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Bailando con el Diablo (+18)

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Para Ludmila bailar era mi forma de vivir: la música, los trajes, la adrenalina de una presentación, los movimientos que expresaban su alma.

La danza la hacía sentir libre y plena, era su cable a tierra, la fuente de sus sonrisas y los mejores recuerdos. Sus padres siempre la apoyaron en su pasión, en cada decisión que tomó, incluso cuando les dijo que quería irse de casa para crecer, aprender y explorar nuevos horizontes.

Hizo sus valijas y empezó con aquella aventura, sin saber que en el camino me cruzaría con él, con Leonardo, el líder de una poderosa mafia que me atrapó con su mirada y su misterio.

No imaginaba que se adentraría en un mundo donde las mentiras, los secretos y su pasado desatarían una guerra de amor y poder.

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1. Desmayo
Apagó el despertador que no para de sonar, la bendita alarma suena avisando de un nuevo día, por lo general soy bastante optimista y tengo muy buen humor, pero hoy no es uno de esos días, no tenía ganas de nada, no ansiaba ver a nadie ni mucho menos levantarme de la cama, estaba con un dolor de cabeza horrible, producto de mi resaca. Anoche luego de ser dejada por mojigata, decidí salir con mis amigas a tomar unas copas, en un principio iban a ser solo unas dos, pero algo salió mal y terminé bebiendo hasta casi no poder caminar, mis padres estarían orgullosos – nótese el sarcasmo por favor – su hermosa hija, borracha, paseando por las calles de New York. Ahora no recordaba prácticamente nada de lo ocurrido y tenía un dolor de cabeza que amenazaba con partirme al medio en cualquier momento. Beber no es divertido. Me levante de mi cama arrastrando los pies sobre la alfombra roja, las paredes blancas me parecían lo suficientemente chillonas como para no querer verlas en este momento. Moría, lo haría, de eso estaba segura. Mi cobertor descansaba en el piso junto a una pila de libros, las cortinas blancas se encontraban abiertas de par en par dejando entrar más luz de la que estoy dispuesta a soportar. Maldigo y resoplo un poco mientras camino hasta el ropero en busca de mi ropa o mejor dicho mi uniforme. La gente debe trabajar para vivir, menuda mierda. Acomode todo sobre las sábanas blancas y mire la foto sobre mi mesa de luz, en ellas salía con mis amigas abrazas y la lengua afuera, fue en un viaje a Miami, el mejor fin de semana de mi vida, a su lado otra más, nos encontrábamos un poco menos coquetas y más pegajosas, la habían tomado después de una presentación y todas estábamos con diminutos trajes con muchos brillos. Danna una morena de ojos cafés, piernas largas como el infierno, cintura diminuta, glúteos de acero y pechos pequeños, estaba a mi derecha, su estatura de un metro setenta la hacía resaltar. Jenna una castaña de piel blanca y ojos mieles, a mi izquierda, su cuerpo era igual de una bailarina de ballet, piernas largas y delgadas, vientre plano y cintura pequeña, metro sesenta y excelente postura. Charlotte tenía pelo n***o, ojos tan oscuros que podían pasar por petróleo pero que si la veías al sol eran marrones, ella tenía el cuerpo como un reloj de arena, era la más alta de todas, sus piernas estaban perfectamente a contorneadas, sus glúteos eran grandes y perfectos, tenía una muy buena delantera gracias a una cirugía y su vientre igual de plano que las demás. Y por último estaba yo, la chica que se está viendo en el espejo del baño, una muchacha de altura promedio, para ser más específica media un metro sesenta y cinco, mi vientre era plano y mis caderas anchas, mis glúteos estaban firmes y bien levantados – gracias a mis rutinas – mi cintura era pequeña, mis pechos redondos y bien firmes, no tenía lo del Char, pero estaba segunda en la categoría de tamaño. Menudo logro. Mis ojos eran de celeste intensos, igual que mi padre, mi cabello de color azabache bien lacio, todo esto estaba acompañado a mi piel nívea, era la mezcla de los dos, una gran mezcla y dios los extrañaba. Quizás como dato color, podría decir que tenía una pequeña marca de nacimiento justo en mi pubis. Me identificarían fácil, pues parecía una gota. — Ludmila – el golpe de la puerta me sacó de mis pensamientos - ¿Piensas quedarte a vivir allí? – me acerqué y abrí con cara de pocos amigos. — Me estaba depilando – muestro la pinza de depilar que está en mi mano. — Ya… yo lo entiendo, pero necesito hacer pis – junta las piernas y comienza una serie de saltitos. — Venga entra – me corro para que pase y salgo. – Trata de no tardar mucho Jen — ¿Qué haces aquí? ¿Hoy no trabajas? – Charlotte aparece en el pasillo con sus pantuflas de emojis y el pelo desordenado. — Sí, ahora me arreglo y salgo. A diferencia de mis compañeras, yo trabajaba en una cafetería cerca de casa, el sueldo no era gran cosa, pero me alcanzaba para sustentar mis gastos y ayudar a mis padres con mis gastos de la universidad, no es que me lo pidieran. En fin, todas estudiamos en The new School arte dramático, algo que nos servía a la hora de hacer una presentación. Yo iba por el tercer año de la misma, no me faltaba mucho para terminar, pero pensaba hacer un profesorado de danzas o algo parecido. Esa era una de las principales razones por las cuales trabajaba en una cafetería, también estaba el hecho que mis salidas quería pagármelas yo y por sobre toda las cosas los cursos y clases extras. Todo tenía un por qué y eso era, los caza talentos, estábamos seguras que en algún momento alguno nos vería y ese sería el principio del estrellato. Me coloque mi jean oscuro y la remera verde del café, maquille mi rostro y até mi largo cabello en una cola alta ajustada, una vez que me puse mis zapatillas blancas agarré mi bolso, auriculares y salí de casa directo a mi trabajo. El sol me golpeó los ojos aumentando el dolor de la resaca, yo sabía que no debía beber porque trabajaba el día de hoy, pero cuando encontré a mi novio – ex ahora – con mi compañera de banco no pude evitar sentirme decepcionada. Bran había sido mi pareja por los últimos siete meses, fue la relación más larga que tuve, pensé que las cosas iban bien, él era muy amoroso y atento, siempre se fijaba mis horarios de clases y me buscaba después de mis ensayos para dejarme en casa, yo era igual de atenta con él, siempre que sabía que no comía le llevaba almuerzo, le conseguí algunos contactos para audiciones, pero eso no fue suficiente. El imbécil me engaño porque no quería acostarme todavía con él. Ahí uno cae en la cuenta que los hombres son todos unos idiotas y que es mejor estar sola que mal acompañada, esa era una de las razones por la cual no tenía novio, ni salía con chicos y mucho menos me acostaba con ellos, porque sí, todavía a mis veinticuatro años era virgen. Algo que a mis amigos les parecía asombroso y a mi patético, pues debía ser la única mujer que en pleno siglo XXI que no se animaba a tener relaciones íntimas, aunque también se debía a qué esperaba encontrar el amor verdadero para entregarme, o que mi padre los mataría, lo último, era eso. — Ludmila ¿Cómo estás? – mi jefa Hannah me sonrió mientras entraba. — Buenos días Hanna, muy bien – le devolví la sonrisa - ¿Cómo te encuentras tú? – sus ojos me recorrieron. — Bien, esperando clientes – observó el reloj en la pared. — Iré a cambiarme – pase por su lado a los vestidores. Si hay algo que caracteriza a Hanna era su impaciencia, la mujer tenía treinta y siete años, era buena en lo que hacía, tenía al menos media doce de cafés por la ciudad, pero vivía preocupada por el dinero. La mujer era un poco más alta que yo, su cabello castaño estaba lleno de rulos que ibas desde su raíz hasta la cintura. Tenía un cuerpo de infarto, buenas nalgas, grandes pechos y vientre plano. Y si a eso le sumamos que es carismática, simpática, alegre. La mujer era el combo perfecto para cualquier hombre. Pero tenía un problema…no toleraba nada. — ¿Dónde me toca hoy? – le pregunté cuando volví al local. — Hoy te toca la caja – me acomode en mi lugar y ella se fue. La cafetería era muy buena para conocer a algunas personas, aquí se pueden hacer amigos nuevos y conocer algún que otro amor platónico, pues, aunque hay clientes que vienen a menudo, algunos simplemente están de paso y no se los vuelve a ver. Soul cofee estaba ubicado en la parte más transitada de la ciudad, la quinta avenida, cerca de ella se encontraban todas las grandes empresas de la zona por lo que a menudo la mayoría de los clientes eran empresarios, es por eso que Hanna insistía tanto en nuestra buena apariencia y educación. Pero las remeras eran horrorosas. Aquí todo exudaba dinero, los pisos de mármol color manteca, los sillones color hueso, las mesas de roble o las sillas revestidas le daban el toque que se necesitaba para que el cliente se sintiera en un lugar de lujo. El frente era todo de vidrio y la parte trasera contaba con un deck con vista a un patio interno con más sillones y mesas. — Ludmila – sonrió cuando mi amigo y compañero Josh se acomoda a mi lado – Hoy estás muy distraída ¿Todo bien? – sus ojos marrones analizan mis expresiones. — Sí, solo tengo un poco de resaca – suspiré – La luz me está matando – carcajeo un poco y negó con la cabeza. — Te prepararé un café. Josh fue uno de mis primeros amigos aquí, él fue quien me enseñó el manejo del lugar, desde el uso de las máquinas hasta la toma de comandas, incluida la correcta forma de tomar la bandeja con los pedidos. Es que hasta eso tiene técnica. Todos aquí sabías lo mismo, Hannah quería que tuviéramos el mismo trato así que nos hacía rotar de puesto una vez por semana sin falta. Mi amigo fue uno de los primeros en entrar, nunca dude porque Hannah lo contrato, Josh era un chico encantador de grandes ojos marrones y pelo castaño claro que en el sol se veía rubio. Es alto y un poco formido, pero no en exceso, más bien es más flacucho que otra cosas. — Buenos días… - la voz gruesa de un hombre me saco de mi nube. — Bue... – las palabras se cortaron cuando al girar mi rostro un mareo repentino me invadió. Sentí como mi cabeza daba vueltas mientras apoyaba mi mano en el mostrador intentando mantener el equilibrio, moví mis ojos desorientada hasta encontrarme con unos verdes que ahora me miraban preocupados. — ¿Se encuentra bien? – su voz grave sonaba como un eco dentro de mi mente – Señorita. Esas fueron las últimas palabras que escuche antes de que todo se volviera n***o. — Gracias a Dios Abrí mis ojos despacio, la cabeza me zumbaba, me quejé mientras me concentraba en enfocar Me tope con los ojos de Josh, me di cuenta que estaba acostada cuando observe la lampara colgante del techo. Cerré mis ojos y los abrí de nuevo aun sintiendo el zumbido en mis oídos, moví mis manos despacio hasta el suelo impulsándome lentamente para levantarme, algo que fue una muy mala idea, pues el pinchazo en mi cabeza hizo que me acostara nuevamente. — Ludmila… - reconocí la voz de mi jefa - … gracias a dios despiertas, ¿Cómo te sientes? — Me duele la cabeza – mi voz sonaba apagada y cansada. - ¿Qué pasó? — Te desmayaste – Josh me ayudó a levantarme cuando vio que volvía a intentarlo – Has estado inconsciente por diez minutos. — Vaya – murmure bajo. — ¿Estás embarazada? – mi jefa soltó aquellas palabras, sin media pena. — ¿Qué? – pregunté horrorizada - ¡No! — Bueno, es que… cómo tienes novio… — No tengo novio – la interrumpí con un tono medio seco y Josh me miró asombrado. — Ajam – un carraspeó nos hizo girar a todos. — Oh, perdón… ya lo atendemos – dijo al hombre que no quitaba sus ojos de mí. — Solo quería saber si la señorita se encuentra bien. – junté mis cejas, mientras su voz volvía a abrazarme. — Ludmila, el señor aquí, fue el que se dio cuenta de tu estado, y el primero en ayudarte – me explicó mi amigo que todavía me tenía agarrada por la cintura. Observé a mi "rescatista" un momento, sus ojos verdes se clavaron en mí nuevamente, su cabello castaño estaba extremadamente corto y con un degradé en sus laterales, tenía la mandíbula cuadrada cubierta por una barba bien corta y perfectamente delineada, su cuerpo era ancho y sus brazos grandes. No pude evitar imaginarme los músculos que podía llegar a tener debajo de su camisa blanca. — Muchas gracias – susurré mientras sentía el calor invadir mis mejillas – Esto es súper vergonzoso – dije mientras volvía a mirar a Josh. — Oh vamos, solo fue un desmayo – arrugó su nariz – Pero me preocupa el chichón en tu cabeza. – lleve mi mano a la zona que ahora latía. — Duele un poco – me queje mientras mis dedos fríos tocaban el lugar. – Pero podría ser peor. — Llegaron los paramédicos – anuncio mi jefa. Sí, podría ser peor.

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