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Contrato con mi jefe

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¡EN EDICIÓN! ¡NO LEER A MENOS QUE EL CAPÍTULO TENGA TÍTULO!

Verónica nunca había sido afortunada en el amor. Después de una serie de relaciones fallidas, decidió tomarse un respiro y buscar una nueva dirección en su vida. Las vacaciones que se prometió pronto se transformaron en una nueva oportunidad cuando consiguió un trabajo como secretaria en una empresa prestigiosa.

Durante los primeros cinco meses, Verónica creyó que finalmente había encontrado estabilidad. Sin embargo, su mundo se sacudió cuando su apuesto pero exigente jefe le propuso un contrato de matrimonio. Lo que parecía ser un acuerdo temporal y conveniente se convirtió rápidamente en una complicación inesperada cuando descubrió que estaba atada a su jefe por el resto de su vida.

Ahora, Verónica se encuentra en un dilema existencial. ¿Qué tiene de malo comenzar de nuevo? Con el peso de un matrimonio de por vida sobre sus hombros, se enfrenta a la difícil tarea de decidir entre seguir adelante con esta nueva realidad o buscar la manera de liberarse de las cadenas que la atan a un destino incierto.

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Capítulo 1: El comienzo.
Ser secretaria de Alexander Harrison era muy agotador, ¿por qué? Es muy fácil, todo lo quiere perfecto y sin ningún error. Era exigente con el trabajo, no lo culpaba. Había visto las consecuencias si no hacían las cosas como él quería. Dos palabras: era aterrador. Teníamos una rutina desde hace más de cinco meses, o más, no llevaba la cuenta. Trabajar con Alexander era interesante y aburrido al mismo tiempo; era lo mismo casi todos los días. Dependía de su humor; casi siempre estaba tranquilo y regalaba sonrisas y pequeñas charlas a todos. También estaban los días en que estaba enojado, eran pocos, pero igual seguía siendo aterrador. Era lunes y la misma rutina se repetía. Ya arreglada y lista para ir a trabajar, salí de mi habitación para desayunar con mi mejor amiga, Tiffany. Compartíamos este pequeño departamento desde que comencé a trabajar en la empresa Harrison hace unos meses. Fue como una bendición que nos aceptaran a las dos: ella en recepción y yo en el último piso siendo secretaria del jefe. Al llegar a la cocina, la encontré vacía y un papel pegado en el refrigerador. “Me fui temprano, te dejé tu desayuno en el microondas. ¡Es tu favorito! Nos vemos en un rato. T.” Boté el papel en el basurero y agarré mi desayuno ya frío. Miré el reloj de mi muñeca y vi que faltaban más de una hora y media para entrar a la empresa de los Harrison. Tenía tiempo de comprar su chocolate caliente de todos los días y también de comer mi desayuno tranquilamente. Comí en silencio, tarareando a veces por el sabor. Sabía bien; esta vez Tiffany se había esmerado y no había quemado la comida. Estaba aprendiendo poco a poco; era un gran avance. Mi celular sonó, arruinando el ambiente silencioso de la cocina. Solo suspiré; conocía muy bien ese tono. Luis me había llamado. No le iba a contestar, claro que no. Algún día se cansaría de escribirme y llamarme. Algún día lo hará. Ya debe entender que han pasado más de dos meses; tenía que superarlo. Cuando terminé mi desayuno, dejé el plato usado en el fregadero. Me lavé rápidamente los dientes en el baño y, con mi abrigo, llaves y cartera en mano, salí del departamento. Tuve que bajar más de cinco pisos porque el ascensor no servía desde hace más de tres días. No tenía ni idea de cuándo lo iban a arreglar. Al llegar a la pequeña recepción, me despedí rápidamente del portero. Comer tranquilamente no fue una buena idea. Si me saltaba algunos semáforos, podía comprar el chocolate caliente y llegar temprano. Sonaba como un buen plan. Las calles estaban tranquilas y vacías para ser lunes. Parecía que mi día cada vez mejoraba. Conmigo cantando “Soap” de Melanie Martinez y otro par de canciones que ponían en la radio, llegué hasta la pequeña cafetería. Me sorprendí de lo abarrotada que estaba. Desde la calle se podía ver la larga fila que había. Abrí la puerta de cristal, escuchando cómo sonaba una pequeña campana. Todos en la cafetería se me quedaron mirando, pero los ignoré. No tenía tiempo para pensar en posibles insultos si no me quitaban la mirada de encima. Me formé en la fila que, gracias a Dios, avanzaba rápido. ─Buenos días, un café n***o y un chocolate caliente ─le dije a la chica de la caja. Debía tener unos dieciocho años y parecía que se acababa de levantar; un hilo de saliva todavía estaba en su barbilla. ─Buenos días, son tres dólares y sesenta y dos centavos ─dijo tecleando algo en su caja registradora. Saqué dinero de mi cartera y se lo entregué. ─Gracias ─murmuré cuando me entregó el recibo. Esperé pacientemente mi pedido, bueno, pacientemente no en realidad. Mi pierna se movía constantemente, viendo cómo la chica preparaba mi café. Cuando entregó el chocolate caliente y el café, no tuve tiempo de agradecerle. Salí apresurada de ahí para ir a mi auto. En menos de diez minutos, estaba en la empresa Harrison. Dándole un último retoque a mis labios, salí del auto con el café y el chocolate en mis manos. Tuve que maniobrar hasta llegar a la recepción y que Lauren, una compañera de trabajo, me diera un papel rosa que según ella se lo había dado una tal Mendes y tenía que dárselo al jefe. Saludé en el camino hacia el ascensor a algunos conocidos, sin ver por ningún lado a mi mejor amiga. Subí al ascensor de empleados, que estaba más lleno que nunca. ¿Qué más daba? No me podía quejar, o si no me despedían. Necesitaba mucho este trabajo. Le había asegurado a mi mamá que este trabajo iba a ser diferente; ella podía hacerse cargo de su empresa sola por ahora. Fui primero a la oficina de mi jefe, dejé su chocolate en su escritorio y le abrí las cortinas para que entrara la luz. Su oficina era grande, con un escritorio de madera rústica color n***o, su cómoda silla giratoria, las paredes de color gris, igual que muchos adornos en la habitación. En una esquina, había un pequeño bar con diferentes tipos de vinos que él señor disfrutaba en sus tiempos libres. Mi ordenador, que se encontraba afuera de la oficina, era en forma de ‘L’, estaba en una esquina, a unos cuantos metros de la oficina de mi jefe. Guardé mi cartera en un cajón y llevé mi café a mis labios. Me puse el auricular mientras prendía la computadora. Con un bolígrafo en mano y un bloc de notas en la otra, escribía lo que había dejado pendiente del viernes. ─Vaya, hoy no tiene casi nada ─fruncí los labios. Eran pocos los días como este; había veces que tenía que quedarme con el jefe hasta más de las nueve de la noche por el montón de trabajo pendiente. El ascensor privado se abrió; el jefe ya había llegado. Vestía su típico traje elegante que se amoldaba a su cuerpo; su cabello marrón casi rubio estaba desordenado. Había unos cuantos mechones que caían en su frente; sus ojos celestes estaban cubiertos por unos lentes de sol. Casi podía sentir su intensa mirada, casi. ─Buenos días, señor Harrison ─dije levantándome de mi silla. ─¿Qué tengo para hoy? Hice un intento de no rodar los ojos mientras agarraba la carpeta. Estos eran los días en que venía de mal humor; con razón traía lentes. ─A ver ─dije mirando mi carpeta─. Tiene una reunión al mediodía con los socios Montenegro y a las dos de la tarde viene su padre ─lo miré por unos segundos en silencio, intentando descifrar su rostro neutro─. A las cuatro, una reunión con su abogado. Eso es todo, señor Harrison ─chasqueé la lengua al agarrar el pequeño papelito de color rosa que me había dado Lauren─. Casi se me olvida, la señorita Mendes le dejó un recado, le espera en el mismo departamento de siempre y que está caliente por verlo ─fruncí mis labios al terminar de decirlo. Sus labios rosas estaban atrapados entre sus dientes; la punta de su pie golpeaba suavemente mi mesa. ─Gracias, señorita Evans. Llama a la señorita Mendes y dile que no voy a ir. Gracias de nuevo ─pude notar que su cuerpo estaba tenso; se fue tan rápido de mi lado para ir a su oficina y encerrarse de un portazo. ─Qué raro ─susurré para mí misma. XXX Ya habían pasado tres horas desde lo sucedido. Estaba arreglando unas libretas cuando entró una chica furiosa, alta y de cuerpo delgado. Su cabello n***o brillante estaba atado en una coleta alta, y su rostro perfectamente maquillado tenía muecas de desagrado. Cuando estaba a punto de preguntarle a quién buscaba, entró a la oficina del jefe. Se oyeron gritos en la oficina. Solo pude escuchar "¡No puedes terminar esto por ese niño malcriado!”; de ahí no oí más nada. En el piso, todos estaban volviéndose locos, atentos a lo que sucedía en esas cuatro paredes. Habían pasado quince minutos desde mi intento de seguir trabajando e ignorar los gritos históricos de la chica que estaba encerrada con el jefe. Cuando todo parecía tranquilo, la chica había decidido salir de la oficina y daba largas zancadas con sus tacones hacia mí. ─Eres una zorra; búscate el tuyo ─me dijo. ─¿Disculpe? ─dije un poco confundida. ─No te hagas la santa; sé que te metiste con mi novio. Miré a mi alrededor, y ahora era yo la que estaba llamando la atención. Simplemente genial. Cuando intenté hablar nuevamente, me dio una cachetada. Conté números en mi mente, pero siguió con sus insultos, y llegó a colmar mi paciencia cuando mencionó a mi madre. Vi rojo, en serio. ─Creo que te metiste con la persona incorrecta ─le di una bofetada, una muy fuerte al parecer. El golpe resonó en todo el piso, y parecía que todos aguantaban la respiración. Su rostro maquillado se había girado al impacto de mi mano; las comisuras de su labio tenían un pequeño hilo de sangre, y su mejilla estaba roja. Estaba orgullosa de lo que había hecho. Dándome una última mirada enojada, se fue echando humo del piso. ─Señorita Evans, a mi oficina ─pude escuchar al jefe detrás de mí con un tono severo. ─Voy en un momento ─dije mientras agarraba mi cartera; sabía que me iba a despedir. Vamos, le acabo de pegar a su novia delante de todos. Toqué la puerta de su oficina, y sonó su “Adelante”. Asomé mi cabeza para ver cuán enojado estaba, y parecía que no mucho. ¿Eso era buena señal, supongo? ─Pase, señorita Evans ─su semblante era serio. ─Antes de que me vaya a despedir, voy a renunciar. No tengo la culpa de que ella me venga a pegar y ofender a mi madre delante de todos. Se lo tiene merecido. ─Señorita ─intentó hablar. ─No, déjeme terminar ─apreté mi mandíbula─. Si la veo por la calle, la arrastró. No sabe con quién se ha metido ─dije enojada. ─Verónica, no la voy a despedir ─me dio una mirada nerviosa─. Solo quería darle las gracias y hacerle un trato. Lo miré extrañada mientras me acomodaba mejor en la silla, ignorando mi estómago que se había vuelto loco cuando mencionó mi nombre. ─¿Por qué ella cree que yo soy su amante? ─dije confundida. ─No lo sé, disculpe por lo ocurrido ─se removió nervioso en su silla─. Gracias de nuevo y, del trato… ─¿Qué trato? ─pregunté confundida─. ¿Para qué soy buena? ─sonrió, apoyando mis manos en su escritorio. ─¿Se casaría conmigo?

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