conseguir pareja y muchas otras cosas más, pero eso se terminó hoy exactamente a las seis de la mañana cuando empacamos todas nuestras cosas, subimos algunas al auto, otras al camión de mudanza y nos largamos. —¿Por qué traes esa cara? —mamá me observa por el espejo retrovisor. —¿Cuál cara, Sandie? —evito su mirada dirigiendo la mía hacia la ventana mirando casi sin detalles el paisaje de la nueva ciudad en la que viviré. —Cara de que no estás feliz de estar aquí —habla con tono de regaño. —Es que no estoy feliz, mamá. Tú y papá prometieron que ya no nos mudaríamos —le recuerdo molesta. —Oye, creí que habíamos dejado en claro el asunto. Sabes que si a tu padre le sale una mejor propuesta de trabajo... —...Tenemos que ir con él porque somos una familia —repito al unísono. —No te preocupes, cariño. Estarás bien, harás amigos nuevos —me consuela con su típica voz maternal —. Además, tengo una sorpresa para ti. —¿Volveremos a Denver? —meto mi cabeza y medio cuerpo entre los asientos del piloto y copiloto, mamá niega. —Te diré cuando lleguemos. En fin, durante el resto del camino solo me dedicaré a mirar el paisaje escuchando alguna canción triste que me recuerde lo mierda que se siente estar en esta situación. Mamá no comprende, pareciera que no le importa otra cosa que sea el dinero y sus oportunidades, en parte el hecho de que esté de novia con Austin también tiene que ver con ella ya que se encargó muy cuidadosamente de que podamos estar juntos planeando cenas, reuniones entre ambas familias y esas cosas. A mi madre la pareció una idea brillante no oponerse a nuestra relación ya que Austin es un heredero. Sé que es gracias a eso que tengo una buena vida, no diré llena de lujos porque estaría mintiendo, pero una buena vida al fin y al cabo. Pero no dejo de creer que hay momentos en los que debería de pensar un poco más en mi y en lo que me pasa, lo que quiero o no quiero para mi vida. Estoy cansada de tener que perder para que ellos ganen, de tener que resignarme para que ellos prosperen. A veces eso de ser una familia sólo los incluye a ellos, porque ¿A quién diablos le interesa si pude hacer amigos o conocer a un chico? O en el mejor de los casos logré entrar en algún club escolar o algo por el estilo. A ellos pareciera no importarles y si hay que irnos eso haremos, sin peros, sin berrinches, sin lágrimas. Porque donde va un Miller vamos todos. —¡Hailey mira, allí está tu padre! —mamá celebra emocionada al fin haber llegado. Papá viajó unos días antes para asegurarse de que cuando nosotras lleguemos a nuestro nuevo hogar no nos falte nada y solo tengamos que ocuparnos de ordenar nuestras cosas. —¡Mis dos amores! Las extrañé tanto —mi padre abre la puerta del conductor para ayudar a mi madre a bajar. —Cariño —se besan. —Ugh, que asco. No hagan eso enfrente mío —cubro mis ojos. —Hola pequeño monstruo —los enormes brazos de papá me elevan del piso uniéndonos en un fuerte abrazo —, dale un beso a tu viejo. Dejo en su mejilla un beso marcado con labial rojo. Luego de la patética escena de encuentro familiar ¡por fin! Logro escabullirme hasta la entrada de mi nuevo hogar, abro aquella puerta blanca con cristales a sus costados e ingreso en una hermosa sala de estar, escaleras al segundo piso, cocina al fondo y escritorio privado a mi derecha. Mi padre me indica que suba, la última puerta a la izquierda es mi habitación. —¿Te gusta? —entra junto a mi con mis maletas. —Si, es tal cual la pedí —sonrió gustosa y satisfecha con mi nuevo cuarto —, gracias pa. —No es nada, para mi princesa todo. Termina de acomodar tus cosas y si estás de humor pediré sushi para la cena. Acepto gustosa poniéndome manos a la obra, papá sabe como conquistar mi corazón. Empiezo con la ropa que si bien no es mucha es la suficiente cantidad como para agotarme, en el guardarropas aun quedan espacios libres para calzados y prendas así que veré si luego mi madre quiere ir de compras. Pongo algo de música para alivianar el trabajo, pongo mis sábanas y cubre camas, ordeno mis libros, pongo algunas fotos entre otras cosas. Al terminar el labor sonrío satisfecha, golpean mi puerta. —Adelante. —Hailey ¿recuerdas lo de la sorpresa para ti? —mi madre me tiende unos folletos con temor. Los tomo entre mis manos comenzando a leer "Pista de patinaje en hielo Bakersfield Park". Emerjo mi vista con total sorpresa y emoción, el patinaje artístico en hielo es mi deporte, tengo algunas medallas y trofeos. En Denver tenía prácticas cuatro veces a la semana dónde daba todo de mí, me disciplinaba, me exigía hasta más allá de mis límites. Mis padres apoyaban al cien por ciento mi deseo de llegar a las olimpiadas y convertirme en una fabulosa patinadora, mamá en especial. —¿Enserio? —mis ojos se cristalizan de emoción. —Creo que es un gesto que te debíamos por el tema de la mudanza —sonríe apenada rascando su nuca —, siento mucho el estrés que estas atravesando. —No me molesta tener que iniciar de nuevo —miento —, me molesta no poder confiar en sus palabras. —Lo sé, créeme no quiero decirte que esta será la última vez porque no quiero volver a mentirte. —Entiendo —rasco mi brazo sintiendo un poco de incomodidad por la conversación que estamos teniendo —, de todas formas gracias por lo de la pista de hielo. Creí que ya no querías que siga patinando. —Antes de emprender el viaje busqué la información que necesitas —su mano cálida se posiciona sobre mi mejilla —, mañana luego de clases si quieres puedo acompañarte. Las inscripciones están abiertas. Sonrió agradecida, mamá se marcha de mi habitación dándome privacidad. Sonrió viendo los folletos, abro la última caja que dejé y no tenía pensando desempacar. Mis trofeos, medallas, diplomas y fotos, al fondo mis patines. Acomodo todo sintiendo mi pecho estallar de emoción, al fin y al cabo podré seguir haciendo lo que amo, eso siempre es motivo de felicidad. ╚══ஓ๑♡๑ஓ══╝ Bien, siete en punto de la mañana, hora de levantarme y prepararme para enfrentar mi primer día de clases en Bakersfield. Salgo de mi cama con la pereza de quince estudiantes trasnochados arrastrando mis pies, de mal humor, con ganas de matar personas. Me daría un baño pero es muy temprano así que sólo lavo mi cara, cepillo mis dientes, un poco de maquillaje para tapar mi cara de perro malo. Bajo a desayunar, mamá preparó pan con jalea y té de frutos rojos. —Mamá, sin ofender...que asco de té —arrugo mi nariz al probarlo. Estaba súper caliente y demasiado dulce para mi gusto, se acaba de revolver todo mi estómago. —Que exigente eres, niña "como pescado crudo para verme cool" —cruza sus brazos molesta. —¿Oyeron eso? Es el ego de Hailey rompiéndose —bromea papá. —Los odio. Ambos se carcajean de mi rostro serio, ofendido por sus bromas. Terminamos el desayuno así que tomo mis cosas para ir directo a la parada del autobús, papá iba a llevarme pero no sé que cambio sus planes a último momento. —Recuerda avisar cuando llegas y por favor, no vayas a perderte —recuerda mamá. —Si, iré con el GPS —sacudo mi teléfono. —Qué tengas lindo día, pequeño monstruo. Lamentamos no poder acompañarte —se despide papá. Salgo de casa iniciando mi caminata de unas siete calles hasta la parada del autobús, es una linda ciudad a decir verdad, me sorprende. Hice una rápida escapada a una cafetería que encontré de camino, el té raro de mamá no me llenó lo suficiente. —Buenos días —le sonrió a la chica detrás del mostrador, ella solo me mira impaciente, frunzo mi ceño —, uhm...un late y una dona, por favor. —¿Descremado, azúcar o edulcorante? —teclea molesta. —Si, descremado por favor y edulcorante apenas. —Son $2,75, dime tu nombre te llamaré cuando este listo. —Hailey —respondo y luego de ser ignorada de la manera más fría del mundo me quedo a un costado esperando mi café. Me dispongo a leer los carteles con los precios y las novedades que el local ofrece, la sensación de que estoy siendo observada me invade así que dirijo mi vista hasta una de las mesas que se encuentra sobre la vidriera. Un grupo de chicos y chicas están tomando café, charlando, riendo pero hay uno en especifico que clavó su mirada en mi. Una mirada completamente seductora y lo digo por la linda forma de sus ojos, sus pestañas, su manera de observarme descaradamente sin disimulo alguno. Su brazo se posa sobre el hombro de una chica que acaricia el dorso de su mano mientras se ríe con otras dos que están sentadas en frente. Aquel chico lleva unas rastas desprolijas, gorra y ropa ancha que combina a la perfección, juguetea con su piercing en el labio sonriendo casi imperceptiblemente. —¿Hailey? —la cajera de aquella cafetería grita mi nombre sacándome del transe en el que caí al ver al posible chico más guapo que hay dentro del local. —Muchas gracias —le agradezco con una sonrisa y, a diferencia de la que me atendió, me devuelve la sonrisa despidiéndome muy amablemente. Deposito algo de dinero en su recipiente de propinas y salgo del local dándole una última mirada de reojo al chico que estaba observando hace unos segundo, él se percata guiñándome coqueto. Faltan diez minutos para las ocho de la mañana y definitivamente estoy llegando tarde a mi primer día de clases. Apresuro mi paso hasta, ahora si, la parada del autobús que llega minutos después. Por suerte me deja en la puerta de la escuela, bajo lo más rápido posible embutiendo el pedazo de dona que me sobró. Corro hasta las escaleras, me adentro al edificio y voy directo a la secretaria de la escuela que esta justo a la izquierda de la puerta principal. —Buenos días —tapo mi boca terminando de masticar y trago duro-, soy nueva aquí y venía a por mis horarios. —Si, dime tu nombre y apellido por favor —me pide la secretaria un poco divertida por mi situación. —Hailey Miller, estoy en quinto año —saco la replica de mi inscripción y se la doy. La mujer muy amablemente abre expediente con mi nombre, coloca allí mis otros expedientes de las antiguas escuelas a las que he asistido, me pasa mi horario, el número de mi casillero, la lista de extracurriculares y me marcho lo más rápido que puedo para dejar mis cosas en el casillero. Primera clase: economía. Me dirijo al salón correspondiente, llamo a la puerta antes de entrar y me recibe el profesor un tanto confundido. —¿En que puedo ayudarte? —habla amablemente. —Soy nueva aquí y según mi horario está es mi primera clase —le tiendo todos los papeles que necesita, asiente dejándome pasar a la clase. —Ubícate el aquel asiento libre, bienvenida a clases...¿Hailey Miller? —pregunta leyendo mi inscripción. Afirmo con mi cabeza que aquel era mi nombre, la clase comienza. Estamos viendo libro diario de cuentas que toda empresa debe realizar, eso del deber y el haber, saldo positivo o negativo, caja y esas cosas. Es bastante interesante a decir verdad. En medio de la clase alguien interrumpe entrando al salón, despreocupado, mirando su celular y ubicándose en el asiento junto a mi. —Kaulitz ¿Qué haces? —cuestiona el profesor bastante molesto. —Ya pase por la secretaria, traigo el permiso de entrar a clases -responde despreocupado, en calma —. Se me hizo un poco tarde. —¿Tú perro se comió tu tarea otra vez? ¿Falleció por tercera vez tu abuela? ¿Cuál es la excusa? —se cruza de brazos. —Tuve una pelea a muerte con dos idiotas a unas calles de aquí —explica con simpleza. La clase comienza a reírse de su respuesta, supongo que es irónica porque la verdad no trae un solo rasguño, ni una sola marca en su rostro como prueba de la supuesta pelea callejera. El profesor suspira dándose la vuelta ignorando al chico de rastas volviendo a escribir en la pizarra. Lo miro detenidamente al percatarme de que era el mismo que estaba en la cafetería observándome con descaro. Al notar mi mirada sobre él se gira en mi dirección, me escanea con su mirada, sonriente. —¿Crees en las casualidades? —susurra. —¿Qué? —respondo avergonzada, se dio cuenta de cómo lo estaba mirando. —Digo, no creo en las casualidades. Encontrarse dos veces con la misma preciosura debe ser obra del destino. Mis mejillas se comienzan a calentar involuntariamente, carraspeo incómoda y un poco avergonzada dirigiendo mi mirada al frente. —Tom —susurra una vez más junto a mi poniendo los bellos de mi piel de punta, lo miro —, Tom Kaulitz.

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