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Amor en construcción

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Annabella Benegas nunca ha podido decidir sobre su futuro. Sus padres la obligaron a casarse para poder salvar la empresa familiar, optando por la mejor opción para ellos, pero no para su hija. Atrapada en un matrimonio lleno de sufrimiento y las malas decisiones de quienes la rodean, le han quitado algo muy valioso en su vida. Aun así, ella sigue adelante intentando recomponerse.

Las cosas se ven un tanto truncadas porque, siendo la cara visible de Benegas & Asociados, deberá dar respuestas por algunos incidentes, topándose con Rodrigo Durán. Él es un arquitecto famoso, con grandes proyectos y negocios. Ambos coinciden el día y a la hora equivocada, donde ocurre un accidente que los lleva a la unión y posterior atracción.

Él tiene la necesidad de ayudarla.

Ella tiene la necesidad de huir de la tentación.

Lo que no saben es si podrán evitar caer en el triángulo amoroso que les puede traer más de un problema.

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CAPÍTULO 1
ANNABELLA Llevo más de una hora sentada sola en el comedor, no sé si quedarme con el bullicio de mi mente o el silencio del exterior. ¿A quién espero? Nada más y nada menos que a mi marido, Alessandro. Habíamos acordado cenar a las ocho para hacernos compañía y hablar de cómo estuvo nuestro día, pero como es de esperarse, todavía no regresa. No sé por qué sigo haciendo esto día tras día como si él fuera a cambiar su rutina solo para compartir un par de minutos al día —o una cena— con su mujer. Eso nunca va a suceder. Soy una ingenua.             Debería estar acostumbrada a esta situación tras 7 años de matrimonio en los cuales me he sentido prácticamente sola e incomprendida por mi entorno. Todos justifican de algún modo los vicios que Alessandro tiene, aludiendo a que la vida es demasiado estresante para no darse algunos gustos y ser demasiado estructurados. Claro, la culpable de todas y cada una de nuestras peleas soy yo porque no tolero su falta de respeto y compromiso en la relación, porque no me pongo en el lugar de él, que vive bajo la sombra de una mujer de negocios cuyas metas son más altas de las que él puede llegar a aspirar.             Mis pensamientos son interrumpidos cuando escucho el motor del auto aparcar en la entrada, chocando con una maceta que decora el inicio de la escalinata. Y aquí vamos, escucho sus pasos atolondrados y cómo tarda en subir cada peldaño de la escalera, sus llaves cayendo al suelo y a él balbucear algún insulto que no logro comprender del todo. Sus palabras se arrastran en su boca en tanto batalla para encajar la llave en la cerradura porque esta debe moverse a propósito para hacerlo enfadar, puedo imaginarlo creyendo que la puerta complota en su contra. Al cabo de unos minutos consigue abrir la puerta.             Desde mi posición puedo ver la figura de Alessandro avanzar sosteniéndose de las paredes porque no es capaz de dar un solo paso en línea recta como consecuencia de su ebriedad. A medida que su silueta emerge de la oscuridad de la estancia y se hace más visible, el olor a alcohol se cuela por mis fosas nasales; es como si su cuerpo fuera una licorería andante.             —Ammmooorrr, acccá estásss. —Intenta articular las palabras mientras camina en mi dirección.             Siento asco, odio, repulsión, decepción; en especial cuando sus labios consiguen posarse sobre los míos con la intención de robarme un beso. Corro la cara, no tengo ánimos para comenzar una discusión con él, pero sé que será inevitable.             —Prrreparrasste la cena. —Consigue decir, tomando asiento a mi lado. Agarra mi mano y besa el dorso de la misma, quiero zafarme de su agarre y él no me lo permite, la aprieta con más fuerza y ladea una sonrisa, haciendo una mueca que para él debe asemejarse a una pose sensual mientras a mí me genera ganas de salir corriendo.             Respiro hondo y sonrío. Sé esconder mis emociones tras una sonrisa fingida, tal como me enseñó mi madre. En estos momentos puedo escucharla decir todas esas palabras anticuadas que mi abuela alguna vez le dijo a ella: “Debes ser una mujer modelo. Una excelente esposa, atenta, cariñosa y atenderlo como un rey, porque de lo contrario buscará afuera lo que no encuentre en casa”, ¿acaso eso aplica para mí? Sacudo la cabeza y trago todo mi orgullo para no llorar de la bronca que tengo. Es increíble que pese a estar en el siglo XXI sigan existiendo personas con pensamientos tan retrógrados y machistas.             —Preparé pollo al horno con guarnición de verduras. —Amplié mi sonrisa como si sintiera gran placer al atenderlo y complacerlo. Le sirvo su porción y luego a mí.             Para variar, se me ocurrió comprar el mejor vino que encontré para celebrar el cierre de un nuevo contrato, uno muy ambicioso que me abrirá más puertas de las que imaginaba en un principio. Alessandro no tarda en tomar la botella con dificultad, tardando en descorcharla.             —Si quieres, puedo abrirla por ti. —Le ofrezco de manera servicial, pero él niega chisteando e intentando enfocar su mirada en la botella que casi resbala de su mano.             El corcho sale disparado, golpeando contra una de las puertas de vidrio de la vitrina que estuvo por años en mi familia. Puedo ver cómo se ha trizado por la fuerza del impacto. Cuento hasta cien cuando lo escucho reír como idiota por lo que acaba de suceder y lo miro con resentimiento, él sabe lo importante que era para mí y lo valioso en cuanto a dinero se trata.             Bajo la mirada, concentrándome en los aspectos positivos de estar casada con él… Nuestras compañías se fusionaron, siendo los líderes del mercado en cuanto a materia prima para la construcción se refiere, asociarme a su padre fue un buen negocio; los fines de semana solemos hacer escapadas románticas a mi crucero o a algún país de Europa y… Estoy segura que hay algo más para enumerar, pero como estoy enojada en este momento, lo he olvidado.             Lo veo maniobrar con la botella mientras se sirve en su copa, lo que parecía algo difícil al principio lo termina haciendo con gran destreza, supongo que al hacerlo todo el tiempo en estado de ebriedad lo ha ayudado a calcular mejor las distancias, o quién sabe qué.             Antes de servir en mi copa, eleva la botella como si estuviera brindando con ella y se la empina, bebiendo del pico de la misma. Blanqueo los ojos, decepcionada. Ya no hay sonrisa que pueda ocultar mi enojo. Frunzo levemente el ceño mientras él se ríe.             —No seasss taaann amarrggada.             Volteo la cara para no verlo, realmente quiero salir corriendo antes de que la cuenta mental llegue a cien y me haya tranquilizado. Escucho cómo la botella choca con la copa y cuando regreso la vista a la mesa, esta cae y vuelca todo su contenido en mi falda.             —Ups… —dice, cubriéndose la boca para ocultar la sonrisa que asoma en sus labios.             —Ten más cuidado para la próxima vez —digo a regañadientes, conteniendo todo el enojo que siento. Agarro la servilleta que está a un costado del plato y la paso sobre la mancha de mi falda.             —Yo tteee ayyudo… —Alessandro toma la otra servilleta y tira los cubiertos al suelo. Esto está saliendo peor de lo que imaginaba.             —Deja, ya lo hago. —Freno sus manos con las mías, lo que menos deseo en este momento es que la mancha empeore y que el simule ser caballero conmigo.             Mi comentario lo molesta y es él quien retira mis manos con brusquedad, del mismo modo fricciona la servilleta en mi ropa.             —Intento ser amable contigo y no me dejas —protesta, elevando su voz y tirando la servilleta sobre la mesa. Ahora él es quien lleva el ceño fruncido—. ¡¿Dónde están mis cubiertos?! —grita colérico y, con su puño cerrado, golpea la mesa con fuerza.             Me congelo. Ese tipo de actitudes son las que me llevan a pensar en enfrentarlo o quedarme en el molde. Relamo mis labios y siento el peso de su mirada sobre mí. Mis ojos pasean por todo el comedor para evitar los suyos, algo que es inevitable. Toma mi mentón con fuerza y me obliga a mirarlo.             —Se te cayeron al suelo —balbuceo con miedo, nunca sé cómo actuar en estos casos.             Suelta mi rostro y mira el piso, patea los utensilios y toma los míos.             —Debiste ser tú —susurra mientras corta el pollo para llevarse un bocado a su boca, el cual escupe al notar lo frío que está—. ¡Ni para esto sirves! —grita, tirando los cubiertos sobre el plato, haciendo bullicio.             Alessandro ladea una sonrisa que me desconcierta. ¿Qué le ha causado gracia ahora? Está perdido en su mundo, imaginando quién sabe qué cosa.             Sus palabras rebotan en mi cabeza, haciendo hincapié en su necesidad de rebajarme cuando no es necesario, demasiado me he rebajado por años al seguir casada con él. “¡Ni para esto sirves!”. Esa es la gota que rebalsa el vaso. Entre que tuve que esperarlo por más de una hora, tengo que tolerar sus estupideces.                   Apoyo mis manos con brusquedad en la mesa haciendo que los objetos vibren ante el movimiento, me impulso para ponerme de pie y dejo de ser una persona razonable; este hombre saca lo peor de mí.             —Borra tu estúpida sonrisa. ¿Qué le ves de gracioso llegar en este estado y seguir bebiendo como si se acabase el mundo mañana? Después te molestas y te ofendes cuando me enojo, cuando debo ser yo la ofendida. No merezco esto. —Meneo la cabeza—. ¡Acepta que tienes un gran problema de una puta vez! —grito fuera de mí.             Antes de seguir hablando en vano —porque en ese estado ni siquiera es consciente de las cosas que pasan a su alrededor—, me voy del comedor y subo las escaleras prácticamente a las corridas. Sé que él me está siguiendo y que en cualquier momento me alcanzará, porque para eso es habilidoso.             Ingreso a la habitación y voy directo al baño. Me encierro bajo llave y me siento en el inodoro a llorar, ocultando mi rostro entre las manos. No me importa que el maquillaje se corra o que mi aspecto fresco desaparezca. Estoy hecha un manojo de nervios y siento todo mi cuerpo temblar de manera involuntaria.             —¡Amor! —Ya llegó a la habitación, no tardará en notar que me he encerrado en el baño.             Uno, dos, tres… Sus golpes en la puerta me estremecen, dan la sensación de que puede derribarla sin tanto esfuerzo. Mi reacción es cubrir mis oídos como si de ese modo desapareciera de esa realidad que me aterra, no quiero oírlo; ya no más.             —Amor, perdón. No va a volver a pasar. —Insiste desde el otro lado.             Seco las lágrimas de mi rostro y me pongo de pie. Ignoro mi reflejo en el espejo, abro el grifo de agua fría y la dejo correr para que oculte el sonido de mi llanto. Odio que note que lloro por él, eso alimenta su ego y se cree más importante de lo que es. Debí salir corriendo la primera vez que lo vi en ese estado, mis amigas me lo advirtieron muchas veces y yo hice caso omiso a lo que pasaba frente a mis ojos. Así como ellas, ni yo logro entender ahora cómo es posible que aguante tanto.             —Gordita, sabes que te amo. Abre la puerta, por favor. Te juro que es la última vez que vengo en este estado.             Promesas y más promesas. Hace tres semanas atrás prometió lo mismo y lo cumplió durante los primeros 10 días, era mucho pedir que se mantuviera firme a sus palabras.             Lavo mi rostro quitando todo rastro de llanto y maquillaje, rogando que el agua se lleve mis penas. ¿A quién engaño? Ciertamente eso no sucederá. Cierro el grifo y seco mi rostro con brusquedad, siento odio conmigo misma por permitirme llevar una vida así, deplorable y sin amor. Suelto mi cabello revoleando el colín en cualquier dirección, no me importa; y miro la mancha de vino sobre mi vestido blanco. Dejo escapar un suspiro y me quito poco a poco la ropa mientras continúo escuchando las promesas vacías de Alessandro. Aparto la prenda en el canasto de ropa sucia que está en una de las esquinas para luego caminar hasta la puerta y recargar mi espalda sobre la misma, dejándome caer hasta el suelo.             —Siempre prometes lo mismo. —La voz sale ronca de mi garganta.             —Pero esta vez es en serio. —Sostiene.             Cierro mis ojos y acallo mi llanto, no deseo que me escuche. Permanezco en esa posición un par de minutos más hasta que comienzo a sentir frío. Ya no escucho a Alessandro, supongo que se ha tumbado en la cama y que se durmió rápido por su estado de ebriedad. Me pongo de pie con algo de dificultad, por la posición en la que me encontraba se me adormeció la pierna derecha. Quito el seguro con cuidado para no hacer demasiado ruido y camino hacia la ducha.             Abro el grifo y me sumerjo, dejando que el agua caliente masajee mi cuerpo. Escucho la puerta abrirse y los pasos arrastrados de Alessandro. Puedo verlo a través del vidrio que nos separa, también ha llorado. Está arrepentido por su falta, o eso creo.             Ignoro su presencia, considero que es lo mejor que puedo hacer en un momento como este. Clavo mi vista al mosaico que tengo frente a mí; aun así, puedo notar sus movimientos por el rabillo del ojo. Intento actuar normal, pero siento cómo mi cuerpo tiembla ante los nervios que su presencia me genera; desconozco cómo actuará, aunque sé todo su diálogo de memoria, siempre usa el mismo libreto.             —Eres hermosa y lo más valioso que tengo —susurra, abatido por mi frialdad.             Resoplo y bajo la cabeza. No merece que lo trate así, es una persona con imperfecciones como todos, pero es la persona con la que pasaré el resto de mi vida y debo conformarme a ceder, porque con el pasar de los años he logrado quererlo y no me veo en un futuro sin él. En este momento pesan los recuerdos lindos, esos que añoro cuando el estrés me consume. Esos recuerdos en donde las cosas malas quedan atrás, como cuando decidimos adentrarnos en la vida de la montaña, jugando a ser exploradores y durmiendo a la intemperie por no poder armar la carpa, riendo ante nuestro fracaso y buscando constelaciones después de hacer el amor; o cuando me sorprendió en la oficina para nuestro aniversario, llevando mariachis como en las películas americanas mientras cantaba una canción que él mismo había escrito para mí.             Sé que me lamentaré después por lo que estoy por hacer. Me cuesta mantener mi postura de enfado y él lo sabe, conoce cada una de mis debilidades y me manipula con ellas; en especial cuando se trata de hacer sentir menos a alguien. Extiendo mi mano y lo invito a meterse a la ducha conmigo. Alessandro no tarda en sacarse la ropa y dejarla desparramada por el piso del baño sin importar si se mojan, toma mi mano y me estrecha entre sus brazos para besarnos.             —Perdón —murmuro sobre sus labios y él sonríe.             Nuestras lenguas se entrelazan en una guerra que grita lujuria. Sabe cómo encenderme a la perfección, después de todo. No sé en qué momento hace que mi espalda choque contra la pared fría del cerámico. Toma ventaja al besar mi cuello, arrebatando más de un suspiro de mí mientras sus manos aprietan con fuerza mis pechos y pellizca mis pezones. La piel se me eriza ante la calidez de su respiración. Su boca recorre con desesperación el camino hasta mis senos, intercalando entre lamidas y apretones, ataca mis pezones y los muerde.             Jadeo su nombre, mi respiración está por demás agitada y mis uñas se clavan en su espalda. Una de sus manos baja a mi entrepierna, juega con mi clítoris y su boca regresa a la mía. Un dedo, dos dedos… El placer me arrebata uno de los mejores orgasmos que he tenido en estos 7 años. Alessandro me gira y guía mis manos a la pared, entrelazando las suyas a las mías.             Besa mi cuello con desesperación y siento su m*****o erecto chocar contra mis nalgas mientras simula embestidas. Ninguno de los dos puede aguantar más, libera mis manos y conduce su pene hasta mi v****a, penetrándome con desesperación. Sus gemidos se unen a los míos acompañados a los sonidos que nuestros cuerpos emiten. He de admitir que el sexo de reconciliación es la mejor invención del hombre.             Para acompañar sus embestidas, llevo una de mis manos hasta mi intimidad y froto mi clítoris con desesperación. Siento que estoy por explotar, no falta mucho para ello. Los movimientos de Alessandro se vuelven cada vez más violentos, toma mi cadera con fuerza y dirige mis movimientos, él también está por llegar al orgasmo. Y ocurre lo que pocas veces logramos, sincronizar nuestros cuerpos para acabar juntos. Él esconde su cabeza en mi cuello, depositando un beso antes de apartarse de mí.  Sus fluidos se deslizan por mi piel, mis piernas han perdido la fuerza y tiemblo por completo, llevaba tiempo sin experimentar algo así.             Volteo a verlo. Está de espaldas a mí, por lo que lo abrazo por la cintura y deposito un beso sobre su espalda. Alessandro entrelaza sus manos a las mías y permanecemos en esa posición un rato hasta que sentimos que el agua se ha enfriado y nos apresuramos a enjabonar nuestros cuerpos. 

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