bc

Señorita Francesco

book_age18+
9
FOLLOW
1K
READ
forbidden
HE
tomboy
sweet
bisexual
transgender
campus
illness
musclebear
like
intro-logo
Blurb

Después de varios años en la cárcel, Jonás, consigue salir en libertad bajo fianza, con una pequeña misión por cumplir: debe cuidar del escritor Francesco Antonelli.Francesco parece un hombre como cualquier otro, de aburrido aspecto ratonil y asustadizo. Pero, tiene un pequeño secreto que lo pone en peligro: Francesco, prefiere usar faldas y llamarse Francesca, por eso, él tiene que ayudarlo.

chap-preview
Free preview
... Muñeca de porcelana...
Era un horripilante día gris de finales de otoño. Jonás observaba por la pequeña ventana de su celda como un conocido coche n***o tirado por unos esplendorosos caballos Gipsy King de lustroso pelaje azabache, arribaban en la puerta de la penitenciaria de la ciudad de París. «¡Allí está otra vez ese j0dido condenado señor Lombardo! De haber sabido que me tocaría tanto los cojones, lo hubiera dejado morir en aquella oportunidad ¡Seré imbécil!» Se dijo viendo como él joven señor Lombardo bajaba del coche con toda elegancia. Suspiró resignado, siempre que ese coche llegaba, significaba un nuevo dolor de cabeza para él. Desgraciadamente, el dueño de esos bonitos caballos, nunca traía buenas noticias para él. Solo esperaba que en esta oportunidad, el dolor de cabeza no fuera tan grande como en las anteriores. «¿Le habrá ocurrido algo otra vez, a la señorita Francesco? Espero que no sea nada grave...» Se dijo intentando ocultar su preocupación tras esa máscara habitual de mala cara que solía poner cada vez que el guardía le anunciaba la visita del Señor Mateo Ezequiel Legrand (Lombardo ). Siempre que este tipo aparecía, era porque Francesco no podía ir a verlo. Y, que eso ocurriera, solo significaba una cosa: Que algo le había pasado a la "señorita" Francesco. Señorita Francesco, así lo llamaba él, aunque ese mote no era de su agrado. Señorita Francesco, porque, aunque insistiera en llamarse Francesca, para Jonás, él siempre sería "Francesco". Este, era un hombrecito enjuto de aspecto ratonil y asustadizo, con grandes ojos azul claro y corta melena rizada como el oro. Durante el tiempo en el que Jonás estuvo tras las rejas, privado de su libertad, Señorita Francesco, siempre iba a visitarlo, siendo él, casi el único contacto con el mundo exterior, con la vaga excepción de Sor Ester y el Capitán Lawrence Bouvier, quienes, de tarde en tarde, le acercaban notícias del mundo, junto con las sábanas limpias y algún que otro rompecabezas con el que llenar sus aburridas horas de tedio. En ese sentido, Jonás, debía sentirse agradecido por su situación. Si bien, la estadía en la prisión no era un pasar idílico, podría decirse que, comparado con su antigua rutina, aquello, era lo mejor que le había pasado en toda su existencia. Por primera vez desde que tuviera memoria, conocía lo que era irse a la cama todos los días con el estómago lleno y, por mucho que odiasen oírlo admitir aquello, jamás en su vida se había sentido rodeado de tanta gente que se preocupase por él. Porque si de algo debía reconocer, Jonás, era justamente eso: Amistades y visitas, nunca le faltaban en esa etapa de su vida. Sin embargo, eran las de la señorita Francesco las que más apreciaba y esperaba con ansías. Pues era con él con quien más interesante se hacía la comunicación y con quien más identificado podía sentirse. Pues, señorita Francesco y él, compartían un pequeño sentimiento de incomodidad ante la mirada de la gente que solía juzgarlos con extrema dureza por su pasado o por su situación actual. —¿Cómo has estado, Jonás?— lo saludó Mateo con una sonrisa afable al verlo llegar a la sala de visitas. Habían pasado cinco años desde que él estaba en aquella prisión. Pero haría seis años que se conocían y, sencillamente, no podía dejar de asombrarse por el simple hecho de que, para ese señorito, el tiempo parecía no pasar. Todavía recordaba muy bien el motivo por el cual se conocieron. Fue gracias a su hermano Pier, quien trabajaba de cochero para el señor Lombardo, en la época en la que él se encontraba buscando la manera de sobrevivir a la vida con la banda de delincuentes que Tommaso el apestoso lideraba. En aquel entonces, estaban bajo el mando de Jean Pier La Libertie, un ex capitán, corrupto, de la guardia militar de la ciudad que había enloquecido al perderlo todo gracias a Mateo que había hecho las denuncias necesarias para quitarle el mando, y, por esa razón, estaban buscando la manera de exterminarlo. Pero, había sido el mismo Mateo quien se había ganado su respeto al tratar con dignidad a su pequeño hermano Pier. Por ese motivo, aunque este hubiera fallecido en aquel intento de secuestro, era que Jonás le había salvado la vida y por eso, también, seguían en contacto. — Ya me ve, usted, señor Lombardo. — respondió el delincuente con indiferencia en lo que se sentaba en la butaca que tenía a su lado para luego agregar a la vez que se cruzaba de brazos — ¿Qué le ha pasado esta vez a Francesco que le ha pedido a usted que viniera en su lugar? Usualmente, debido a la obviedad de que tanto la señorita Francesco como él eran hombres, Jonás, solía ser un poco más disimulado al preguntar por su extraño amigo de aspecto ratonil y asustadizo. Sin embargo, con Mateo, no había necesidad de aquellos cuidados. Quizás fuera porque el ambiente en el que ese señorito se había criado era un tanto similar al de Jonás o quizás solo era porque, a ese condenado infeliz, todo le traía sin cuidado, fuera como fuera el caso, Mateo parecía no sorprenderse en absoluto al ver la afinidad que ambos se tenían. Una afinidad que a veces podía llegar a ser un tanto sospechosa. Por ese motivo, fue que, por toda respuesta, solo recibió la simple sonrisa sarcástica en labios de él. —Oh, bueno... Yo me encuentro muy bien, gracias por preguntar, Jonás, eres muy amable...— replicó Mateo con ese característico sentido del humor cargado de ironías, para luego agregar en lo que encendía un cigarro— La señorita Francesca, se encuentra bien, solo un poco asustada por un pequeño inconveniente que tuvo hace dos días atrás. Pero, no ha ocurrido nada grave en realidad, por suerte. «Nada grave para tí que no sufres ni la mitad de lo que sufre él, imbécil con sesos de corcho.» Podría haberle dicho por toda respuesta. No creía estar exagerando si se atreviera a afirmar que, en ocasiones como aquella, Mateo solía ser un poco indiferente ante el dolor ajeno. Pues, para Jonás, que conocía muy bien como pensaba y sentía Francesco, no había nada más frustrante que enterarse de que algo, por más pequeño que fuera, le hubiese ocurrido. —¿Esta vez que fue?¿Un borracho que lo quiso besar o uno que se le insinuó creyendo que era una prostituta?— aventuró sin embargo, tragándose todas sus palabras mordaces, con Mateo no convenía dejarse llevar por su genio vivo y agresivo, pues, sabía que tarde o temprano él usaría esa información para molestarlo. Vio como el señor Lombardo fumaba languidamente con una expresión de desilusión en el rostro y no le cupo dudas de que le había estropeado el plan de provocarlo. En efecto, no se había equivocado en absoluto, él lo había dicho de esa manera tan indiferente, solo para molestarlo. —En realidad, esta vez, se ha encontrado a un admirador que no deja de ser un tanto... Inoportuno y fastidioso...— explicó Mateo terminando el cigarro para luego agregar en lo que lo apagaba con la suela de su bota —... Demasiado molesto, diría yo, pues, por su culpa me veo obligado a buscarle una niñera para que pueda salir a la calle e ir a la editorial a trabajar sin mayores sobresaltos. Mientras lo escuchaba, Jonás, no podía evitar sentir cierta necesidad de estar del otro lado de la penitenciaria de una vez por todas. Por desgracia, en la vida de la señorita Francesco, no era algo inusual, ese tipo de pormenores. Todo lo contrario, debido a ciertas actitudes en él, que un hombre lo buscara para intimar o que se enamorara de forma tal que terminase por obsesionarse con él, era el pan de cada día. Pero, Jonás no podía hacer nada por su amigo. A Jonás, todavía le quedaba un par de años más de condena por cumplir. A menos que tuviera la posibilidad de pagar la fianza. —Seme sincero, Jonás ¿Qué solución se te ocurre a tí, que pueda serme útil?— Indagó Mateo quien a esas alturas ya demostraba su cansancio ante la situación — ¡Si ni siquiera se siente en confianza con los guardias personales que le he puesto! Siempre hay una queja nueva con ellos. El único que ha aceptado ha sido es a Bouvier, pero ya sabes que él no puede hacerlo a tiempo completo. Dime tú ¿Qué puedo hacer con esto? Jonás lo observó un momento mientras buscaba las palabras precisas para expresar exactamente lo que tenía en mente. Resultaba simple para él asumir con toda facilidad que, la única persona que podría ayudar en ese momento, sería él mismo. Sin embargo, tampoco era cosa de ir a decirle con tanta liviandad que le pagase la jodida fianza para terminar de una buena vez con esa condena para así poder ayudar a su amigo como tanto necesitaba hacerlo. Aquella precaución, no era porque creyese que el señor Lombardo, no sería capaz de hacerlo. Todo lo contrario, sabía que, si se lo pedía, aun sin motivos, ese hombre, asquerosamente rico y asquerosamente bondadoso, con mucho gusto lo haría ¡Si a fin de cuentas, él había insistido desde el principio con ese asunto! El problema radicaba, en realidad, en que, para empezar, Jonás mismo había insistido en pagar por ese delito que había cometido al formar parte del grupo de hombres que habían ayudado a La Libertie a secuestrar a Mateo. Aunque había termino por redimirse al colaborar con el escuadrón de rescate del Capitán Lawrence Bouvier. Podría ser un tanto absurdo para cualquiera que lo escuchara, pero él tenía cierto remordimiento al asunto y, por ese mismo motivo, había desistido de cualquier tipo de ayuda que lo sacase de allí. Pero, en ese momento no se trataba solamente de él y de su necesidad de pagar por sus errores en el pasado, sino de ayudar a alguien que realmente lo necesitaba. A alguien que lo había ayudado a él cuando más lo necesitaba. De modo que, se tragaría su estúpido orgullo y hablaría con toda sinceridad a ese hombre que le parecía estar rogándole por un consejo. Carraspeó para aclararse la garganta. —Tendrias que buscar a alguien que sea de su completa confianza...— señaló la obviedad consiente de que lo hacía — ¿No tiene ningún amigo o algún hombre en el que pueda confiar? Al escucharlo, Mateo, levantó una ceja demostrando toda la incredulidad que sentía ante aquella pregunta. El solo hecho de que alguien se atreviera a juntar las palabras "Francesco", "tener", "hombres" y "confianza" en una misma pregunta, era algo que resultaba ser un tanto descabellado. El círculo de amistades del escritor Francesco Antonelli, era pura y exclusivamente formado por mujeres, con las excepciones de Jonás, Lawrence y, obviamente, Mateo. —¿Acaso me ves capaz de cuidarlo yo mismo?— soltó con incredulidad provocando que el delincuente no pudiera contener la carcajada ante tal sugerencia.— siento desepcionarte, pero mi puntería con las armas sigue siendo igual de mala que el día en el que me conociste, Jonás. Ante tal absurda sugerencia, ambos rieron por eso, siendo las risas del escritor las más sonoras. Eso era justamente lo que le agradaba de Lombardo: Ese tipo era gente sencilla, como él, capaz de reconocer sus defectos y reírse de ellos como el que más. —¿Tú?— Indagó sardónico aun con la sonrisa en la cara, una vez hubo conseguido contener su risa— Con la posibilidad que tienes de desmayarte, creo que es más probable que Francesco te proteja a tí a que la cosa sea al revés ¡Eso sí que quisiera verlo! ... Bien, entonces ¿No hay nadie que pueda ser de utilidad, verdad? Al escuchar la repetición de la pregunta, Mateo simplemente rodó los ojos, como si aquello fuera una obviedad indigna de ser mencionada. Resultaba sencillo para una persona como Jonás, acostumbrada a hablar en códigos y entre líneas, que aquel gesto no se debía simplemente al hecho de que Lombardo odiaba repetir las cosas. No le cabía duda que, ese condenado infeliz, no había venido a verlo solo porque la señorita Francesco se lo había pedido, sino que además tenía en mente lo mismo que él. «Tipo listo y resuelto ¿De qué diablos me puedo sorprender?¡Si siempre ha sido así! Lastima que el imbécil de Tommaso no me hubiese escuchado ¡A este tipo era al que debía hacer caso, no al desequilibrado aquel!.. En fin , supongo que no me quedará más remedio que aceptar la j0dida fianza. Todo sea por Señorita Francesco...» Se dijo llevando el brazo hacia atrás por encima del respaldo sin dejar de observar a Mateo con ojos calculadores. Suspiró resignado. —Entonces... ¿Es aquí en dónde tengo que ponerme de rodillas e implorarte que me saques de aquí para poder ayudar a Francesco, verdad?— quiso saber yendo directamente al grano. — Diría que no hace falta que lo hagas. Pero debo reconocer que mal no me vendría verte rogar porque te saque de este j0dido agujero, después de lo mucho que te me has hecho el difícil ¡Me lo debes, condenado c4brón!— reconoció Mateo señalándolo de malhumor. Jonás rio entre dientes. Debía reconocer que tenía razón. Se preguntó cuantas veces tuvo que escuchar de ese hombre aquella sugerencia y cuántas veces él se había reusado a aceptarla. No estaba seguro y eso solo porque no llevaba la cuenta. Pero no le cabía duda alguna de que estas superaban la veintena. Se encogió de hombros, a decir verdad, daba igual cuántas fueron. —Pues, te quedarás con las ganas de verme hacerlo. Seamos realistas, Lombardo, la situación no es la mejor para juegos... — replicó con indiferencia haciendo una pausa para poder elegir las palabras —... Sin embargo, conformate con escucharme decir que estaré encantado de ayudarlos. Ante aquella respuesta, el señor Lombardo, se llevó la mano a la oreja, como si no lo hubiera escuchado bien. Jonás sintió deseos de patearlo en la cara, a fin de cuentas, en esa posición en la que se encontraban , muy difícil no sería levantar la pierna para hacerlo. Él no había hablado bajo, al contrario, había hablado con el tono de voz específico para poder ser oido con toda claridad. Sin embargo, sabía que eso era solo una de esas absurdas bromas sin gracia de Lombardo. —Disculpa, Jonás ¿Podrías repetir lo último? — lo escuchó indagar con sorna —... Es que creo que me estoy volviendo viejo y ya mis oídos no son como antes ¿Qué me haz dicho? ¿Qué aceptas por fin que te pague la fianza? —¡Que te vayas al infierno, j0dido c4brón! Es lo que dije.— fue toda la respuesta que obtuvo a la vez que era golpeado en la pierna. Ese enfado por parte de Jonás lo divirtió. A Mateo, todavía le costaba trabajo no querer molestar a las personas que, como ese delincuente, le caían bien. Vio como al fin había conseguido sacarlo de sus casillas y, en ese momento lo observaba con el ceño fruncido en una actitud de niño enfurruñado. Dejó que su afable carcajada saliera por su garganta. —Vale, vale... Ya te oí perfectamente. — reconoció con la soltura desinteresada de un joven aristócrata— no era para que te enojaras tanto, hombre... ¿Tienes alguna duda? Decirle a Jonás que hiciera un trabajo, no era sencillo como parecía, menos si esa orden involucraba armas y cosas por el estilo. Eso, el Capitán Lawrence Bouvier, lo sabía muy bien, por eso mismo era que el condenado militar insistía en que formara parte de su escuadrón militar. Pero, eso no importaba. Mateo había dicho si había preguntas y en amén a la verdad, preguntas, había muchas ¿Dónde dormiría? ¿Qué era exactamente lo que tenía que hacer?¿Qué no debería hacer? Sin embargo las más importantes era solo una: — ¿Qué piensa Francesco de todo esto?¿Lo sabe? — preguntó directamente, para luego morderse el labio inferior y pensar en otra pregunta que también era importante— ¡Ah!¿Y cuándo supuestamente me iré de aquí? Por toda respuesta, Mateo juntó sus manos, en una postura de cúpula, sonriéndole enigmático y de costado. Jonás, vio como él levantaba la vista hacia un costado y rompía esa cúpula que no entendía porqué la hacía,para llamar al guardia que se encontraba en un costado del lugar. Un pequeño movimiento de su mano había bastado para cumplir su deseo. El guardía se acercó a ellos y Mateo le susurró algo al oído. El guardia desapareció tras la puerta de entrada y fue ahí que el señor Lombardo volvió su atención a ese joven delincuente que lo miraba asombrado por el poder que tenía. —¿Qué sí lo sabe?¡Hombre! Fue su idea.— reconoció con toda sinceridad mientras encendía un cigarro —¿Qué opina de todo esto?¿Yo qué sé? No tengo cara de adivino, pregúntaselo tú, que contigo es más abierta a explicar lo que c4rajos piensa. Pregúntaselo tú, que ahí la tienes a tu espalda. De paso, me dan tiempo a que firme la orden para que te vayas ahora mismo. Al escucharlo decir aquello, lo único que atinó a hacer Jonás, fue a voltear para poder ver como justo en ese momento una bella mujer de cabello rizado como el oro batido entraba en la sala de estar de la prisión. Una hermosa mujer de tímida sonrisa y lujosos vestidos adornados con encajes y pedrería se le acercaba silenciosamente. «¿Ah?¿Qué pasó aquí?¿No se suponía qué iba a cuidar del escritor cara de rata?¿Dónde se encuentra el condenado?»

editor-pick
Dreame-Editor's pick

bc

Her Triplet Alphas

read
7.5M
bc

The Heartless Alpha

read
1.5M
bc

My Professor Is My Alpha Mate

read
463.2K
bc

The Guardian Wolf and her Alpha Mate

read
497.7K
bc

The Perfect Luna

read
4.0M
bc

The Billionaire CEO's Runaway Wife

read
602.0K
bc

Their Bullied and Broken Mate

read
464.3K

Scan code to download app

download_iosApp Store
google icon
Google Play
Facebook