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Pasión en amor prohibido

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La protagonista de esta historia, es Ceilán Oliveira, quien con solo diecisiete años de edad, valiéndose de su hermosura, logra entrometerse en las intimidades de Alfonso Aliaga, de setenta años de edad, de fortunas a gran escala, sucediéndose una separación de Alfonso con su esposa y sus hijos. El interés sobrepasó los sentimientos amorosos de Ceilán hacia Alfonso, creando las condiciones a su favor para apoderarse de las fortunas. El fuego romántico que no complacía Alfonso por ser un hombre donde los maltratos de sus años, no le daba ninguna opción de complacencia hacia Ceilán, ella, por supuesto, aliviaba ese fuego romántico con otros hombres, que daban al trate con el desencanto de Ceilán hacia Alfonso, quien decidió separarse de éste, impugnando que quería ser madre, y él no tenía ninguna opción de darle ese placer. Pasa a ser m*****o de la policía. Después de tantas aventuras por los hombres cazadores de mujeres, logra matrimoniarse y tener dos hijos, rompiendo las relaciones. Entre tantos hombres llevados a la cama por Ceilán, está Juan Ricardo, policía investigador, especialista en Homicidio, hombre cazador de mujeres, causante de crímenes siendo las víctimas mujeres que han sido llevadas a la cama por Juan Ricardo. Dándole a la historia un argumento policial central acompañado de un argumento amoroso.

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Pasión en amor prohibido
Capítulo 1 Mañana invernal, Alfonso Aliaga de setenta años de edad, bajito, cabellos canosos, se levantó de la cama y miró su reloj. Eran las siete. Hizo algunos ejercicios con sus brazos y piernas; después un prolongado bostezo, fue para el baño hacer su aseo.  Ceilán Oliveira, de dieciséis años edad, de cuerpo descansado en su elegancia, irrumpió en la habitación. Se miró nuevamente en el espejo, pasó sus delicadas manos por su vestido estampado, ajustado a su cuerpo, giró sobre los finos tacones de sus zapatos, muy en boga. Caminó hasta llegar al comedor, y después de sentarse bien encimada en la ya servida mesa.  -Mi amor. Estoy lista para comenzar el desayuno.  -Voy enseguida, encantadora flor –contestó Alfonso, luego en tono abierto dijo-. He visto volando en el jardín de mi alma mi mariposita bicolor, no es que estoy soñando, aleteando en cada flor. La he tomado con muchos celos, como una estrella en el cielo, para que no sea dañada por las perversas miradas. Ella está dentro de mi corazón, tomando el néctar del amor, para que se cautive con quien le da su atención. He visto volando a mi mariposita en cada flor, será siempre amada y estará eternamente auxiliada, para que no sufra de dolor. La vida me dará la oportunidad de decirles frases amorosas en las noches, tan naturales. Ella vuela sin alianza de recuerdos a los chocantes. Con muchas ansias, no importa que lo prohíba la ignorancia, la abrazaré y besaré con cadencias.  Sus dichos habían quedado en el vacío. Y sin esperar por la llegada de Alfonso, ella inició el desayuno. Él se apresuró en llegar.  -¿No estás esperándome? ¡Qué extraño!  Ceilán respondió con una sonrisa y, continuó el desayuno con toda la calma del mundo. Cuando acabó.  -Es que estoy atrasada –volvió a sonreír-. Mi amor, se va a celebrar en la fábrica una actividad por el fin de año, voy a llegar un poquito fuera de hora; no vayas a preocuparte.                Alfonso la miró ceñudo.  -Tienes derecho a disfrutar la vida –apuntó-, eres joven. Es de esperar mi aceptación. Para una muchacha que entrega su juventud al trabajo, se les debe dar ciertas libertades, para que disfrute de la suerte que le brinda la vida. Te deseo un bendito día. ¡Vayas con Dios…!  Ceilán continuaba sonriendo. Después de besarlo en la frente salió de la casa.  Él terminó el desayuno, se sentó muy próximo al portón que da al patio, encendió un cigarrillo, tomó una larga bocanada de humo, lo expulsó por la boca con un estéreo escape desparramado por sus narices. Era cierta la estructura poética que floreció en su mente. “Son mis años, mis fieles amigos. Ellos andan conmigo para alejarme del daño. Son mis años, quienes me dan voluntad para sentirme animado. Son mis años, quienes me asisten para no sufrir desamparo ni abandono en el amor. Son mis años, que no me dejan solo un segundo para evitar ser un penado. Son mis años, mi añoranza, me dan esperanza, en la vida más confianza  Somos amigos para el bien y no pensar en el mal, es todo lo espiritual. Son mis años a quien no traicionaré…” Se interrumpió al sonar el timbre de la puerta, se levantó y fue hasta la puerta.  -¡Buenos días! –dijo portentosamente-. ¿Qué se te ofrece?   -¡Hola! –respondió la voz fastuosa de un joven-. Tengo necesidad de hablar con la señora Ceilán Oliveira.  Alfonso lo observó con cierto dar que pensar.  -Ceilán no está en casa –dijo con sequedad.  El joven lo miró de arriba hacia abajo, murmuró.  -¡Caramba que mala suerte!  -¿Qué dices tú, jovencito?  Fijó la mirada en un tragaluz que había en lo alto de una ventana. Contestó con artificio.  -Perdone. Es un recado especial para la señora Ceilán Oliveira. Usted no debe preocuparse. No tiene nada de interés…  Alfonso hizo un gesto cansado.  -¿Por qué no me atiendes, malvado?  -Con muchas penas, pero no puedo atenderlo –sonrió-. Le reitero que para usted, no tiene nada de utilidad.  -Todo lo que se trate de Ceilán es de mi atribución. Aunque sea personal.  -Pues mire. Es algo muy personal. Y no comentaré nada con usted.  -Ceilán es mi pareja, no creo nada chocante que no puedas decírmelo.  El rostro del joven endureció.  -No es posible. Usted no puede ser el marido de Ceilán.   Con los ojos enloquecidos miró de una y otra forma la cara del joven:  -Pues sí. Soy el marido de Ceilán. ¿Eso te preocupa?  -Es que parece el abuelo de la señora. Nunca llegué a imaginarme que su pareja fuera un tipo tan viejo. Sabe usted una cosa. Estoy muy confundido.  -Es aconsejable… -hizo una pausa para pensar. “Aconsejable…, no prudente, porque la prudencia es otra cosa”. Cambió la táctica para preguntar.  -¿Es linda, verdad?  -¿A qué viene eso? –dijo el joven, ahora en tono moderado-. Deje de ser…  -¡Oye! ¡No te equivoques conmigo, muchacho! Yo no soy ese estúpido que te imaginas –refutó Alfonso.  -En fin, solo quiero decirle que se quite el vendaje que tiene en los ojos, para que no sufra un resbalón.  -¡Oiga jovencito! –exclamó-. ¡No trates de burlarte!  El joven entornó los párpados, como si rehuyera ver el cuerpo tembloroso de Alfonso.  -Disculpe. Mejor me marcho.  -Es mejor que lo hagas. Así me vas ahorrar…  El joven lo interrumpió.  -¡Mejor me voy…, sí, sí, me voy…!  -murmurando-. No quiero cometer el error de golpear a este viejo.   -Oye, oye… ¿Qué tú dices…? Golpear a este viejo… No te equivoques, para…  Alfonso regresó al portón, encendió un nuevo cigarrillo, murmuró en voz tenue. “Que no sería honesto dejar de preocuparse, de sentir celos”. Por tal motivo, y con franqueza, nunca había sentido los efectos de la corriente eléctrica, capaz de causar un tambaleo en su cuerpo, de sentirse tan abatido por la presencia de un hombre buscando a Ceilán. Cogió una bocanada de humo y observó como se esparcía. Seguía con la mirada los movimientos ondulados del humo, conmovido por la resignación ante la tenacidad del joven.  Le molestó sentir esos celos, pero lo reverenció a primera vista. Le pareció entender que el camino se le perdía en su mente. Jamás había interpretado ninguno de esos síntomas que, según algunos sufridos, suelen manifestarse cuando se quiere de veras. Recordó que sus mórbidos brazos se manifestaban implacables como verdaderas serpientes y estaban domesticados, a los efectos de permitir que sus labios ávidos y absorbentes de ella, y en especial en noche de luna, produjeran besos indefinidos. Determinó que era justo consignarlo, de bastante agradable sabor.  Sintió deseos de ir a la fábrica, buscarla, conversar con Ceilán; pero, cómo justificaría su presencia sin poner en evidencia los celos. Al fin, dispuso calmadamente esperar a que ella llegara a la casa. Total, a la marea caída, esperan los buzos. Sonó el timbre del teléfono de la antesala y él fue a descolgarlo.  -Aló… -dijo.  -Amor, soy yo, recuerda que voy a llegar fuera de hora.  -¡Ya sé, ya sé!  -Tú sabes que siempre he mantenido una conducta acorde a estos tiempos, para que la vida escude los pecados y no se ahogue nuestro matrimonio. Por favor, no quiero celos. En realidad, es una fiesta entre amigos. ¿Entiendes, amor?  -¡Déjate de boberías! -se golpeó el muslo con la mano-. ¡Eso no está analizado! A pesar de todo, tú siempre has sido para mí una mujer digna de respeto…  -Entonces…  La interrumpió.  -¡No lo digas…! –hizo una pausa-. Escucha esto que te voy a decir y que sale de la profundidad de mi sentir. Quiero vivir contigo el presente sin el pasado. Sombra que el sol iluminó para que el camino de la concordia, no sea un sueño y sufra mi corazón. Ten presente que es un amor para no humillar. No importa que des larga para darme delicias. Te tengo aquí, en está mente que no te ha apartado de este querer.  -Oye, tú no dejas de aparentar que me quieres…Bueno, chao… Capítulo 2  Ella se acercó a una especie de aparador sin puerta, prensado con la pared,    al fondo de la oficina. Caminó despaciosamente hasta acercarse a un hombre  de pelo entrecano, se sentó junto a él, su nombre, Fernando García. Se dejaba escuchar una música romántica, de esa música que anima el coqueteo. Sobre una mesita había dos vasos con ron, y la botella que tenía de ese líquido. Él acariciaba sus mejillas. A pesar de ser una noche invernal el calor que cubría la oficina, hizo que Ceilán Oliveira desistiera de las caricias de su amante para salir al patio; el cielo estaba tan estrellado que incitaba a un romance, a un encariñamiento en la propia vida. Él sorbió de un trago el ron de un vaso que tenía en su mano. Poco después estaban sentados en una pieza circular de mármol. De inmediato apareció el esperado beso en una estrecha unión de labios Ella acarició la nuca de su amante con mano erudita, mientras se besaban. Él se separó para aducirle en un tono bajo.  -¡Créeme, por favor! Mi voluntad es decirte que estoy feliz a tu lado, que me hace soñar…  -No te preocupes, amor mío. ¿Es eso lo que querías saber?  -Tu marido es una muralla entre nosotros dos…  -Tu mujer es una piedra atravesada en…  -Razonas bien –le dijo Fernando.  -Entonces, no comprendo.  -Son coincidencias que existen entre dos que se adoran –alegó él.  -Abrázame –manifestó Ceilán, con su cuerpo aculebrado encima de él-. Quiero sentirme ahogada por el fuego de tu abrazador cuerpo. Es el momento para comer la manzana. ¡Dios me perdone…!  Se abrazaron y se hundieron en un nuevo romance.  -Permiso –dijo la voz agradable de una joven. Se quedó inmóvil, apretó los labios y clavó en ellos las lucecitas que desprendían sus pupilas. Allí estaba él, al lado de ella. Fernando al verla, se alzó. No exteriorizó el miedo; pero lo acusaba su palidez. Su voz apenas tembló al decirle.  -Adelante, Nadia. -Disculpen, no fue mi intención. Pensé que tú estabas desocupado. Más tarde hablaremos.  Fernando hizo varios ademanes con las manos.  -¡No puedes irte, de ninguna manera! –la tomó de la mano y la sentó en un espacio vacío en la pieza circular de mármol.  Ceilán la miró.  -¿Y qué tú haces aquí? Bien sabes que Fernando está solo -Nadia contestó con voz flemática, sin moverse.  -Sabía que estaba aquí, pero no contigo. Nosotros mantenemos muy buena amistad, ¿verdad? –miró a Fernando.  Fernando calmó el miedo.  -No existen motivos –miró a Ceilán-. para que hagas esa pregunta torpe; además, estamos en una fiesta donde el disfrute es para todos.  Nadia se volvió hacia Ceilán sonriendo.  -Mira Ceilán, no tengo ningún interés en Fernando. Tú no tienes razón para que te comportes de esa manera.  Ceilán tenía la cabeza caliente, suspiró, apenas acertaba el pensamiento y de forma brusca miró hacia una larga hilera de ventanas hacia la izquierda en la altura de la fábrica, de estás solo las dos últimas eran de algunas utilidad, pues las otras se encontraban bloqueadas. Fernando la atisbaba desde su lado, donde se encontraban a veces envueltos por un puñado de estrellas, que centelleaban sobre sus cuerpos y luego de una pausa, dijo.  -¡Has de irte ahora mismo! No quiero oír… de nadie…  Nadia suspiró, miró a Ceilán de costado.  -Muy bien –se puso en pie-, si es de tu agrado –caminó hasta desaparecer.  Fernando comentó con jovialidad.  -Ceilán, eres tan tierna como la luna, nadie nos podrá separar –respiró profundo-. Quiero estar siempre a tu lado, en cada momento de mi vida.  Mientras él hablaba, recibía las caricias de la ya calmada Ceilán, continuó.  -Amor, no podré olvidar este momento de tanta felicidad –sonrió y luego besó sus mejillas.  Ceilán cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás apoyándola en su pecho y, suavemente le dijo a manera de reconciliación.  -Te pido disculpa por lo sucedido, la bebida alteró mi aptitud. Espero que me entiendas, estoy enamorada de ti y cualquier cosa me molesta.  Él la arrimó a su cuerpo ardientemente, beso su frente. Replicó con un acento dócil al oído de Ceilán.  -En respuesta a tu disculpa, te beso, te aprieto, acaricio todo tu cuerpo.  -La calentura del romance ha hecho perder el compás del tiempo. Creo que ya es tarde.  Salieron de la fábrica, la mano de ella se sostuvo en el brazo de él como cosa  que a través del tiempo deseaba. Al llegar al jardín de la casa, ella se detuvo por un instante y pudo fijarse que adentro había luces encendidas que iluminaban las ventanas. Siguió caminando cogida por el brazo de su galán, frente a la puerta hubo un fuerte abrazo. Fernando habló.  -Cuando entres a la casa –se separaron-. no debes agriar a Alfonso. Tú no tienes razón para contradecirlo.  Después de un beso al espacio, Ceilán abrió la puerta.  -Amor, ya estoy en casa –dijo con voz temblorosa. Caminó con pasos lentos para no perder la estabilidad, entró a la habitación. Separó de su cuerpo el sobretodo, luego se quitó el vestido, el ajustador y quedó en blúmer exhibiendo lo que tanto le llamaba la atención a los hombres, sin límite de edad; su bello cuerpo. Prevenida miró hacia la puerta, ahí estaba Alfonso mirándola con obstinación. Fue hacia su marido con el cuerpo inestable, al detenerse frente a él recibió una mirada con los ojos entreabiertos.  -¡Por Dios…! ¡Estás ebria…! ¿Qué hora es, Ceilán? Te pasaste de copa –dio varios pasos hasta sentarse en la cama.  -¡No me digas, estás celoso! Es temprano… Todavía hay estrellas en el cielo –se sentó a su lado, lo besó, acarició su pelo canoso.  -¡No estoy celoso! Entiende, ¡has llegado tarde! Este no es el horario para que una mujer casada llegue a la casa.  -¿Tú estás celoso, amor? ¿Verdad? –continuaba acariciando su pelo canoso.  Alfonso movió varias veces la cabeza.  -¡Ya te dije que no estoy celoso! Es mejor que te acueste a dormir.  -Bueno, concédeme esas cosas bonitas que tú me dices.  -Está bien. Pon atención. El amor es delirio astronómico, que anda de un lado a otro con el corazón pulsando. Mente fresca cubre tu cuerpo para que ese fuego que te motiva sea un sosiego. Si dices que me amas, o dejaste de amarme, no sufras duda. El dilema no será enamorarte, es olvidarme. Es un decoro si te alejas del amor cuando está prisionero en tu corazón. Lo romántico se fundirá para que sea feliz de verdad. Calentura que la palabra no reanimará, el roce da apetito a las ansias, que accederás con el placer sin la arrogancia.  Después de escuchar sus palabras. Con un ligero movimiento Ceilán quedó presta para entrar en un profundo sueño. Alfonso la miró dueño de sí. Con la vista expectante acarició las erectas tetas con sus pezones endurecidos, su esbelto cuerpo, agrandadas sus nalgas, su embellecido rostro, sus ojos cerrados por su hondo dormir seducían a Alfonso, suspiró profundo.  -Es mejor que duermas, Ceilán, así dejo de escuchar tu voz con tanto cinismo… Un día se acabará todo este sufrimiento. Capítulo 3 Al otro día en la mañana.  -Puedo asegurarte que has pasado una noche deliciosa –manifestó él con la mirada entontecida-. ¿Sabes lo que pienso?  -¿Qué tienes tú en esa cabeza?  -Que las copas se fueron por encima…  -Más o menos…  -A propósito –cambió la mirada entontecida por una más despertada-, tengo una duda y necesito que me la aclares. Anoche no hice ningún análisis por el estado en que te estabas…interrumpió Ceilán.  -Es curioso que halla sido la primera fiesta en que tomo parte, y tú tengas duda. En verdad, yo soy quien tiene duda.  -Atiende: la duda que tengo no tiene que ver en nada con la fiesta, sino con un joven… volvió a interrumpir.  -¿Qué joven?  -Se trata de un joven que no perdió tiempo para mostrar su ironía. Me dijo que traía un recado para ti –hizo un gesto cansado, al decir-. ¡Quién hubiera sabido que quería hablar contigo!  -¿Por qué lo dices?  -Claramente lo vi en sus ojos –dijo con la voz pausada-. ¡Ese joven está enamorado de ti! –hizo un gesto de protesta y añadió-: Es algo que no pudo ocultar; pero a mi edad, no soy fácil de engañar. ¡Tengo muchas canas en…!  Ella abrió sus ojos achinados.  -Bien sabes que me repugnan los celos.  -Ese es mi punto de vista…  -¿No me hables de esa manera! Te he dicho más de una vez que no pierdas tiempo en celarme. Debes razonar, no me estás estimando como tu mujer, eres un mal hombre…  -¡No seas tonta! -fingió-. ¿Eso es lo que se te ocurre decirme?  -Voy aclararte la duda. El recado que traía el joven, que su nombre es José, era sobre las compras de unos collares fabricados con perlas -se esclareció la garganta-. Collares por los cuales estoy interesada.  Alfonso le lanzó una sonrisa amistosa.  -Eres una serpiente seductora, tu veneno me tiene ciego de amor –hizo una leve pausa-. No quise ultrajarte, eres… -se escuchó unos toques pausados en la puerta-. ¿En qué momento? -suspiró torpemente, se dirigió hasta la puerta embargado por un sinfín de dudas. Ceilán se mostraba atenta y encantadora. Le importaban muy poco los refunfuños de Alfonso. “Siempre estaba muy bien sobre aviso para llevarle la contraria”. La aparente contradicción de estos dos pensamientos la hizo sonreír. La alegría silenciosa y completa que había recibido de Fernando, devolvía a su edad la paz y su juventud, ambas cosas en riesgos. Era domingo, día de su descanso laboral, y de mucho que hacer en la casa. Su pañuelo torcido, dejaba al descubierto las orejas rosadas y delicadas, ocultas por el pelo durante el día, así como unos claros de piel blanca en los senos, que solo veían la luz a la hora del baño. Su boca púrpura entreabierta reveló una lámina de dientes blancos y brillosos; sus pupilas, negruzcas, se velaron de pestañas negras. Mientras, Alfonso atendía al forastero, que estaba detenido en la puerta.  -¡Ah, eres tú…adelante…adelante… Daniel Luis -le dijo Alfonso de una manera impecable, con una especie de gracia cruzada con la necedad.  -No, me quedo aquí en la puerta. Quiero hablar contigo…  Alfonso lo miró con autoridad.  -¿Sobre qué quieres hablarme, jovencito?  Los ojos de Daniel Luis brillaron por haberlo llamado jovencito con tanta insolencia.  -Tengo necesidad de… -observó para donde se había sentado Ceilán. Que sorpresa, los latidos de su corazón alcanzaron gran velocidad, sus piernas temblaron, sus ojos se movieron. No esperaba encontrarse con Ceilán en la casa de Alfonso, y con voz temblorosa preguntó -¿Es…, es su hija?   Ceilán lo oyó, lanzó una mirada femenina a Daniel Luis y sonrió. Alfonso volteó la cabeza para donde estaba ella.  -¡No…! Es mi mujer.  Daniel Luis irradiaba intolerancia y una especie de desesperación tradicional.  -¡No, no, no puede ser que ella sea…!  Alfonso se volvió con violencia hacia Daniel Luis.  -¡Pues, si puede ser…! ¡Ella es mi mujer!  Daniel Luis hizo un visaje y se pasó la mano por su frente sudorosa.  -¡Es mejor que me vaya!  Alfonso lo miró ceñudo.  -Para calmar las penas es mejor la soledad.  Daniel Luis hizo un intento de fuga repentina, aunque no logró alcanzar los motivos.  -Luego hablaremos…  Alfonso quedó bajo la negra mirada de Ceilán, ella apareció joven e incierta. Movió las mandíbulas como si mascara caramelo de falsedad. Pensó en lo inmenso que estaba siendo con su vida el amor. El ardor que excitaba su sangre al circular por sus venas, instintivamente habló.  -Amor, ¿no me has dicho si quieres tomar café?  Después de bandear la cabeza, caminó hasta acercarse a ella.  -El tiempo pasa y no viene mal una tasita de café –hizo una pequeña pausa-. Los hombres cambian de la noche a la mañana… interrumpió Ceilán.  -¿Qué te preocupa? Dale de lado a esa clase de gente. Las cosas cambian y las personas también. Ahora quiero decirte algo, Daniel Luis no habló nada contigo. ¿A qué se debe esa valoración tuya?  -Vamos a dejarlo ahí, eso no tiene importancia –tomó el café, la lengua limpió sus labios, mientras esto sucedía,  los ojos negruzcos vacilaron un momento, pero enseguida volvieron a mirar fijamente a Alfonso.  -No me has dicho si te gustó el café.  -Como siempre –sonrió-. No pierdes el punto. Cada día que pasa te apostoliza más en el ángel, que Dios me envió para completar mi felicidad.  Ella se levantó de la butaca donde estaba sentada, y fue para la cocina, se sentía apocada a pesar de añorar a sus amantes, de recibir de ellos un río de ternuras, se volvió para mirar a Alfonso con malos ojos, era una roca alojada en su alma, filtrando orgullo fracasado.  -¡Ceilán, estoy hablando contigo!  Ella no respondió. Su mente estaba enganchada con José, Fernando y Daniel Luis. No cabía otro pensamiento que le estropeara su sentir. Alfonso, con quien erróneamente estaba conllevando una unión matrimonial sin estar bullendo esa excitación que, punza el corazón y el amor no es verdadero, solo por la codicia de su fortuna. Todo había sido un fracaso. Alfonso se sintió de pronto fatigado, decaído, débil y entumecido por una de esas crisis de contrasentido en las que suelen caer los añosos delante de una mujer con grandes diferencias de edad. Capítulo 4  En una de las calles más populosas de la ciudad; populosa por el constante ir y venir de los autos donde los choferes desgataban el claxon, matizada por las personas que caminaban bordeando las sombras de los árboles y de las pintorescas edificaciones, que conformaban el conjunto arquitectónico. La calle real, colonial, toleraba a Ceilán y a Daniel Luis que conversaban, sin detener el tiempo.  -No puedes ocultar que estás enojada por poner en riesgo tu matrimonio –dijo Daniel Luis mirándola a los ojos.  -Las cosas andan mal desde que te apareciste en mi casa.  -Nada Ceilán… Interrumpió Ceilán.  -Eres un loco… Daniel Luis interrumpió y después de un vistazo a dos mujeres que hablaban en la calle. Un auto ruidoso pasó muy cerca de ellos.  -Fue solo el azar quien me llevó a tu casa –expresó enfáticamente-. Yo desconocía que tú vivías en esa dichosa mansión, y estar matrimoniada con Alfonso.  Continuó hablando después de una pausa.  -En todo esto hay un culpable. ¿Tú sabes quién es? ¡Es el amor! ¡Es la vanidad de la pasión! –suspiró fuerte, luego dijo una palabra inaudible.    Ella abrió los ojos, hizo varios movimientos de cabeza.  -No te doy una respuesta por obrar con cordura y, encontrarnos en la avenida… Interrumpió Daniel Luis.  -No, Ceilán, no estamos en una avenida… Interrumpió Ceilán.  -Eso no importa, para mí es lo mismo calle que avenida. Tratas de que el azar no vuelva a llevarte a mi casa, eso te puede crear situaciones delicadas. ¿Entiendes? ¿Tú entiendes, Daniel Luis? –salió caminando.  -¡Ceilán…! ¡Ceilán…!  -Hasta la vista, Daniel Luis –continuó caminando sin mirar hacia atrás para no ver nuevamente la cara de éste. No la importunaba que Daniel Luis haya ido a visitarla, sino, que Alfonso la acechara, y por sus falsedades tomara como represalia matarla. Su cuerpo se movía con el atrayente meneo causando gran exclamación. Varios ojos las seguían en cada paso, intercambios de miradas, delirios, piropos  y silbidos, repletaban su hermosura. Mientras, él se sintió ser la sombra de ella.  -Es una mujer encantadora. Una de esas flores que embellece el alma. No puedo dejar de hablar contigo, Ceilán. Mis sentimientos no pueden ser destruidos así, de la nada.  Ya en la fábrica, Ceilán caminó a través de un pasillo para llegar a la oficina, y sentarse analizar los enigmas por los que estaba atravesando, miraba hacia uno y otro lado, su mente estaba desorganizada, ardía su cuerpo. Unos pasos inoportunos que casi pisaban aturdidamente sus talones, hicieron que ella diera un giro brusco con su cabeza. A su espalda estaba Daniel Luis, abrió sus ojos en total sorpresa.  -¿Qué tú haces aquí? -ciñó sus labios pintados.  -¡Quiero hablar contigo! ¡Esto no puede acabar así!  De una manera dócil, Ceilán disimuló el calor que cubría todo su cuerpo por la presencia de Daniel Luis en la fábrica, a pesar de tener necesidad de hablar con él; vagamente le dijo.  -No puedo hablar contigo en este momento.  -¿No ves que tiene que ser ahora? ¿No ves el daño que te ha causado ese viejo? ¿Qué seremos nosotros de aquí a unos años? Entonces será demasiado tarde; ya no quedará nada bueno que salvar. Solo quedarían vanos recuerdos que no valdrían para nada. Vamos a sentarnos en el mismo lugar que nos abrigó para que compartiéramos este amor que nos ha vendado con romances –tomó las manos de Ceilán.  Ella quitó las manos como si hubiese sido impactada por la corriente eléctrica.  En su mente apareció Fernando presto a enfrentarla, o quizá a Daniel Luis. No dejaba de mirar cada puerta de las oficinas que había en el pasillo. Se unió a sus pienses Alfonso, viejo, pero dueño de una fortuna que al morir conseguirá adueñarse.  -Estoy casada con Alfonso, que te aseguro, para mí está pasado de edad; eso no me afecta en nada, para que sea mi pareja. Sin embargo, tú eres joven, tu edad se asemeja con la que tengo; pero eres un inmaduro, no debiste ir a mi casa.  -Entonces, ¿cómo quedo después de esta…?  Ella lo interrumpió.  -No es necesario que lo preguntes. Este amor que casi me estrangula no va a morir. Eres parte de mi vida.  -Llegará el día en que estemos juntos, para que este amor deje de estar oculto, y darte estrella por estrella en cada noche. Eres la flor que embellece mi alma.  -Sí, así será. Pero tienes que dejar de ser un atronado, y esperar que se de esa unión amorosa. Ahora puedes irte, por favor, no me busques problema.  Mientras esto sucedía, Nadia Costa miraba con rareza a Fernando, que se encontraba sentado en la oficina, sus codos descansaban sobre el escritorio, la cabeza reposaba en sus manos.  -Estás sufriendo por un amor que no te pertenece; tiene la edad matadora de hombres. Es muy hermosa, Fernando.  Tomó posición normal. Observó por un instante a Nadia Costa. Sus párpados estaban caídos.  -El amor no tiene límite de edad. Ni tampoco la edad determina las bellezas en el amor. El amor se mueve hacia todo lado, tan libre como el viento, y se introduce en el corazón sin que nadie lo detenga. Es una erupción ardiente con fuegos de pasiones.  -Pero existen sus diferencias –dijo ella con voz vaga-, y tu situación es bastante delicada. ¿Cómo tú le vas a corresponder a ese amor en un par de años? ¿Por qué no amas a quien comparte igualdades contigo? –suspiró delicadamente-. En esta vida nada es igual, hay sufrimientos por un lado y desdicha por el otro. Por tu bien, rompe esas relaciones amorosas con Ceilán. Evita un crimen…   Fernando la interrumpió.  -¿De qué tú me estás hablando?  -Fernando, Ceilán es una mujer temible. Está llena de ilusiones equivocadas, de falsedades. En sus ojos se asienta que es una villana. Desiste de seguir con ella.  -Vamos a terminar este cotorreo –dijo inconforme.  -Acepto. Es tu problema –ella que se había mantenido en pie, hizo un giro hasta ponerse de espalda, salió de la oficina. Fernando, que se había quedado acompañado de sus sentimientos, sintió como se movía la cabeza a la loca, Sus labios se separaron para hacer una mueca. Echó una mirada a la puerta, momento en que aparecía Ceilán, dirigiéndose con pasos lentos hasta donde él estaba a su espera. Su rostro dejaba ver un color rojo pálido. Se sentó en el brazo de la butaca, puso una mano sobre su cabeza, y le preguntó disimuladamente.  -¿Qué te sucede, cielo mío?  Él murmuró entre dientes.  -Eso solo me pasa a mí –cruzó una mirada con ella-, son cosas de la vida.  Ceilán besó su frente sudorosa:  -Dime, ¿qué te sucede?   Él frunció la nariz, se pasó la mano por el rostro.  -¿Quién era ese joven que estaba hablando en el pasillo contigo?  -¡Ay mi amor! Ese desgraciado es hijo de una amiga. Es un diablo majadero que está enamorado de mí, es una sombra que me altera. Últimamente me hace la vida imposible, es una pesadilla, es como si estuviera vana.  -Tú eres joven, lo sé, tierna, también lo sé; pero te voy a decir que nuestras relaciones amorosas, dependen en gran medida de tu proceder.  Ella río tontamente, se puso en pie, arteramente lo miró de arriba abajo, no podía desfallecer; tenía que continuar hasta conseguir su fin con tranquilidad. No podía darle motivo de celos a Fernando, y evitar poner en tela de juicio su práctica, porque hombre manso, hombre irresistible. Él estaba reclamando como nunca…  -¡No me atormente más de lo que estoy…! –volvió a sentarse en el brazo de la butaca y el acarició nuevamente la cabeza sin hablar;   

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