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Al borde de tus labios

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Blurb

Un joven es hallado muerto en la explanada de la universidad. Mientras todo el mundo cree que se trata de un suicidio, Aria descubre que hay algo más oculto.

¿Podrá descubrir lo que en realidad le sucedió al desconocido joven? ¿O eso también le costará su vida

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1 - Una voz que no quiere escuchar
En el tranquilo vecindario de El valle de las Orquídeas la sirena de una ambulancia irrumpió temprano por la mañana cuando algunos de los vecinos apenas despertaban, mientras otros tantos caminaban rumbo al predio universitario o se alistaban para ir a sus trabajos. Ese era el caso de Aria Cepeda, una joven de 19 años que se encontraba inmersa en la música de su reproductor mientras caminaba rumbo a la universidad.                 El sonido de la ambulancia la desconcertó de tal forma que retiró uno de los auriculares para prestar atención a todo lo que ocurría a su alrededor, notando que muchas personas observaban con incredulidad el paso de la ambulancia. Algunos de los estudiantes se apresuraron en seguirla cuando el rodado tomó hacia el norte, camino a la ciudad universitaria.                 Y Aria no se quedó atrás. Contagiada por la curiosidad, aceleró sus pasos a medida que desconectaba los auriculares de su móvil y los guardaba en la mochila. Miró a ambos lados de la calle antes de cruzar corriendo para unirse con la multitud. Bastaron 15 minutos a los trotes para llegar a la entrada de la enorme infraestructura del edificio central de la universidad.                 Algo había pasado, algo que estaba alterando a todos los estudiantes que lograban llegar al frente, atravesando el gran tumulto de curiosos. Aria intentó pasar entre la multitud, pero su metro cincuenta no la ayudaba y terminó rebotando entre los diferentes alumnos sin ir más allá. Para su suerte se encontró con su mejor amiga, Leia Otero. El rostro de la joven denotaba cierto asombro, confusión y tristeza.                 —¿Qué pasó? —preguntó Aria consternada, poniéndose en punta de pies para intentar ver más allá de todas esas personas que medían, al menos, 10 centímetros más que ella.                 —Al parecer un alumno del último año se suicidó.                 —Ah… —Alcanzó a contestar, imaginando qué tan agobiado estaba aquel alumno para llegar a una determinación tan fatal en lugar de buscar ayuda profesional.                 —Una de sus compañeras reportó el cuerpo. Ella siempre llega antes que todos para poder leer en el jardín. Debió ser horrible encontrarse con algo así. —Leia sacudió su cabeza intentando borrar la escena del cuerpo inerte cubierto por una tela blanca.                 Aria no era capaz de emitir opinión alguna. Se encontraba sumergida en sus pensamientos como si analizara a detalle todo lo que su amiga le relataba. Quizá se imaginó su futuro cuando llegara al último año y se encontrara bajo una montaña enorme de estrés, miedo y ansiedad, pero no podía imaginarse cometiendo algo tan descabellado como lo que acababa de suceder. No ignoraba el hecho de que en muchos países ocurrían casos similares, pero ahí, en El Valle de las Orquídeas, jamás había acontecido un suceso como aquel.                 La joven dio varios pasos lentos para salir del tumulto y poder tomar algo de aire fresco. Leia no tardó en seguirla al notar que su amiga se alejaba con la mirada vacía y sin expresión.                 —¿Te encuentras bien? —le preguntó en cuanto lograron sentarse en un banco de cemento ubicado a un costado del camino.                 —Ajá… Es solo que nunca pensé en llegar un día a la universidad y encontrar un cadáver.                 —Al menos no lo conocíamos. No debería de afectarnos tanto. —Soltó sin pensar Leia, creyendo que tal vez su amiga se relajaría. En cambio, Aria la miró sin comprender a qué se debía tan frío pensamiento—. Vamos al bufete, necesito un café bien cargado después de todo esto.                 Ambas se pusieron de pie y caminaron arrastrando los pies como si fuesen de cemento.                 La cafetería estaba casi desierta, salvo por un grupo de chicas que consolaban a una de ellas que, al parecer, estaba flechada por el chico que acaba de conocer o era su novia. A Aria le daba igual. Se sentaron alejadas del grupo y cerca de un ventanal que daba al otro lado del edificio, cambiar un poco la perspectiva no les vendría mal para salir del estado de shock en el que se encontraban.                 Leia hizo el pedido para ambas y a los pocos minutos lo tuvieron en la mesa acompañados con porciones de tartas frutales. Aria clavó la mirada en el café humeante y apenas fue capaz de darle un bocado a su tarta, en ocasiones como esa su apetito se cerraba y era capaz de pasar todo el día sin ingerir alimentos… Los cuales su amiga se encargaría de devorar porque su sistema funcionaba contrario al de ella.                 —¿Crees que suspendan las clases? —Leia no temía hacer las preguntas que otros callaban por temor a ser juzgados.                 —Ni siquiera sé por qué me siento así —bufó Aria, dándole un largo trago a su café y quemándose de inmediato—. ¡Mierda! ¡Esta cosa está hirviendo! —protestó, llevándose la mano a la boca.                 —El vapor debió advertírtelo —ironizó su amiga, señalando la taza.                 Aria blanqueó los ojos en respuesta.                 Como era de esperarse, las clases se suspendieron y la universidad adoptó el luto. La bandera se izó a media asta y los alumnos se retiraron a sus casas. Los que conocían al joven caminaron rumbo a la casa de la familia para brindarle apoyo y consuelo. Aunque en esos casos no es mucho lo que se puede hacer y las palabras no alcanzan para calmar el dolor.                 —Es muy loco todo esto —comentó Aria en el momento exacto en el que caminaban por el frente de la casa del chico fallecido—. Imagino lo destruidos que deben estar esos padres. Es horrible. —Un escalofrío la hizo estremecer.                 —¿Lo conocías? —Se atrevió a preguntar Leia—. Vive cerca de tu casa. —Señaló la corta distancia que los separaba.                 Aria negó con la cabeza.                 —Quizá alguna vez me lo haya cruzado, pero conocerlo, jamás. Ingresaron a su casa. Habían acordado aprovechar para adelantar tarea y conversar un poco para pasar el trago amargo de la mañana. Leía envió un mensaje a sus padres anunciando que pasaría el día en casa de su amiga para estudiar, y no preocuparlos. Se encerraron en la habitación de la joven y, aprovechando que los padres de Aria no estaban, pusieron música a un volumen moderado para poder despejarse mientras revisaban sus apuntes. Pero hubo un pequeño lapso de segundo en donde el silencio las abordó y no pudieron evitar pensar en el suicidio de un joven que parecía tenerlo todo. —Era el mejor deportista. Solía destacarse en todo lo que hacía. —Aria había dejado de lado los libros de estudio para visitar la página web universitaria y ver el pequeño homenaje que le habían hecho, destacando sus mejores habilidades—. Ahora puedo recordarlo de alguno que otro evento. —Creo que deberíamos dejar de ignorar lo que pasó e ir a despedir sus restos como toda la comunidad estudiantil hará. —Leía sostenía su móvil y mostraba un grupo de w******p donde salían los detalles del velatorio y entierro del joven—. Si nos arreglamos un poco ahora, podremos asistir al entierro.                 Aria asintió con la mirada perdida en algún punto de la pantalla de su notebook. Sacudió su cuerpo y se puso de pie para buscar en su armario ropa adecuada para asistir al cementerio. Leia la ayudó, optando por un vestido porque era evidente que los centímetros de más le jugaban en contra para elegir un pantalón que no le llegaría mucho más allá de sus pantorrillas.                 Luego de eternos 30 minutos, las jóvenes ya estaban listas, justo en el momento en que los padres de Aria regresaban tras una extensa jornada laboral. La joven les narró lo sucedido y que querían ir a despedirse de él. Elián, su papá, se ofreció a llevarlas ya que el cementerio quedaba bastante alejado y si querían llegar a tiempo era conveniente ir en auto antes que esperar el autobús.                 Emprendieron el recorrido hasta el cementerio en completo silencio. La radio sonaba por lo bajo y a medida que se alejaban del vecindario, la estática se hizo presente. Una vez en destino, Elián buscó algún lugar para estacionarse. Estaba tan lleno de personas que habían ido a despedir al joven, que le fue difícil.                 Una vez que aparcaron, las dos amigas caminaron tomándose de las manos. No conocían a nadie y se sentían como dos extrañas en aquel lugar.                 —¿Conocían a Luan? —Una voz gruesa y profunda sobresaltó a las jóvenes. Aria no pudo emitir sonido alguno, un nudo se formó en su garganta y sintió que no debía estar ahí.                 —Vamos a la misma universidad… —Comenzó a decir Leia, deteniéndose a pensar si el tiempo verbal estaba bien empleado. Luan ya no estaba en el mundo de los vivos y no había forma de que se lo volvieran a cruzar en el campus—. Íbamos a la misma universidad —se corrigió y rogó no quedar como una estúpida—. No som…. Éramos cercanos, pero lo vimos en alguno que otro evento.                 —No recuerdo haberlas visto antes. Soy Tiziano, el mejor amigo de Luan —se presentó.                 —Siento mucho tu pérdida —se animó a decir Aria.                 Con amabilidad, Tiziano acompañó a las chicas hasta el lugar donde se llevó a cabo la despedida de Luan. Su madre lloraba desconsolada y debía de ser sostenida por el resto de la familia porque intentaba aferrarse al féretro. Fue difícil para todos decir adiós a un ser tan especial como él. Algunos de sus amigos y familiares cercanos lo describieron como una persona dispuesta a ayudar a los demás, talentoso pero humilde al mismo tiempo.                 Aria, en un momento de ahogo, desvió su vista hacia otra parte del cementerio. Le pareció ver la silueta de una mujer, que cubría su cabeza con un pañuelo n***o, alejarse. Se tambaleó antes de caer de rodillas, estuvo unos segundos así antes de ponerse de pie nuevamente para retirarse sin ser vista.                 En cuanto el anochecer se cernió sobre el lugar, las personas comenzaron a retirarse, inclusive los padres de Luan.                 Aria no sabía cómo describir la marejada de emociones que la embargaban. Un torbellino de sensaciones se adueñaba de su corazón y se lo estrujaban.                 Leia tocó suavemente el hombro de su amiga, quien se encontraba de pie frente a la tumba, observando la placa metalizada con el nombre del joven grabado.                 —Hubiese sido el tipo de chico del cual te hubieras enamorado —intentó bromear pese a que no era el momento oportuno para ello, pero al menos le arrancó una débil sonrisa a Aria.                 —No te voy a negar que era lindo. Me pregunto qué lo llevó a tomar una decisión así.                 —No lo sé —Se encogió de hombros—, pero está comenzando a hacer frío y yo con este vestido… —protestó—. Te espero en el auto. No dejes que te afecte tanto la muerte de una persona que no conocemos.                 Leia se retiró a paso apresurado. Consideraba que la oscuridad y el cementerio no eran una buena combinación.                 Por su parte, Aria estaba ajena al tiempo que había transcurrido. Había sido el día más raro en sus 19 años y creía que nada lo podría superar.                 Vagó unos minutos más entre sus pensamientos, uno de ellos era por qué se sentía tan triste y vacía si ni siquiera lo conocía. Miles de jóvenes se quitaban la vida en la actualidad, pero la de Luan la afectó por alguna extraña razón. Se agachó para darle un último adiós mientras depositaba una cala blanca que sacó de uno de los ramos.                 —Espero que hayas encontrado la paz que tu alma necesitaba —susurró por temor a que alguien la estuviese escuchando, aunque estaba completamente sola. Nadie más quedaba en aquel lugar.                 —Aish… Es lo más tedioso que he vivido.                 Aria abrió sus ojos y se quedó paralizada. No recordaba que alguien permaneciera con ella. Un escalofrío erizó su piel y palideció. Miró por el rabillo del ojo el lugar donde provenía la voz, no era la de Tiziano, esta sonaba un poco más dulce. Quizás era otro de los amigos del difunto. Giró su cabeza con lentitud para encontrarse con los oscuros ojos de Luan, quien la miraba analizándola. Aria gritó, pero el joven le hizo señas para que bajara la voz.                 —Shhhh…. No grites —suplicó—. Llamarás la atención, aunque para ser sinceros, estamos solos.                 —Tú… tú… Estabas muerto hace unos minutos. —Sus manos temblaban mientras señalaba la tumba—. Yo… Yo… Yo te vi, sí, yo te vi. —Luan no sabía si le hablaba a él o Aria estaba tratando de convencerse de que no estaba loca y sí, lo había visto muerto.                 —Aterrador, ¿no?                 —¿Qué? ¿Acaso fingiste tu propia muerte? —No solo su voz era temblorosa, todo su cuerpo parecía dar pequeños espasmos.                 —¿Cómo finges tu propia muerte? Esto es lo más real que me ha pasado —reclamó Luan.                 Unos pasos advirtieron a ambos que no se encontraban solos. Luan la miró y le hizo señas para que se calmara.                 —¿Estás bien, hija? —Elián había escuchado su grito y no dudó en correr hasta ella, preocupado. Aria no fue capaz de responder, no comprendía nada. Se limitó a mirar a Luan de reojo, éste permanecía junto a ella—. Hablabas sola.                 —No. —Esbozó una sonrisa para tranquilizar a su padre—. Me estaba despidiendo de un desconocido —dijo, poniéndose de pie.                 —Vamos a casa, parece que a tu amiga le aterran los cementerios. Dijo que el auto era su fuerte contra fantasmas —comentó entre risas.                 Aria guardó sus manos en los bolsillos del pantalón y caminó apegada a su padre, junto a él se sentía segura. A medida que se alejaban, volteó a mirar a Luan. ¿De verdad él estaba ahí, mirándola con tristeza?                 Podía haber perdido la razón e imaginar todo aquello, pero para Aria la conversación había sido tan real como la que mantenía con Leia y su padre de regreso a casa.                            

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